El viernes por la mañana, un día después del asesinato de Georgette Grove, Jeff MacKingsley convocó a los detectives asignados al caso a una reunión en su despacho. Además de Paul Walsh, había dos investigadores veteranos, Mort Shelley y Angelo Ortiz. Los tres se dieron perfecta cuenta de que su jefe estaba preocupado.
Después de saludarlos algo escueto, Jeff fue directo al grano.
—La pintura roja utilizada en la casa de los Nolan procedía de Tannon Hardware, en Mendham, y se preparó expresamente para los Carroll, los propietarios de la casa de Holland Road. Y he sido yo quien ha tenido que llamar a la señora Carroll a San Diego para averiguarlo.
Ortiz respondió con tono defensivo:
—Yo ya me había ocupado de investigarlo. Rick Kling estuvo comprobando los almacenes de pintura de Mendham junto con la policía local. El chico que estaba de encargado en Tannon Hardware era nuevo y no sabía nada de los registros de las ventas de pintura. Sam Tannon estuvo en viaje de negocios hasta ayer. Rick tenía previsto ir a verle, pero entonces encontramos las latas de pintura vacías en la casa de Holland Road.
—El martes por la tarde ya sabíamos que la persona que provocó los destrozos en la casa de los Nolan había utilizado pinturas Benjamin Moore —replicó Jeff con firmeza—. Dado que Tannon Hardware es la única tienda de la zona que tiene la franquicia para vender esa marca, creo que el detective Kling podía haber intentado localizar a Sam Tannon para preguntarle si recordaba una venta en la que hubiera tenido que hacer una mezcla especial de rojo y ocre. He hablado con el señor Tannon hace una hora y lo recordaba perfectamente. Tuvo que colaborar con el interiorista en la mezcla de todas las pinturas de los Carroll.
—Kling sabe que se ha equivocado —concluyó Ortiz—. De haber sabido que la pintura roja era parte del excedente de lo que se utilizó en esa casa, habríamos ido a Holland Road el miércoles.
Las implicaciones de lo que acababa de decir quedaron suspendidas en el aire.
—Eso no significa que hubiéramos podido salvar la vida de Georgette Grove —reconoció Jeff—. Es posible que fuera víctima de un robo aleatorio, pero si el detective Kling hubiera sido más concienzudo, habríamos abierto ese armario y habríamos confiscado las pinturas el miércoles. Ha sido bastante humillante tener que reconocer ante la prensa que no habíamos sido capaces de localizar el origen de la pintura cuando resulta que se compró aquí mismo, en Mendham.
—Jeff, en mi opinión lo importante no es cuándo descubrimos lo de la pintura, sino el hecho de que se utilizara en la casa de la pequeña Lizzie. Creo que si el arma del crimen estaba colocada encima de la mancha de pintura era precisamente para llamar nuestra atención sobre ese hecho, lo cual nos lleva de vuelta a Celia Nolan. Creo que tendríamos que investigarla. —El tono seco de Paul Walsh rayaba la insolencia.
—La pistola fue colocada expresamente sobre la mancha de pintura —replicó Jeff—. Eso es evidente. Pero no estoy de acuerdo con su teoría de que la señora Nolan oculta algo. Creo que en los pasados tres días la pobre mujer no ha hecho más que llevarse un susto detrás de otro, y es lógico que esté nerviosa y alterada. Clyde Earley iba en el coche patrulla que acudió a su casa cuando llamó al 911 y dijo que el estado de shock no era fingido. No fue capaz de hablar hasta que la llevaron al hospital.
—Tenemos sus huellas en la fotografía que encontró en el cobertizo y que le dio a usted. Me gustaría pasarlas por la base de datos —insistió Walsh con obstinación—. No me extrañaría que la señora tuviera un pasado que no quiere que conozcamos.
—Adelante —espetó Jeff—. Pero, si tiene que estar al frente de esta investigación, quiero que se concentre en encontrar al asesino y no ande perdiendo el tiempo con Celia Nolan.
—¿No le parece extraño que hablara de llevar a su hijo a Saint Joe's? —Walsh insistía.
—¿Y eso qué se supone que significa?
—Lo dijo como alguien que conoce muy bien el lugar. Una persona nueva en la zona llamaría a la escuela por su nombre oficial, Saint Joseph. También creo que mintió cuando dijo que Georgette Grove le indicó cómo llegar a Holland Grove. No sé si lo recuerda, pero Nolan se contradijo cuando le pregunté. Primero dijo «No», pero enseguida se corrigió, «Sí, por supuesto». Sabía que había cometido un error. Por cierto, comprobé la hora de su llamada al 911. Fue a las diez y diez.
—¿Lo que significa que…?
—Significa que, según su declaración, entró en la casa de Holland Road a las diez menos cuarto y recorrió la planta baja llamando a Georgette Grove. Es una casa grande, Jeff. La señora Nolan dijo que estaba pensando en subir al piso de arriba cuando recordó que había visto abierta la puerta que bajaba al sótano, así que volvió a la cocina, bajó, comprobó las puertas que daban al patio pero vio que estaban cerradas, luego siguió el pasillo, giró la esquina y encontró el cuerpo. Y entonces volvió corriendo al coche y se fue a su casa.
Paul Walsh sabía muy bien que lo que estaba haciendo era lo mismo que decirle a su jefe que se le habían escapado los detalles principales del crimen, pero siguió con obstinación.
—Anoche volví a la casa y cronometré el tiempo que se tarda en llegar de Holland Drive a Old Mill Road. Llegar hasta allí puede resultar bastante complicado. Cuando me dirigía hacia Old Mill, giré por la calle equivocada, así que tuve que volver atrás y empezar de nuevo. Conduciendo a una velocidad normal, es decir a diez kilómetros por encima del límite, tardé diecinueve minutos en ir de Holland Road a Old Mill Lane. Así que haga usted mismo los cálculos.
Paul Walsh lanzó una mirada a Shelley y Ortiz, como si quisiera que le confirmaran que habían seguido su razonamiento.
—Si Celia Nolan decía la verdad y llegó a la casa a las diez menos cuarto y tenía que salir de allí a menos nueve minutos y conducir sin levantar el pie del acelerador, eso significa que solo estuvo allí entre cuatro y seis minutos.
—Lo cual es posible —dijo Jeff muy tranquilo—. Algo precipitado, pero posible.
—Y eso también significaría que fue derecha a casa y que sabía exactamente por dónde girar en aquel laberinto de calles, y eso estando en estado de shock.
—Le sugiero que vaya al grano —dijo Jeff algo hosco.
—Lo que quiero decir es que, o llegó mucho antes de lo que dice y ya esperaba a Georgette o ha estado antes en la casa y por eso conocía el camino.
—Se lo vuelvo a preguntar, ¿adónde quiere ir a parar?
—Creo a la señora Nolan cuando dice que no conocía la ley estatal que le habría permitido anular la compra de la casa. Su generoso marido le compró la casa, pero ella no la quería, aunque no se atrevió a decírselo. De alguna forma se enteró de la gamberrada que hicieron los chicos en Halloween el año pasado y decidió mejorarlo. Paga a alguien para que cause algunos destrozos, llega y finge un desmayo, y ya tiene lo que quería. Ella tiene una excusa para dejar una casa que nunca ha querido, y su maravilloso marido lo entiende perfectamente. Y entonces, de alguna forma Georgette la descubre. Llevaba una fotografía de Celia Nolan haciendo el numerito en el monedero. Yo digo que su idea era enseñársela a la Nolan y decirle que no se iba a salir con la suya.
—¿Y por qué no había huellas en la fotografía, ni siquiera las de Georgette? —preguntó Ortiz.
—Quizá Nolan la tocó, pero no se la quiso llevar por si alguna otra persona sabía que Georgette la tenía. Así que limpió las huellas y se la volvió a dejar en el bolso.
—Creo que se ha equivocado de profesión, Paul —espetó Jeff—. Tendría que haber sido fiscal. Parece muy persuasivo, pero sus argumentos hacen aguas por todas partes. Celia Nolan es una mujer rica. Podía haberse comprado otra casa con solo chasquear los dedos, y en cambio convenció a su marido para que se quedaran. Es evidente que el hombre la quiere con locura. Adelante, compruebe sus huellas en la base de datos, así podremos seguir. ¿Qué tenemos, Mort?
Mort Shelley se sacó una libreta del bolsillo.
—Estamos haciendo una lista de personas que pueden haber tenido acceso a la casa para interrogarlas. Otros agentes inmobiliarios que tengan la llave de la caja de seguridad, por ejemplo, o gente que realiza algún tipo de servicio de mantenimiento, de limpieza o jardinería. Estamos investigando si Georgette Grove tenía algún enemigo, si debía dinero, si salía con alguien. Aún no hemos podido determinar el origen de la muñeca del porche. En su día debió de ser muy cara, aunque imagino que salió de la subasta de los muebles de alguna casa y durante años ha estado metida en algún desván.
—¿Qué hay de la pistola que llevaba la muñeca? A mí me pareció lo bastante real para asustarme si me la hubiera encontrado apuntándome —dijo Jeff.
—Comprobamos la empresa que las fabrica. Ya no existe. Tuvo muy mala prensa porque la pistola era demasiado real. Después de siete años, el propietario destruyó los archivos. Así que por ahí no sacaremos nada.
—Muy bien. Manténganme informado. —Jeff se puso de pie, dando la reunión por terminada.
Cuando se iban, llamó a Anna, su secretaria, y le indicó que no le pasara ninguna llamada en una hora.
Diez minutos después, Anna lo llamó por el intercomunicador.
—Jeff, hay una mujer que dice que anoche estuvo en el Black Horse y oyó a Ted Cartwright amenazar a Georgette Grove. Sabía que querría hablar con ella.
—Pásemela —dijo Jeff.