El martes a las cuatro, Henry Paley volvió a la agencia.
—¿Cómo ha ido? —le preguntó Robin.
—Creo que tenemos una venta. Como ya sabes, es la tercera vez que los Mueller van a ver la casa, y la segunda vinieron con los padres de él. Evidentemente, es el padre el que paga. El propietario también estaba. El hombre me llevó a un aparte y me preguntó si podía ahorrarse mi comisión.
—Conociéndote, seguro que te sentó como una patada en la barriga —comentó Robin.
Henry le sonrió.
—Pues sí. Apuesto a que Miller padre habló con él, porque considera que reducir la comisión es una buena forma de bajar el precio. Seguramente es de esos que escatiman hasta el último penique por un cuarto de litro de leche.
Se acercó a la mesa de Robin.
—Robin, ¿te había dicho que hoy te veo muy provocativa? No creo que Georgette hubiera visto con buenos ojos ese suéter tan revelador que llevas, pero claro, seguramente tampoco habría visto con buenos ojos a tu novio si hubiera sabido quién es, ¿verdad?
—Mira, Henry, no me siento nada cómoda hablando de este tema —dijo ella con tono pragmático.
—Ya me lo imagino. Solo estaba pensando en voz alta, claro, pero me pregunto si Georgette sospechaba algo. No sé. Desde luego, nunca se le pasó por la imaginación que tú y Cartwright estuvisteis saliendo el año pasado. Si lo hubiera sabido te habría dado un buen tirón de orejas.
—Conocía a Ted Cartwright de antes de trabajar aquí. No tengo una relación personal con él. El hecho de que nos conociéramos nunca mermó mi lealtad hacia Georgette.
—Mira, Robin, tú eres quien filtraba las llamadas sobre los terrenos que estaban disponibles. Tú eres quien trataba con los posibles compradores. Reconozco que yo tampoco he trabajado con mucho empeño últimamente, pero lo tuyo es diferente. ¿Te pagaba Ted para que rechazaras a posibles compradores?
—¿Te refieres a algo parecido al cheque que te iba a pagar a ti por conseguir que Georgette vendiera los terrenos de la Ruta 24? —Preguntó Robin con sarcasmo—. Por supuesto que no.
La puerta que daba a East Main Street se abrió. Los dos se volvieron sobresaltados y vieron que el sargento Clyde Earley acababa de entrar con expresión sombría.
*****
Clyde Earley iba en el primero de los coches patrulla que habían llegado haciendo chirriar los frenos a la casa de Lorraine Smith en Sheep Hill Road. Después de que la mujer describiera atropelladamente cómo había encontrado el cadáver de Charley Hatch, Clyde indicó al oficial que le acompañaba que se quedara con ella mientras él corría por el césped hacia la zona de la piscina. Allí encontró el cuerpo sin vida del jardinero.
En aquel momento Clyde se había permitido sentir auténtico pesar. No tenía intención de reconocer que, el día antes, había torturado deliberadamente a aquel hombre volviendo a dejar la bolsa de la basura en el suelo para que cuando llegara del trabajo viera que sus vaqueros, sus zapatillas deportivas y sus figurillas no estaban. Pero, cuando vio su rostro ensangrentado, comprendió que aquello era inevitable. Seguramente Charley se asustó y llamó a la persona que le había pagado para que causara los destrozos en la casa. Y esa persona decidió que se había convertido en un peligro. Pobre Charley. No parecía un mal tipo. Pero seguro que no era la primera vez que hacía algo ilegal. Debían de haberle pagado bien.
Procurando no pisar alrededor del cadáver, Earley estudió la escena del crimen. El cortacésped está detrás de la casa. Mi opinión es que vino a la parte de atrás para reunirse con alguien. Pero ¿cómo quedaron? Estoy seguro de que Jeff hará que comprueben las llamadas de Charley enseguida. Y su cuenta del banco. O quizá encuentren un fajo de dinero escondido en su casa.
Desde luego la casa de Old Mill Lane parece maldita, pensó Clyde. Charley la ataca y ahora está muerto. Georgette la vende y está muerta. A la señora Nolan parecía que le iba a dar algo. ¿Adónde irá a parar todo esto?
Llegaron más coches patrulla. Clyde se ocupó de cerrar Sheep Hill Road, de acordonar la escena del crimen y de apostar un policía ante la verja para asegurarse de que ningún vehículo no autorizado accedía a la zona.
—Y eso aplícalo sobre todo a la prensa —le indicó con firmeza.
A Clyde le gustaba estar al mando. Le molestó mucho que, cuando llegaron los de la fiscalía, dejaran a la policía local al margen. Jeff MacKingsley era más considerado que la mayoría, pero aun así, no había duda: en la ley del más fuerte, los locales siempre quedaban fuera.
Cuando Jeff llegó, saludó a Clyde algo brusco. Se acabaron los elogios por mi excelente trabajo policial al encontrar la ropa de Charley manchada de pintura, pensó.
Cuando se llevaron el cuerpo y los de la policía científica se adueñaron de la escena del crimen, Clyde pensó en ir a la comisaría, pero entonces cambió de opinión y aparcó ante las oficinas de la inmobiliaria Grove, en East Main Street. Desde el coche veía a Robin Carpenter sentada ante su mesa y a Henry Paley hablando con ella. Quería ser él quien les informara de la muerte de Charley Hatch, y preguntarles si alguno de ellos había estado en contacto con él.
No me extrañaría que Charley hubiera estado informando a Paley, pensó Clyde con aire sombrío cuando abría la puerta. No me gusta ese tipo.
—Me alegra encontrarles a los dos —dijo—. ¿Conocen a Charley Hatch, el jardinero que se ocupaba de la casa de Holland Road?
—Le he visto alguna vez, sí.
—Esta tarde, entre la una y media y las dos, le han disparado mientras estaba trabajando en Sheep Hill Road.
Robin se levantó de un salto, blanca como el papel.
—¡Charley! ¡No puede ser!
Los dos hombres la miraron.
—Charley era medio hermano mío —dijo quejumbrosa—. No puede ser que esté muerto.