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(Hombre de trapo, imagínalo)[4]

JUNIO 2045

Paul sintió una mano que le agarraba el brazo. Intentó soltarse, pero el brazo apenas se movió, y el hombro le empezó a doler terriblemente. Abrió los ojos, luego los volvió a cerrar dolorido. Lo intentó de nuevo. Al quinto o sexto intento, consiguió apreciar un rostro a través de la intensa luz y las lágrimas.

Elizabeth.

Ella le llevó una taza a los labios. Él tomó un sorbo, resopló y se atragantó, pero se las arregló para lograr que parte del líquido claro y dulce bajase.

—Vas a ponerte bien. Cálmate —le dijo Elizabeth.

—¿Por qué estás aquí? —tosió, agitó la cabeza, deseó no haberlo hecho.

Estaba emocionado, pero confuso. ¿Por qué le había mentido su original, afirmando que ella quería apagarlo, cuando de hecho sentía simpatía suficiente para pasar por el arduo proceso de visitarle?

Estaba tendido en algo similar a un sillón de dentista, en una habitación que no conocía. Vestía una bata de hospital; tenía puesto el gota a gota en el brazo derecho y un catéter en la uretra. Levantó la vista para ver el casco de interfaz, un enorme hemisferio de inductores magnéticos de corriente en los axones, suspendido de un caballete no muy por encima de su cabeza. Él pensó: es justo, construir un lugar de encuentro simulado que tenía el aspecto de la habitación en la que debía estar su cuerpo real. Pero ponerle a él en el sofá y darle todos los síntomas de un visitante que se despierta parecía un poco extremo.

Dio golpecitos en el sofá con la mano izquierda.

—¿Cuál es el mensaje? ¿Quieres que sepa exactamente lo que estás pasando? Vale, te estoy agradecido. Y me alegra verte —tembló con el alivio y el impacto retrasado—. Es fantástico, para serte sincero —rió con debilidad—. Pensaba seriamente que ibas a borrarme. Ese tipo es un completo lunático. Créeme, estás hablando con su mitad buena.

Elizabeth colgaba de un taburete a su lado. Le dijo:

—Paul. Intenta escuchar atentamente lo que voy a decirte. Empezarás a reintegrar gradualmente los recuerdos por ti mismo, pero te ayudará si te lo cuento todo primero. Para empezar, no eres la Copia. Eres de carne y hueso.

Paul tosió, con el paladar con sabor a ácido. Durham le había permitido a Elizabeth hacerle algo terrible al modelo de su sistema digestivo.

—¿Soy de carne y hueso? ¿Qué clase de broma sádica es ésta? ¿Sabes lo difícil que ha sido aceptar la verdad?

Ella dijo pacientemente:

—No es una broma. Sé que todavía no lo recuerdas, pero… después de que realizases el escán de lo que iba a ser la Copia número cinco, me dijiste finalmente lo que ibas a hacer. Y te persuadí de que no la ejecutases… hasta que hubieses probado otro experimento: ponerte en su lugar. Descubrir, de primera mano, por lo que se vería obligada a pasar.

»Y aceptaste. entraste en el ambiente virtual que hubiese habitado la Copia… con los recuerdos desde el día del escán suprimidos, de forma que no pudieses saber que sólo eras un visitante.

—¿Yo…?

Tú no eres la Copia. ¿Entiendes? Todo lo que has hecho es visitar el ambiente que habías preparado para la Copia número cinco. Y ahora estás fuera. Estás de vuelta en el mundo real.

El rostro de Elizabeth no mostraba ningún signo de engaño… pero el software podía ocultar cosas así. Él dijo:

—No te creo. ¿Cómo puedo ser el original? Hablé con el original. ¿Qué se supone que debo creer? ¿Él era la Copia? ¿Pensando que era el original?

—Claro que no. Eso no hubiese sido justo con la Copia, ¿no? El quinto escán nunca se ejecutó. Yo controlaba el muñeco que interpretaba a tu «original»: un software daba el vocabulario y el lenguaje gestual, pero yo manejaba los hilos. Me diste instrucciones, antes, sobre lo que debía decir y hacer. Lo recordarás, pronto.

—Pero… ¿los experimentos?

—Los experimentos eran un fraude. No podrían haberse realizado sobre un visitante, en un cerebro vivo, ¿eh?

Paul negó con la cabeza y murmuró:

—Abulafia.

No apareció ninguna ventana de interfaz.

Agarró el sofá y cerró los ojos, luego se rió.

—¿Dices que estuve de acuerdo con esto? ¿Qué clase de masoquista haría algo así? Me estoy volviendo loco. No sé quién soy.

Elizabeth volvió a agarrarle el brazo.

—Estás desorientado, pero no te durará mucho. Y sabes por qué estuviste de acuerdo. Estabas cansado de que las Copias saltasen. Tenía que reconciliarte con la experiencia. Pasar un par de días creyendo que eras una Copia reforzaría o destruiría el proyecto: o acabaría, preparado psicológicamente, al fin, para producir una Copia que pudiese aceptar su destino… o ganarías simpatía suficiente hacia sus sufrimientos para dejar de crearlas.

»El plan era contártelo todo mientras todavía estuvieses dentro después del tercer experimento. Pero cuando te portaste tan raro, me asusté. Todo lo que pude pensar fue hacer que el muñeco que te interpretaba te dijese que iba a detenerte. No intentaba asustarte. No pensaba que te lo tomases tan mal.

Un técnico entró en la habitación y retiró el gota a gota y el catéter. Paul se sentó y miró por las ventanas de las puertas dobles de la habitación; podía ver media docena de personas en el pasillo. Gritó sin palabras con todas sus fuerzas; todos se volvieron para mirarlo. El técnico dijo con amabilidad:

—Puede que le escueza el pene durante una hora o dos.

Paul se dejó caer sobre el sofá y se volvió hacia Elizabeth.

—Tú no pagarías por una multitud reactiva. Yo no pagaría por una multitud reactiva. Parece que dices la verdad.

Gente, gloriosa gente: miles de extraños, mirándolo a los ojos con intriga o sospecha, cediéndole el paso en la calle… o, más a menudo negándose conscientemente a hacerlo. La libertad de la ciudad era tan dulce. Caminó por las calles de Sydney durante todo un día, redescubriendo cada horrible centro comercial, cada parque y callejón lleno de basura y de olor a meados, hasta que, con los pies doloridos, se abrió camino a casa por las horas más ajetreadas, para ver las noticias en tiempo real.

No quedaba espacio para la duda: no estaba en un ambiente virtual. Nadie en el mundo tendría razones para gastar tanto dinero en engañarle.

Cuando Elizabeth le preguntó si habían vuelto los recuerdos, él asintió y dijo que por supuesto. Ella no le pidió detalles. De hecho, habiendo repasado tantas veces en la cabeza la historia que Elizabeth le había contado, casi podía imaginar los pasos: sus dudas después del quinto escán; retrasar repetidamente la ejecución del modelo; aceptar el desafío de experimentar por sí mismo lo que sufrían las Copias.

Y si los recuerdos suprimidos no se habían reintegrado, bien, lo había comprobado en la literatura y había un riesgo del dos con cinco por ciento de que eso sucediese; censurar electrónicamente el acceso a los recuerdos podía en ocasiones debilitar las conexiones neuronales en que estaban codificadas.

Incluso tenía una cuenta del servicio de bases de datos que mostraba que ya había consultado esos artículos antes.

Releyó y reejecutó las noticias a las que había accedido desde el interior, y no encontró ninguna discrepancia. Repasó bases de datos enciclopédicas —comprobando datos al azar de historia, geografía, astronomía— y aunque se sorprendió de vez en cuando ante detalles que no había conocido antes, no había ninguna contradicción sorprendente. Los continentes no se habían desplazado.

Las estrellas y los planetas no se habían desvanecido. Las mismas guerras se habían luchado y perdido.

Todo era consistente. Todo era explicable.

Y, sin embargo, no podía dejar de preocuparse del destino de una Copia que había sido apagada y no había vuelto a ser ejecutada. Una muerte humana normal era una cosa: entremezclada en un tapiz más vasto es un proceso que tenía todo el sentido. Desde el punto de vista interno de una Copia cuyo modelo era simplemente detenido, no había ninguna explicación para la desaparición; sólo un borde en el que la estructura de pronto se detenía.

Pero si las percepciones que había ganado de los experimentos eran ciertas (hubiesen sucedido o no)… si una Copia podía recomponerse a sí misma a partir del polvo disperso por el mundo, y colmar los vacíos en su existencia con el polvo disperso por el universo… ¿entonces por qué iba a terminar con un final inconsistente? ¿Por qué no podía la estructura seguir encontrándose a sí misma?

¿O encontrar una estructura mayor con la que fundirse?

La teoría del polvo implicaba un número incontable de mundos alternativos: miles de millones de posibles historias diferentes deletreadas con el mismo alfabeto de la sopa primordial. Una historia en la que Durham ejecutó la Copia número cinco… y una en la que no lo hizo sino que se le convenció para ocupar su lugar como visitante.

Pero si el visitante había sido engañado perfectamente, y había experimentado todo lo que había experimentado la Copia… ¿qué los distinguía? Siempre que el hombre de carne y hueso no tuviese forma de conocer la verdad, no tenía sentido hablar de «dos personas diferentes» en «dos mundos diferentes». Las dos estructuras de ideas y percepciones se habían fundido efectivamente en una.

Si se hubiese permitido que la Copia siguiese ejecutándose después de que el visitante supiese que era de carne y hueso, sus dos caminos hubiesen divergido de nuevo. Pero la Copia había sido apagada; no tenía futuro en su mundo original, ninguna vida separada que vivir.

Así que las dos historias subjetivas seguían siendo una. Paul había sido un visitante que creía ser una Copia. Y también había sido la Copia. Las estructuras se habían fundido perfectamente; no había forma de decir que una historia era real y la otra falsa. Las dos explicaciones eran igualmente válidas.

En una ocasión, preparándose para ser escaneado, había tenido dos futuros.

Ahora tenía dos pasados.

Paul se despertó en la oscuridad, confundido durante un momento, luego sacó el brazo de debajo de la almohada y miró el reloj. Sensores infrarrojos en la esfera del reloj detectaron su mirada e iluminaron la hora… seguida de un recordatorio: EN LANDAU A LAS 7 AM. Apenas eran después de las cinco, pero parecía que no valía la pena volver a dormirse.

Los recuerdos de la noche anterior volvieron a él. Finalmente Elizabeth se había enfrentado a él, preguntándole a qué decisión había llegado: abandonar la labor de su vida, o seguir adelante, ahora que sabía, de primera mano, lo que implicaba.

Su respuesta parecía haberla decepcionado. Él no esperaba volver a verla.

¿Cómo podía rendirse? Sabía que nunca podría estar seguro de haber descubierto la verdad… pero eso no quería decir que alguien más no pudiese.

Si hacía una Copia, la ejecutaba durante algunos días virtuales, y luego la apagaba abruptamente… entonces al menos esa Copia sabría si su propia estructura de experiencia continuaba.

Y si otro Paul Durham en uno de los incontables mundos alternativos podía dar un futuro para la Copia apagada —una estructura con la que podía fundirse— entonces quizás ese Durham de carne y hueso podría repetir todo el proceso de nuevo.

Y otra vez, y otra, y otra.

Y aunque la unión siempre sería perfecta, la «explicación» para que el humano de carne y hueso creyese que tenía un segundo pasado como Copia sería necesariamente cada vez más «extraña», menos convincente… y la teoría del polvo sería cada vez más persuasiva.

Paul se quedó tendido en la oscuridad, esperando la salida del sol, mirando al futuro por un pasillo de espejos.

Una cosa le molestaba. Podría haber jurado que había tenido un sueño, justo antes de despertarse: una fábula elaborada, que le traía algún tipo de percepción. Era todo lo que sabía… o creía que sabía. Los detalles colgaban enloquecedoramente al borde del recuerdo.

Sus sueños eran evanescentes, y no esperaba recordar nada más.