Jimmy Franklin había ocupado recientemente el cargo de detective y, de forma extraoficial, estaba bajo la tutela de su buen amigo Angelo Ortiz. El jueves por la mañana, armado con su móvil con cámara y siguiendo las instrucciones de Angelo, pasó por las oficinas de la agencia Grove para preguntar si tenían alguna casa modesta por la zona de Mendham.
Jimmy tenía veintiséis años pero, al igual que Angelo, tenía un aire aniñado que resultaba muy atractivo. Robin le explicó amablemente que en Mendham había pocas casas modestas disponibles, pero que tenía otras en algunas localidades vecinas.
Mientras ella le marcaba algunas casas en su carpeta para que él las revisara después, Jimmy fingía estar hablando por teléfono. Aunque en realidad lo que hacía era tomar fotografías de Robin. Luego corrió a la oficina a descargarlas, pero no sin antes estudiar las casas que Robin pensó que podían interesarle.
La noche anterior había conseguido que Lena, la ex esposa de Charley Hatch, le diera una fotografía del difunto, una fotografía donde según ella no salía muy favorecido.
Jimmy amplió bastante las fotografías que había hecho de Robin y la que no le hacía justicia a Charley, y se fue con ellas a Manhattan. Aparcó en la calle Cincuenta y Seis Oeste, cerca del restaurante Patsy's.
Cuando llegó eran las doce menos cuarto. El seductor aroma a salsa de tomate y ajo le recordó a Jimmy que solo había desayunado un café y un bagel, a las seis de la mañana.
Primero el trabajo, pensó, sentándose a la barra. Aún no habían empezado a llegar los clientes de la hora de la comida y, aparte de él, solo había otra persona tomándose una cerveza en un taburete de un rincón. Jimmy sacó las fotografías y las dejó sobre la barra.
—Zumo de arándanos —pidió al tiempo que mostraba su placa—. ¿Reconoce a alguna de estas personas? —le preguntó al camarero.
El hombre miró las fotografías.
—Me suenan, sobre todo la mujer. Seguramente los he visto pasar ante la barra cuando entraban a comer. Pero no estoy seguro.
Lo mejor sería que probara suerte con el maître. Sí, este sí reconoció a Robin.
—Viene a veces. Es posible que haya venido con el hombre. Aunque no es la persona que suele acompañarle. Deje que pregunte a los camareros.
Jimmy observó mientras el maître iba de un camarero a otro. Subió al comedor de la primera planta y, cuando volvió a bajar, iba acompañado por un camarero y tenía la expresión satisfecha de quien ha cumplido su misión con éxito.
—Dominick le informará —dijo—. Lleva cuarenta años trabajando aquí, y le aseguro que nunca olvida una cara.
Dominick tenía las fotografías en la mano.
—Ella viene de vez en cuando. Guapa. Es de las que llaman la atención, ya sabe, muy sexy. A él solo le he visto una vez. Vino con ella hará un par de semanas, diría que poco después del día del Trabajo. Lo recuerdo porque era su cumpleaños. Ella pidió una porción de tarta de queso y pidió que pusiéramos una velita. Y entonces le dio un sobre. Había puesto una bonita suma. El hombre lo contó en la mesa. Veinte billetes de cien dólares.
—Bonito regalo de cumpleaños —concedió Jimmy.
—El tipo era de lo más teatral. Contó el dinero en voz alta: cien, doscientos, trescientos… Y cuando llegó a dos mil se lo metió todo en el bolsillo.
—¿Le dio una postal de cumpleaños? —preguntó Jimmy.
—¿Y quién quiere una postal cuando te hacen un regalo así?
—Solo quería saber si realmente era un regalo de cumpleaños o en realidad le estaba pagando por hacer algo. Dice que la mujer viene a veces con otro hombre. ¿Sabe su nombre?
—No.
—¿Puede describirlo?
—Claro.
Jimmy sacó su cuaderno y empezó a anotar los detalles de la descripción del acompañante de Robin. Luego, sintiéndose extraordinariamente complacido por el éxito de sus pesquisas de aquella mañana, decidió que era su deber comerse unos linguini en Patsy's.