A las doce y media del martes por la tarde, Henry Paley fue caminando desde su oficina hasta el Black Horse Tavern para reunirse con Ted Cartwright, que le había llamado y había insistido en que comieran juntos. Cuando llegó, echó un vistazo al comedor, medio esperando ver allí al detective Shelley o a Ortiz. Durante el fin de semana, los dos se habían pasado en diferentes momentos por la agencia para volver a preguntar qué había dicho Georgette aquella última tarde. Y se mostraron particularmente interesados por si sabía lo que Georgette quiso decir cuando Robin la oyó musitar «Nunca le diré a nadie que la he reconocido».
Les dije a los dos que no tenía ni idea, pensó Henry, y por sus caras, ninguno me creyó.
Como de costumbre, la mayoría de las mesas estaban ocupadas, pero para su alivio, Henry no vio ni a Shelley ni a Ortiz en ninguna. Ted Cartwright le esperaba en una mesa del rincón. Se había sentado de cara a la pared, pero su pelo blanco le delataba enseguida. Seguramente ya se está bebiendo su primer whisky escocés, pensó Henry mientras se abría paso por la sala.
—¿Cree que este encuentro es buena idea, Ted? —preguntó mientras sacaba una silla y se sentaba.
—Hola, Henry. Y, respondiendo a su pregunta, sí, creo que es una excelente idea —dijo Cartwright—. Como propietario del veinte por ciento de los terrenos de la Ruta 24 tiene todo el derecho a reunirse con cualquier posible comprador. Me encantaría que no hubiera dejado constancia en papel de nuestro acuerdo para que Georgette y luego el fiscal pudieran encontrarlo, pero eso ya no tiene arreglo.
—Parece mucho menos preocupado por esas anotaciones mías que el otro día —comentó Henry, y entonces se dio cuenta de que el camarero estaba allí—. Un vaso de Merlot, por favor —dijo.
—Y a mí tráeme otro de estos —añadió Cartwright. Luego, cuando vio que el joven iba a cogerle el vaso, le dijo con irritación—: Todavía no he terminado. Puedes dejar el vaso tranquilo.
Está bebiendo demasiado deprisa, pensó Henry. No está tan tranquilo como quiere hacerme creer. Cartwright le miró.
—Me siento más tranquilo, y le diré por qué. He contratado a un abogado, y el motivo de esta entrevista no es solo demostrar a la gente que no tengo nada que ocultar, sino decirle que usted también haría bien en contratar a otro abogado. La oficina del fiscal quiere resolver este caso, y una de las opciones que barajan es demostrar que nos pusimos de acuerdo para deshacernos de Georgette y que uno de los dos le disparó o pagó a alguien para que lo hiciera.
Henry se lo quedó mirando, pero no dijo nada hasta que el camarero volvió con las bebidas. Dio un sorbo a su Merlot y dijo con tono reflexivo:
—Ni siquiera se me había pasado por la imaginación que el fiscal me considerara sospechoso. Aunque, la verdad, no se puede decir que lamente la muerte de Georgette. En otra época le tuve mucho aprecio, pero con los años Georgette se había vuelto más obstinada, como usted bien sabe. Sin embargo, no soy muy amante de la violencia. Nunca he tenido una pistola en las manos.
—¿Está practicando para su defensa? —Preguntó Cartwright—. Porque, si es así, conmigo está perdiendo el tiempo. Conozco a los que son como usted. Muy taimado. ¿Estaba usted detrás de lo que pasó en Old Mill Lane? Es la clase de triquiñuela que esperaría de usted.
—¿Podemos pedir ya? —Propuso Henry—. Esta tarde tengo que enseñar algunas casas a unas personas. Es curioso, pero la muerte de Georgette ha sido como una inyección de adrenalina para la agencia. De pronto han aparecido varias personas interesadas en comprar casa en la zona.
Ninguno de los dos volvió a hablar hasta que les sirvieron los sándwiches que habían pedido. Luego, con tono informal, Henry dijo:
—Mire, Ted, ahora que he convencido al sobrino de Georgette para que venda los terrenos de la Ruta 24, sería un detalle que me pagara ese cheque que me prometió. Creo recordar que la suma que acordamos era de cien mil dólares.
El tenedor de Cartwright se quedó paralizado en el aire.
—Bromea, ¿no?
—No, nada de bromas. Hicimos un pacto y espero que cumpla su parte.
—El acuerdo era que usted convenciera a Georgette para que vendiera esos terrenos en lugar de cederlos al estado.
—El acuerdo era y sigue siendo vender los terrenos. De todos modos ya suponía que no querría abonarme ese dinero. Durante el fin de semana me he puesto en contacto con el sobrino de Georgette, Thomas Madison. Le señalé que, si bien su oferta es razonable, en los pasados años hemos tenido otras buenas ofertas por esos terrenos. Me he ofrecido a revisarlas, ponerme en contacto con las personas que las hicieron y ver si todavía están dispuestas a iniciar las negociaciones.
—Es un farol —dijo Cartwright enrojeciendo de ira.
—No, para nada, Ted. Lo suyo sí es un farol. Le aterra que puedan detenerle por la muerte de Georgette. Ese día estuvo cabalgando cerca de la casa de Holland Road. Y es un orgulloso miembro de la National Rifle Association con permiso de armas. Discutió con Georgette en este mismo lugar la noche antes de su muerte. Así que, qué me dice, ¿tanteo esas otras partes interesadas en los terrenos de la Ruta 24 o cree que puede tener el cheque en cuarenta y ocho horas? —Henry se puso en pie sin esperar respuesta—. De verdad, tengo que volver a la oficina, Ted. Muchas gracias por la comida. Ah, por cierto, por curiosidad: ¿sigue viéndose con Robin o solo fue una diversión pasajera para usted?