17

(No remitir la escasez)

ABRIL 2051

María se movió en su asiento para intentar reactivar la circulación, luego comprendió que no era suficiente. Se puso en pie y cojeó por la habitación, inclinándose para masajearse la pantorrilla derecha que tenía agarrotada.

Ella dijo:

—¿Y afirmas ser el vigésimo tercero? —casi tenía miedo de parecer demasiado escéptica; no porque creyese que Durham fuese a ofenderse, sino porque la historia era tan extrañamente atractiva que no estaba segura de querer refutarla, todavía. Un signo de burla y las puertas se abrirían—. ¿Eres el vigésimo tercer Paul Durham de carne y hueso cuyo pasado incluye a todos los que han venido antes?

Durham dijo:

—Puede que me equivoque en el número. Puede que haya contado esta última versión más de una vez; si soy capaz de creer en veintitrés encarnaciones, algunas de ellas podrían ser falsas. La naturaleza del delirio que sufrí contribuye a la incertidumbre.

Contribuye. ¿No es quedarse corto?

Durham permaneció impasible.

—Ahora estoy curado. La nanocirugía actuó. Los médicos me declararon sano, y no tengo razones para poner en duda su juicio. Han escaneado mi cerebro; funciona impecablemente. He visto los datos antes y después. La actividad en el córtex prefrontal…

—¿Pero no ves lo absurdo que es? Reconoces que sufrías delirios. Insistes en que ahora estás curado. Pero afirmas que tus delirios no eran delirios…

Durham habló pacientemente:

—Lo admito desde el principio: mi condición lo explica todo. Creía, porque estaba mentalmente enfermo, que era una Copia de generación vigésimo tercera de otro Paul Durham, de otro mundo.

¡Porque estabas mentalmente enfermo! Fin de la historia.

—No. Porque ahora estoy certificadamente cuerdo, y la lógica de la teoría del polvo tiene ahora tanto sentido para mí como nunca. Y no representa ninguna diferencia si mis recuerdos son ciertos, falsos o ambas cosas.

María gruñó.

¡Lógica de la teoría del polvo! No es una teoría. No puede probarse experimentalmente.

—¿No puede probarse experimentalmente por quién?

—¡Por cualquiera! Quiero decir… incluso dando por supuesto que todo lo que crees es cierto: ¡has «superado» veintitrés experimentos distintos, y todavía no sabes lo que has probado o refutado! Como dices: tu condición lo explica todo. ¿No has oído hablar de la navaja de Occam: una vez que tienes una explicación perfectamente simple para algo, no te vas a buscar formas más complicadas de explicar exactamente lo mismo? No se necesita ninguna teoría del polvo. —Sus palabras reverberaron en la habitación casi vacía—. Necesito algo de aire fresco.

—Después de veintitrés resultados ambiguos, sé cómo hacerlo bien esta vez —dijo Durham con firmeza—. Una Copia más un ambiente virtual es una chapuza, una tontería. Un sistema así no es lo suficientemente rico, lo suficientemente detallado, o lo suficientemente consistente, para sostenerse a sí mismo. Si lo fuese, entonces cuando me apagaron, todo el mundo de RV y yo hubiésemos persistido. Eso no sucedió nunca. En su lugar, en cada ocasión, encontré un humano de carne y hueso con una razón para creer que compartía mi pasado. Eso explicaba mi estructura de experiencias mucho mejor que una RV… incluso hasta el punto de la locura.

»Lo que tengo que hacer ahora es construir una estructura consistente con un único pasado.

María respiró profundamente un par de veces. Era casi demasiado para soportarlo: el triste piso de Durham, sus visiones cósmicas, su lógica implacable y mecánica, actuando para intentar entender el legado de su enfermedad. Los médicos le habían curado, estaba cuerdo. Simplemente no quería repudiar su pasado de alucinaciones… así que se había inventado una razón lógica, completamente irrefutable, para agarrarse a ella.

Si le había dicho todo eso a los policías, ¿por qué lo seguían todavía? Deberían haberse dado cuenta de que era inofensivo y haberlo dejado en paz… y dejar que sus clientes idiotas se defendiesen solos. El hombre ni siquiera era un peligro para sí mismo. Y si alguna vez podía dominar una fracción de la energía y la inteligencia que había invertido en ese «proyecto» y dirigirla hacia algo que valiese la pena…

Durham dijo:

—¿Sabes qué es una configuración de jardín del Edén?

Cogió a María desprevenida durante un segundo, luego ésta respondió:

—Sí, por supuesto. En teoría de autómatas celulares, es un estado del sistema que no puede ser el resultado de ningún otro estado. Ninguna otra estructura de celdillas puede producirlo. Si quieres una configuración de jardín del Edén, tienes que empezar con ella; tienes que ponerla a mano como primer estado del sistema.

Durham le sonrió como si hubiese ganado toda la discusión.

—¿Y? —cuestionó ella.

—¿No es evidente? Un autómata celular no es una chapuza de RV; en todo punto es tan consistente como el universo físico. No hay ningún revoltijo de reglas ad hoc de alto nivel; un mismo conjunto de reglas se aplica a todas las celdillas, ¿no?

—Sí, pero…

—Así que si coloco un autómata celular en una configuración de Jardín del Edén, lo ejecuto durante algunos billones de ciclos de relax; y lo apago… la estructura seguirá encontrándose a sí misma en el polvo, separada de esta versión de mí, separada de este mundo, pero todavía fluyendo sin ambigüedad a partir de ese estado inicial. Un estado que no puede explicarse por las reglas del autómata. Un estado que debe de haber sido construido en otro mundo… exactamente como yo lo recuerdo.

»Todo el problema, hasta ahora, ha sido que mis recuerdos son siempre completamente explicables dentro del nuevo mundo. Me apago a mí mismo como Copia… y me encuentro en un cuerpo de carne y hueso con recuerdos de carne y hueso que las leyes de la física podían haber producido a partir de estados anteriores de un cerebro de carne y hueso. Este mundo sólo puede explicarme como un hombre cuyo delirio va más allá de lo increíble… pero no hay duda de que yo tengo una historia extra completa, aquí, que no es literal, físicamente imposible. Así que a pesar de lo que yo prefiera creer, tengo que conceder que el resultado del experimento sigue siendo ambiguo, que podría estar equivocado.

»¡Pero un autómata celular no puede tener una «historia extra» para una configuración de jardín del Edén! ¡Es matemáticamente imposible! Si me encuentro en el interior de un universo de autómata celular y puedo reconstruir mi pasado hasta la configuración del jardín del Edén, eso será prueba suficiente de que planté la simiente de todo el universo en una antigua encarnación. La teoría del polvo quedará vindicada. Y sabré finalmente, más allá de cualquier duda, que no he estado loco todo el tiempo.

María se sentía grogui. A un nivel, sabía que debía dejar de seguirle la corriente, dejar de tratar la idea con seriedad. Por otro lado, parecía que si Durham estaba equivocado, ella debería ser capaz de dar una razón. No debería tener que llamarlo loco y negarse a escuchar sus palabras.

Dijo:

¿Encontrarte en un mundo de autómata celular? ¿No te referirás al Autoverso…?

—Claro que no. No hay ninguna posibilidad de traducir un humano a la bioquímica del Autoverso.

—¿Entonces qué?

—Hay un autómata celular llamado TVC. Por Turing, Von Neumann y Chiang. Chiang lo completó allá por el 2010; es una versión más popular y elegante de la obra de Von Neumann de los años cincuenta del siglo pasado.

María asintió incierta; había oído hablar de todo eso, pero no era su campo. Sabía que John von Neumann y sus estudiantes habían desarrollado un autómata celular bidimensional, un universo simple en el que podían colocar un conjunto elaborado de celdillas —algo como «máquinas» de Lego— que actuaban simultáneamente como constructores y ordenadores universales. Dado el programa adecuado —una serie de celdillas que se interpretaban como código de instrucciones y no como parte de la máquina—, podía realizar cualquier cálculo y construir cualquier cosa. Incluida otra copia de sí mismo, que a su vez podía construir otra y así indefinidamente. Podían aparecer indefinidamente Pequeños ordenadores autorreplicantes de juguete.

Ella dijo:

—La versión de Chiang era tridimensional, ¿no?

—Mucho mejor. N-dimensional. Cuatro, cinco, seis, lo que quieras. Eso deja espacio suficiente para que los datos se coloquen cerca. En dos dimensiones, la máquina original de Von Neumann tenía que ir más y más lejos —y esperar más y más— por cada bit de datos sucesivo. En un autómata TVC de seis dimensiones, puedes tener una rejilla de tres dimensiones de ordenadores, que se expande indefinidamente, cada uno de ellos con su propia memoria tridimensional, que también puede crecer sin límites.

María habló como entumecida.

—¿Dónde se supone que vas a encajar ? Si creías que traducir la bioquímica humana a términos del Autoverso es difícil, ¿cómo vas a mapearte a ti mismo en un mundo de seis dimensiones diseñado simplemente para máquinas Von Neumann?

—El universo TVC es un enorme cluster de procesadores en continua expansión. Ejecutará una Copia de mí…

—¡Pensaba que la idea era deshacerse de las Copias!

—… en un ambiente de RV que me permitirá interactuar con el nivel de TVC. Sí, seré una Copia, como siempre, no hay alternativa, pero también estaré conectado al autómata celular en sí mismo. Observaré su funcionamiento, experimentaré sus leyes. Observándolo, lo convertiré en parte de lo que debe ser explicado.

»Y cuando el universo TVC simulado que se ejecuta en el ordenador físico sea apagado súbitamente, la mejor explicación para lo que habré observado será la continuación de ese universo; una extensión hecha de polvo.

María casi podía verlo: un vasto enrejado de ordenadores, una semilla de orden en el mar caótico del ruido, extendiéndose momento a momento por la fuerza de su lógica interna, «acumulando» los elementos de construcción necesarios del caos del no espacio-tiempo, por medio del acto de definir el espacio y el tiempo.

Pero visualizar no era creer.

—¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Por qué no otro paciente psiquiátrico que cree que fue, brevemente, una Copia ejecutada en autómata TVC que se ejecutaba en un cluster de procesadores de otro mundo?

—Fuiste tú la que invocaste la navaja de Occam. ¿No dirías que un universo TVC auto contenido es una explicación de lejos mucho más simple?

—No. Es la cosa más grotesca que puedo imaginar.

—Es mucho menos grotesco que otra versión más de este universo, conteniendo otra versión más de mí, con otro conjunto más de delirios convenientes.

—¿Cuántos de tus clientes creen esto? ¿Cuántos creen haberse apuntado al viaje?

—Quince. Y hay otro más que creo que está tentado.

—¿Han pagado…?

—Unos dos millones de euros —gruñó—. Es bastante divertida la importancia que le da la policía. Algunas grandes sumas de dinero cambian de manos, por razones más complejas de lo normal, y asumen que debo de estar haciendo algo ilegal. Vamos, se sabe de billonarios que han hecho donaciones mayores a la Iglesia del Dios que No Representa Ninguna Diferencia. Ninguno de los míos —se apresuró a añadir.

María estaba teniendo problemas propios con la escala de las cosas.

—¿Has encontrado a quince Copias dispuestas a desprenderse de su dinero después de oír esa mierda? Cualquiera que sea tan crédulo merece perder su dinero.

Durham no se ofendió.

—Si fueses una Copia, también creerías la teoría del polvo. Sentirías su realidad en tus huesos inexistentes. Algunas de esas personas realizaron los mismos experimentos que yo, calculándose a sí mismos en fragmentos caóticos, pero otras no lo necesitaron. Ya sabían que podían esparcirse a sí mismos a través del espacio y el tiempo, y aun así encontrarse a sí mismos. Cada Copia se demuestra a sí misma la teoría del polvo un millón de veces al día.

De pronto se le ocurrió a María que Durham podría haberse inventado todo aquello sólo para ella, mientras que le había contado a sus clientes exactamente lo que Hayden había supuesto: alguna historia fraudulenta pero sin nada de metafísica sobre un superordenador oculto. Pero no podía ver qué ganaría él confundiéndola… y ahora demasiados detalles tenían demasiado sentido. Si sus clientes habían aceptado aquella visión alocada, se desvanecía el problema de hacerles creer en superordenadores inexistentes. O al menos pasaba de ser una cuestión de pruebas a ser una cuestión de fe.

—¿Has prometido colocar una instantánea de cada uno de tus «promotores» en la configuración del jardín del Edén, junto con el software necesario para ejecutarlos en la TVC? —preguntó María.

—Eso y más —dijo Durham con orgullo—. Las bibliotecas más importantes del mundo; no todo el material, pero unos diez millones de ficheros, textos, audios, vídeos, interactivos, sobre cualquier tema concebible. Bases de datos demasiado numerosas para listarlas, incluyendo todos los genomas mapeados. Software: sistemas expertos buscadores de datos, meta programadores. Miles de ambientes de desiertos, junglas, arrecifes de coral, Marte y la Luna. Y le he encargado a Malcolm Carter, nada menos, que cree una ciudad importante que sirva como lugar de reunión: Ciudad Permutación, capital del universo TVC.

»Y, por supuesto, estará tu contribución: la simiente de un mundo alienígena. Con el tiempo la humanidad encontrará otra vida en este universo. ¿Cómo podríamos renunciar a la esperanza de hacer lo mismo? Claro, tendremos nuestros descendientes de software, y animales terrestres recreados, y sin duda también criaturas nuevas completamente creadas. No estaremos solos. Pero, aun así, necesitamos la posibilidad de encontrarnos con el Otro. No debemos dejar atrás esa posibilidad. ¿Y qué podría ser más alienígena que la vida de Autoverso?

María tenía la piel de gallina. La lógica de Durham era impecable; un universo TVC en continua expansión, con potencia nueva de ordenador fabricándose de la nada en todas direcciones, «sería» con el tiempo lo suficientemente grande para ejecutar el planeta del Autoverso, o incluso todo el sistema planetario. La versión empaquetada del Planeta Lambert —la descripción comprimida, con sus sumarios topográficos en lugar de montañas y ríos de verdad— podía encajar perfectamente en la memoria de un ordenador real. Luego la Copia de Durham podría simplemente esperar a que la rejilla TVC fuese lo suficientemente grande —o ponerse en pausa, para ahorrarse la espera y hacer que todo se desarrollase.

—He estado trabajando en el software que ejecutará los primeros momentos del universo TVC en el ordenador del mundo real —dijo Durham—. Probablemente lo pueda acabar yo mismo. Pero no puedo completar el trabajo del Autoverso sin ti, María.

Ella se rió mordaz.

¿Quieres que siga trabajando para ti? Me mentiste. Hiciste que la División de Fraude me visitase. Confiesas un historial de enfermedad mental. Me dices que eres la vigésimo tercera encarnación de un millonario al por menor de un universo paralelo…

—Creas lo que creas sobre la teoría del polvo, y creas lo que creas sobre mi salud psicológica, puedo demostrarte que no soy un criminal. Mis promotores te lo garantizarán; todos saben para qué se está usando su dinero. Ninguno de ellos es víctima de un fraude.

—Eso lo acepto. Es sólo…

—Entonces acepta el pago. Termina el trabajo. Sea lo que sea lo que la policía te dijo, tienes todo el derecho al dinero, y yo tengo todo el derecho a dártelo. Nadie va a llevarte a los tribunales, nadie va a meterte en la cárcel.

María estaba nerviosa.

—Un momento, un momento. ¿Vas a darme la oportunidad de pensar?

La completa racionalidad de Durham estaba empezando a ser tan agotadora como la retórica apasionada de cualquier fanático evidente. Y habían cambiado tantas cosas en la última media hora que no había tenido la oportunidad de siquiera empezar a reexaminar su propia situación: legal, financiera… y moral.

—¿Por qué no le cuentan todo esto tus patrocinadores a la policía? Si pueden confirmarme tu historia, ¿por qué no pueden hacer lo mismo con la policía? Negándose a hablar, alimentan las sospechas.

Durham estuvo de acuerdo.

—Dímelo a mí. Hace que todo sea diez veces más difícil… pero tendré que vivir con ello. ¿Crees que se arriesgarían a que la verdad fuese de dominio público? Ya ha habido algunas filtraciones embarazosas; pero hasta ahora hemos podido embarrar las aguas extendiendo nuestra propia desinformación. Copias con el control de facto de imperios financieros de miles de millones de dólares preferirían que la gente los relacione con algún dudoso vendedor y su avanzado superordenador, y así hacer que el rumor muera por falta de sustancia, antes que permitir que el mundo sepa que planean enviar clones a un universo artificial que se ejecuta sin hardware. El mercado de acciones puede ponerse muy nervioso cuando la gente empiece a preguntarse si ciertos directores de empresa se han dedicado a jugar a Calígula virtual en su tiempo libre. Si se supiese que una Copia en situación de poder ha hecho algo que pudiese interpretarse como un signo de que ya no se siente obligada a preocuparse lo más mínimo por sus responsabilidades corporativas, su fortuna personal, o la existencia futura del Planeta Tierra…

María fue hasta la ventana. Estaba abierta, pero el aire exterior estaba tranquilo; de pie junto a la pantalla para insectos podría haber estado al lado de un muro de ladrillos. Había personas discutiendo en voz alta en el piso de arriba; acababa de darse cuenta.

Cuando Durham se había puesto en contacto con ella por primera vez, se había preguntado, medio en serio, si no se estaría aprovechando de un hombre que ya no estaba en posesión de todas sus facultades Ahora, ya no podía desechar esa idea como un insulto hipócrita a un colega excéntrico. No era ya un asunto de un fanático de la vida artificial con más dinero que cerebro. Un expaciente psiquiátrico planea gastar treinta millones de dólares del dinero de otra gente para «probar» su propia locura… guiando a los clones de sus seguidores a un paraíso cibernético que duraría alrededor de veinte segundos. Coger parte se parecía un poco a encargarse del catering de la masacre de Jonestown.

Durham dijo:

—Si no aceptas terminar la semilla de la biosfera, ¿con quién voy a reemplazarte? No hay nadie más que siquiera pudiese empezar a entender lo que hay en juego.

María lo miró con severidad.

—No empieces a adularme. Y tampoco te engañes con la semilla. Pediste un paquete de datos persuasivos, y eso es lo que vas a recibir… incluso si acabo el trabajo. Si cuentas con que los habitantes del Planeta Lambert se levantarán sobre sus cuartos traseros y te hablarán… no puedo garantizar que eso sucederá incluso si la ejecutas un billón de veces. Deberías haber simulado la bioquímica del mundo real. Al menos está claro que la vida inteligente puede surgir en ese sistema… supuestamente tendrás la potencia informática para hacerlo.

Durham dijo razonablemente:

A. lamberti parecía más simple y segura. Cualquier organismo del mundo real, modelado a nivel subatómico, sería un programa demasiado grande para probarlo por adelantado en un ordenador físico. Y es demasiado tarde para cambiar de opinión e intentar otra cosa. Yo no puedo hacer que salga bien… atrapado en el universo TVC, con muchos libros y revistas, pero sin los conocimientos de un experto para hacerlo funcionar.

María sintió un escalofrío recorriéndola; cada vez que pensaba que había aceptado la seriedad con que Durham se tomaba su locura, él le daba una respuesta como aquélla, que se la echaba otra vez en cara.

—Bien, la vida del Autoverso podría resultar ser inútil —dijo María—. Podrías tener a la A. hydrophila produciendo mutaciones inútiles, generación tras generación, sin nada que hacer para arreglarlo.

Durham pareció estar a punto de contestar, pero se detuvo. María sintió de nuevo el escalofrío, al principio sin saber por qué. Un segundo más tarde, lo miró, indignada, tan furiosa como si lo hubiese pedido directamente.

No estaré allí para arreglarlo para ti.

Durham tuvo la gracia de parecer intimidado, momentáneamente… pero en lugar de negar que la idea se le hubiese pasado por la cabeza, dijo:

—Si no crees en la teoría del polvo, ¿qué importancia tendría para ti si hay un fichero de escán tuyo en los datos del jardín del Edén?

—No quiero una Copia de mí despertándose y viviendo durante unos segundos subjetivos, ¡sabiendo que va a morir!

—¿Quién ha hablado de despertar? Ejecutar una Copia en una rejilla TVC simulada es una operación que requiere mucha potencia informática. No podemos permitirnos despertar más de una Copia mientras todavía esté ejecutándose en un ordenador físico. La mía. En lo que a ti respecta, tu fichero de escán nunca se usará para construir una Copia; los datos simplemente estarán allí, completamente inertes. Y estarás sentada fuera en la terminal, observando toda la operación, asegurándote de que mantengo mi palabra.

María estaba escandalizada… aunque le llevó un segundo recorrer toda la enfurecedora lógica de Durham para encontrar una diana.

—¿Y tú, seguro de que acabaré despertando, me llevarías allí contento y habiendo usado pretensiones falsas?

Durham pareció genuinamente desconcertado por la acusación.

—¿Pretensiones falsas? Te he dado todos los hechos, y he defendido mi caso tan bien como he podido; no es culpa mía si no me crees. ¿Se supone que debo sentirme culpable por tener razón?

María empezó a responder, pero entonces la afirmación le pareció demasiado ridícula para seguirla.

—No importa —dijo—. No tendrás la oportunidad de sentirte de ninguna forma, porque no voy a ofrecerte un fichero de escán.

Durham inclinó la cabeza.

—Es tu decisión.

María se abrazó. Realmente estaba temblando ligeramente. Pensó: ¿tengo miedo de explotarle? Si lo que está haciendo es realmente legítimo… termina el trabajo, coge el dinero. Su Copia va a pasar unos pocos segundos creyendo que se dirige al Cielo de las Copias… y eso va a suceder sin que importe lo que yo haga. Los quince clones estarán dormidos mientras sucede, como si nunca hubiesen sido hechos. No es Jonestown.

Durham dijo:

—Los honorarios serán seiscientos mil dólares.

María dijo:

—No me importa si son seiscientos millones —quería gritar, pero las palabras se convirtieron en un susurro.

Seiscientos mil dólares sería suficiente para salvar la vida de Francesca.