—Benjamin Fletcher, que le devuelve la llamada —anunció Anna por el intercomunicador.
Jeff MacKingsley respiró hondo y cogió el auricular.
—Hola, Ben —dijo con tono cordial—. ¿Cómo está?
—Hola, Jeff. Me alegra oírle, pero estoy seguro de que no le interesa especialmente mi salud, que podía estar mejor, por cierto.
—Por supuesto que me interesa su salud, pero tiene razón, esa no es la razón por la que le llamo. Necesito su ayuda.
—No sé si me apetece mucho ayudarle, Jeff. Esa víbora que llama usted detective, Walsh, ha estado muy ocupado intimidando a mi nueva cliente.
—Sí, lo sé, y lo siento. Le pido disculpas.
—He oído que Walsh montó todo un espectáculo porque mi cliente no sabía si el asesino todavía estaba en la casa y salió huyendo. No ha sido muy amable por su parte.
—Ben, no se lo reprocho. Escúcheme. ¿Sabía usted que su clienta, Celia Nolan, es en realidad Liza Barton?
Jeff oyó que al otro extremo de la línea Benjamin Fletcher cogía aire y comprendió que no sabía que Celia y Liza eran la misma persona.
—Tengo pruebas concluyentes —dijo—. Huellas.
—Espero que no serán las huellas del juicio —dijo Benjamin Fletcher algo hosco.
—Mire, Ben, no importa de dónde han salido esas huellas. Tengo que hablar con ella. No voy a decirle ni una palabra sobre los dos homicidios de la semana pasada, pero necesito hablar con ella de otra cosa. ¿Recuerda el nombre de Zach Willet?
—Claro. Era el hombre que daba clases de equitación a su padre. Y aunque Liza no habló en todo el tiempo que estuvo en el centro de detención, no dejaba de repetir su nombre. ¿Qué pasa con él?
—Zach fue asesinado de un disparo cuando estaba en su coche ayer por la noche. Creo que Celia había quedado con él, porque sus huellas estaban en la puerta del coche y el timbre de la casa. No creo que ella tenga nada que ver con su muerte, pero necesito que me ayude. Necesito saber por qué habían quedado y por qué Zach me dijo ayer por teléfono que vendría a verme con Celia. ¿Me dejará que hable con ella? Me preocupa que pueda haber más vidas en peligro… incluida la suya.
—Hablaré con ella y entonces decidiré. Evidentemente, si accede a hablar con usted, debo estar presente, y si en un momento dado decido dar por terminada la entrevista, usted se irá. La llamaré enseguida y trataré de ponerme en contacto con usted más tarde.
—Por favor —dijo Jeff con tono apremiante—. Que sea lo antes posible. A la hora y en el lugar que ella quiera.
—De acuerdo, Jeff, y le diré otra cosa. Con toda esa gente que tiene trabajando para usted, podía asignar a alguien para que la protegiera. Asegúrese de que no le sucede nada malo a esa bella dama.
—No permitiré que le pase nada —dijo Jeff muy sombrío—. Pero necesito hablar con ella.