Ted Cartwright iba vestido con un impecable traje sastre azul marino, camisa azul claro con puños dobles y una corbata azul y roja. Con su mata de pelo canoso, los penetrantes ojos azules y su porte imponente, era la viva imagen de un poderoso ejecutivo cuando entró delante de su abogado en el despacho de Jeff.
Jeff observó tranquilamente sentado ante su mesa, y esperó a que Cartwright y su abogado estuvieran ante él para levantarse. No hizo ademán de estrecharles la mano a ninguno de los dos. Se limitó a señalarles las sillas que había ante su mesa.
Como testigos de la entrevista, Jeff había invitado a los detectives Angelo Ortiz y Paul Walsh, que ya estaban sentados a un lado del fiscal. La estenógrafa estaba en su sitio, con rostro inexpresivo, como siempre. De Louise Bentley se había dicho que no habría permitido que se le moviera ni un músculo de la cara ni aunque hubiera tenido que tomar nota de la confesión del mismísimo Jack el Destripador.
El abogado de Cartwright se presentó.
—Fiscal MacKingsley, soy Louis Buch y estoy aquí para proteger los intereses del señor Theodore Cartwright. Quiero que quede constancia de que mi cliente está profundamente afectado por la muerte de Zach Willet y que, en respuesta a la petición de su oficina, acude hoy aquí voluntariamente y con el deseo de ayudar en lo posible en la investigación de la muerte del señor Willet.
Jeff MacKingsley miró a Ted con gesto impasible.
—¿Cuánto hace que conoce a Zach Willet, señor Cartwright?
—Oh, creo que unos veinte años —contestó Ted.
—Piénselo un poco, señor Cartwright. ¿No será hace bastante más de treinta años?
—Veinte, treinta. —Cartwright se encogió de hombros—. Sea como sea, es mucho tiempo, ¿no le parece?
—¿Diría usted que eran amigos?
Ted vaciló.
—Depende de lo que entienda usted por amistad. Conocía a Zach. Me gustaba. A mí me encantan los caballos y él tenía mucha mano con ellos. Admiraba su habilidad para tratarlos. Por otro lado, jamás se me ocurriría invitarle a cenar a mi casa ni tener ningún tipo de trato con él.
—Entonces, ¿no cuenta usted como tener trato al hecho de tomar una copa con él en la barra del Sammy's?
—Por supuesto, si alguna vez coincidía con él en el bar, pues tomaba algo con él, señor MacKingsley.
—Entiendo. ¿Cuándo fue la última vez que habló con él?
—Ayer por la tarde, hacia las tres.
—¿Y cuál fue el motivo de su llamada?
—Nos reímos de una broma que me había gastado.
—¿Qué broma, señor Cartwright?
—Hace unos días Zach fue a la urbanización que estoy construyendo en Madison y le dijo a mi representante de ventas que le iba a regalar la casa piloto. Habíamos hecho una apuesta en un partido entre los Yankees y los Red Sox. Él decía que si los Red Sox ganaban por más de diez runs, tenía que darle esa casa.
—Eso no es lo que Zach le dijo a su representante de ventas —dijo Jeff—. Le dijo que le había salvado la vida.
—Estaba de broma.
—¿Cuándo vio por última vez a Zach?
—Ayer, hacia las doce del mediodía.
—¿Dónde?
—En los establos del Washington Valley.
—¿Discutió con él?
—Solo resoplé un poco. Por culpa de su bromita, casi perdemos una venta. Mi representante pensó que hablaba en serio y dijo a una pareja que estaba interesada en la casa que ya no estaba disponible. Yo solo quería decirle a Zach que se había pasado con la broma. Pero más tarde, la pareja ha vuelto y han hecho una oferta mejor, así que llamé a Zach a las tres y me disculpé.
—Qué curioso, señor Cartwright —dijo Jeff—, porque un testigo dice haber oído decirle a Zach que ya no necesitaba el dinero que le ofrecía por la casa, que tenía una oferta mejor. ¿Recuerda si Zach le dijo algo parecido?
—Esa no es la conversación que tuvimos —dijo Ted débilmente—. Se equivoca usted, señor MacKingsley, igual que su testigo.
—Yo creo que no. Señor Cartwright, ¿alguna vez le ha prometido a Henry Paley cien mil dólares si lograba convencer a Georgette Grove para que vendiera los terrenos que tenían en copropiedad en la Ruta 24?
—Tenía un acuerdo comercial con Henry Paley.
—Georgette se interponía en su camino, ¿no es así, señor Cartwright?
—Georgette tenía una forma de hacer las cosas. Yo otra.
—¿Dónde estaba usted la mañana del jueves 4 de septiembre hacia las diez?
—Había salido a montar a caballo.
—¿No estaba en el camino que conecta directamente con el camino privado de la zona arbolada que hay detrás de la casa de Holland Road donde murió Georgette?
—Yo no me meto por caminos privados.
—Señor Cartwright, ¿conocía usted a Will Barton?
—Sí, le conocía. Fue el primer marido de mi difunta esposa, Audrey.
—¿Estaba usted separado de su mujer cuando falleció?
—La noche de su muerte me había llamado para hablar de una posible reconciliación. Estábamos muy enamorados. Liza, su hija, me odiaba, porque no quería que nadie ocupara el lugar de su padre. Y odiaba a su madre por quererme.
—¿Por qué se separaron usted y su mujer, señor Cartwright?
—La tensión que provocaba el rechazo de la niña era demasiado fuerte para Audrey. Solo queríamos separarnos temporalmente, hasta que encontrara ayuda psicológica para su hija.
—Entonces, ¿no se separaron porque, una noche, cuando estaba borracho, le confesó a Audrey Barton que usted había matado a su marido?
—No conteste a eso, Ted —ordenó Louis Buch. Miró a Jeff y, hecho una furia, dijo—: Pensaba que habíamos venido a hablar sobre la muerte de Zach Willet. Nadie me había dicho nada de todo esto.
—No se preocupe, Louis. No pasa nada. Contestaré a sus preguntas.
—Señor Cartwright —dijo Jeff—. Audrey Barton le tenía miedo. Su error fue no acudir a la policía. Le horrorizaba pensar cómo afectaría a su hija saber que usted había matado a su padre para casarse con ella. Pero usted tenía miedo, ¿verdad? Tenía miedo de que algún día Audrey reuniera el valor para ir a la policía. Siempre hubo ciertas dudas sobre el disparo que se oyó a la hora en que el caballo de Will Barton se precipitó por el barranco.
—Eso es ridículo —espetó Cartwright.
—No, no lo es. Zach Willet le vio. Hemos encontrado algunas pruebas interesantes en su casa: una declaración en la que explica lo que vio, además de una fotografía de la bala que disparó clavada en un árbol cerca del camino. Zach escribió lo que usted le hizo a Barton. Se llevó la bala y el casquillo y los ha guardado todos estos años. Deje que lea su declaración.
Jeff cogió la carta de Zach Willet y leyó poniendo un énfasis especial en las frases que describían cómo Ted arremetió con su caballo contra la yegua de Barton.
—Eso es pura ficción, ningún tribunal lo aceptaría —protestó Louis Buch.
—El asesinato de Zach no es ninguna ficción —espetó Jeff—. Ha estado extorsionándole durante veintisiete años y cuando se dio cuenta de que usted había matado a Georgette Grove se envalentonó demasiado y decidió matarle también.
—Yo no maté a Georgette Grove ni a Zach Willet —dijo Cartwright.
—¿Estuvo ayer en el piso de Zach Willet?
—No, no estuve allí.
Jeff miró detrás de Ted.
—Angelo, ¿podría decirle a Rap que pase?
Mientras esperaban, Jeff dijo:
—Señor Cartwright, como puede ver, tengo aquí las pruebas que estuvo buscando en la casa de Zach Willet, el casquillo y la bala que disparó para asustar al caballo de Will Barton, además de las fotografías que demuestran dónde y cuándo pasó. Acababa usted de ganar un concurso de tiro con esa pistola, ¿no es cierto? Más adelante, la donó a la colección permanente de armas de fuego del museo de Washington, ¿me equivoco? No soportaba la idea de deshacerse de ella, pero tampoco la quería en su casa porque sabía que Zach tenía la bala que había enviado a Will Barton a la muerte. Voy a conseguir una orden para que podamos confiscar esa pistola y comparar la bala y el casquillo. Eso nos permitirá determinar de modo concluyente si la bala se disparó con ella. —Jeff alzó la vista—. Oh, aquí está el hijo de la casera de Zach.
A instancias de Angelo, Rap se acercó a la mesa.
—¿Reconoces a alguien en esta habitación, Rap? —preguntó Jeff.
El intérprete que Rap llevaba dentro estaba disfrutando enormemente.
—Le reconozco a usted, señor MacKingsley —dijo—, y reconozco al detective Ortiz. Los dos estuvieron ayer en mi casa cuando encontré al pobre Zach en su coche.
—¿Reconoces a alguien más, Rap?
—Sí. Reconozco a ese señor. —Y señaló a Ted—. Ayer vino a nuestra casa vestido como si fuera de una empresa de mudanzas. Iba con otro hombre. Le di la llave del piso de Zach. Zach nos había dicho que el fin de semana se iba a mudar a una bonita casa en una urbanización en Madison.
—¿Estás seguro de que este es el hombre que fue ayer a tu casa y subió al piso de Zach?
—Segurísimo. Llevaba puesta una ridícula peluca rubia. ¡Qué pinta! Pero reconocería esa cara en cualquier sitio, y si encuentran al otro, también lo reconocería. Ahora me acuerdo de más cosas. Tenía una pequeña marca de nacimiento cerca de la frente, y le faltaba la mitad del índice de la mano derecha.
—Gracias, Rap.
Jeff no habló hasta que Rap salió a desgana de la habitación y Angelo cerró la puerta.
—Robin Carpenter es su novia —le dijo entonces a Cartwright—. Usted le dio dinero para que pagara a su medio hermano por provocar los destrozos de la casa que, gracias a usted, se conoce como «casa de la pequeña Lizzie». Usted mató a Georgette Grove y podemos demostrarlo. Hatch se convirtió en un peligro y usted o Robin lo quitaron de en medio.
—Eso no es verdad —gritó Cartwright poniéndose en pie de un salto.
Louis Buch se puso en pie, perplejo y hecho una furia.
Jeff no hizo caso del abogado y miró a Cartwright con expresión furibunda.
—Sabemos que aquella noche usted fue a casa de Audrey Barton para matarla. Sabemos que usted provocó la muerte de Will Barton. Sabemos que mató a Zach Willet y que no está metido en el negocio de las mudanzas.
Jeff se puso en pie.
—Señor Cartwright, está usted arrestado por robo en la casa de Zach Willet. Señor Buch, la investigación ya está prácticamente terminada y podemos anticipar que el señor Cartwright será acusado formalmente de estos asesinatos en los próximos días. Voy a dar instrucciones al detective Walsh para que acuda a la casa del señor Cartwright y lo vigile mientras conseguimos una orden de registro. —Jeff hizo una pausa—. Estoy seguro de que encontraremos una ridícula peluca rubia y la ropa de un trabajador de mudanzas. —Se volvió hacia el detective Ortiz y dijo—: Por favor, léale sus derechos al señor Cartwright.