Minoo lo observa mientras cruzan Engelsfors en el coche. Contempla su perfil, las pestañas largas y espesas, la nariz que en realidad está un poco torcida, la barba que se adivina como una sombra en la barbilla angulosa.
Viktor Ehrenskiöld.
Un recién llegado engreído. Su alma gemela literaria que detesta el deporte. Enemigo. Espía adulador. Un personaje de Los miserables. La mano derecha de Alexander. El salvador de Linnéa. El fiscal de Adriana. El traidor al Consejo.
No tengo ni idea de quién es, piensa Minoo.
—Sigo sin entender por qué estás haciendo esto. Creía que le eras leal al Consejo.
—Le soy leal a Alexander —responde Viktor.
—¿No es lo mismo?
Tuerce por una callejuela de La pequeña calma, se acerca a la calle en la que vive Adriana. Una lluvia fina comienza a repicar en el parabrisas.
—Cuando los miembros cumplen dieciocho años tienen que elegir si se quedan en el Consejo o si lo dejan —prosigue Viktor—. Si deciden quedarse, tienen que hacer un juramento de fidelidad. Tienen que comprometerse a cumplir órdenes, sin pensar en sí mismos. Pero yo aún no he prestado ese juramento.
Minoo lo mira.
—¿Y entonces por qué no te han echado?
—No hay tantos brujos de nacimiento. Soy demasiado valioso para ellos —dice Viktor con tanto aplomo que ni siquiera suena jactancioso. Han hecho una excepción conmigo.
Pasan por la casa incendiada y Minoo piensa en la noche en que las Elegidas fueron a colarse a casa de Adriana. Entonces creían que era una enemiga mortal. Ahora Minoo va al mismo lugar a arriesgar su vida por salvarla.
—Pero si le eres leal a Alexander, ¿por qué haces esto a sus espaldas? —dice Minoo.
—Lo hago por él. No podría vivir consigo mismo si la ejecutan por su culpa. Lo sé. Me dijo que se somete a la decisión del Consejo, que lo ha aceptado, pero me estaba mintiendo.
La mira rápidamente.
—Y creo que sabes que puedo estar seguro de eso.
—¿Y por qué no le has dicho que tenías una solución?
—Ha hecho un juramento de fidelidad. Una vez más, se vería en la tesitura de tener que elegir entre el Consejo y Adriana.
Giran en la calle donde vive Adriana. Viktor aminora la marcha y aparca el coche a unos metros de la casa. Saca la llave. El ruido del motor se extingue.
—Y no solo lo hago por él —dice Viktor—. No creo que sea justo que Adriana muera.
—Yo pensaba que el Consejo siempre tomaba decisiones justas —dice Minoo.
—No —dice Viktor mirándola—. Nunca he dicho esto en voz alta, pero no, el Consejo no siempre ha tenido razón. La verdad es que a menudo eligen mal y emplean su energía en las cosas equivocadas. Pero son necesarios. Sin ellos, el mundo sería un caos. Los que controlan la magia someterían a los que no la controlan. El Consejo es útil, aunque no te lo creas.
—¿Y por qué no hiciste el juramento?
—Porque entonces no podría cambiarlos. Quiero mejorar el Consejo. Y para eso tengo que trabajar dentro del sistema, pero también fuera.
Parece que hay otro Viktor, uno con el que Minoo nunca había contado. El idealista.
—Hasta ahora me ha salido bien. Pero no sé qué harán conmigo después de esto. Tal vez Alexander no pueda protegerme.
¿Un Viktor que se sacrifica? ¿Viktor, el héroe?
Minoo está cada vez más confusa.
Arrecia la lluvia. Viktor saca un paraguas del maletero, lo abre y se protegen los dos. Caminan muy juntos y nota el hombro de Minoo pegado a su brazo.
Ella se acuerda de Gustaf.
Gustaf probablemente estará en el instituto. O bien estará solo entre cientos de zombis o bien será uno de ellos. Minoo no sabe cuál de las alternativas es peor. Se le viene a la mente la imagen de cuando le dio la mano ayer por la tarde. No puede enamorarse de él. Es el novio de Rebecka. Siempre será el novio de Rebecka, incluso aunque esté muerta.
El edificio de color blanco se recorta en el cielo oscuro. El miedo de Minoo se intensifica a cada paso que da. Llegan a la valla blanca y la siguen hasta la verja.
—No sé si voy a poder con esto —le dice a Viktor.
—Piensa positivo.
—Qué gracioso.
Abre la verja y siguen el camino empedrado que cruza el jardín, donde algunos copos de nieve blanquean los arriates. Al llegar a la puerta, Viktor saca una llave del bolsillo del abrigo.
—¿Hay guardias? —dice Minoo en voz baja.
—No es necesario —contesta Viktor metiendo la llave en la cerradura.
Abre la puerta y la invita a pasar con un gesto. Minoo casi puede oír la voz de Linnéa.
Adelante, entrad en la casa de los horrores.
—¿Qué pasa? —pregunta Viktor.
—Nada, algo así como un déjà-vu.
La fina lluvia le cae helada en la cabeza y Anna-Karin se pone la capucha de la trenca. Ella, Ida, Vanessa y Linnéa tiritan de frío escondidas en un bosquecillo. Vigilan el instituto que se distingue con el horizonte de fondo.
—¿Qué hacen? —dice Vanessa.
Anna-Karin cierra los ojos y se desliza en la conciencia del zorro.
Está pegado a los edificios bajos del instituto, junto a una de las ventanas del gimnasio.
La perspectiva desde arriba casi produce vértigo. Anna-Karin y el zorro miran a la gente que hormiguea debajo, en la sala. El suelo de color verde grisáceo está lleno de rayas y líneas. De colores diferentes para cada deporte. Anna-Karin los odia todos.
Los oídos sensibles del zorro captan las voces ruidosas y alegres de los invitados. Todas las conversaciones giran en torno a un solo tema. Lo divertido que es estar allí. Lo bonito que lo han decorado todo. Lo felices que van a ser.
Lo único en lo que no se ponen de acuerdo es en quién será el joven positivo del año. La mayoría apuesta por Erik, otros por Rickard. Algunos por Kevin. Pero los tres son fantásticos, así que en realidad da igual. En EP cualquiera puede ser ganador, solo hay que pensar correctamente.
Tommy Ekberg y el profesor de biología, Ove Post, están junto a la entrada del gimnasio. A Anna-Karin le recuerdan a los guardias del juicio. La misma expresión vigilante. Kevin ofrece ponche a todos los recién llegados. Delante de las espalderas hay una larga sucesión de mesas con manteles de papel amarillo y montones de platos diferentes. Robin y Erik ayudan a subir un altavoz enorme al escenario, que está montado en la parte delantera de la sala, bajo una de las canastas de baloncesto.
—Todavía están con los preparativos —dice Anna-Karin, y sigue buscando caras conocidas entre la gente.
Ve a Gustaf. Está sentado en las gradas hablando con Felicia.
—Estoy viendo a Gustaf.
—¿Tiene puesto el amuleto? —pregunta Ida.
Gustaf lleva el polo amarillo abotonado hasta arriba.
—No lo sé —dice Anna-Karin.
Trata de descifrar la expresión de Gustaf. Parece contento, con el mismo nivel de histerismo que los demás. ¿Estará solo actuando?
Las potentes lámparas, que están a la altura de la ventana, le dan al zorro en los ojos, resultan muy molestas. Cuando los invitados se mueven por la sala, los amuletos relucen aquí y allá.
Hay muchos. Y siguen llegando continuamente.
Mientras lleven amuletos son enemigos. Enemigos a los que las Elegidas no pueden enfrentarse, sino que deben proteger.
Anna-Karin abre los ojos y mira a las demás.
—Yo creo que ha llegado el momento.
—Pues vamos —dice Linnéa, y se agacha en busca de una piedra grande.