A las tres menos cuarto, Dru Perry recibió una llamada de su editor, Ken Sharkey, avisándola de la noticia que había llegado a través de la frecuencia de la policía. Charley Hatch, el jardinero de la casa de Holland Road donde habían asesinado a Georgette Grove, había muerto de un disparo. Ken iba a mandar a otro a cubrir la historia en la escena del crimen, pero quería que ella asistiera a la rueda de prensa que MacKingsley seguramente convocaría.
Dru le aseguró a su jefe que estaría para esa rueda de prensa, pero no le habló de la sorprendente información que acababa de descubrir. Había estado siguiendo el árbol genealógico de los antepasados maternos de Liza Barton. La madre y la abuela fueron hijas únicas. La bisabuela había tenido tres hermanas. Una de ellas nunca se casó. Otra se casó con un hombre llamado James Kennedy y murió sin descendencia. La tercera se casó con un hombre llamado William Kellogg.
El apellido de soltera de Celia Foster Nolan es Kellogg. Uno de los periodistas de Nueva York lo mencionó cuando habló del acto de vandalismo contra la casa, recordó Dru. Yo me limité a escribir que era la viuda del financiero Laurence Foster. Creo que fue el tipo del Post el que habló de su pasado: que había conocido a Foster cuando la contrató para que decorara su apartamento, y que en aquel entonces tenía su propio negocio de decoración, Interiorismo Celia Kellogg.
Dru bajó a la cafetería del juzgado y pidió una taza de té. Estaba casi vacía, y a ella le pareció perfecto. Necesitaba tiempo para pensar. Las implicaciones de la información que acababa de descubrir no habían hecho más empezar a insinuarse.
Dru se puso a pensar, con la taza de té en las manos. Quizá el hecho de que se apellide Kellogg no sea más que una coincidencia, pensó. Pero no, no creo en esa clase de coincidencias. Celia Nolan tiene exactamente la misma edad que tendrá ahora Liza Barton. ¿Es realmente una coincidencia que Alex Nolan comprara esa casa para darle una sorpresa? Hay una posibilidad entre un millón, pero podría pasar. Pero, si realmente la compró como una sorpresa, eso significa que Celia nunca le ha hablado de su pasado. Dios, ya me imagino la impresión que debió de sentir cuando el hombre la llevó a la casa el día de su cumpleaños, y encima tuvo que fingir que estaba contenta.
Y, como si eso no fuera ya bastante malo, el día que se instalaron fue recibida por esa pintada en el césped, la pintura en la fachada, la muñeca con la pistola y la calavera y los huesos grabados en la puerta. No me extraña que se desmayara cuando vio a los periodistas corriendo hacia ella.
¿Se habrá trastocado por culpa de todo esto?, pensó. Celia Nolan fue quien encontró el cadáver de Georgette Grove. ¿Es posible que estuviera tan histérica por el hecho de volver a estar en la casa y por la publicidad que se estaba dando al asunto como para matar a Georgette?
No le gustaba pensar en esa posibilidad.
Más tarde, durante la rueda de prensa, estuvo inusualmente callada. Que el sargento Earley hubiera confiscado los vaqueros, el calzado y las figurillas del jardinero solo podía significar una cosa. Estaban tratando de relacionar a Charley Hatch con el acto de vandalismo.
Dru se dio cuenta de que en el fondo deseaba que Celia Nolan tuviera una coartada sólida para explicar dónde había estado entre la una cuarenta y las dos y diez de aquella tarde, aunque a cada minuto que pasaba estaba más convencida de que no sería así.
Había sido un día muy largo, pero después de la rueda de prensa, Dru volvió a su oficina. Encontró varios artículos sobre Celia Kellogg en internet. Uno de ellos era una entrevista publicada en el Architectural Digest hacía siete años. Cuando el diseñador de renombre para el que Celia trabajaba se retiró, ella decidió montar su propio negocio. Según la revista era una de las diseñadoras de la nueva generación más innovadora y con más talento.
Se mencionaba que era hija de Martin y Kathleen Kellogg. Pero no que fuera adoptada. Se había criado en Santa Barbara. Dru siguió leyendo y encontró la información que buscaba. Poco después de que Celia se trasladara a la Costa Este para matricularse en el Instituto Tecnológico de Diseño, los Kellogg se habían mudado a Naples, Florida.
Fue fácil conseguir su teléfono en el listín. Dru lo anotó en su cuaderno. Todavía no es el momento de llamarlos, pensó. Evidentemente, negarán que la hija que adoptaron sea Liza Barton. Ahora necesito una imagen informatizada del aspecto que tendrá actualmente Liza Barton, luego ya decidiré si comparto mis sospechas con Jeff MacKingsley. Porque, si no me equivoco, la pequeña Lizzie Borden no solo ha vuelto, sino que está trastornada y llena de ansias de matar. Su abogado dijo que no le sorprendería que algún día volviera y le volara los sesos a Ted Cartwright.
Y tengo que averiguar quién es ese Zach. Si su nombre le venía a los labios cuando estaba lamentándose en el centro de detención, quizá también esté resentida con él.