Cuando llegó a la oficina, Georgette Grove intuyó enseguida la tensión que había entre Henry y Robin. La habitual expresión de timidez de Henry se había convertido en cara de petulancia, y sus labios finos estaban apretados en un gesto de obstinación.
Robin no dejaba de arrojarle puñales con la mirada, y su lenguaje corporal sugería que estaba por levantarse de la silla y darle un puñetazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Georgette bruscamente, con la esperanza de que entendieran que no estaba de humor para aguantar pullas entre compañeros de trabajo.
—Muy sencillo —espetó Robin—. Hoy tenemos a Henry en plan catastrofista. Y yo le he dicho que ya tienes bastantes problemas para que encima venga él a calentarte la cabeza.
—Si consideras catastrofismo una demanda potencial que podría hundir la agencia, creo que no deberías entrar en el negocio inmobiliario —replicó él a su vez—. Georgette, supongo que habrás leído los periódicos. Y espero que recuerdes que yo soy propietario de una parte del negocio.
—Del veinte por ciento —dijo Georgette con tono neutro—, lo cual, si mis cálculos no me fallan, significa que yo poseo el ochenta por ciento.
—También poseo el veinte por ciento de los terrenos de la Ruta 24, y quiero mi dinero —siguió diciendo Henry—. Tenemos una oferta. Véndela o cómprame mi parte.
—Henry, sabes perfectamente que la gente que quiere comprarla actúa en nombre de Ted Cartwright. Si pone sus manos en esa propiedad, tendrá las suficientes tierras en su poder para presionar y conseguir que se convierta en una zona comercial. Hace mucho decidimos que con el tiempo pondríamos esos terrenos a nombre del estado.
—O que me comprarías mi parte —insistió Henry con obstinación—. Deja que te diga una cosa, Georgette. La casa de Old Mill Lane está maldita. Eres la única agente inmobiliaria de la zona que aceptaría ponerla en su cartera de ofertas. Has malgastado el dinero de esta empresa promocionándola. Cuando Alex Nolan te pidió que se la enseñaras, tendrías que haberle contado la verdad. La mañana que yo se la enseñé a Celia Nolan, en la habitación donde se produjo el asesinato definitivamente se respiraba una atmósfera espeluznante. La mujer lo notó y se sintió mal. Y ya te lo dije, el sitio olía como la sala de un velatorio.
—Fue el marido quien encargó las flores, no yo —replicó Georgette indignada.
—Vi la fotografía que han publicado en el periódico de esa pobre chica desmayándose, y tú eres la responsable. Espero que seas consciente.
—Muy bien, Henry. Ya has dicho lo que querías —dijo Robin interrumpiendo con voz neutra y decidida—. ¿Por qué no te tranquilizas? —Miró a Georgette—. Esperaba poder ahorrarte esto, Georgette.
Georgette la miró con expresión agradecida. Yo tenía su edad cuando abrí esta agencia, pensó. Y Robin tiene lo que hay que tener para hacer que a la gente le gusten las casas que enseña. A Henry ya ha dejado de importarle si vende o no vende. Se muere por retirarse.
—Mira, Henry —dijo—. Es posible que todo esto tenga solución. Alex Nolan ha reconocido públicamente que me interrumpió cuando traté de advertirle sobre la casa. Los Nolan quieren vivir en la zona. Pienso comprobar todas las casas que tengo en este momento y enseñarle algunas a Celia Nolan. Si encuentro algo que le guste, renunciaré a mi comisión. Alex Nolan ni siquiera ha querido poner una queja contra el vándalo que ha provocado los destrozos en su casa. Tengo la sensación de que los dos se avendrán a solucionar este asunto sin alboroto.
Henry Paley se encogió de hombros y se fue a su despacho sin contestar.
—Apuesto a que se sentirá muy decepcionado si consigues arreglar esto —comentó Robin.
—Me temo que tienes razón —concedió Georgette—, pero pienso solucionarlo.
La mañana resultó inusualmente ajetreada, porque se presentó una joven pareja que parecía muy interesada en comprar una casa en la zona de Mendham. Georgette pasó varías horas llevándolos a ver casas que se adaptaran a su presupuesto y luego llamó a los propietarios para pedir permiso para verlas por dentro. Se fueron con la promesa de volver con sus padres para ver una casa de la que parecían haberse enamorado.
Georgette comió un sándwich y un café en su mesa y durante las siguientes dos horas estuvo repasando detenidamente el listado de casas que había en venta en la zona con la esperanza de encontrar alguna que pudiera gustarle a Celia Nolan.
Finalmente redujo la lista a cuatro casas. Evidentemente, daría preferencia a las dos que ella tenía en cartera en exclusiva, pero si era necesario, también le enseñaría a Celia las otras dos. El agente que llevaba aquellas otras dos casas era amiga suya, y estaba segura de que podrían llegar a un acuerdo en lo referente a la comisión.
Georgette marcó el número de los Nolan con los dedos cruzados y le alivió comprobar que Celia estaba abierta a ver otras casas en la zona. A continuación, llamó a los propietarios de las casas que había seleccionado para poder verlas lo antes posible.
A las cuatro ya se había puesto en camino.
—Hasta luego —le dijo a Robin—. Deséame suerte.
Descartó tres de las casas. A su manera las tres eran encantadoras, pero estaba segura de que no eran lo que Celia Nolan buscaba. Por la descripción, la que había reservado para el final parecía una buena opción. Era una granja restaurada que ahora estaba vacía porque al propietario su jefe le había transferido a otra zona de un día para otro. Recordaba haber oído que la casa tenía buen aspecto porque hacía muy poco que la habían terminado. Estaba cerca del límite con Peapack, en la misma zona en la que Jackie Kennedy tuvo hacía tiempo una casa. Georgette no había llegado a verla porque en cuanto se puso en venta el mes anterior, recibió una oferta. Pero finalmente la compra se anuló.
Una bonita propiedad, pensó cuando llegó a la entrada. Cuenta casi con seis hectáreas, así que hay espacio de sobra para el poni. Georgette se apeó del coche para abrir la verja de hierro forjado. Este tipo de verja armoniza tan bien con el entorno, decidió cuando la volvió a cerrar. Algunas de esas verjas tan llamativas que ponen ahora en las grandes mansiones son una ofensa para la vista.
Volvió a subir al coche y recorrió el largo camino de acceso. Aparcó ante la entrada de la casa. Abrió la caja de seguridad y le alegró comprobar que las llaves estaban ahí, lo que significaba que en aquel momento no había nadie enseñando la casa. Por supuesto, pensó, si hubiera alguien, fuera habría algún coche aparcado. Entró y estuvo recorriendo las habitaciones. La casa estaba impecable. Todas las habitaciones se habían pintado recientemente. La cocina era moderna, aunque conservaba el aire de las antiguas cocinas de campo.
Lista para entrar a vivir, pensó. Aunque es más cara que la casa de Old Mill Lane, mi opinión es que, si a Celia Nolan le gusta, el precio no será problema.
Cada vez más animada, Georgette recorrió la casa, del ático al sótano. En el sótano, había un armario cerca de las escaleras que estaba cerrado, y la llave no estaba en la cerradura. Sé que Henry enseñó esta casa el otro día, pensó con creciente irritación. Me pregunto si no se la llevaría sin darse cuenta. La semana pasada no encontraba la llave de su despacho, y luego estuvo buscando por todas partes la llave de su coche. Aunque no tiene por qué ser culpa suya, claro; en estos momentos, creo que podría culparle de cualquier cosa, reconoció.
Junto al armario, vio que en la moqueta había una salpicadura de rojo. Georgette se arrodilló para examinarla. Era pintura, de eso estaba segura. El comedor estaba pintado de un intenso rojo. Seguramente en ese armario están las latas de pintura que han sobrado, pensó.
Volvió arriba, salió de la casa y cerró la puerta con llave, y luego dejó la llave en la caja de seguridad. En cuanto llegó al despacho, llamó a Celia Nolan y le habló de la granja.
—Por lo que dice creo que vale la pena ir a verla.
Suena un poco apagada, pensó, pero al menos está dispuesta a verla.
—No durará mucho en el mercado, señora Nolan —le aseguró—. Si le va bien mañana a las diez, puedo pasar a recogerla.
—No, me va bien, pero prefiero ir con mi coche. Siempre prefiero llevarlo. Así me aseguro de que llegaré a tiempo para recoger a Jack en la escuela.
—Entiendo. Bueno, entonces le daré la dirección —dijo Georgette.
Luego, escuchó mientras Celia la repetía y, estaba a punto de indicarle cómo llegar hasta allí cuando Celia la interrumpió.
—Perdone, tengo otra llamada. Nos encontraremos allí mañana a las diez en punto.
Georgette cerró su móvil y se encogió de hombros. Cuando se pare a pensar, seguramente volverá a llamarme para preguntar cómo llegar hasta allí. No es fácil encontrar esa casa. Así que esperó con entusiasmo a que su teléfono volviera a sonar, pero no lo hizo. Seguramente tendrá algún sistema de navegación en el coche, decidió.
—Georgette, quería disculparme. —Henry Paley estaba en la puerta de su despacho.
Georgette levantó la vista.
Paley siguió hablando antes de que ella pudiera contestar.
—Lo cual no significa que me desdiga. Pero quería disculparme por la forma en que lo dije.
—Disculpas aceptadas —dijo Georgette, y entonces añadió—: Henry, voy a llevar a Celia Nolan a ver la granja de Holland Road. Sé que estuviste allí la semana pasada. ¿Recuerdas si estaba la llave del armario que hay en el sótano?
—Creo que sí.
—¿Miraste lo que había en el armario?
—No. La pareja que llevé no demostró ningún interés por la casa. El precio les pareció demasiado alto. Solo estuvimos allí unos minutos. Bueno, yo me voy ya. Buenas noches, Georgette.
Cuando Henry se fue, Georgette se quedó sentada unos minutos. Siempre he dicho que puedo oler a un mentiroso a kilómetros, pensó, pero, en nombre de Dios, ¿por qué me iba a mentir Henry? ¿Y por qué, después de ver la casa, no me dijo que estaba lista para entrar a vivir?