Cuando me reuní con Zach Willet en el establo intuí que algo había cambiado. Parecía tenso, a la defensiva. Yo sabía que estaba tratando de averiguar qué quería y no me interesaba que desconfiara de mí. Tenía que lograr que hablara. Si había presenciado el «accidente» de mi padre y estaba dispuesto a decir la verdad, la única forma de conseguir que hablara era hacer que le saliera a cuenta.
Me ayudó a ensillar el caballo y luego fuimos al paso hasta el lugar donde los diferentes senderos se adentran en el bosque.
—¿Por qué no vamos por el camino que lleva a la bifurcación donde Will Barton tuvo el accidente? —pregunté—. Tengo curiosidad por verlo.
—Sí, ya veo que está usted muy interesada por ese accidente —comentó Zach.
—He estado leyendo sobre el tema. Es interesante, porque parece que uno de los mozos de los establos dijo haber oído un disparo. Se llamaba Herbert West. ¿Sigue trabajando aquí?
—Ahora trabaja en el hipódromo de Monmouth Park.
—Zach, ¿estaba usted muy por detrás de Will Barton aquel día? ¿Digamos, tres minutos, cinco minutos?
Zach y yo íbamos lado a lado. Una fuerte brisa se había llevado las nubes y hacía un día soleado y fresco, perfecto para salir a montar. Las hojas de los árboles ya insinuaban la proximidad del otoño. El verde del verano empezaba a teñirse con leves toques de amarillo, naranja, rojizo, formando una cúpula de colores bajo el intenso azul del cielo. El olor a tierra húmeda me hizo pensar en cuando salía a montar con mi madre en el club Peapack. A veces mi padre venía con nosotras y se sentaba a leer el periódico o un libro mientras nosotras estábamos con los caballos.
—Yo diría que estaba unos cinco minutos más atrás —fue la respuesta de Zach—. Y, mire, señora, será mejor que aclaremos las cosas. ¿A qué vienen tantas preguntas sobre el accidente?
—Podemos discutir eso en la encrucijada —propuse.
Sin hacer el menor esfuerzo por disimular mi soltura con el caballo, apreté las piernas contra el costado del animal y este salió al trote. Zach me siguió. Seis minutos después tiramos de las riendas y nos detuvimos.
—Verá usted —le dije—. Lo he cronometrado. Salimos de los establos a las dos y diez. Ahora son las dos diecinueve, y durante parte del recorrido hemos ido a buen paso. Así que es imposible que solo estuviera a cuatro o cinco minutos de donde estaba Will Barton, ¿no le parece?
Vi que fruncía los labios.
—Mire, Zach, voy a serle sincera.
Evidentemente, solo me iba a sincerar con él hasta cierto punto.
—La hermana de mi abuela era la madre de Will Barton. Y murió convencida de que había algo más detrás de su muerte. Está ese disparo que Herbert West dijo haber oído. Un disparo puede asustar a un caballo, ¿verdad? Sobre todo con un jinete inexperto y nervioso que tira demasiado de las riendas. ¿No está de acuerdo? Lo que quiero decir es que quizá iba usted detrás de Will Barton, tratando de alcanzarle, y entonces lo vio galopando por el camino peligroso con un caballo fuera de control y supo que no podría detenerlo. Que quizá vio también al hombre que disparó el arma. Y que quizá ese hombre era Ted Cartwright.
—No sé de qué está hablando —dijo Zach.
Pero tenía sudor en la frente, y no dejaba de abrir y cerrar los puños con nerviosismo.
—Me dijo usted que es un buen amigo de Ted Cartwright. Entiendo que no quiera buscarle problemas. Pero Will Barton no tendría que haber muerto. Nuestra familia está en una posición bastante acomodada. Me han autorizado a pagarle un millón de dólares si acude a la policía y les dice lo que pasó de verdad. Lo único malo que usted hizo fue mentirle a la policía. No creo que vayan a castigarlo por un delito de esa clase después de tantos años. Sería usted un héroe, un hombre con conciencia que ha querido enmendar un agravio.
—¿Ha dicho un millón de dólares?
—En efectivo. Enviados por transferencia a su banco.
La sonrisa de Zach hacía que sus finos labios parecieran más finos.
—¿Habría algún extra si además digo que vi a Cartwright abalanzarse con su caballo contra Barton, obligándolo a seguir por aquel camino, y que luego disparó para que el caballo de Barton se desbocara?
Sentí que el corazón empezaba a latirme con fuerza. Traté de controlar la voz.
—Tendrá un diez por ciento más, cien mil dólares. ¿Es eso lo que pasó?
—Justo. Cartwright llevaba su vieja Colt. Esa pistola necesita unas balas especiales. En cuanto disparó, se volvió por el camino que conecta con Peapack.
—¿Y usted qué hizo?
—Oí a Barton gritar cuando cayó por el precipicio. Sabía que no tenía ninguna posibilidad. Me sentía bastante impresionado. Y me limité a cabalgar por los diferentes caminos como si le estuviera buscando. Al final, alguien vio el cuerpo al fondo del precipicio. Entretanto, yo me había hecho con una cámara y había vuelto al cruce de caminos. Quería protegerme. Estábamos a 9 de mayo. Conseguí un ejemplar del periódico de la mañana, donde había un artículo sobre Ted con una fotografía en la que aparecía con la Colt 22 que iba a utilizar en el concurso de tiro. Puse la fotografía junto a la bala que había disparado (estaba medio clavada en el tronco de un árbol) e hice una foto. Luego la saqué con ayuda de un cuchillo. También encontré el casquillo, en el camino. Luego fui al camino peligroso y tomé una fotografía de lo que pasaba abajo: ya sabe, los coches de policía, ambulancias, veterinarios para el caballo. Pero no había nada que hacer, claro.
—¿Me enseñaría esas fotografías? ¿Aún tiene la bala y el casquillo?
—Le enseñaré las fotografías, sí. Pero las quiero conservar hasta que tenga el dinero. Y sí, también tengo la bala y el casquillo.
No sé por qué le hice a Zach Willet la siguiente pregunta, pero el caso es que la hice.
—Zach, ¿la única razón de que haga esto es el dinero?
—Sobre todo —dijo—. Pero hay otra razón. Estoy harto de que Ted Cartwright siempre se salga con la suya y luego se permita venir a amenazarme.
—¿Cuándo puedo ver esas pruebas que dice?
—Esta noche, cuando vuelva a casa.
—Si la canguro está libre, ¿puedo ir a recogerla a su casa, hacia las nueve?
—Por mí, perfecto. Le daré mi dirección. Recuerde, solo le enseñaré las fotografías. La bala, el casquillo y las fotografías las entregaré a la policía, pero solo cuando tenga mi dinero y me hayan asegurado que no se me castigará por no haber hablado.
Volvimos a los establos en silencio. Traté de imaginar cómo debió de sentirse mi padre cuando Ted se abalanzó sobre él, cuando el caballo se desbocó y lo llevó a una muerte segura. Estoy segura de que sintió lo mismo que yo cuando Ted arrojó a mi madre contra mí y luego empezó a avanzar hacia mí.
Cuando estábamos desmontando en los establos, el móvil de Zach sonó. El hombre contestó y me guiñó un ojo.
—Hola —dijo—. ¿Qué pasa? Oh, ¿que la casa de la urbanización vale setecientos mil dólares amueblada pero no quieres que yo viva ahí y en vez de eso prefieres darme el dinero? Llegas tarde. He recibido una oferta mejor. Adiós.
»Qué gusto… —me dijo Zach mientras garabateaba su dirección en el dorso de un sobre—. La veré a las nueve. Es difícil ver el número de la casa desde la calle, pero enseguida la reconocerá por el montón de chicos que hay alrededor y el sonido de la batería.
—La encontraré.
Me fui consciente de que, si Ted Cartwright iba alguna vez a juicio, su abogado argumentaría ante el jurado que el testimonio de Zach se había comprado con dinero. Hasta cierto punto, sería verdad pero ¿cómo iban a rechazar las pruebas que Zach había conservado durante todos aquellos años? Y ¿hasta qué punto era eso distinto de lo que hace la policía cuando ofrece recompensas a las personas que den información?
Simplemente, yo estaba ofreciendo una recompensa más grande.