Dru Perry había estado cubriendo la noticia de un juicio en el juzgado del condado de Morris, y por eso tardó más en enterarse de la muerte de Georgette Grove. Cuando el juez dijo que hacían un receso para desayunar, Dru comprobó sus mensajes en el móvil y llamó enseguida a Ken Sharkey, su editor. Cinco minutos más tarde, se dirigía a la escena del crimen, en Holland Road, Peapack.
Ya estaba allí cuando Jeff MacKingsley dio una breve conferencia de prensa confirmando que Georgette Grove, vecina de toda la vida de Mendham y conocida agente inmobiliaria, había sido encontrada con un disparo en el sótano de una granja que tenía que enseñar a un cliente.
El bombazo era que la persona que encontró el cadáver fue Celia Nolan, y no el cerrajero, cosa que suscitó una andanada de preguntas. Dru se sintió furiosa consigo misma cuando otro periodista preguntó por la ley que dice que el agente inmobiliario está obligado a informar a su cliente si la casa que pretende comprar tiene algún estigma. Tendría que haber estado al corriente de la existencia de esa ley, pensó. ¿Cómo se me ha podido pasar?
Los datos que Jeff MacKingsley compartió con ellos fueron mínimos: Celia Nolan había llegado a las diez menos cuarto, aunque habían quedado a las diez. Encontró la puerta abierta y entró y empezó a llamar a Georgette. Cuando encontró el cuerpo, volvió corriendo a su coche, se fue a casa y llamó al 911, pero no fue capaz de decir nada. A continuación, Jeff les habló del cerrajero, que llamó a la policía poco después de las once y media.
—Todavía estamos investigando —recalcó—. Es posible que alguien siguiera a Georgette Grove al interior de la casa, o que la estuvieran esperando dentro. El arma del crimen estaba junto a su cuerpo.
Intuyendo que ya no había nada más que averiguar en Holland Road, Dru se dirigió al hogar de los Nolan. De nuevo, llegó en el momento oportuno, solo unos minutos antes de que Alex Nolan hiciera una breve declaración.
—¿Conocía usted la existencia de la ley sobre las casas estigmatizadas? —preguntó Dru muy alto, pero Nolan ya se había vuelto para entrar en la casa.
Siguiendo una corazonada, Dru no se fue con el resto de la prensa, se quedó esperando en el coche a unos treinta metros de la casa. Estaba allí cuando el fiscal, Jeff MacKingsley, y el detective Walsh llegaron y aparcaron detrás del coche de los Nolan. Luego llamaron al timbre y entraron.
Dru se apeó inmediatamente del coche, subió por el camino de acceso y esperó. Los hombres estuvieron allí escasamente veinte minutos, pero cuando salieron los dos iban muy serios y callados.
—Mire, Dru, voy a dar una conferencia de prensa a las cinco —le dijo MacKingsley con firmeza—. Contestaré las preguntas que pueda a esa hora. Supongo que la veré allí.
—Puede estar seguro —gritó ella a su espalda mientras él y el detective Walsh se alejaban a toda prisa.
Su siguiente parada fue en la agencia inmobiliaria Grove, en East Main Street. Condujo hasta allí, medio esperando que estuviera cerrada, pero cuando aparcó el coche y se acercó a la entrada, vio que había tres personas en recepción, aunque en la puerta estaba el cartel de cerrado.
Para su sorpresa, vio que una de esas personas era Marcella Williams. Cómo no, pensó Dru. Quería conocer la noticia de primera mano. Pero podía serme útil, concedió un momento después, cuando Marcella abrió la puerta, la invitó a pasar y le presentó a los socios de Georgette Grove.
Tanto el hombre como la mujer parecieron molestos y era evidente que estaban a punto de rechazar la entrevista, a pesar de que Dru lo planteó de la forma más inocente posible.
—Quiero escribir un homenaje a Georgette Grove, que siempre fue un pilar de esta comunidad.
Marcella intercedió por ella.
—Deberían hablar con Dru —les dijo a Robin Carpenter y Henry Paley—. En la historia que publicó ayer en el Star-Ledger se mostró muy comprensiva con Georgette, lo mucho que le afectó el acto de vandalismo del otro día y hasta contó cómo había tratado de sacar la manguera para limpiarlo todo antes de que llegaran los Nolan.
Eso fue antes de que supiera que posiblemente Georgette estaba infringiendo la ley porque había vendido la casa sin avisar a los Nolan, pensó Dru.
—Georgette Grove era un personaje importante en Mendham —dijo—. Creo que merece que se la recuerde por sus diferentes actividades en la comunidad.
Mientras hablaba, no dejó de estudiar los rostros de Carpenter y Paley.
Aunque los ojos azules de Carpenter estaban hinchados y se notaba que había llorado, no cabía duda: era guapa, decidió Dru. El rubio es natural, pero las mechas las ha puesto un peluquero. Una cara adorable. Ojos grandes y algo separados. Si la nariz es suya, no se puede negar que es afortunada. Labios que invitan. Me pregunto si se inyecta silicona para que se mantengan hinchados. Un cuerpo estupendo. Podría haber sido modelo, aunque no medirá mucho más de metro sesenta y eso significa que no hubiera llegado muy lejos. Y sabe cómo vestirse, pensó Dru fijándose en el pantalón de sastre de gabardina, de color crema, y el escote bajo con chorreras de la blusa estampada rosa y crema.
Pero, pensó, si lo que intenta es parecer sexy, aquí está perdiendo el tiempo, decidió concentrando su atención en Henry Paley. Aquel hombre delgado y de aspecto nervioso, de unos sesenta años, más que apenado, parecía preocupado, pensamiento que Dru apartó momentáneamente de su cabeza para considerarlo más tarde.
Le dijeron que estaban a punto de tomar un café y la invitaron a acompañarles. Taza en mano, Dru siguió a Robin hasta el sofá y las sillas que estaban dispuestas en torno a un televisor.
—Cuando empecé a trabajar aquí el año pasado, Georgette me dijo que había rediseñado esta zona de la recepción para poder tener una entrevista amistosa con posibles clientes y enseñarles vídeos de casas que pudieran interesarles —le explicó la mujer con tristeza.
—¿Tenía un vídeo de la casa de Holand Road? —preguntó Dru, con la esperanza de que la pregunta no resultara brusca.
—No —terció Henry Paley—. La casa se vendió en cuanto salió al mercado. Ni siquiera llegamos a verla. Pero al final la venta se anuló y la casa pasó a la cartera de diferentes agencias.
—¿La fueron a ver? —preguntó Dru, cruzando los dedos mentalmente para que aquellos dos pudieran contestar algunas preguntas sobre la casa donde habían asesinado a Georgette Grove.
—Yo estuve viéndola la semana pasada —replicó Paley—. En realidad, llevé a unos posibles clientes. Pero dijeron que se salía demasiado de su presupuesto.
—Estuve allí hace un par de horas cubriendo la historia para mi periódico —dijo Dru—. Hemos tenido que quedarnos fuera, claro, pero se nota que es una casa muy bonita. Me pregunto por qué tendría Georgette Grove tanta prisa por enseñársela a Celia Nolan. ¿Le dijo Celia que no quería seguir en la casa de Old Mill Lane, o fue más bien por la ley sobre casas estigmatizadas? Si los Nolan hubieran demandado a Georgette, ¿no habría tenido que reembolsarles su dinero?
A Dru no se le pasó por alto que Henry Paley frunció los labios.
—Los Nolan querían quedarse en esta zona —dijo el hombre con voz glacial—. Georgette me dijo que había llamado a la señora Nolan y se había ofrecido a enseñarle otras casas, sin cobrarles su comisión.
Dru decidió arriesgarse y hacer otra pregunta delicada.
—Pero teniendo en cuenta que en cierto modo Georgette les había engañado al no explicarles todo lo que tenían que saber, ¿no habría sido razonable que exigieran la devolución de su dinero y buscaran otra agencia?
—Yo misma oí a Georgette tratar de contarle a Alex Nolan la historia de la casa en esta habitación, y él no la dejó acabar —dijo Robin muy encendida—. Evidentemente, si tendría que haber tratado de decírselo a la señora Nolan o no eso ya es otra historia. Soy sincera. Si yo fuera Celia Nolan, me hubiera enfadado muchísimo por el destrozo que hicieron esos vándalos, pero no me habría desmayado. Georgette tenía miedo de haber quedado en una posición legal vulnerable. Por eso estaba tan inquieta por encontrarle otra casa a Celia Nolan. Y las prisas le han costado la vida.
—¿Qué cree que le ha pasado? —preguntó Dru.
—Creo que alguien encontró la forma de entrar en esa casa y se sorprendió cuando Georgette entró, o quizá la siguieron con la idea de atracarla y quien fuera se asustó.
—¿Vino Georgette a la oficina esta mañana?
—No, y no la esperábamos. Ayer, cuando Henry y yo ya nos íbamos, nos dijo que pensaba ir directamente a la granja.
—¿Se quedó Georgette cuando ustedes se fueron por qué tenía una cita con alguien?
—Esto era como un segundo hogar para Georgette. Y con frecuencia se quedaba hasta tarde.
Dru había conseguido más información de la que esperaba. Se dio cuenta de que Henry Paley estaba a punto de quejarse, y la respuesta de Robin Carpenter le dio la vía de escape que necesitaba.
—Dice que este era su segundo hogar. Hablemos de cómo era Georgette como persona. Sé que ha sido una destacada líder en los asuntos de la comunidad.
—Tenía un álbum de recortes —dijo Robin—. Mire, se lo voy a enseñar.
Quince minutos después, con su cuaderno lleno de anotaciones, Dru se disponía a marcharse. Marcella Williams salió con ella. Una vez fuera, cuando Dru se iba a despedir, Marcella dijo:
—La acompaño hasta el coche. Es terrible, ¿verdad? Aún no me puedo creer que Georgette esté muerta. Y estoy segura de que en el pueblo la mayoría aún no se han enterado. Cuando yo he llegado a la agencia, el fiscal y un detective de policía salían. Supongo que habrán venido a interrogar a Robin y Henry. He venido para ver si podía hacer algo, ya sabe, llamar a la gente por teléfono para notificarles la noticia. O lo que sea.
—Ha sido un detalle —dijo Dru secamente.
—Me refiero que… no se puede decir que Georgette le cayera bien a todo el mundo. Tenía opiniones muy fuertes respecto a lo que se tenía que construir en el pueblo y lo que no. ¿Se acuerda de aquello que dijo Ronald Reagan de que si los ecologistas se salieran con la suya llenarían la Casa Blanca de nidos para pájaros? Hay quien piensa que si Georgette se saliera con la suya en Mendham caminaríamos sobre adoquines y leeríamos a la luz de lámparas de gas.
¿Adónde pretende ir a parar esta mujer?, se preguntó Dru.
—Robin dice que Henry se puso a llorar como un crío cuando se ha enterado, y me lo creo —siguió explicando Marcella—. Por lo que me ha parecido entender, desde que su mujer murió hace unos años, ha tenido una debilidad especial por Georgette, aunque por lo visto a ella no le interesaba. Y también he oído decir que desde que está pensando en retirarse su actitud ha cambiado mucho. Le ha dicho a mucha gente que le gustaría cerrar la agencia y vender las oficinas. Usted las ha visto. Originariamente fue una casa pero ahora está en una zona comercial, y su valor ha subido muchísimo. Hace unos años Henry compró los terrenos de la Ruta 24 junto con Georgette a modo de inversión. Él quería vender, pero ella quería cederlos al estado.
—¿Y ahora qué pasará? —preguntó Dru.
—Tengo tanta idea como usted. Georgette tiene un par de primos a los que estaba muy unida en Pensilvania, así que apuesto a que los habrá recordado en su testamento. —La risa de Marcella fue de lo más sardónica—. De una cosa estoy segura, si ha dejado esa tierra a sus primos, el estado ya se puede ir olvidando. Los primos la venderán en menos que canta un gallo.
Dru había dejado su coche en el aparcamiento que había junto a Robinson, la farmacia del siglo XIX que constituía uno de los puntos de referencia del pueblo. Al llegar al coche, se despidió de Marcella y estuvo de acuerdo en mantener el contacto. Cuando ya se iba, Dru echó un vistazo a la farmacia y pensó que la visión de aquel pintoresco edificio seguramente había proporcionado un gran placer a Georgette Grove.
Dru también reflexionó sobre el hecho de que Marcella Williams se hubiera desviado expresamente de su camino para decirle que Henry Paley se beneficiaba con la muerte de Georgette Grove. ¿Tiene algo personal contra Henry?, se preguntó, ¿o es que está tratando de proteger a otra persona?