Jack había ganado la apuesta. Tuve que reconocer que mis ojos aún parecían cansados, pero insistí en que era porque me dolía la cabeza, no porque estuviera estresada. En vez de pagarle cien trillones de dólares, lo llevé a comer a la cafetería y le compré un cucurucho de postre. Yo me dejé puestas las gafas de sol y le dije a Jack que la luz me hacía daño en los ojos por culpa del dolor de cabeza. ¿Me creyó? No lo sé. Lo dudo. Es un niño muy listo y perspicaz.
Después fuimos a Morristown. A Jack la ropa del año anterior se le había quedado pequeña y necesitaba con urgencia jerséis y pantalones nuevos. Como a la mayoría de los niños, no le interesaba especialmente comprar, así que me ceñí a las cosas realmente imprescindibles que me había anotado. Lo que me asustaba era saber que hacía aquello en previsión a una posible ausencia. Si me arrestaban, al menos Jack tendría algo de ropa.
Cuando volvimos a casa encontré dos mensajes en el contestador. Conseguí que Jack subiera arriba con la excusa de que guardara él mismo la ropa en su sitio. Como siempre, me daba miedo encontrarme con alguno de aquellos mensajes sobre Lizzie Borden, pero los dos eran de Benjamin Fletcher. Me decía que lo llamara enseguida.
Van a arrestarme, pensé. Tienen mis huellas. Me va a decir que me entregue. Marqué el número mal dos veces, pero finalmente conseguí hablar con él.
—Soy Celia Nolan. He escuchado sus mensajes —dije tratando de controlar la voz.
—Lo primero que tiene que hacer un cliente es confiar en su abogado, Liza —me dijo.
Liza. Con la excepción del doctor Moran cuando empezó a tratarme y los desvaríos de Martin, nadie me llamaba Liza desde que tenía diez años. Siempre me ha dado miedo que alguien me llamara por mi nombre de forma inesperada y desmontara la bonita farsa que he creado en torno a mi persona. La forma tan natural en que Fletcher lo hizo contribuyó a que la impresión que sentí fuera menor.
—Ayer no sabía si decírselo o no —dije—. Y sigo sin saber si puedo confiar en usted.
—Confíe en mí, Liza.
—¿Cómo ha sabido que soy yo? ¿Me reconoció ayer?
—La verdad es que no. Jeff MacKingsley me lo ha dicho hace una hora.
—¡Jeff MacKingsley!
—Quiere hablar con usted, Liza. Pero, primero, debo tener la seguridad de que si lo permito, será en su provecho. No se preocupe, yo estaré a su lado, eso se lo vuelvo a decir, estoy muy preocupado. Me ha dicho que dejó sus huellas en el timbre y en la puerta de un coche donde se ha encontrado un cadáver. Y, como le he dicho, ya sabe que es usted Liza Barton.
—¿Significa eso que van a detenerme? —Casi no fui capaz de pronunciar las palabras.
—No si puedo evitarlo. Todo esto es muy atípico, pero el fiscal me ha asegurado que no cree que usted haya tenido nada que ver. Pero sí cree que puede ayudarle a descubrir al responsable.
Cerré los ojos mientras una sensación de alivio se extendía hasta el último rincón de mi ser. ¡Jeff MacKingsley no creía que yo estuviera implicada en la muerte de Zach! ¿Me creería cuando le dijera que Zach decía haber visto a Ted Cartwright cuando provocó la muerte de mi padre? Si me creía, quizá tenía razón cuando me dijo que todo iría bien. Me pregunté si ya sabía que yo era Liza cuando me dijo aquello.
Le hablé a Benjamin Fletcher de Zach Willet. De mis sospechas de que la muerte de mi padre no había sido un accidente. De las clases de equitación que tomé para poder conocer a Zach. Y le dije que el día antes le había prometido un millón cien mil dólares si le contaba a la policía lo que pasó realmente cuando mi padre se cayó por aquel barranco.
—¿Y qué dijo Zach?
—Zach me dijo que Ted Cartwright embistió al caballo de mi padre y lo obligó a seguir por el camino peligroso y que luego lo asustó disparando su pistola. Zach había guardado la bala y el casquillo, y hasta tomó fotografías de la bala clavada en un árbol Durante todos estos años ha guardado las pruebas de la culpabilidad de Cartwright. Ayer me dijo que Cartwright le había estado amenazando. De hecho, cuando estaba con él, recibió una llamada suya. Estoy seguro de que era de Ted Cartwright porque, aunque Zach no lo llamó por su nombre, se echó a reír y le dijo con tono sarcástico que ya no quería su casa porque había recibido una oferta mejor.
—Va a darle a Jeff MacKingsley una información sustanciosa, Liza. Pero, dígame: ¿cómo llegaron sus huellas a la puerta del coche y el timbre?
Le conté que había quedado en ir a la casa de Zach, que no contestó cuando llamé y luego, al verlo muerto en el coche, me asusté y huí.
—¿Sabe alguien que estuvo allí, Liza?
—No, ni siquiera Alex. Pero ayer llamé a mi asesor financiero y le pedí que estuviera preparado para transferir el dinero que le prometí a Zach a una cuenta privada. Él podrá corroborarlo.
—De acuerdo, Liza —dijo Benjamin Fletcher—. ¿A qué hora le va bien que vayamos a la oficina del fiscal?
—Tengo que contactar con mi canguro. Creo que hacia las cuatro me irá bien. —O al menos todo lo bien que puede irme a mí en el juzgado del condado de Morris, pensé.
—A las cuatro entonces —dijo Fletcher.
Colgué y oí que detrás de mí Jack preguntaba:
—Mamá, ¿te van a detener?