El sábado a las cuatro de la tarde, Charley Hatch aparcó su camioneta en el camino de tierra que había detrás de su cobertizo, y luego desenganchó el remolque que había utilizado para llevar el cortacésped y el resto del material que utilizaba en su trabajo de jardinero. No siempre lo hacía, pero esa noche tenía que volver a salir, porque había quedado con unos amigos en el bar para ver el partido de los Yankees. Ya estaba impaciente.
Había sido un día muy largo. El sistema de aspersores de una de las casas donde trabajaba se había estropeado y el césped estaba quemado. No había sido culpa suya, pero el dueño de la casa volvería pronto de sus vacaciones y se pondría furioso si su jardín no estaba impecable. Era uno de los trabajos más fáciles que tenía, y no quería perderlo. Así que dedicó unas horas de más para hacer venir a un técnico que arreglara el sistema y luego se quedó por allí hasta que se aseguró de que el césped se regaba adecuadamente.
Charley llevaba puestos los mismos vaqueros que el lunes por la noche, cuando estuvo en Old Mill Lane, así que, mientras esperaba al técnico, preocupado todavía por su conversación con Ted Cartwright la noche antes, se dedicó a examinarlos cuidadosamente. Descubrió tres gotas de pintura roja en la rodilla derecha, además de algunos restos en la parte posterior de la camioneta. Los vaqueros eran viejos, pero cómodos y no quería tirarlos. Intentaría quitar la pintura con aguarrás.
Tendría que ir con mucho cuidado, porque a la Grove le habían disparado justamente cuando trataba de limpiar la pintura que él había derramado el lunes cuando se llevó las latas de pintura.
Así que, de un humor de perros, Charley dejó el remolque en su sitio y entró en la casa, y se fue derecho a la nevera. Cogió una cerveza, quitó la chapa y empezó a beber. Un vistazo por la ventana le hizo quitarse la botella de la boca. Un coche patrulla acababa de parar delante de su casa. La poli. Ya sabía que tarde o temprano irían a preguntar, porque él hacía algunos trabajos en la casa de Holland Road donde habían asesinado a la mujer de la inmobiliaria.
Charley bajó la vista. De pronto las tres gotas de pintura roja de sus vaqueros parecían de tamaño gigante.
Fue corriendo a su habitación, se quitó las zapatillas deportivas y se llevó un disgusto cuando vio que la suela del pie izquierdo también estaba manchada. Cogió un par de pantalones de pana del suelo de su armario, se los puso, se puso unos mocasines bastante gastados y aún llegó a tiempo de abrir la puerta al segundo timbrazo.
El sargento Clyde Earley estaba allí.
—¿Te importa si paso, Charley? —preguntó—. Solo quiero hacerte unas preguntas.
—Claro, claro, pase, sargento. —Charley se apartó para dejarle pasar y vio que los ojos del sargento examinaban la habitación—. Siéntese. Acabo de llegar. Lo primero que he hecho ha sido abrirme una cerveza. Es curioso, el otro día ya podía intuirse el otoño en el aire y ahora de pronto parece que volvemos a estar en pleno verano. ¿Le apetece una cerveza?
—Gracias, Charley, pero estoy de servicio. —Earley escogió una silla de respaldo recto para sentarse, una de las dos que había ante la mesa de carnicero donde Charley comía.
Charley se sentó en una de las sillas que formaban parte de la sala de estar de la casa que compartía con su mujer antes del divorcio.
—Lo que pasó ayer en Holland Road es terrible —empezó a decir Earley.
—Sí, eso parece. Se le ponen a uno los pelos de punta, ¿eh? —Charley dio un trago a su cerveza, y enseguida se arrepintió. Earley tenía el rostro sofocado.
Se había quitado la gorra, y vio que su pelo rojizo estaba mojado. Apuesto a que se muere por beber un poco de esto, pensó. Seguramente no le hace ninguna gracia tenerme aquí delante bebiendo. Así que dejó la botella en el suelo como si nada.
—¿Acabas de llegar del trabajo, Charley?
—Eso es.
—¿Hay alguna razón para que te hayas puesto esos pantalones de pana y zapatos de piel? No habrás trabajado con eso puesto, ¿verdad?
—Tuve algunos problemas con el sistema de riego. Los vaqueros y las bambas estaban empapados. Me los acababa de quitar y me iba a dar una ducha cuando le he visto llegar, así que me he puesto esto.
—Ya veo. Bueno, pues siento haberte privado de tu ducha, pero es que necesito verificar algunos datos. Tú te ocupas del jardín del número 10 de Holland Road, ¿verdad?
—Efectivamente. Empecé cuando los Carroll compraron la casa hace unos ocho o nueve años. Cuando trasladaron al señor Carroll me pidieron que me ocupara de la casa hasta que se vendiera.
—¿Qué quiere decir exactamente que te «ocupas» de la casa, Charley?
—Pues que cuido lo que rodea la casa, ya sabe, corto el césped, podo los arbustos, barro el porche y el camino…
—¿Tienes una llave?
—Sí. Entro cada dos o tres días para limpiar y asegurarme de que todo está en orden. A veces los de las inmobiliarias llevan clientes cuando llueve y lo dejan todo lleno de barro. Así que me ocupo de limpiarlo, no sé si me entiende.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en la casa?
—El lunes. Siempre voy después del fin de semana. Es cuando pasa más gente por allí.
—¿Qué hiciste en la casa el pasado lunes?
—Lo de siempre. Fue el primer sitio adonde fui porque pensé que si iba algún cliente, tenía que estar presentable.
—¿Sabías que había pintura roja en un armario trastero?
—Pues claro. Había un montón de latas de pintura, no solo roja. Me parece que cuando pintaron la casa el decorador encargó mucha más pintura de la que necesitaban.
—Entonces, ¿no sabías que alguien robó la pintura roja de ese armario y la utilizó para causar destrozos en la casa de Old Mill Lane?
—Leí lo que pasó en la casa de la pequeña Lizzie, pero no sabía que la pintura hubiera salido de Holland Road. ¿Quién iba a hacer algo así, sargento?
—Esperaba que tú me dieras alguna idea, Charley.
Charley se encogió de hombros.
—Lo mejor será que hable con alguno de esos de las inmobiliarias que no dejan de entrar y salir de la casa. Quizá alguno tenía algo en contra de Georgette Grove o de la gente que se ha instalado en la casa de la pequeña Lizzie.
—Una teoría interesante, Charley. Un par de preguntas más y te dejaré para que puedas ducharte. La llave del armario trastero ha desaparecido. ¿Lo sabías?
—La semana pasada estaba, eso seguro. Pero no me fijé si el lunes seguía allí o no.
Earley sonrió.
—Nadie ha dicho que el lunes no estuviera. No sé si estaba.
—Bueno, pues esa es la última vez que yo estuve en la casa —dijo Charley a la defensiva—. Por eso lo decía.
—Ultima pregunta. ¿Hay alguna posibilidad de que alguien, quizá un agente inmobiliario, haya sido tan descuidado que se dejara la puerta de la calle abierta después de haber enseñado la casa?
—Claro, puede pasar, y ha pasado. Más de una vez me he encontrado abierta la puerta de la cocina que da a la parte de atrás. Y lo mismo pasa con las puertas correderas de la sala recreativa. La gente de las inmobiliarias está tan entusiasmada por hacer una venta que se vuelve descuidada. Se aseguran de cerrar la puerta de la calle y la caja de seguridad de la forma más ostentosa, y en cambio por las otras entradas podrían colarse ejércitos enteros.
—¿Estás seguro de que siempre cierras con llave todas las puertas cuando has estado en la casa, Charley?
—Mire, sargento, me gano la vida cuidando de las casas de la gente. ¿Cree que alguno de ellos me daría una segunda oportunidad si fuera tan descuidado? Yo se lo diré. No, señor. Si no lo hiciera todo perfecto me crucificarían.
Clyde Earley se levantó para irse.
—Pues parece que alguien ha crucificado a Georgette Grove, Charley. Si se te ocurre alguna otra cosa que pueda ayudarme avísame. En mi opinión, la persona que hizo lo de la casa de la pequeña Lizzie se asustó porque la señora Grove le había descubierto y por eso tuvo que matarla. Eso sí que es indignante. Lo más que puede caerle a alguien por un acto vandálico como el de la casa de Old Mill Lane es un año más o menos y, si no tenía antecedentes, probablemente se saldría con la condicional y servicios comunitarios. Pero si ese vándalo ha matado a la Grove para cerrarle la boca, podría caerle la pena de muerte. Bueno, nos vemos, Charley. —Y salió solo.
Charley estuvo conteniendo la respiración hasta que el coche patrulla se alejó, luego cogió su móvil y se puso a marcar presa del pánico. En lugar del tono, una voz informatizada le dijo que el teléfono al que llamaba estaba desconectado o fuera de cobertura.