(Rasga, ata, corta hombre de trapo)
JUNI0 2045
Paul bajó las escaleras, y dio vueltas al edificio un par de veces, no esperando más que olvidarse de sí mismo durante un rato. Estaba cansado de tener que pensar en qué era cada minuto que estaba despierto. Las calles alrededor del edificio eran muy familiares, no lo bastante para engañarle, pero al menos lo suficiente para poder tomarse a sí mismo por supuesto.
Era difícil separar los hechos de los rumores, pero había oído que incluso los gigáricos tendían a vivir en ambientes relativamente mundanos, prefiriendo el realismo a las fantasías de poder. Unos pocos modelos-de-sicóticos aparentemente se habían establecido como dictadores en palacios opulentos, con sirvientes por todas partes, pero la mayoría de las Copias buscaba una ilusión de continuidad. Si deseabas convencerte desesperadamente de que tú eras la misma persona que decían tus recuerdos, lo peor que podías hacer era pavonearte en una antigüedad virtual (con facilidades) fingiendo ser Cleopatra o Ramsés II.
Paul no creía «ser» su original. Sabía que no era más que una nube de datos ambiguos. El milagro era que fuese capaz de creer que existía.
¿Qué le daba el sentido de la identidad?
Continuidad. Consistencia. Ideas siguiendo a ideas en una estructura coherente.
¿Pero de dónde venía esa coherencia?
En un humano, o una Copia ejecutada de la manera habitual, la física de los cerebros u ordenadores hacía que el estado mental en un momento determinado tuviese influencia directa sobre el estado mental siguiente. La continuidad era simplemente una cuestión de causa y efecto; lo que pensabas en el momento A afectaba a lo que pensabas en el momento B, que afectaba a lo que pensabas en el momento C…
Pero cuando su tiempo subjetivo estaba desordenado, el flujo de causa y efecto en el interior del ordenador no tenía ninguna relación con el flujo de su experiencia; entonces ¿cómo podía ser una parte esencial de él? Cuando el programa deletreaba su vida como DBCEA, pero todavía la sentía exactamente como ABCDE… entonces seguro que la estructura lo era todo, y que la causa y el efecto eran irrelevantes. Igualmente toda la experiencia podría haber sido producto del azar.
Supongamos que un ordenador intencionadamente estropeado estuviese durante mil años, o más, cambiando de estado a estado en una confusión de ruido eléctrico. ¿Podría alcanzar la consciencia?
En tiempo real, la respuesta era: probablemente no; al ser tan pequeña la probabilidad de que algún tipo de coherencia apareciese al azar. Pero el tiempo real era sólo un posible marco de referencia; ¿qué pasaría en todos los demás? Si los estados por los que la máquina pasaba pudiesen ser reordenados arbitrariamente en el tiempo, entonces ¿quién sabía qué tipo de orden elaborado podría emerger del caos?
Paul se detuvo. ¿Era fatuo? ¿Tan absurdo como insistir en que toda habitación llena de monos llegaba realmente a teclear las obras completas de Shakespeare, sólo que ponían las letras en un orden ligeramente diferente? ¿Tan ridículo como afirmar que todo trozo de roca lo suficientemente grande contenía el David de Miguel Ángel, y que todo almacén lleno de pintura y lienzo contenía todas las pinturas de Rembrandt y Picasso, no en forma meramente latente a la espera de algún falsificador habilidoso que los reordenase, sino solamente en virtud de la redefinición potencial de las coordenadas del espacio tiempo?
Para una estatua o una pintura, sí, era un chiste. ¿Dónde estaba el observador que percibía la pintura en contacto con el lienzo, que veía la figura de piedra adecuadamente delineada en el aire?
Pero si la estructura no era un objeto aislado, sino un mundo autocontenido, junto con al menos un observador capaz de unir los puntos desde el interior…
No había duda de que era posible. Él lo había hecho. En la prueba final del segundo experimento, se había ensamblado a sí mismo y a lo que le rodeaba —sin esfuerzo— a partir del polvo de momentos esparcidos al azar, a partir de aparente ruido blanco en el tiempo real. Cierto, lo que el ordenador había hecho había sido arreglado con la garantía de que contuviese sus ideas y percepciones codificadas en cálculos aparentemente sin propósito. Pero dada una colección lo suficientemente grande de números realmente al azar, no había razón para pensar que no incluyese, simplemente por accidente, estructuras ocultas tan complejas y coherentes como las que le formaban a él.
¿Y esas estructuras, por desordenadas que estuviesen en el tiempo real, serían conscientes de sí mismas, tal como él había sido consciente, y serían capaces de reunir las piezas de su propio mundo subjetivo, tal y como él lo había hecho?
Paul regresó al apartamento, luchando contra una sensación de mareo e irrealidad. Vaya con olvidarse a sí mismo; se sentía más cargado que nunca con la verdad de su extraña naturaleza.
¿Todavía quería saltar? No. ¡No! ¿Cómo podría declarar que se despertaría feliz y se olvidaría de sí mismo —despertarse para «recuperar» su vida— cuando estaba empezando a vislumbrar respuestas a preguntas que su original nunca se había atrevido a formular?