Tenía que mostrarme decidida. No podía dejar que aquellos cuatro hombres entraran en mi casa y me interrogaran sobre la muerte de una mujer a la que solo había visto una vez. Aquellos hombres de la oficina del fiscal no sabían que yo soy Liza Barton, y quería que siguiera siendo así. Estaban tratando de relacionarme con la muerte de Georgette solo porque no llamé al 911 desde Holland Road y porque llegué a mi casa demasiado rápido.
Jack había venido detrás de mí cuando iba a abrir la puerta, y en aquel momento me cogió de la mano. No sé si aquello lo hizo para tranquilizarse o para tranquilizarme a mí. La ira que me producía pensar cómo le estaría afectando todo aquello me dio el impulso para atacar.
Dirigí mi primera pregunta a Jeffrey MacKingsley.
—Señor MacKingsley, ¿podría explicarme por qué el detective Walsh ha estado siguiéndome esta mañana?
—Señora Nolan, le pido disculpas si la hemos molestado —dijo el hombre—. ¿Podemos pasar y hablar unos minutos con usted? Deje que le explique. El otro día, me enseñó usted una fotografía de la familia Barton que estaba sujeta a un poste del establo. En ella no había huellas, excepto las suyas y, como comprenderá, es algo inusual. Usted la arrancó del poste y me la dio a mí, pero alguien tuvo que manipularla antes. No hemos hecho público este detalle, pero en el bolso de Georgette Grove hemos encontrado una fotografía de periódico en la que aparece usted a punto de desmayarse. Tampoco había huellas. Y hoy hemos encontrado una fotografía de Audrey Barton en la escena de otro crimen.
Estaba tan histérica que estuve a punto de gritar: «¡Una fotografía de mi madre en la escena de un crimen!». Pero lo que dije fue:
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —tratando de sonar lo más tranquila posible.
Yo seguía en la puerta, y MacKingsley vio que no tenía intención ni de contestar a sus preguntas ni de invitarles a entrar. El hombre se había dirigido a mí con tono de disculpa. Pero en aquellos momentos cualquier sentimiento de simpatía que pudiera suscitar en mí había desaparecido.
—Señora Nolan, hace unas horas han asesinado de un disparo al jardinero de la casa de Holland Road. Tenemos pruebas que demuestran que él fue quien provocó los destrozos en su casa. Tenía una fotografía de Audrey Barton en el bolsillo, y dudo que la pusiera él. Lo que estoy tratando de decirle es que los asesinatos de Georgette Grove y de Charley Hatch de alguna manera están relacionados con su casa.
—¿Conocía usted a Charley Hatch, señora Nolan? —me preguntó Walsh de improviso.
—No, no le conocía. —Le miré—. ¿Qué hacía usted en la cafetería esta mañana, por qué me siguió a Bedminster?
—Señora Nolan —dijo Walsh—. Estoy convencido de que, cuando descubrió el cadáver de Georgette Grove, usted salió de la casa de Holland Road mucho antes de lo que dice o bien que conocía tan bien las calles como para volver a su casa y llamar al 911 a la hora en que llamó.
Antes de que pudiera contestar, MacKingsley dijo:
—Señora Nolan, Georgette Grove le vendió esta casa a su marido. Charley Hatch la hizo objeto de un acto de vandalismo. Usted vive aquí. Georgette tenía su fotografía. Hatch tenía una fotografía de Audrey Barton. Usted encontró una fotografía de la familia Barton. Es evidente que hay una relación, y estamos tratando de resolver dos homicidios, por eso estamos aquí.
—¿Está segura de que no conocía a Charley Hatch, señora Nolan? —volvió a preguntar Walsh.
—Ni siquiera había oído su nombre. —La ira hizo que mi voz sonara de lo más inflexible.
—Mamá. —Jack me tiró de la mano.
Sabía que el tono de mi voz le asustaba, y también la actitud provocativa del detective Walsh.
—No pasa nada, Jack. Estos señores solo quieren que sepamos lo contentos que están por tenernos en su ciudad. —No hice caso de Walsh ni de los otros dos y miré directamente a Jeff MacKingsley—. Llegué aquí la semana pasada y me encontré con unos destrozos intolerables en el exterior. Quedo con Georgette Grove, una mujer a la que solo había visto una vez, y me la encuentro muerta. Estoy segura de que el médico que me atendió en la sala de urgencias del hospital dará fe del estado de shock en que me encontraba cuando llegué. No sé qué está pasando, pero sugiero que se concentren en encontrar al responsable de estos crímenes y que tengan la decencia de dejarnos en paz a mí y a mi familia.
Hice ademán de cerrar la puerta. Walsh puso el pie para impedirlo.
—Una pregunta más, señora Nolan. ¿Dónde estaba usted entre la una y media y las dos esta tarde?
Eso tenía fácil respuesta.
—Había quedado a las dos para una clase en el club de hípica Washington Valley. Llegué allí a las dos menos cinco. ¿Por qué no cronometra el tiempo que se tarda en llegar desde aquí, señor Walsh? Así podrá deducir por sí mismo a qué hora salí de mi casa.
Cerré de un portazo contra su pie y él lo apartó, pero, mientras echaba el pestillo, se me ocurrió una posibilidad espantosa. Toda aquella actividad policial en la esquina de Sheep Hill con Valley Road… ¿estaría relacionada con la muerte del jardinero que había causado los destrozos en mi casa? De ser así, al contestar aquella última pregunta me había situado justamente en la zona del crimen.