A las cuatro, el sargento Clyde Earley y Dru Perry estaban esperando fuera del despacho de Jeff MacKingsley.
—No sé si le va a hacer mucha gracia que venga usted conmigo —se quejó Clyde.
—Mire, Clyde. Soy periodista, y esta es mi historia. Quiero proteger mi exclusiva.
Anna estaba sentada ante su mesa. Veía perfectamente la cara de incomodidad de Clyde Earley, y eso la hacía disfrutar enormemente. Cuando el hombre llamaba a su jefe, ella siempre lo anunciaba como Don Tocanarices. Sabía que su costumbre de saltarse la ley cuando le convenía atacaba los nervios a Jeff. Por el informe que había escrito, Anna sabía que su jefe cuestionaba seriamente la historia de Clyde sobre la forma en que había descubierto las pruebas que incriminaban a Charley Hatch, y no estaba seguro de poder utilizarlas durante un juicio.
—Espero que le traiga buenas noticias al fiscal —le dijo a Clyde con tono amistoso—. Hoy está de un humor de perros.
Cuando Clyde estaba encogiendo los hombros, el intercomunicador se activó.
—Hágalos pasar —dijo Jeff.
—Deje que hable yo primero —le susurró Dru a Clyde, que le abrió la puerta para que pasara.
—Dru, Clyde —dijo Jeff—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Gracias. Me sentaré —dijo Dru—. Mire, Jeff, entiendo que está muy ocupado, pero creo que se va a alegrar mucho de nuestra visita. Lo que tengo que decirle es muy importante y necesito que me dé su palabra de que no se filtrará la información a la prensa. Esta historia es mía, y si vengo a contársela es porque lo considero mi obligación. Me preocupa que pueda haber otra vida en peligro.
Jeff se inclinó hacia delante, con los brazos cruzados sobre la mesa.
—Continúe.
—Creo que Celia Nolan es Liza Barton y, gracias a Clyde, quizá pueda demostrarlo.
Al ver la expresión de gravedad de Jeff, Dru comprendió dos cosas: que Jeff MacKingsley ya estaba al tanto de esa posibilidad y que no le hacía mucha gracia que se la confirmaran. Sacó las fotografías de Liza que Marcella Williams le había dado.
—Quiero pasarlas por el programa informático para saber qué aspecto tendrá ahora más o menos —dijo—. Aunque no creo que haga falta. Jeff, mírelas bien y luego piense en Celia Nolan. Es una combinación de su madre y su padre.
Jeff cogió las fotografías y las colocó sobre la mesa.
—¿Dónde piensa conseguir esa semblanza?
—Un amigo.
—Un amigo de la policía del estado, ¿no? Yo puedo conseguirla más deprisa.
—Quiero que me devuelva las fotografías o una copia. Y también quiero una copia de la versión con el aspecto actual —insistió Dru.
—Dru, ¿sabe usted lo poco habitual que es hacer una promesa como esa a un periodista? Pero sé que ha acudido a mí porque teme por la vida de otra persona. Así que se lo debo. —Se volvió hacia Clyde—. ¿Y usted qué hace aquí?
—Bueno, verá… —empezó a decir Clyde.
—Jeff —interrumpió Dru—. Clyde está aquí porque es posible que Celia Nolan ya haya matado a dos personas y quizá esté detrás del hombre que al menos fue en parte responsable del accidente de su padre. Mire lo que he encontrado hoy en la biblioteca.
Mientras él miraba los artículos por encima, Dru dijo:
—Fui a hablar con Clyde porque fue él quien fichó a Liza la noche que mató a su madre y le disparó a Ted Cartwright.
—He conservado las huellas —dijo Clyde Earley sin rodeos—. Las he traído conmigo.
—Ha conservado las huellas —repitió Jeff—. Creo recordar que tenemos una ley que dice que, cuando un menor es absuelto, todos los documentos relacionados con el caso deben destruirse, incluidas las huellas.
—Solo lo guardé como recuerdo —dijo Clyde a la defensiva—. Y ahora le permitirá descubrir rápidamente si Celia Nolan es Liza Barton.
—Mire, Jeff —dijo Dru—, si tengo razón y Celia es Liza, es posible que busque venganza. He entrevistado al abogado que la defendió hace veinticuatro años y me dijo que no le sorprendería que algún día volviera y le volara los sesos a Ted Cartwright. Y una funcionaria que lleva muchos años trabajando en el juzgado me dijo que cuando Liza estaba en el centro de detención juvenil, oyó decir que, mientras estuvo en estado de shock, no dejaba de pronunciar el nombre de Zach y luego se sacudía de dolor. Quizá estos artículos nos están diciendo el por qué. Hoy he llamado al club hípico de Washington Valley preguntando por Zach y me han dicho que estaba dando una clase de equitación a Celia Nolan.
—De acuerdo. Gracias a los dos —dijo Jeff—. Clyde, ya sabe lo que pienso de su costumbre de saltarse las normas cuando le interesa, pero me alegro de que haya tenido las agallas de venir a entregarme esas huellas. Y, Dru, esta es su historia. Tiene mi palabra.
Cuando se fueron, Jeff estuvo varios minutos examinado las fotografías de Liza Barton. Es Celia Nolan, pensó. Podemos asegurarnos comparando las huellas con las que encontramos en la fotografía del cobertizo. Sé que ante un tribunal no podría utilizarlas, pero al menos me permitirán saber con quién estoy tratando. Y con un poco de suerte esto quedará resuelto antes de que encontremos otro cuerpo.
La fotografía del cobertizo.
Jeff no dejaba de pensar, con los ojos clavados en las fotografías que tenía sobre la mesa. ¿Era ese el detalle que se le había escapado?
En la asignatura de Criminología 101 nos dicen que la causa de la mayoría de homicidios es el amor o el dinero, pensó. Activó el intercomunicador.
—¿Mort Shelley está por aquí?
—Sí, miraré si está en su despacho. Clyde parecía aliviado cuando ha salido —comentó Anna—. Parece que no le ha colgado usted de los dedos gordos de los pies.
—Tenga cuidado o la colgaré a usted de los dedos gordos, Anna. Dígale a Mort que venga a mi despacho, por favor.
—Ha dicho «por favor». Parece que estamos de mejor humor.
—Seguramente.
Cuando Mort Shelley fue a su despacho, Jeff dijo:
—Deje lo que estaba haciendo. Quiero que averigüe todo lo que pueda sobre otra persona.
—Y le enseñó el nombre que había escrito en el papel.
Shelley abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Usted cree?
—Todavía no sé lo que creo, pero ponga a trabajar en esto a toda la gente que haga falta. Quiero saberlo todo, hasta el día que echó el primer diente y cuál fue.
Mort Shelley se levantó y Jeff le entregó las copias de los artículos que Dru le había dado.
—Por favor, dele esto a Anna. —Se volvió hacia el intercomunicador—. Anna, hace veintisiete años hubo una muerte en el club de hípica Washington Valley. Tuvo que haber una investigación, o a cargo de la policía de Mendham o de nosotros. Quiero el archivo completo del suceso si es que todavía existe. Puede sacar los detalles de los artículos que Mort le dará cuando salga. Y llame a ese club a ver si puedo hablar con Zach Willet.