Cuando abrí los ojos, estaba tumbada en un sofá que los de la compañía de mudanzas habían colocado a toda prisa en la sala de estar. Lo primero que vi fue la mirada de pánico de Jack. Estaba inclinado sobre mí.
La mirada de terror de mi madre en sus últimos momentos de vida… los ojos de Jack eran iguales. Instintivamente, estiré el brazo y lo acerqué a mi lado.
—Estoy bien, hijo —susurré.
—Me has dado miedo —me susurró él a su vez—. Me ha dado mucho miedo. No quiero que te mueras.
No te mueras, mamá, no te mueras. ¿Acaso no había pronunciado yo esas mismas palabras mientras mecía el cuerpo sin vida de mi madre en mis brazos?
Alex estaba hablando por el móvil, preguntando con indignación por qué tardaba tanto la ambulancia.
Una ambulancia. Llevaron a Ted en una camilla hasta una ambulancia…
Abrazada todavía a Jack, me incorporé apoyándome en un codo.
—No necesito una ambulancia —dije—. Estoy bien, de verdad.
Georgette Grove estaba a los pies del sofá.
—Señora Nolan, Celia, realmente creo que sería mejor si…
—Tendría que hacerse un chequeo completo —dijo Marcella Williams interrumpiendo a Georgette.
—Jack, mamá está bien. Y ahora los dos nos vamos a levantar.
Bajé los pies del sofá y, sin hacer caso de un vahído que me dio, apoyé una mano en el brazo del sofá para mantener el equilibrio y me puse en pie. Veía la expresión de protesta de Alex, su mirada de preocupación.
—Alex, ya sabes lo ajetreada que he estado toda esta semana —dije—. Lo único que necesito es que los de las mudanzas instalen tu sillón y un cojín en alguna de las habitaciones y descansar un par de horas.
—La ambulancia ya viene de camino, Ceil —me dijo él—. ¿Dejarás que te hagan un reconocimiento?
—Sí.
Tenía que deshacerme de Georgette Grove y Marcella Williams. Las miré directamente.
—Supongo que comprenderán que quiera descansar un rato a solas —dije.
—Por supuesto —concedió Grove—. Yo estaré fuera para supervisar el trabajo de los hombres.
—¿No le apetece tomar un té? —propuso Marcella Williams, que evidentemente no tenía intención de marcharse.
Alex me sujetó por debajo del brazo.
—No queremos hacerle perder más tiempo, señora Williams. Y ahora, si nos disculpa…
El sonido de una sirena nos indicó que la ambulancia había llegado.
El sanitario me examinó en la habitación de la primera planta donde, en otra época, estuvo mi cuarto de juegos.
—Yo diría que ha sufrido una fuerte impresión —comentó—. Teniendo en cuenta lo que ha pasado ahí fuera, lo entiendo. Si es posible, repose el resto del día. Y una tacita de té con un buen chorro de whisky no le iría mal.
El sonido de los muebles yendo arriba y abajo parecía venir de todas partes. Y me hizo recordar cuando, después del juicio, los Kellogg, unos primos lejanos de mi madre, de California, vinieron a llevarme con ellos. Yo les pedí que pasáramos con el coche delante la casa. En aquellos momentos, se estaba subastando todo lo que había dentro: muebles, alfombras, apliques, porcelana, cuadros…
Y recuerdo que vi que se llevaban la mesa que yo tenía en un rincón, la que utilizaba cuando dibujaba bonitas casas. El recuerdo de aquel terrible momento, metida en un coche con unas personas que eran prácticamente unas desconocidas para mí, hizo que las lágrimas empezaran a caerme por el rostro.
—Señora Nolan, quizá debería ir al hospital. —El sanitario tendría cincuenta y tantos, y era un hombre con aire paternal, dotado con una buena mata de pelo canoso y unas cejas muy pobladas.
—No, definitivamente no.
Alex se había inclinado sobre mí y me estaba limpiando las lágrimas.
—Celia, tengo que salir un momento y decir algo a los periodistas. Vuelvo enseguida.
—¿Dónde ha ido Jack? —susurré.
—Está en la cocina. Uno de los hombres le ha pedido que le ayude a desempaquetar la comida. Está bien.
No me sentía capaz de hablar, así que me limité a asentir. Noté que Alex me ponía un pañuelo en la mano. Me quedé sola y, aunque lo intenté desesperadamente, no fui capaz de contener el mar de lágrimas que brotaba de mis ojos.
No puedo seguir escondiéndome, pensé. No puedo vivir con el miedo a que alguien descubra la verdad sobre mí. Tengo que decírselo a Alex. Tengo que ser sincera. Es mejor que Jack lo sepa por mí ahora que arriesgarme a que se entere de cualquier forma de aquí a veinte años.
Cuando Alex volvió, vino a mi lado y me hizo sentar en su regazo.
—Celia, ¿qué tienes? No puede ser solo la casa. ¿Qué te preocupa?
Sentí que por fin las lágrimas cesaban y una calma glacial se adueñaba de mí. Quizá aquel era el momento.
—Esa historia que Georgette Grove ha contado sobre la niña que mató accidentalmente a su madre… —empecé a decir.
—Lo que Georgette ha dicho no coincide con lo que me ha contado Marcella Williams —dijo Alex interrumpiéndome—. Según ella, tendrían que haberla condenado. Debía de ser un monstruo. Después de matar a su madre, siguió disparándole a su padrastro hasta que la pistola se quedó sin balas. Marcella dice que en el juicio se dijo que hacía falta mucha fuerza para apretar el gatillo. No era una de esas armas con un gatillo muy suave que puedes apretar sin más.
Me debatí tratando de librarme de sus brazos. Si ya tenía aquella imagen preconcebida, ¿cómo le iba a contar la verdad?
—¿Se han ido ya? —pregunté, y me alegró comprobar que mi voz sonaba más o menos normal.
—¿Te refieres a la prensa?
—La prensa, la ambulancia, el policía, la vecina, la de la agencia inmobiliaria. —Me di cuenta de que la ira me daba fuerzas.
Alex había aceptado tranquilamente la versión de Marcella Williams.
—Todos excepto los de la mudanza.
—Entonces será mejor que me recomponga un poco y les diga dónde quiero las cosas.
—Ceil, dime qué te pasa.
Te lo diré, pensé, pero solo cuando pueda demostrarte a ti y al resto del mundo que Ted Cartwright mintió sobre lo sucedido aquella noche, y que cuando empuñé aquella pistola lo hice para defender a mi madre, no para matarla.
Pienso decirle a Alex y a todo el mundo quién soy, pero lo haré cuando haya averiguado más cosas, cuando sepa por qué mi madre le tenía tanto miedo a Ted. Aquella noche ella no le dejó entrar voluntariamente. Lo sé. Después de la muerte de mi madre lo recuerdo casi todo como en un borrón. No pude defenderme. Debe de haber una transcripción del juicio, un informe de la autopsia. Y tengo que encontrarlos y leerlos.
—Ceil, ¿qué pasa?
Lo rodeé con mis brazos.
—Nada y todo, Alex —dije—. Pero eso no significa que las cosas no puedan cambiar.
Él dio un paso atrás y me puso las manos en los hombros.
—Ceil, hay algo que no funciona entre nosotros. Lo sé. Francamente, seguir en el apartamento que habías compartido con Larry me hacía sentirme como una visita. Por eso cuando vi esta casa pensé que era perfecta para nosotros y no pude resistirme. Sé que no tendría que haberla comprado sin consultarte. Tendría que haber dejado que Georgette Grove me contara toda la historia en vez de interrumpirla. Aunque por lo que sé ahora, en mi defensa puedo decir que seguramente habría resumido bastante los hechos.
Alex tenía lágrimas en los ojos. Esta vez fui yo quien se las enjugó.
—Todo irá bien —dije—. Te prometo que haré lo posible para que todo vaya bien.