A las cinco de la tarde del martes, Zach Willet condujo hasta la localidad vecina de Madison y aparcó ante la oficina de ventas de la Cartwright Town Houses Corporation. Entró y se encontró a la responsable de ventas, una mujer de treinta y tantos, recogiendo para cerrar el balance del día. Se fijó en el nombre que había en su placa: Amy Stack.
—Hola, Amy —dijo Zach mientras echaba un vistazo a la habitación—. Veo que se está preparando para marcharse, así que no le robaré mucho tiempo.
En las paredes había esbozos de los diferentes modelos de casas, y propuestas de cómo podían quedar una vez vestidas. Zach fue mirándolos uno a uno, examinándolos atentamente. Los precios aparecían en unos folletos que había en la mesa, así como las dimensiones y las diferentes características de cada una.
Zach cogió uno de los folletos y leyó en voz alta la descripción del modelo más caro.
—«Casa de tres pisos, con cuatro habitaciones, suite nupcial, cocina ultramoderna, tres chimeneas, cuatro cuartos de baño, lavadora y secadora, garaje con dos plazas, terraza privada y patio, servicios de alta». —Zach sonrió con expresión apreciativa—. Con esta seguro que no me equivoco —dijo. Volvió a dejar el folleto en la mesa, fue hasta el esbozo más grande y lo señaló—. Bueno, Amy, me imagino que tendrá prisa para ir a reunirse con su marido o su novio, pero ¿qué le parecería complacer a una persona agradable como yo y enseñarle esa maravillosa casa?
—Lo haré encantada, señor… —Amy vaciló—. Creo que no me ha dicho su nombre.
—Es cierto. No lo he dicho. Soy Zach Willet, y a menos que haya tomado prestada la placa de alguien, usted es Amy Stack.
—Exacto. —Amy abrió el cajón de arriba de su mesa y cogió su llavero—. Está en el número 8 de Pawnee Avenue. Debo decirle que es una casa de alto standing. Está equipada con todas las comodidades, y evidentemente eso se refleja en el coste. Es la casa piloto, y por eso está amueblada.
—Suena estupendo —dijo Zach cordialmente—. Echémosle un vistazo.
Mientras recorrían la urbanización, Amy Stack señaló que la parte de los jardines casi estaba terminada y que aparecería en una revista nacional de jardinería, y que los caminos de acceso de todas las casas tenían un sistema de calefacción para evitar la formación de hielo en invierno.
—El señor Cartwright ha pensado en todo —dijo con orgullo—. Es uno de esos promotores que se ocupan personalmente hasta del último detalle.
—Ted y yo somos buenos amigos —dijo Zach muy expansivo—. Nos conocemos hace cuarenta años, desde que éramos niños y montábamos a pelo. —Miró a su alrededor. Algunas de las bonitas casas de ladrillo rojas de la urbanización ya estaban ocupadas—. Coches caros en las entradas —comentó—. Vecinos con clase. Eso se nota.
—Totalmente —le aseguró Amy—. Aquí solo encontrará a la gente más selecta. —Dio unos pasos más y dijo—: Aquí es, el número 8. Como ve, está en una esquina y es la joya de la urbanización.
La sonrisa de Zach se hizo más amplia cuando Amy giró la llave, abrió la puerta y le hizo pasar al salón familiar que había en la planta baja.
—Chimeneas, bar… ¿hay algo que no pueda gustarme aquí? —preguntó retóricamente.
—Algunas personas utilizan la habitación que hay al otro lado como gimnasio, y evidentemente cuenta con un baño completo con jacuzzi. Es extraordinario —dijo Amy, con la voz llena de entusiasmo profesional.
Zach insistió en subir en ascensor a cada una de las plantas de la casa. Era evidente que estaba disfrutando como un crío con cada detalle.
—Un armarito para mantener la comida caliente. Oh, señor, Amy… recuerdo que mi madre ponía los platos sobre la estufa para que se mantuvieran calientes. La pobre siempre acababa con los dedos quemados.
»Dos habitaciones para invitados —bromeó—. No tengo parientes próximos, pero con estas dos habitaciones, creo que tendré que localizar a unos primos que tengo en Ohio e invitarles a pasar algún fin de semana.
Volvieron a bajar en ascensor y salieron a la calle y, cuando Amy estaba echando la llave, Zach dijo:
—Me la quedo. Como está. Con muebles y todo.
—Es estupendo —exclamó Amy—. ¿Cuándo puede pagar el depósito?
—¿No le ha dicho nada Ted Cartwright? —le preguntó Zach con tono asombrado—. Es un regalo. En una ocasión le salvé la vida y, como me veo obligado a abandonar la casa donde vivo, me dijo que viniera y eligiera una casa. Ted nunca olvida los favores. Debería estar orgullosa de trabajar para él.