Después de separarse de Marcella Williams, Dru Perry fue directamente a la redacción del Star-Ledger para escribir su crónica sobre el homicidio de Holland Road. Luego le comentó a su editor, Ken Sharkey, que por la mañana se quedaría a trabajar en casa para preparar un reportaje sobre Georgette Grove para el dominical.
Que es la razón por la que, el viernes por la mañana, Dru estaba ante su escritorio, con pijama y bata y con un tazón de café en la mano, viendo las noticias de Canal 12, una televisión local. En aquellos momentos estaban pasando una entrevista con Thomas Madison, primo de Georgette Grove, que había venido desde Pensilvania cuando recibió la noticia. Madison, un hombre de cincuenta y pocos años con voz melosa, expresó el dolor de su familia por la muerte de Georgette y su indignación ante un crimen tan atroz. Explicó cómo iban a ser los funerales: cuando el forense terminara su trabajo, el cuerpo de su prima sería incinerado y sus cenizas se depositarían en la parcela que la familia tenía en el cementerio del condado de Morris. El lunes a las diez de la mañana se celebraría un servicio en su memoria, en la iglesia presbiteriana de Hilltop a la que asistió toda su vida.
Un servicio tan pronto…, pensó Dru. Eso significa que el primo Thomas quiere terminar con esto cuanto antes y volver a casa. Dru apagó el televisor con el mando a distancia y decidió que asistiría al servicio.
Encendió el ordenador y se puso a buscar información sobre Georgette Grove en internet. Lo que le gustaba de internet es que, cuando buscaba información, siempre topaba con cosas que no esperaba.
—¡Bingo! —dijo en voz alta una hora después, cuando encontró una fotografía de Georgette Grove y Henry Paley en el último curso de secundaria en el instituto de Mendham.
El pie de foto decía que habían ganado una carrera de fondo en la competición anual del condado. Cada uno tenía su trofeo en la mano. Henry rodeaba a Georgette con su brazo huesudo y, mientras que ella sonreía directamente a la cámara, la sonrisa fatua de Henry era solo para ella.
Vaya, parece coladito, pensó Dru… ya debía de estar colgado por ella en aquella época.
Decidió buscar más información sobre Henry Paley. Los datos pertinentes que encontró eran que había trabajado como agente inmobiliario al acabar la carrera, que se casó con Constance Liller a los veinticinco años y que a los cuarenta se incorporó a la Inmobiliaria Grove, de reciente creación. Una necrológica le indicó que Constance Liller Paley había fallecido hacía seis años.
Y luego, si había que dar crédito a Marcella Williams, trató de seducir a Georgette otra vez, pensó. Pero a ella no le interesaba, y en los últimos tiempos habían discutido con frecuencia porque él quería recuperar el dinero que puso en el negocio y en los terrenos de la Ruta 24. No me imagino a Henry matando a nadie, pensó, pero el amor y el dinero son las dos principales razones por la que se mata a la gente. Interesante, sí señor.
Se recostó contra el respaldo de su silla y miró al techo. ¿Le había dicho Henry Paley dónde estaba cuando mataron a Georgette cuando habló con él el día antes? Me parece que no, decidió. Dru tenía el bolso en el suelo, junto a la mesa. Así que se puso a rebuscar en su interior, sacó su cuaderno de notas y anotó las preguntas y los hechos que se le estaban pasando por la cabeza.
¿Dónde estaba Henry Paley la mañana del asesinato? ¿Llegó a la oficina a la hora habitual o había quedado con algún cliente? Las cajas de seguridad tienen un registro informatizado. Así que seguramente habría constancia del número de veces que Henry Paley había estado en la casa de Holland Road. ¿Conocía la existencia de las latas de pintura del armario? Él quería que la agencia cerrara. ¿Sería capaz de sabotear deliberadamente la casa de Old Mill Lane para poner a Georgette en evidencia o abortar la venta?
Dru cerró su cuaderno, lo dejó en su bolso y siguió buscando información sobre Georgette en internet. En las dos horas que siguieron, se formó una idea bastante clara de una mujer independiente que, a juzgar por los muchos premios que le habían concedido, no solo se preocupaba por la comunidad sino que luchaba activamente por preservar la calidad de vida de los habitantes de Mendham.
Seguramente había montones de personas que solicitaban cambios al comité de zona que la habrían estrangulado, pensó Dru, mientras leía en una entrada tras otra cómo Georgette impedía que se suavizaran las actuales directrices sobre el uso del territorio.
O mejor dicho, pensó corrigiéndose, más de uno le habría pegado un tiro. Los datos indicaban que Georgette había pasado por encima de mucha gente en los últimos años, pero probablemente sus acciones en pro de la comunidad no habían afectado a nadie más directamente que a Henry Paley. Cogió el teléfono y marcó el número de la agencia, medio esperando que estuviera cerrada.
Henry Paley contestó.
—Henry, me alegro de encontrarle. No sabía si abrirían hoy. Estoy trabajando en un artículo sobre Georgette y estaba pensando que sería bonito incluir algunas de esas fotografías que tiene en el álbum. Me preguntaba si podría dejármelo, o al menos si me dejaría hacer copia de algunas de las fotografías.
Después de insistir un poco, consiguió que Paley accediera a dejarle fotografiar algunas páginas.
—No quiero que ese álbum salga de la oficina —dijo—. Y no quiero que se lleven ninguna fotografía.
—Henry, me gustaría que estuviera usted a mi lado cuando haga esas fotografías. Muchas gracias. Le veré hacia medio día. No le robaré mucho tiempo.
Cuando dejó el auricular en su sitio, Dru se levantó y se apartó el flequillo de la cara. Tengo que cortármelo, pensó, empiezo a parecer un perro de lanas. Fue a su habitación y empezó a vestirse. Y, mientras estaba en ello, le vino una pregunta a la cabeza, casi una corazonada, una de esas corazonadas que hacía que fuera tan buena como periodista de investigación. ¿Henry sigue corriendo o hace footing? Y, de ser así, ¿cómo encajaría eso en todo esto?
Tendría que comprobarlo.