7

(No remitir la escasez)

NOVIEMBRE 2050

—¿De doce a dieciocho meses? ¿Están seguros?

Francesca Deluca dijo secamente:

—¿Qué puedo decir? Hicieron un modelo.

María hizo lo posible por parecer en calma.

—Hay mucho tiempo. Haremos que te escaneen. Juntas conseguiremos el dinero. Puedo vender la casa y pedirle prestado algo a Aden.

Francesca sonrió pero negó con la cabeza.

—No, querida —tenía el pelo más gris que la última vez que María la había mirado en serio, la última vez que había evaluado conscientemente su apariencia, pero no mostraba ningún signo evidente de mala salud—. ¿Qué sentido tendría? Incluso si eso fuese lo que quiero, que no lo es, ¿qué sentido tendría un escán que no iba a ejecutarse nunca?

—Se ejecutará. La potencia informática será más barata. Todo el mundo cuenta con eso. Miles de personas tienen ficheros de escán esperando…

—¿Cuántos cadáveres congelados han sido revividos?

—No es lo mismo.

—¿Cuántos?

—Físicamente, ninguno. Pero se han escaneado algunos…

—Y han resultado no ser viables. Todos los interesantes, los famosos, los dictadores, sufren daño cerebral, y a nadie le importa el resto.

—Un fichero de escán no es ni parecido a un cadáver congelado. Nunca te convertirás en no viable.

—No, pero igualmente nunca valdrá la pena traerme a la vida.

María la miró enfadada.

Yo te traeré de vuelta a la vida. ¿O no crees que alguna vez tenga el dinero?

Francesca dijo:

—Quizá lo tengas. Pero no van a escanearme, así que olvídalo.

María se encorvó sobre el sofá, sin saber cómo sentarse, o sin saber dónde colocar las manos. La luz del sol entraba en la habitación a chorros, obscenamente brillante, revelando cada partícula de pelusa sobre la alfombra; tuvo que controlarse para no levantarse y cerrar las persianas. ¿Por qué no se lo había dicho Francesca por teléfono? Todo esto hubiese sido mil veces más fácil por teléfono.

Dijo:

—Vale, no vas a escanearte. Alguien en este mundo estará haciendo nanomáquinas para el cáncer de hígado. Incluso algunas experimentales.

—No para este tipo de célula. No es uno de los oncogenes comunes, y nadie está seguro de cuáles son los marcadores de superficie de la célula.

—¿Y? Pueden descubrirlo, ¿no? Pueden echar un vistazo a las células, identificar los marcadores y modificar las nanomáquinas existentes. Toda la información que necesitan está en tu cuerpo. —María imaginó las proteínas mutantes que permitían la metástasis atravesando la pared celular, destacadas en un ominoso amarillo.

Francesca dijo:

—Con suficiente tiempo, dinero y habilidad, estoy segura de que sería posible… pero tal y como está, nadie planea hacerlo en los próximos dieciocho meses.

María empezó a temblar. Le llegaba en oleadas. No hizo ni un ruido; se limitó a quedarse sentada y esperar a que se le pasase.

Al fin dijo:

—Debe de haber drogas.

Francesca asintió.

—Tomo medicación para reducir el crecimiento del tumor primario, y limitar la futura metástasis. Un trasplante no tendría sentido; y tengo demasiados tumores secundarios; un fallo de hígado es la menor de mis preocupaciones. Hay drogas citotóxicas generales que podría tomar, y siempre está la terapia de radiación… pero no creo que los beneficios compensen los efectos secundarios.

—¿Quieres que me quede contigo?

—No.

—No me causará problemas. Sabes que puedo trabajar desde cualquier sitio.

—No es necesario. No voy a convertirme en una inválida.

María cerró los ojos. No podía imaginarse sintiéndose de esa forma durante una hora más, y menos durante un año. Cuando su padre había muerto de un ataque al corazón, tres años antes, se había prometido a sí misma que reuniría el dinero para escanear a Francesca en su sesenta cumpleaños. No estaba ni cerca de ese objetivo. La Jodí. Malgasté el tiempo. Y ahora es casi demasiado tarde.

Pensando en voz alta, dijo:

—Quizá consiga algún trabajo en Seúl.

—Pensaba que habías decidido no ir.

María la miró, sin comprender.

¿Por qué no quieres que te escaneen? ¿De qué tienes miedo? Yo te protegeré, haré lo que pidas. Si no quieres ser ejecutada hasta que no se elimine la ralentización, esperaré. Si quieres despertar en un cuerpo físico, un cuerpo orgánico, esperaré.

Francesca sonrió.

—Sé que lo harías, querida. Eso no es lo importante.

—Entonces ¿qué es lo importante?

—No quiero discutirlo.

María estaba desesperada.

—No discutiré. ¿Pero puedes decírmelo? ¿Por favor?

Francesca cedió.

—Escucha, tenía treinta y tres años cuando se realizó la primera Copia. Tú tenías cinco años, tú creciste con la idea, pero yo no… todavía es demasiado extraño. Es algo que hacen los ricos excéntricos, al igual que solían congelar sus cadáveres. Para mí, gastar cientos de miles de dólares por la posibilidad de ser imitada por un ordenador después de mi muerte es simplemente… una farsa. No soy una millonaria excéntrica, no quiero gastar mi dinero, o el tuyo, construyendo una especie de… monumento parlanchín a mi ego. Todavía me queda algo de sentido de la proporción —miró suplicante a María—. ¿Eso ya no cuenta para nada?

—No serías imitada. Serías tú.

—Sí y no.

—¿Qué se supone que significa eso? Siempre me habías dicho que creías…

—Creo que las Copias son inteligentes. Simplemente no diría que son, o no son, «la misma persona» que la persona en que se basaron. No hay respuesta correcta y equivocada ante eso; es una cuestión de semántica, no una cuestión de verdad.

»Lo importante es que ahora mismo tengo una sensación de quién soy… cuáles son mis límites… y no incluyen una Copia de mí, ejecutada en algún momento del indefinido futuro. ¿Puedes entenderlo? Ser escaneada no hará que me sienta mejor sobre la muerte. No importa lo que piense una Copia mía, si alguna se ejecuta alguna vez.

María dijo enfadada:

—Eso es ser perversa. Eso es tan estúpido como… decir cuando tenías treinta años, «no puedo imaginarme a los cincuenta, una mujer de esa edad no sería yo». Y luego suicidarte porque no hay nada que perder sino esa mujer vieja, y ella no está dentro de tus «límites».

—Pensaba que habías dicho que no ibas a discutir.

María apartó la vista.

—Tú no solías hablar así. Tú eras siempre la que me decías que había que tratar a las Copias exactamente como a seres humanos. Si esa «religión» no te hubiese lavado el cerebro…

—La Iglesia del Dios que No Representa Ninguna Diferencia no tiene opinión sobre las Copias, en un sentido o en otro.

—No tiene opinión sobre ningún tema.

—Exacto. Así que mal puede ser culpa suya que no quiera ser escaneada, ¿no?

María se sentía enferma físicamente. Había evitado decir nada sobre ese tema durante casi un año; se había sentido asombrada y horrorizada, pero había intentado respetar la elección de su madre… y ahora veía que había sido una locura, una irresponsabilidad increíble. No te quedas a un lado y permites que alguien a quien amas, alguien que te dio tu comprensión del mundo, convierta su cerebro en pulpa.

Dijo:

—Es culpa suya, porque han socavado tu juicio. Te han metido tantas tonterías que ya no puedes pensar correctamente.

Francesca se limitó a mirarla desaprobadora. María sintió un ataque de culpa. ¿Cómo puedo hacérselo aún más difícil ahora? ¿Cómo puedes empezar a atacarla, cuando te acaba de decir que se muere? Pero no iba a rendirse ahora, tomar el camino fácil, ser «un apoyo».

—«¿Dios no representa ninguna diferencia… porque Dios es exactamente la razón de que todo sea exactamente como es?» —citó María—. Se supone que eso debe hacernos sentir satisfechos con el cosmos, ¿no?

Francesca negó con la cabeza.

—¿Satisfechos? No. Es simplemente una forma de eliminar viejas ideas, de una vez por todas, viejas ideas como la intervención divina, y la necesidad de algún tipo de prueba, o incluso fe, para poder creer.

María dijo.

—Entonces ¿qué necesitas? Yo no creo, así que ¿qué me estoy perdiendo?

—¿Creencia?

—Y un amor por las tautologías.

—No desprecies las tautologías. Es mejor basar una religión en las tautologías que en fantasías…

—Pero es peor que las tautologías. Es redefinir las palabras arbitrariamente, es como algo inventado por Lewis Carroll. O George Orwell. «Dios es la razón de todo… cualquiera que sea la razón». Así que lo que una persona cuerda llamaría las leyes de la física, vosotros habéis decidido llamar D-I-O-S… únicamente porque la palabra tiene todo tipo de resonancias históricas, todo tipo de connotaciones engañosas. Decís que no tenéis ninguna relación con las viejas religiones, entonces ¿por qué seguir empleando su terminología?

Francesca dijo:

—No negamos la historia de la palabra. Hemos roto con el pasado de muchas formas… pero también reconocemos nuestros orígenes. Dios es un concepto que la gente ha estado usando durante milenios. El hecho de que hayamos refinado la idea más allá de las supersticiones primitivas y los deseos no significa que no formemos parte de la misma tradición.

—Pero no habéis refinado la idea, ¡le habéis quitado el sentido! Con razón, pero parece que no lo entendéis. Habéis eliminado todas las estupideces evidentes, todo los antropomorfismos, todos los milagros, todas las oraciones respondidas, pero parece que no habéis notado que una vez hecho eso, ya no queda absolutamente nada a lo que llamar religión. La física no es teología. La ética no es teología. ¿Por qué pretender que lo son?

Francesca dijo:

—¿Pero no lo entiendes? Hablamos de Dios por la simple razón de que todavía queremos. Hay una profunda compulsión humana en usar esa palabra, ese concepto, en seguir mejorándolo más que eliminarlo, a pesar del hecho de que ya no signifique lo que significaba hace cinco mil años.

—¡Y sabéis perfectamente de dónde viene esa compulsión! No tiene nada que ver con un verdadero ser divino; es sólo producto de la cultura y la neurobiología… unos pocos accidentes de la evolución y la historia.

—Claro que sí. ¿Qué característica humana no tiene ese origen?

—Entonces ¿por qué rendirse a ello?

Francesca rió.

—¿Por qué entregarse a algo? El impulso religioso no es una especie de virus mental extraterrestre. No es, en su forma más pura, desnudo de todo contenido, el producto de un lavado de cerebro. Es parte de quién soy.

María puso la cara entre las manos.

—¿Lo es? Cuando hablas así no pareces ser tú.

Francesca dijo:

—¿Nunca le das las gracias a Dios cuando las cosas te van bien? ¿Cuando quieres pedirle fuerzas cuando las necesitas?

—No.

—Bien, yo sí. Incluso aunque sé que Dios no representa ninguna diferencia. Y si Dios es la razón de todo, entonces Dios incluye la necesidad de emplear la palabra Dios. Por tanto, siempre que obtengo fuerzas, o consuelo, o sentido de ese impulso, entonces Dios es la fuente de esa fuerza, ese consuelo, o ese sentido.

»Y si Dios, aunque no representa ninguna diferencia, me ayuda a aceptar lo que va a sucederme, ¿por qué tendría eso que ponerte triste?

En el tren de vuelta a casa, María se sentó al lado de un niño de unos siete años, que se movió nervioso durante todo el camino bajo los ritmos silenciosos de VMP —vídeo música participativa— inducida en los nervios. La inducción nerviosa se había desarrollado para tratar la epilepsia, pero ahora su uso más común parecía ser provocar los mismos síntomas que se suponía que aliviaba. Mirando de lado, podía ver cómo los ojos del muchacho se agitaban tras las gafas de espejo.

Al reducirse ligeramente el impacto de la noticia, María empezaba a ver las cosas con mayor claridad. Todo era realmente un asunto de dinero, no de religión. Ella quiere ser una mártir, para evitarme el tener que gastar ni un centavo. Todo lo demás es racionalización. Debe de haber recibido un montón de mierda arcaica de sus padres sobre las virtudes de no ser una «carga», no imponerse demasiado en la siguiente generación, no «arruinar los mejores años de sus vidas».

Había dejado la bicicleta en una taquilla de la Estación Central. Pedaleó a casa lentamente por entre el agradable tráfico del domingo, sintiéndose todavía alterada y agotada, pero con algo más de confianza, ahora que tenía una oportunidad de meditarlo. ¿De doce a dieciocho meses? Conseguiría el dinero en menos de un año. De alguna forma. Le demostraría a Francesca que podía soportar la carga… y una vez que lo hiciese, su madre podía dejar de inventar excusas.

En casa, puso algunas verduras a hervir, luego subió las escaleras y comprobó el correo. Había seis elementos bajo «Basura», cuatro bajo «Autoverso»… y nada bajo «Aburrido pero lucrativo». Desde su carta a Autoverse Review, casi cada uno de los suscriptores se había puesto en contacto con ella, con felicitaciones, peticiones de más datos, ofertas de colaboración, y algunas llamadas locas llenas de malentendidos y quejas. Su éxito con A. lamberti incluso había tenido su gran momento… una mención en una revista ligeramente menos especializada, Cellular Automaton World. Era un extraño anticlímax… y en cierta forma, le alegraba; ponía las cosas en perspectiva.

Tiró todo el correo basura con un gesto de la mano sobre la pantalla táctil, luego se sentó un momento mirando al icono de los mensajes del Autoverso, pensando en hacer lo mismo con ellos. Tengo que centrarme. Concentrarme en ganar dinero, y dejar de malgastar el tiempo en esta mierda.

Leyó el primer mensaje. Una chica adolescente de Kansas City quejándose de no poder duplicar los resultados de María, y luego procedía a explicar su propia y tortuosa versión del experimento. María paró y borró el fichero después de ver veinte segundos; ya había contestado largamente a una docena como aquél, y cualquier sentido de obligación que sintiese por la «comunidad del Autoverso» se había desvanecido en el proceso.

Al empezar a ejecutar el segundo mensaje, olió cómo algo se quemaba abajo, y de pronto recordó que el horno no tenía cerebro desde el viernes… Había que vigilarlo todo y ni siquiera podía apagar la cocina a control remoto. Elevó el volumen del terminal y se dirigió a la cocina.

Las espinacas eran un montón negruzco. Arrojó la sartén al otro lado de la estrecha habitación; rebotó casi hasta sus pies. La recogió de nuevo y empezó a golpearla contra la pared al lado del horno, hasta que los azulejos empezaron a saltar y caer al suelo. Dañar la casa era más satisfactorio de lo que había pensado; era como romper la ropa, arrancarse el pelo, como la automutilación. Golpeó la pared implacablemente, hasta que estuvo sin aliento, mareada, llena de sudor, el rostro rojo con un extraño calor que no había sentido desde las rabietas infantiles. Su madre le tocaba la mejilla con el dorso de la mano, apartando las lágrimas. La piel fría, el anillo de casada. «Calma. Mira cómo te has puesto. ¡Estás ardiendo!».

Después de un rato, se calmó, y notó que arriba todavía se ejecutaba el mensaje; el remitente debía de haberlo programado para que se repitiese indefinidamente hasta que ella acusase la recepción. Se sentó en el suelo y escuchó.

—Mi nombre es Paul Durham. Leí su artículo en Autoverse Review. Me impresionó mucho lo que había hecho con A. lamberti… y si piensa que podría estar interesada en recibir fondos para ir más allá, llámeme a este número y podemos discutirlo.

María tuvo que escucharlo tres veces más antes de estar segura de haber entendido el mensaje. Recibir fondos para ir más allá. La frase parecía deliberadamente evasiva y ambigua, pero realmente sólo podía significar una cosa.

Algún idiota le estaba ofreciendo trabajo.

Cuando Durham pidió que se viesen en persona, María se quedó tan sorprendida que sólo pudo decir que sí. Durham dijo que vivía en el norte de Sydney, y propuso que se viesen a la mañana siguiente en la ciudad, en el Market Street Cafe. María, incapaz de concebir en el momento una excusa plausible, se limitó a asentir… agradecida de haber realizado la llamada a través de un filtro de software que borraría cualquier rastro de ansiedad de su cara y tono de voz. La mayoría de los contratos de programación no incluía entrevistas, incluso por teléfono; por lo general el proceso de ofertas estaba completamente automatizado, y se basaba por completo en las partes ofrecidas y registro de éxito del concursante. María no se había presentado a una entrevista en carne y hueso desde que había solicitado trabajos de media jornada como limpiadora cuando era estudiante.

Fue sólo después de que rompiese la conexión cuando se dio cuenta de que seguía sin tener ni idea de qué quería Durham de ella. Un verdadero fanático del Autoverso podría, concebiblemente, poner dinero por el privilegio de colaborar con ella: quizá pagando las cuentas de tiempo de ordenador sólo por el placer de compartir las felicitaciones por cualquier avance posterior. Era difícil pensar en alguna otra explicación.

María se quedó despierta media noche, repasando la breve conversación, preguntándose si estaba pasando por alto algo realmente evidente… preguntándose si podía ser alguna especie de engaño. Justo antes de las dos, se levantó y realizó una búsqueda rápida en Autoverse Review y un puñado de otras revistas sobre autómatas celulares. No había artículos de nadie llamado Durham.

Alrededor de las tres, dejó de planteárselo y se las arregló para dormir. Soñó que todavía estaba despierta, alterada por las noticias de la enfermedad de su madre, y luego, comprendiendo que sólo estaba soñando, se maldijo a sí misma porque esa prueba de su amor no era nada más que una ilusión.