Se abre la puerta del autobús y Anna-Karin se baja. El sol acaba de salir y todavía quedan restos del frío de la noche. Se pone la gorra y los guantes que le tejió el abuelo hace muchos años.
Sigue el camino de grava flanqueado de árboles altos y desnudos. Los establos se encuentran al final del camino.
Hasta ahora, Anna-Karin solo los había visto desde lejos. Cuando era pequeña soñaba con montar, pero los establos eran los dominios de Ida, Julia y Felicia. Y era demasiado caro, decía su madre.
Anna-Karin abre la puerta y entra con sigilo.
El aire es tan frío que el aliento se convierte en una nubecilla de vaho blanco. Se le llenan los ojos de lágrimas con los olores de los animales y de la paja, olores que le recuerdan a la granja. Camina entre las cuadras, lee los letreros de los nombres. Y entonces lo encuentra. Un roano de ojos apacibles. Troja.
—Hola, Troja —le susurra al entrar en la cuadra.
Troja resopla mientras Anna-Karin le acaricia el cuello con cuidado. Cierra los ojos mientras deja que le rasque las orejas.
—¿A que te gusta? —dice Anna-Karin.
Como siempre que habla con los animales, la voz le cambia un poco. Casi como si canturreara las palabras.
—Eres muy bonito, Troja. Un caballo precioso. Ida te quería muchísimo.
Troja no reacciona cuando ella pronuncia el nombre de Ida. Claro que no. ¿Pero se preguntará dónde está? ¿La echará de menos?
—Le prometí que vendría a ver si estabas bien —dice Anna-Karin—. Si a ella le pasara algo…
Empiezan a escocerle los ojos por el llanto y deja que las lágrimas le corran por las mejillas.
Anna-Karin no piensa convertir a Ida en una santa solo porque esté muerta. Tiene demasiados recuerdos de sus persecuciones y sus torturas. Pero ahora también tiene otra clase de recuerdos. La entiende mejor. Y es mérito suyo que ella esté viva. Que el Apocalipsis no haya llegado.
La puerta de la cuadra se abre de golpe y Anna-Karin se da la vuelta. Casi espera ver a Ida.
Sin embargo se encuentra con una niña bajita de pelo moreno, de unos trece años, que la mira extrañada.
—¿Quién eres tú?
—Soy amiga de Ida —responde Anna-Karin—. La que montaba antes a Troja.
—Ya sé quién era Ida —responde la niña—. Pero ahora me encargo yo de él.
—Solo quería ver cómo estaba. Para ella era muy importante.
—No fastidies… No podíamos ni acercarnos.
La niña entra en la cuadra y le da unas palmaditas a Troja en el lomo; y se le ve en los ojos el cariño que le tiene.
Lo tratará bien, piensa Anna-Karin.
—Yo la conocía bastante —dice la niña—. O sea, no la conocía, pero la veía mucho por aquí y eso.
Anna-Karin asiente con un gesto.
—Era una víbora —dice la niña sin pensar—. Aunque a Troja lo trataba bien… Pero le cepillaba la cola con almohaza. ¿Sabes cuánto le estropea eso el pelo?
Mira a Anna-Karin casi acusándola.
—No…
—Pues sí. Pero aparte de eso, lo cuidaba bien. Las rascaderas de Ida siempre eran las más limpias.
Anna-Karin no tiene ni idea de qué significa eso. La niña acerca la mejilla al hocico de Troja.
—Y era superbuena montando —continúa la niña—. Y siempre usaba las mejores bridas y la mejor manta y eso. Y las botas de montar que llevaba eran de piel auténtica. Me he quedado con todo, sus padres no querían guardarlo, aunque las botas me están muy grandes todavía. Y es así como un poco asqueroso ponerse las botas de una persona muerta, o sea que no sé qué voy a hacer con ellas.
Anna-Karin tiene que sonreír. Aunque tenga el pelo negro y los ojos castaños, esa niña se parece a Ida en muchas cosas.
—Tengo que irme —dice Anna-Karin—. Adiós.
La niña no dice nada hasta que Anna-Karin sale de la cuadra.
—¿Vas a ir al entierro?
—Sí —responde Anna-Karin limpiándose unas briznas de paja de la suela de los zapatos.
—¿Podrías saludar de mi parte? —dice la chica—. O sea, me refiero, al ataúd y eso. Dile que Lisa se está encargando de Troja y que está bien.
—Te prometo que se lo diré —dice Anna-Karin.
—Aunque yo uso un cepillo de raíces para la cola. Es muchísimo mejor.
Es por la mañana temprano y las sombras de los árboles aún se proyectan alargadas sobre el parque. Pero el sol entibia la cara de Vanessa. Una vez más la primavera ha llegado a Engelsfors.
Le da más impulso al columpio de Melvin, que se ríe tan fuerte que Vanessa no puede por menos de sonreír.
—¡Más! —grita el pequeño—. ¡Más!
Son las vacaciones de Pascua y Vanessa se ha traído a Melvin al parque para que su madre pueda seguir durmiendo un poco. Pero no está aquí solamente por una causa noble.
Wille le respondió enseguida al mensaje. Viene de camino desde Riddarhyttan. Y el simple hecho de que esté despierto a esta hora tiene que ser un indicio seguro de que ha cambiado. Puede que tengan alguna posibilidad.
Va a dejarlo con Elin. Pronto. Lleva queriendo hacerlo desde que volvió de Estocolmo, pero Elin estaba muy hundida porque se había largado. Wille tenía remordimientos. Quería darle unas semanas de tregua hasta el siguiente berrinche.
Ya han pasado unas semanas.
—¡Más, Nessa! —grita Melvin, y ella se echa a reír.
—No puede ser —le dice—. ¡Vas a llegar volando a la luna!
—Es que quiero llegar a la luna —dice Melvin.
Hay que ver cuánto lo quiere. Estar con Melvin es como una medicina. Tan llenísimo de vida. Y en estos momentos necesita que se lo recuerden, que la vida sigue. Que hay otras cosas aparte de la oscuridad y las dificultades.
—¿Viste que Ida iba a morir? —le preguntó a Mona el día después del equinoccio de primavera—. ¿Le mentiste a ella también?
Por una vez, Mona no tenía preparada una respuesta que soltarle con su voz ronca. Simplemente negó con la cabeza. Se diría que estaba preocupada de verdad.
—Le dije exactamente lo que vi. No puedo explicarlo. No suele escapárseme algo así.
Pero obviamente, esta vez se le ha escapado. Porque Vanessa va a asistir al entierro de Ida dentro de unas horas.
Todavía no se ha hecho a la idea de que Ida esté muerta. Aunque vio cómo ocurría, no lo ha asimilado. Cada vez que se ha visto con las demás Elegidas las últimas semanas, se ha preguntado cuándo aparecería Ida. Ahora solo quedan cuatro.
—Me quiero bajar —informa Melvin, y Vanessa para el columpio y le ayuda a apearse.
Melvin se va al arenero y Vanessa corre detrás, para comprobar que no haya jeringuillas viejas u otras sorpresas maravillosas escondidas en la arena. Melvin se pone a cavar con su pala roja.
Vanessa levanta la vista al ver un coche que entra en el camino de grava y se para. Wille ha aparcado en el sitio en que vio a Nicke con Paula. Sale del coche y echa a andar hacia ellos.
—Hola, peque —le dice a Melvin.
Melvin lo mira sin interés y regresa a sus cubos de plástico y a sus palas.
—Parece que no se acuerda de mí —dice Wille.
—No te lo tomes como algo personal.
Wille sonríe. Lleva un jersey negro de punto y está guapísimo, tanto que se le corta la respiración, como siempre.
—¿No me vas a dar un abrazo?
—Claro —le responde ella limpiándose la arena de las manos en los vaqueros.
Vanessa se pega a su pecho.
El olor de Wille está cargado de miles de recuerdos. Es un olor que conoce muy bien.
Y, aun así, tiene algo diferente.
—¿Qué tal? —dice él y le da un beso en la cabeza antes de soltarla.
—Bien —responde Vanessa—. ¿Y tú?
Wille se encoge de hombros.
—Es que lo de Elin es un rollo tan difícil…
—Nos vamos a los columpios —le dice Vanessa a Melvin.
El pequeño hace un gesto con desinterés, totalmente absorto en fabricar galletas de arena para poder aplastarlas enseguida. Vanessa y Wille echan a andar hacia los columpios, pero ella todavía no está preparada para hablar de Elin.
—¿Cómo está tu madre?
—De baja. Están tratando de ver si la pueden operar.
—Espero que sí —dice Vanessa.
Se sientan cada uno en un columpio.
—Estoy nerviosa por el funeral. Nunca he estado en ninguno.
—Irá bien —dice Wille—. No sabía qué esperarme cuando fui al de Jonte. Pero… Es bonito. Puedes pararte a pensar en lo que ha pasado.
Vanessa asiente. Puede que fuera egoísta por su parte, pero no tuvo fuerzas para ir.
—Y no es que entienda lo que pasó de verdad cuando murió —dice Wille.
Vanessa aparta la vista.
—Yo tampoco.
—¿Qué vamos a hacer, Nessa? —dice con suavidad.
Vanessa deja que el sol le dé en la cara. Cierra los ojos.
—¿A qué te refieres? —dice, aunque lo sabe.
—Tú y yo.
Pasa los dedos por las cadenas frías de los columpios.
—¿Cuándo vas a hablar con Elin?
Wille suspira hondo.
—Tengo que encontrar el momento adecuado. ¿Pero qué quieres tú? ¿Estarás ahí después?
Y algo se despierta en el interior de Vanessa. Una idea de la que en realidad no quiere saber nada.
Quiere creer en Wille. Quiere creer en ellos. Quiere tener algo bonito, algo bueno a lo que agarrarse en este puto mundo de mierda.
Pero el recuerdo de la voz de Linnéa le resuena en la cabeza. Se le impone.
Pues que sabes que Wille no es capaz de estar solo.
Lo mira.
Necesita alguien que se ocupe de él.
Y lo comprende. No es que el olor de Wille sea diferente. Wille no tiene nada diferente.
Es ella la que es distinta.
—No vas a dejarla hasta que no tengas alguna garantía por mi parte, ¿verdad?
Wille parece confuso, como si ni siquiera hubiera entendido la pregunta.
—No te vas a arriesgar a quedarte sin pareja. Preferirías seguir con Elin, aunque no la quieres. Por lo menos hasta que encuentres a otra.
—¿A qué viene esto?
—Eso fue lo que hiciste conmigo, ¿no? No confesaste que me habías sido infiel hasta que no supiste que Elin te aceptaría si yo cortaba.
—Joder, eso no es justo.
—Pero es verdad.
Wille suelta un bufido.
—Creía que me querías —dice apartando la mirada.
Eso creía yo también, le gustaría decir a Vanessa.
Pero se echa hacia atrás en el columpio y mira al cielo. Le da por recordar una clase de primaria. Aprendieron que la Tierra giraba a miles de kilómetros por hora, y a Vanessa casi le dio vértigo aunque estaba sentada en el pupitre.
Las cosas cambian muy deprisa. En un abrir y cerrar de ojos todo puede ser distinto. Y puede que eso se deba a que nos movemos continuamente, incluso aunque no nos demos cuenta.
—No sé qué estás haciendo —dice Wille—. ¿Intentas ponerme a prueba o algo?
—No. No me hace falta.
Vuelve a mirarlo. Reconoce cada detalle de su cara, de su cuerpo, de su interior. Y, aun así, es como si lo viera con unos ojos totalmente nuevos.
Seguramente podría irles bien. Al menos hasta que él conociera a la siguiente chica. Y el que por fin se haya atrevido a comprender eso lo cambia todo.
Ya no lo quiere. Hace mucho que no lo quiere.
—Lo siento. Pero es imposible que funcione.
Wille se levanta del columpio y la mira enfadado.
—¿Así que se acabó sin más?
A Vanessa le gustaría gritarle que se acabó cuando empezó a follarse a Elin a sus espaldas, pero no tiene suficiente energía. Le parece agua tan pasada… Pasada de narices. Wille ya no forma parte de su vida.
—Vete con Elin.
—Vete a la mierda —le responde él.
Lo sigue con la mirada mientras se marcha al coche y arranca bruscamente. Rebusca en lo más hondo de su ser. Trata de hallar algún rastro de miedo, de arrepentimiento, de tristeza.
Pero solo encuentra alivio.
Mira a Melvin, que está totalmente inmerso en sus juegos en el arenero.
No piensa estar nunca más con nadie con la esperanza de que ese alguien cambie. Quiere a una persona a la que pueda respetar, que le sirva de inspiración, y que la entienda sin estar de acuerdo en todo. Tiene que ser alguien que le plantee retos y que consiga que ella quiera desafiarse a sí misma. Quiere a una persona que la haga reír y con quien llorar y con quien descubrir el mundo.
Y si esa persona además está como un tren, no hay ningún problema, claro.
Es hora de volver a casa. De prepararse para el entierro.
Vanessa se levanta del columpio. Se queda parada.
Ya hay alguien que responde exactamente a la descripción de la persona con la que quiere estar.
Vanessa recuerda la primera vez que estuvo en Kristallgrottan.
El amor de tu vida no es quien tú crees, pero sí es alguien a quien ya conoces.
Joder con Mona.