«La hora de la muerte se acerca. Es hora de quitarse la máscara …».
No sé por qué, pero esa cita no dejó de venirme a la cabeza en todo el día. Alex tuvo que cancelar unas citas para volver corriendo a casa, así que, cuando el fiscal y el detective se fueron, entró en su estudio y se puso a hacer llamadas. Yo me llevé a Jack fuera para que montara un rato en su poni. Preferí ahorrarme la farsa de pedirle a Alex que me ayudara a ensillar al animal. Ya había visto que sé preparar al poni yo sólita.
Después de dar unas vueltas en el interior del cercado junto a Jack, cedí a sus ruegos y dejé que llevara las riendas sin mi ayuda.
—Tú siéntate en la cerca a mirar, mamá —me suplicó—. Ya soy mayor.
¿No le había pedido yo a mi madre algo parecido cuando tenía la edad de Jack? Mi madre me inició con un poni a los tres años. Es curioso que un recuerdo como ese llegue de forma tan súbita. Siempre trataba de no pensar en mi vida anterior, ni siquiera en los momentos felices, porque me dolía demasiado recordar. Pero ahora estoy en la casa donde viví los primeros diez años de mi vida, y siento que los recuerdos estallan a mi alrededor.
El doctor Moran me dijo que los recuerdos reprimidos no permanecen reprimidos para siempre. Y si embargo hay una cosa que trato de recordar sobre aquella noche y por más que lo intento no consigo concretar. Cuando desperté, pensé que la televisión estaba encendida, pero no lo estaba. Lo que oía era la voz de mi madre, y estoy segura de que le oí decir el nombre de mi padre, o hablar de él. ¿Qué le dijo a Ted?
Y entonces, como si hubiera apretado un botón del mando a distancia y hubiera cambiado de canal, el rostro de Georgette Grove se apareció en mi mente. Tenía la misma expresión que la primera vez que la vi. Estaba muy alterada, al borde de las lágrimas. Y ahora me doy cuenta de que si estaba tan alterada era sobre todo por sí misma, no por mí. No quería perder su venta. Por eso se dio tanta prisa en quedar conmigo para ver la casa esta mañana.
¿Le ha costado nuestra cita la vida a Georgette? ¿La siguió alguien o la persona que la mató ya estaba dentro de la casa? No debía de sospechar nada. Y cuando le dispararon seguramente estaba de rodillas, tratando de limpiar la mancha.
En ese momento, cuando Jack pasaba a lomos del poni a mi lado y me saludaba, sonriendo feliz, y volvía a sujetar las riendas con la mano, vi la conexión. ¿La pintura del suelo de aquella casa era la misma que habían utilizado en mi casa?
Lo era. Estaba segura. Y estaba segura de que la policía no solo llegaría a esa misma conclusión, sino que además podría probarlo. Y entonces no solo me preguntarían porque yo encontré el cuerpo de Georgette, sino porque su muerte de alguna manera estaba ligada al acto vandálico que habían perpetrado contra mi casa.
La persona que había matado a Georgette dejó cuidadosamente la pistola sobre la mancha de pintura. Se suponía que la pintura tenía relación con su muerte. Y conmigo, pensé.
La hora de la muerte se acerca. Es hora de quitarse la máscara.
La hora de la muerte ha llegado, pensé… la muerte de Georgette. Pero por desgracia yo no puedo quitarme la máscara. No puedo pedir que me den una transcripción de mi juicio. No puedo conseguir una copia del informe de la autopsia de mi madre.
¿Cómo voy a dejar que me vean en el juzgado del condado de Morris buscando esa información?
Si descubren quién soy, ¿pensarán que llevaba una pistola conmigo, que cuando llegué a la casa y vi a Georgette limpiando la pintura que la conectaba con aquel acto vandálico la maté?
¡Cuidado! Casa de la pequeña Lizzie…
Lizzie Borden tenía un hacha…
—Mamá, ¿a que Lizzie es un poni muy bonito? —me preguntó Jack.
—No la llames Lizzie —grité—. ¡No puedes llamarla Lizzie! ¡No lo permitiré!
Jack se echó a llorar, asustado. Corrí hasta él, le rodeé la cintura con los brazos y traté de tranquilizarlo. Y entonces Jack se apartó y le ayudé a desmontar.
—Me das miedo, mamá —me dijo, y entró corriendo en la casa.