—Pero, Celia, de todos modos es lo que queríamos. Solo que lo haremos un poco antes. Y así Jack ya podrá empezar la guardería en Mendham. Llevamos seis meses apretujados en tu apartamento, y no has querido venirte al mío en el centro.
Era un día después de mi cumpleaños, un día después de la gran sorpresa. Estábamos desayunando en mi apartamento, el mismo apartamento que Larry, que se convertiría en mi marido, me contrató para decorar hacía seis años. Jack se había tomado a todo correr un vaso de zumo y un cuenco de cereales y, con un poco de suerte, ahora se estaría vistiendo para ir a la guardería.
Juraría que no conseguí pegar ojo en toda la noche. No, estuve tendida en la cama, con mi hombro contra Alex, con la vista clavada en la oscuridad, recordando, siempre recordando. Ahora, envuelta en una bata azul y blanca de lino, con el pelo recogido en un moño, trataba de parecer tranquila mientras daba sorbitos a mi café.
Frente a mí, en la mesa, impecablemente vestido como siempre con su traje azul oscuro, camisa blanca y corbata estampada azul y roja, Alex comía a toda prisa su tostada y un tazón de café, su desayuno de todos los días.
Mi propuesta de que, aunque la casa era bonita, quería redecorarla por completo antes de que nos instaláramos, se había encontrado con la oposición de Alex.
—Ceil, sé que ha sido una locura comprar la casa sin consultarte, pero era exactamente lo que buscábamos. Tú estabas de acuerdo con la zona. Habíamos hablado de Peapack o Basking Ridge, y Mendham solo está a cinco minutos de los dos. Es un sitio con clase, con fácil acceso a Nueva York y, además del hecho de que la empresa me traslada a Nueva Jersey, podré salir a montar por la mañana. Central Park no me sirve. Y quiero enseñarte a montar. Dijiste que querías aprender.
Estudié a mi marido, su expresión era de contrición, suplicante. Tenía razón. Realmente, mi apartamento era demasiado pequeño para los tres. Alex había tenido que renunciar a muchas cosas para casarse conmigo. Su enorme apartamento en SoHo incluía un enorme estudio, con sitio para un espléndido equipo de sonido y un piano de cola. Ahora el piano estaba en un guardamuebles. Alex tenía un don natural para la música, y disfrutaba enormemente tocando. Sé que lo añora. Ha trabajado muy duro para conseguir lo que tiene. Y, aunque era un primo lejano de mi difunto marido, que era rico, decididamente Alex era un «pariente pobre». Sé lo orgulloso que está de poder comprar esta casa.
—Decías que querías volver a la decoración —me recordó Alex—. Cuando nos instalemos, tendrás todo el tiempo del mundo para hacerlo, sobre todo en Mendham. En esa zona hay dinero, y se están construyendo muchas casas nuevas. Por favor, inténtalo, hazlo por mí, Ceil. Los vecinos te han hecho una buena oferta por el apartamento, y tú lo sabes. —Rodeó la mesa y me abrazó—. Por favor.
No había oído entrar a Jack.
—A mí también me gusta la casa, mamá —dijo—. Alex me va a comprar un poni cuando vivamos allí.
Miré a mi marido y a mi hijo.
—Bueno, parece que tenemos casa nueva… —dije tratando de sonreír.
Alex se muere por tener más espacio, pensé. Le encanta la idea de tener cerca un club hípico. Tarde o temprano encontraré otra casa en alguno de los pueblos de los alrededores. No creo que me cueste convencerle de que nos vayamos. Después de todo, él mismo ha reconocido que fue un error que la comprara sin consultarme.
Un mes más tarde, los camiones de la empresa de mudanzas salían del 895 de la Quinta Avenida y se dirigían hacia el túnel Lincoln. Su destino era el número 1 de Old Mill Lane, en Mendham, Nueva Jersey.