Linnéa oye su propio latido como un estruendo que va creciendo y decreciendo.
Es como en una de sus pesadillas recurrentes. Camina por el oscuro pasillo que conduce a la escalera del desván. Sabe que algo terrible está a punto de suceder, tiene que detenerlo, pero no sabe cómo y puede que ya sea demasiado tarde.
Linnéa se para en la puerta llena de pintadas de los servicios.
Entra, dice la voz.
Baja el picaporte y abre.
Las luces están encendidas y guiña los ojos hasta que se acostumbra a la luz intensa de los tubos fluorescentes.
Apenas comprende quién está frente a ella. Es una cara que conoce bien y, al mismo tiempo, no la conoce. Ha envejecido mucho. Como si hubieran pasado años desde la última vez que se vieron, y no solo unos meses.
Pero la mirada en esos ojos de color castaño oscuro es la misma. Y todavía persisten en el pelo algunos mechones azules descoloridos, que cuelgan sin vida alrededor del rostro demacrado.
—Olivia —dice Linnéa.
Olivia se echa a reír. En el lugar que antes ocupara uno de los colmillos se abre una mella.
—Sí, desde luego, no soy Rickard Johnsson —dice Olivia—. Hablando en serio. ¿De verdad creíais que era él?
Tiene la piel grisácea bajo el polvo blanco. Linnéa mira el amuleto que brilla encima de la camiseta de tirantes negra.
—Ni lo sueñes —dice Olivia metiéndose la cadena por dentro de la sudadera—. Sabes qué les pasará a las demás si lo intentas.
—Haz lo que quieras conmigo, pero suéltalas a ellas —dice Linnéa.
Olivia deja escapar un suspiro.
—Dios, qué paranoica eres. No pienso hacerte daño. Te he traído aquí para contarte lo que va a pasar.
—Vale, pues ya aquí estoy. Cuéntamelo.
—Elias va a regresar.
Linnéa se la queda mirando. Se había esperado casi cualquier respuesta. Menos esa.
—Eso es imposible.
—No —dice Olivia—. Volverá esta misma noche.
Linnéa mira el aseo donde encontró el cuerpo sin vida de Elias. La sangre. El trozo de cristal. Esos ojos preciosos que no volverían a ver.
—Eso es imposible —repite.
—Para mí no —dice Olivia mirando a Linnéa con solemnidad—. Yo soy la Elegida.
—¿Quién eres tú?
Minoo abre los ojos y se encuentra con los de Adriana. No hay en ellos el menor indicio de que la reconozca. Minoo ha conseguido lo que pretendía y le produce una sensación desagradable.
—¿De verdad que no me reconoces? —dice Minoo.
Adriana se incorpora despacio en la cama.
—No lo sé… Yo… No. No te reconozco. Lo siento mucho, de verdad…
Parece incómoda y, al mismo tiempo, asustada.
Minoo se levanta de la cama. La cabeza le da vueltas al recrear los recuerdos de Adriana. Simon. Max. Rebecka.
La sensación de tener el control, de ser invulnerable, ha desaparecido por completo.
—Me siento muy rara —dice Adriana—. ¿He estado durmiendo?
Se mira la ropa, alisa con la mano las arrugas de la falda.
Minoo la mira preocupada. Tiene que irse corriendo al instituto, ¿pero cómo va a dejar así a Adriana? ¿Puede decir algo para tranquilizarla? ¿Que tiene amnesia? Puede que no sea muy tranquilizador, pero por lo menos es una explicación.
—Adriana —empieza a decir, pero se interrumpe cuando se abre la puerta.
Se da la vuelta. En el umbral está Alexander.
—Lo supe el verano pasado —dice Olivia—. Soy la única que puede detener el Apocalipsis.
Es como si Linnéa se viera a sí misma en un espejo de la Casa de la Risa, solo que no hay nada de qué reírse.
—¿Y quién ha dicho eso? —pregunta.
Olivia sonríe aún más y Linnéa ve que le faltan otros dos dientes.
—Elias.
A Linnéa casi le dan ganas de creerla. Solo por un instante. Pero sabe bien quiénes se han hecho pasar por Elias.
—Me habló en sueños —prosigue Olivia—. Al principio no creía que fuera él. Pero luego me contó cosas que solo podía saber Elias.
Linnéa recuerda cuando Max fingió que era Elias, aquel día en el comedor. Lo sabía todo de él. Detalles que nadie más podría conocer.
—Ese no era Elias —dice Linnéa—. Eran los demonios…
—¡No entiendes nada! Son los demonios a los que vamos a detener. Elias y yo. Y tú, si quieres.
—Pero no comprendes que…
—¡La que no lo comprende eres tú! Cuando Elias me contó que era la Elegida… Fue como si lo hubiera sabido desde siempre. Siempre he sentido que era diferente. Como si estuviera anclada a una vida que no era la mía.
—Todo el mundo se siente así a veces —dice Linnéa—. Eso no significa que sea verdad.
—¿Por qué no puedes creerme y punto? —grita Olivia, y la voz retumba en los azulejos—. ¡Nunca me has creído! ¡Nunca me has tomado en serio!
Linnéa no puede contradecirla. Lo que dice Olivia es verdad.
—¿Sabes qué? A veces hasta te tenía envidia —prosigue Olivia—. Por lo que le pasó a tu madre, y tu padre…
—¿Envidia? —dice Linnéa con incredulidad.
—¡Sí! Nunca tenías que demostrar nada. Tú nunca tenías que explicarte. En cambio yo nunca conseguí que nadie entendiera por qué me sentía mal. Claro, ¡si ni yo misma lo sabía! Lo único que sabía es que siempre me sentía sola, sin importar cuánta gente hubiera a mi alrededor. Pero entonces me enteré de que era la Elegida. Y la Elegida siempre está sola. Tener un destino que nadie puede entender…
—Yo soy la Elegida —la interrumpe Linnéa—. Una de ellas. Somos varias.
Olivia suspira con impaciencia.
—Sé que tú y tus nuevas amigas sois brujas también. Pero solo hay una Elegida. Y esa soy yo.
Es la segunda vez en dos días que alguien sostiene que Linnéa no es Elegida. Y por un instante, la duda se le pasa por la cabeza. Pero solo por un instante.
—Estás equivocada —dice Linnéa—. Éramos siete desde el principio. Y Elias era uno de nosotros. Antes de que los demonios lo mataran. Los mismos demonios que te tienen engañada.
—¡Déjalo ya! —grita Olivia—. ¿No puedes aceptar simplemente que, por una vez, sea yo la que es especial?
—¿Y cómo conseguiste tus poderes, Olivia? ¿Dejaste que los demonios te bendijeran?
—¡Fue Elias quien me dio los poderes!
—¿Te dijo que tendrías que matar?
Olivia da un puñetazo con fuerza en uno de los lavabos.
—¡Sí! ¡Me pidió que lo vengara! ¡Cada vez que mate a alguien que le hubiera hecho daño, mis poderes se fortalecerán! ¡Elias sabe que lo quiero y él también me quiere! ¡Y a ti lo que te pasa es que tienes envidia!
Linnéa se la queda mirando. ¿Qué puede hacer? ¿Qué puede decirle para que la escuche? Olivia tiene la vida de Vanessa y la de las demás en sus manos.
—No importa por qué crees que lo haces. No puede ser bueno —dice despacio—. Has matado a gente inocente.
—No eran inocentes —dice Olivia—. Y no estaba sola. Helena y Krister han participado desde el principio. Elias empezó a hablar con ellos hace un año. Y luego contactó conmigo. Elias les había contado que yo era la Elegida, que podía ayudarles.
—¿Así que todo esto es un plan conjunto? —dice Linnéa.
—Recuperar a Elias, sí —dice Olivia—. Pero no les he hablado del Apocalipsis que vamos a detener Elias y yo. Me dijo que no lo entenderían. Me dijo que tú tampoco lo entenderías, pero yo creía en ti.
Intenta tocar a Linnéa, pero ella se aparta.
—Linnéa… —dice Olivia—. Hace tantísimo tiempo que nos conocemos…
—Casi el mismo que hace que conocías a Jonte —dice Linnéa—. ¿Cómo te sentiste al matarlo? ¿Cómo te sentiste al oírlo gritar?
Olivia se queda paralizada. La mira con expresión tozuda.
—En realidad no fui yo quien decidió de quién iba a vengarme. Fueron Helena y Krister. Querían que te matara a ti también, pero les dije que no.
—Gracias —dice Linnéa con ironía—. Y gracias por conseguir que casi me echaran de mi apartamento.
—Es que algo tenía que hacer para que se quedaran contentos. Y habría sido mucho mejor que estuvieras en un centro juvenil. Así no te habrías visto involucrada en lo que va a pasar esta noche. Así habrías estado segura, y Elias y yo podríamos haber ido por ti después.
—Pues sí. Me sentí cojonudamente segura en el puente del canal.
—¡Eso no fue culpa mía! ¡Fueron Erik y Robin, que se les fue la pinza! Si hubiera sido por mí, los habría matado el otoño pasado. Pero ya sabes lo que pasa con Helena y Krister. Se niegan a aceptar que acosaban a Elias. Y Elias me dijo que era mejor utilizar a Erik y a Robin. Si se metían en EP, los seguiría más gente. Y recibirán su castigo. Helena y Krister también, solo que no lo saben todavía.
Parece casi esperanzada.
—¿Así que también piensas matarlos? —dice Linnéa.
—Cada una de las personas de las que nos hemos vengado era culpable, pero Helena y Krister son los más culpables de todos. Nunca comprendieron a Elias. Solo tú y yo lo comprendíamos. Solo nosotras nos preocupábamos por él.
Le sonríe.
—Ha sido superdifícil no decirte nada. Porque quiero que lo hagamos juntas.
—¿Qué es exactamente lo que vas a hacer?
Olivia esboza una sonrisa todavía más satisfecha.
—Es la justicia perfecta. Tú sabes quién está en Engelsfors Positivo. Los peores acosadores de Elias. Y los demás miraban y dejaban que pasara. Todos merecen morir. Y eso es lo que les va a pasar esta noche. Cuando mueran, Elias volverá.
Linnéa niega con la cabeza.
—Elias nunca estaría de acuerdo con nada de eso. Jamás habría…
—Eso es lo que tú crees —dice Olivia cortante—. Pero puede que no lo conocieras tan bien como piensas. Aunque siempre has sido así con Elias. Siempre lo querías para ti sola.
Linnéa mira a Olivia. Trata de encajar lo que está ocurriendo con la Olivia que ella conoce. La Olivia que siempre andaba buscando a alguien que la escuchara, que la tomara en serio, que la quisiera. Siempre lo intentaba con demasiado ahínco. Ponía a la gente de mal humor. Y nunca entendió por qué.
Era la presa perfecta para las mentiras de los demonios.
¿Y qué habría hecho yo?, piensa Linnéa. Si no hubiera sabido lo que sé, si hubiera perdido a Elias y él hubiera empezado a hablar conmigo en sueños, si me hubiera pedido que lo vengara y me hubiera dado el poder para ejecutar esa venganza, ¿habría podido resistir la tentación?
—Olivia, tienes que creerme —dice Linnéa—. Te han engañado. No sé lo que pasará cuando hayas matado a todo el mundo, pero Elias no va a resucitar.
Olivia menea la cabeza y el pelo le revolotea lacio y sin vida.
Debe de ser la magia, piensa Linnéa. Es demasiado intensa para ella. Le carcome el cuerpo. Como la radiactividad.
—¿Por qué no puedes entenderlo? —dice Olivia—. ¿Por qué no puedes alegrarte y ya está? ¡Pronto vamos a reencontrarnos con Elias!
Tiene la respiración agitada. Mira a Linnéa.
—Tienes que elegir ya. Sí o no. ¿Estás con nosotros o contra nosotros?
Alexander se acerca a la cama. Observa a su hermana con muchísima atención. Es como si ni siquiera se diera cuenta de que Minoo está allí.
—¿Adriana?
Ella lo mira sorprendida. Y por un instante de angustia, Minoo cree que le ha borrado demasiados recuerdos.
—¿Alexander? —dice Adriana—. ¿Qué haces aquí?
Minoo respira aliviada.
—¿Sabes dónde estás?
—Naturalmente —dice, aunque no parece nada segura—. Estoy en Engelsfors. En mi dormitorio de Engelsfors.
—¿Sabes quién es? —dice Alexander señalando a Minoo.
Adriana mira fugazmente a Minoo otra vez.
—No. No la he visto jamás.
—No miente —dice Viktor yendo hacia la puerta.
Alexander estudia a Minoo con la mirada. Como si él también la estuviera viendo por primera vez y tratara de dilucidar si es amiga o enemiga.
Y vuelve a mirar a su hermana.
—Has estado enferma.
—Eso parece —dice Adriana—. Quiero decir… Que me siento muy rara.
—Lo entiendo. Te has pasado bastante tiempo en un estado de salud muy grave —continúa Alexander.
—¿He desatendido mi trabajo? Estoy aquí para buscar… ¿Habéis encontrado a las Elegidas?
—Eso está zanjado. Todo ha sido un malentendido enorme.
Lo mira decepcionada.
—Ah… Estaba segura…
Minoo piensa en el último recuerdo del que Adriana es consciente. Lo esperanzada que se sentía, hasta qué punto se atrevía a creer que sus investigaciones conducirían a algo crucial y lleno de sentido. Y ahora, Alexander le ha destrozado sus sueños de un plumazo.
Pero esa Adriana que se atrevía a creer sigue ahí. Minoo espera que vuelva a encontrar el camino y que, de algún modo, la conduzca otra vez hasta las Elegidas.
—Intenta dormir un poco, volveré más tarde —dice Alexander mirando a Minoo de nuevo—. Así podremos hablar tranquilamente.
Sale al pasillo. Minoo le dirige a Adriana una última mirada. Se ha vuelto a tumbar y alarga la mano hacia el interruptor de la lámpara que tiene al lado de la cama.
—Que duermas bien —dice Minoo.
—Gracias —responde Adriana y apaga la luz.
—Linnéa. Por favor. Di que sí.
Olivia la mira con sus enormes ojos castaños.
Y Linnéa siente que la pena la desborda. Todo es absurdo. Trágico. Y desastroso.
—Tienes que parar, Olivia. ¿No ves lo que le está pasando a tu cuerpo? ¡Comprenderás que algo que hace eso contigo no puede ser nada bueno!
Olivia mira a Linnéa y parece dudar antes de decidirse. Endurece la mirada.
—Me curaré cuando se acabe todo.
—No vas a sobrevivir a lo que piensas hacer.
—Por supuesto que sí. Soy la Elegida.
—Estás equivocada.
—En ese caso —dice Olivia—, es un riesgo que estoy dispuesta a correr por Elias. Dices que lo quieres, pero ¿qué has hecho tú por él? ¿Qué crees que diría si supiera que ahora eres amiga de Ida Holmström?
Se miran en silencio.
—Pues castígame a mí —dice Linnéa—. Pero deja ir a las demás.
—No. Las necesito. Elias las necesita.
Mira a Linnéa con tristeza.
—Va a sentir muchísimo que no estés cuando vuelva.
Y entonces, su pensamiento llena la cabeza de Linnéa, como un grito que le desgarrara el cerebro.
Atrapadla.
Resuena por todo el instituto, de conciencia en conciencia.
Linnéa oye que los pasos se acercan. Deben de haber estado preparados y a la espera.
La puerta se abre con estrépito y no tiene tiempo de darse la vuelta antes de que unas manos fuertes la agarren de los brazos.
Backman la sujeta con fuerza desde atrás y ella trata de quitárselo de encima, lucha y se retuerce.
—¡Suéltame! —le grita mientras sus pensamientos de odio se abren paso a través de todo su ser.
Es obvio que disfruta al sentir el cuerpo de Linnéa contra el suyo. Disfruta al tener poder sobre ella, esa niñata tan borde que siempre lo hacía sentirse incómodo en clase y que lo miraba como si supiera constantemente lo que estaba pensando.
—¡Suéltame! —repite Linnéa, pero Tommy Ekberg le sujeta las piernas, los pies se elevan del suelo y los dos la levantan en el aire.
El pasillo de los servicios está lleno de alumnos de principio a fin, todos con el mismo amuleto al cuello, y miran exaltados cómo Tommy y Backman la llevan en volandas.
Minoo sale al pasillo y cierra la puerta. El campo de fuerza ha desaparecido. Viktor tiene la cabeza gacha y mira la alfombra fijamente. Alexander la observa con una expresión que no es capaz de descifrar.
—Le he explicado la situación a Alexander —dice Viktor sin levantar la cabeza—. Sabe lo que hemos hecho.
Minoo mira a Alexander. ¿Se habrá equivocado Viktor con él? ¿Los irá a inculpar?
—¿De cuánto se acuerda? —pregunta Alexander.
—Es la misma persona que era antes de que nosotras empezáramos el instituto. No he podido arrebatarle más recuerdos, porque habría sido muy peligroso —dice Minoo—. Pero vuelve a ser leal al Consejo. Vuelve a ser inocente de los supuestos delitos que ha cometido aquí en Engelsfors.
—Ese tipo de magia no es posible —dice Alexander.
Minoo no responde. No piensa discutir sus poderes con él.
—Entonces, ¿la va a indultar el Consejo?
—No existe ningún caso similar. Pero si lo que dices es verdad… - Guarda silencio, asiente. —No tengo ninguna razón para pensar lo contrario.
—Y Viktor, ¿lo denunciarás por haberme ayudado?
—No pasa nada Minoo —dice Viktor.
—No, sí que pasa —responde, y mira a Alexander a los ojos—. No hay ningún motivo para castigar a Viktor, ¿no?
Alexander la mira reflexivo.
—No —dice por fin—. Creo que lo mejor es seguir adelante.
Minoo alcanza a ver que Viktor la mira de reojo agradecido. Luego pasa a su lado, baja la escalera, cruza la primera planta y sale al jardín.
Cuando llega a la calle echa a correr.
Las demás te necesitan.