A las diez y media de la noche, Jeff seguía en su despacho, esperando al detective Mort Shelley. Ya le habían notificado que, durante el registro en la casa de Ted Cartwright, se habían encontrado la peluca rubia, la ropa de los trabajadores de mudanzas y las cajas con documentos que se habían llevado de la casa de Zach Willet. Y, lo más importante, en la caja fuerte de su habitación habían descubierto una pistola de nueve milímetros.
Jeff estaba casi seguro de que la pistola se correspondería con la bala de nueve milímetros que habían extraído del cerebro de Zach Willet.
Con eso ya lo tenemos cogido, pensó, y si le ofrecemos un acuerdo quizá consigamos que confiese lo que de verdad quería cuando fue a casa de Audrey Barton la noche que murió.
Pero en esta ocasión, la satisfacción que Jeff habría sentido normalmente ante la posibilidad de cerrar un caso como aquel quedaba enturbiada por su preocupación por Celia Nolan. O Liza Barton, se corrigió. Soy yo quien tendrá que decirle que su marido pretendía acusarla del asesinato de Georgette Grove, pensó, y todo a causa del dinero que había heredado de su primo, Laurence Foster.
Oyó que llamaban suavemente con los nudillos en la puerta. Mort Shelley entró.
—Jeff, no entiendo como ese tal Nolan no está en la cárcel.
—¿Qué tiene, Mort?
—¿Por dónde quiere que empiece?
—Decida usted mismo. —Jeff, que hasta entonces había estado recostado contra el respaldo de su silla, se puso derecho.
—Alex Nolan es un farsante —dijo Mort rotundamente—. Es abogado, sí, y pertenece a un bufete que en otro tiempo fue prestigioso, pero que ahora no es más que una empresa con dos trabajadores y dirigida por el nieto del socio fundador. Por lo que he visto, básicamente él y Nolan van cada uno por su lado. Nolan supuestamente está especializado en testamentos y fideicomisos, pero no tiene más que un puñado de clientes. Se han presentado varios cargos contra él por violación de la ética profesional y en dos ocasiones se le ha suspendido la licencia para ejercer. Él siempre se defiende diciendo que es un contable poco riguroso, no un ladrón, y siempre se las arregla para evitar las condenas.
El desprecio de la voz de Shelley se iba acentuando conforme leía sus notas y consultaba el grueso dossier que llevaba.
—No ha ganado honradamente ni un dólar en su vida. Su dinero procedía del legado que le dejó hace cuatro años una viuda de setenta y siete años a la que estuvo cortejando. La familia estaba indignada, pero no llevaron el caso a los tribunales para no convertir a aquella dama distinguida y educada en objeto de chistes. Nolan consiguió tres millones de dólares con ese timo.
—No está mal —dijo Jeff—. La mayoría se darían por satisfechos con eso.
—Mire, Jeff, para alguien como Alex Nolan eso no es más que calderilla. Él quiere dinero de verdad, del que te permite comprar aviones privados, yates y mansiones.
—Celia… quiero decir, Liza no tiene tanto dinero.
—Ella no, pero su hijo sí. No me malinterprete. Celia tiene mucho dinero. Laurence Foster se aseguró de que no le faltara de nada, pero las dos terceras partes del legado que dejó a Jack incluyen su participación en las patentes por investigación que él financió. Hay tres empresas diferentes que están a punto de empezar a cotizar en Bolsa, y eso significaría decenas de millones de dólares que Jack cobrará algún día.
—¿Y Nolan lo sabía?
—Todo el mundo sabía que Laurence Foster invertía en empresas que estaban empezando. Los testamentos se archivan en el registro civil del condado donde se autentifican. Nolan no tenía que ser ningún genio.
Shelley sacó otra página del dossier.
—Como sugirió usted, investigamos a las diferentes enfermeras particulares que Foster tuvo después de salir del hospital. Una de ellas reconoció haber aceptado grandes sumas de Nolan para que le dejara visitar a su primo cuando este ya estaba muriéndose y las visitas se limitaban a la familia más cercana. Seguramente lo que Nolan buscaba es que Foster lo incluyera en el testamento, pero el hombre ya empezaba a desvariar, así que seguramente fue él mismo quien le habló a Nolan del pasado de Celia. No podemos estar seguros, claro, pero tiene sentido.
Jeff escuchaba, y apretó los labios.
—Con Nolan nada es lo que parece —siguió explicando Shelley—. El apartamento del SoHo no era suyo. Lo tenía subarrendado en un contrato que prorrogaba de un mes para el siguiente. Los muebles tampoco eran suyos. Nada era suyo. Estaba utilizando los tres millones de dólares que le dejó su vieja novia para convencer a Liza de que era un importante abogado.
»Hablé con Karl Winston, el asesor financiero de Celia. Me dijo que para Nolan fue una suerte que aquella limusina atropellara a Celia el pasado invierno. La mujer se asustó al pensar que, de haber muerto, Jack no habría tenido quien se ocupara de él. Winston también me dijo que en su testamento Laurence Foster dejó una tercera parte de su legado a Celia y dos terceras partes a Jack. Si Jack muere antes de los veintiuno, todo va a parar a las manos de Celia. Después de casarse con Alex Nolan, con la excepción de algunos donativos para caridad y un fondo para sus padres adoptivos, Celia dividió todo su patrimonio entre Nolan y Jack. Además, nombró a Nolan tutor de Jack y administrador de su patrimonio hasta que cumpla los veintiuno.
—Ayer, cuando Nolan vino a este despacho y habló de la fotografía que Liza había encontrado en el cobertizo y en la que aparecía la familia Barton en la playa de Spring Lake, supe que tenía que ser él quien la había puesto —dijo Jeff—. La semana pasada, cuando Liza me la dio en la cocina y yo la estaba metiendo en una bolsa de plástico, Alex entró. No me pidió que se la enseñara, así que, en principio, se supone que nunca la ha visto. Pero ayer, a pesar de que en los periódicos se han publicado diferentes fotografías de la familia, él sabía exactamente de cuál se trataba.
—Robin es su novia desde hace al menos tres años —dijo Shelley—. Llevé una fotografía de Nolan que saqué del Bar Association Directory a Patsy's. Uno de los camareros que empezó a trabajar allí hace tres años recuerda haberlos visto juntos cuando acababa de empezar en el restaurante. Dice que Nolan siempre pagaba en metálico, normal.
—Creo que Robin ha aceptado mantenerse a la sombra porque también espera que Nolan consiga el dinero —apuntó Jeff—. Una de las pocas cosas en las que seguramente no ha mentido es sobre su relación con Ted Cartwright, que nunca llegó a nada serio.
»Me pregunto si el plan de llevar a Liza a su antigua casa lo urdieron después de que Robin empezara a trabajar para Georgette Grove y la casa se pusiera en venta —dijo Jeff con tono pensativo—. Comprar la casa como un regalo, provocar aquellos destrozos. Enfrentarla a su verdadera identidad como pequeña Lizzie. Contar con una crisis nerviosa para que él pudiera hacerse cargo de sus propiedades. Pero entonces algo salió mal. Aquella última noche que Georgette se quedó hasta tarde en su oficina, quizá encontró algo que vinculaba a Robin con Alex. Henry nos dijo que Georgette había registrado la mesa de los dos. Quizá Georgette encontró una fotografía de Alex y Robin. O una nota. El martes a las diez de la noche Georgette hizo una llamada a Robin. Pero, a menos que ella confiese, nunca sabremos qué le dijo.
—Mi opinión es que Robin era la persona que estaba esperando a Georgette en la casa de Holland Road —apuntó Mort—. Si ella y Alex sabían que tenían que deshacerse de Georgette, quizá fue entonces cuando decidieron tratar de inculpar a Celia dejando su fotografía en el bolso de la víctima. Y no olvidemos una cosa, si Robin dejó una fotografía en el bolso, es posible que también sacara algo que Georgette encontró en su mesa. Y luego, cuando el sargento Earley confiscó los vaqueros, las zapatillas y las figurillas de Charley Hatch, se convirtió en una amenaza para ellos. Así que el complot para hacerse con el dinero de Liza y Jack les llevó a cometer dos asesinatos. Y si al final resulta que Celia va a la cárcel por esos asesinatos, perfecto.
—Quizá esta no sea la primera vez que Nolan interviene en un asesinato —le dijo Jeff a Shelley—. Como ya sabe, varios de mis hombres han estado investigando sus antecedentes antes de que se matriculara en la escuela de derecho. Fue sospechoso de la muerte de una joven rica con la que estuvo saliendo. Nunca consiguieron demostrarlo, pero ella le dejó por otro y, por lo visto, él perdió la cabeza y estuvo acosándola durante un año. La joven consiguió una orden de alejamiento. Lo he sabido esta misma tarde.
La expresión de Jeff era de gravedad.
—Mañana lo primero que haré será desplazarme hacia Mendham y contarle a Liza todo lo que sabemos. Después, me encargaré de asignar unos hombres que les protejan a ella y a Jack durante las veinticuatro horas. Si Nolan no estuviera en Chicago, pondría a alguien a vigilarles todo el día. Me imagino que a estas alturas Nolan y su novia deben de sentirse bastante nerviosos.
El teléfono sonó. Anne, que aún estaba en su oficina con Dru Perry, contestó al primer timbrazo, escuchó el escueto mensaje y conectó el intercomunicador.
—Jeff, el detective Ryan llama desde Chicago. Dice que han perdido a Alex Nolan. Se escabulló de la cena de negocios hace más de tres horas y no ha aparecido por el Ritz-Carlton.
Jeff y Mort se levantaron de un salto.
—¡Tres horas! —Exclamó Jeff—. ¡Con ese tiempo ha tenido tiempo de volver aquí en avión!