Oí que la puerta del garaje se cerraba. El motor del coche estaba encendido. El humo me provocaba somnolencia, pero sabía que tenía que resistirme. Jack estaba conmigo, y también se estaba durmiendo. Traté de moverlo. Tenía que llegar como fuera al asiento delantero. Tenía que apagar el motor. Si nos quedábamos allí moriríamos. Tenía que moverme. Pero mi cuerpo no me obedecía. ¿Qué era lo que Alex me había obligado a beber?
No podía moverme. Estaba echada contra el asiento, medio tumbada, medio sentada. El sonido del coche era ensordecedor. Debía de haber algo que mantenía bajado el pedal del acelerador. No tardaríamos en perder el conocimiento. Mi pequeño no tardaría en morir.
No. No. Por favor, no.
—Jack. Jack. —Mi voz era un susurro roto y débil, pero llegó hasta él, y le hizo moverse—. Jack, mamá se encuentra mal. Jack, ayúdame.
Jack volvió a moverse, movió la cabeza inquieto y la dejó caer bajo mi cuello.
—Jack, Jack, despierta, despierta.
Empezaba a dormirme otra vez. Tenía que resistirme. Me mordí el labio con tanta fuerza que noté el sabor de la sangre, pero el dolor me ayudó a seguir consciente.
—Jack, ayuda a mamá —le supliqué.
Jack levantó la cabeza. Intuí que me estaba mirando.
—Jack… ve al… asiento delantero… Saca… la llave…
Mi hijo se movió. Se sentó y se separó de mí.
—Está oscuro, mamá.
—Ve… delante… —susurré—. Ve… —Notaba cómo me sumía lentamente en la inconsciencia.
Las palabras que trataba de pronunciar desaparecían de mi cabeza…
El pie de Jack me rozó la cara. Estaba pasando al asiento delantero.
—La llave, Jack…
Oí su voz, muy lejos.
—No puedo sacarla.
—Gírala, Jack. Gírala… luego… sácala.
De pronto se hizo el silencio en el garaje, un silencio total. Luego oí el somnoliento grito de orgullo de Jack.
—Mamá, lo he conseguido. Tengo la llave.
Yo sabía que los humos aún podían matarnos. Teníamos que salir. Y Jack jamás conseguiría abrir la pesada puerta del garaje él solo.
Estaba inclinado contra el asiento delantero, mirándome.
—Mamá, ¿estás mala?
El mando que abre la puerta del garaje, pensé… está sobre el visor del asiento del conductor. Muchas veces he dejado que Jack lo apretara.
—Jack… abre… puerta del… garaje —supliqué—. Tú sabes… hacerlo.
Creo que por un instante perdí el conocimiento. Luego, el ruido atronador de la puerta del garaje me hizo volver en mí unos segundos y, con una enorme sensación de alivio, finalmente dejé de resistirme y perdí la conciencia.
Me desperté en una ambulancia. El primer rostro que vi fue el de Jeff MacKingsley. Sus primeras palabras eran justo lo que yo quería oír.
—No se preocupe, Jack está bien. —Las segundas eran de lo más prometedoras—. Liza, ya le dije que todo iría bien.