El año pasado, mi amiga Dorothea Krusky, que es agente inmobiliaria, me preguntó si sabía que en Nueva Jersey existe una ley que obliga a las inmobiliarias a informar al posible comprador si la casa que está a punto de adquirir tiene algún estigma que pueda afectarle psicológicamente.
—A lo mejor ahí tienes un libro —me sugirió.
En defensa propia es el resultado de esa sugerencia. Gracias, Dorothea.
Estoy profundamente agradecida a aquellas personas que siempre están a mi lado desde el momento en que empiezo a contar una historia.
Michael Korda ha sido mi amigo y editor por excelencia durante tres décadas. El editor sénior Chuck Adams también ha formado parte de nuestro equipo en los últimos doce años. Les estoy agradecida a ambos por todo lo que hacen para guiar a esta autora a cada paso del camino.
Mis agentes literarios, Eugene Winick y Sam Pinkus, son verdaderos amigos, buenos críticos y fuente de apoyo. Les quiero.
La doctora Ina Winick de nuevo ha aportado su buen hacer en psicología para ayudarme con mi manuscrito.
El doctor James Cassidy contestó a mis numerosas preguntas sobre el tratamiento de una niña traumatizada y su forma de expresar sus emociones.
Lisl Cade, mi publicista y eterna amiga, siempre está a mi lado.
Una vez más, me quito el sombrero ante el director asociado de Copyediting, Gypsy da Silva.
Muchísimas gracias también al corrector Anthony Newfield.
Barbara A. Barisonek, de la inmobiliaria Turpin, me dedicó con generosidad su tiempo y sus conocimientos para ponerme al corriente de la historia de Mendham y los detalles técnicos de la práctica de la venta inmobiliaria.
Agnes Newton, Nadine Petry e Irene Clark están siempre a mi lado durante mis viajes literarios.
Y sobre todo gracias a Jennifer Roberts, socia del centro de negocios de The Breakers, Palm Beach, Florida.
Dos libros me han sido particularmente útiles para profundizar en mi conocimiento de la historia y las casas de Mendham. Son Images of America: The Mendhams, de John W. Rae, y The Somerset Hills, New Jersey Country Homes, de John K. Turpin y W. Barry Thomson, con introducción a cargo de Mark Allen Hewit.
Lo más maravilloso es que, cuando he terminado de contar mi relato, llega el momento de celebrarlo junto con los hijos y los nietos y, por supuesto, con él, mi perfecto marido, John Conheeney.
Y ahora espero que vosotros, mis queridos lectores, disfrutéis con mi libro y que después de leerlo estaréis de acuerdo en que, realmente, en ningún sitio se está como en casa.
*****
Lizzie Borden cogió un hacha
y dio cuarenta hachazos a su madre;
cuando vio lo que había hecho
le dio cuarenta y uno a su padre.