Ida abre los ojos. Se espabila en el acto llena de ansiedad. Se sienta en la cama. Mira el reloj. No son ni las cinco y media.
Ayer llevaron a Wille a Västerås, donde llegó a tiempo de subir por muy poco el último tren a Estocolmo. Ida llegó a casa a medianoche. Reinaban la oscuridad y el silencio. Nadie la esperaba levantado. Nadie le había enviado un mensaje preguntándole dónde estaba.
Ida va al cuarto de baño y se da una ducha larga. Intenta enjuagarse la ansiedad. Se examina el cuerpo, trata de hallar algún signo de la transformación, alguna huella de Anna-Karin, pero no encuentra ninguna.
Vuelve a su habitación y abre el armario. Se queda allí mirando la hilera de ropa.
Todas esas elecciones tan incuestionables que solía hacer cada día ya no le parecen tan incuestionables. Seguramente porque en su vida no hay ya nada incuestionable.
¿Qué te pones para ir al instituto a que todo el mundo te odie? Si hubiera sido Anna-Karin, se habría ocultado detrás de unas ropas amorfas, habría pasado inadvertida. Si hubiera sido Linnéa, se habría puesto algo delirante, que obligara a todo el mundo a mirarla.
¿Pero qué se pondría Ida?
Se diría que vuelve a estar en un cuerpo desconocido. Como si no fuera la verdadera Ida y tuviera que fingir. Desliza el dedo por los montones de ropa doblada primorosamente, por la ropa que cuelga de las perchas. Sus disfraces de Ida.
Pasa media hora probándose modelos hasta que se decide por un jersey de cuello de pico azul claro y unos vaqueros. Se maquilla minuciosamente y se examina la cara en el espejo. El corazón de plata reluce a la luz de la lámpara. La superficie está desgastada y llena de arañazos. Se lo regaló su madre cuando empezó a ir al colegio y lo ha llevado puesto prácticamente todos los días desde entonces. Ha pasado a ser una parte de ella tan consustancial que ha estado años sin fijarse en él.
Se toquetea el colgante. Tiene que hablar con su madre. Conseguir que entre en razón.
La familia entera está sentada a la mesa de la cocina. Ida tarda un instante en ver que algo va mal. Cuatro personas sentadas a la mesa, cuatro sillas ocupadas. La silla en la que se solía sentar Ida está junto a la pared.
La ansiedad la colma de nuevo. Acerca la silla a la cabecera de la mesa. No han puesto cubierto para ella. Va al armario, saca un plato y una taza.
—Buenos días.
Nadie responde. Nadie la mira siquiera. Es como si fuera invisible. En un momento de terror, Ida piensa que es eso lo que ha ocurrido. Que se le ha contagiado el poder de Vanessa en el intercambio de cuerpos.
Pero entonces se da cuenta de que Rasmus la mira de reojo y trata de ocultar una sonrisa burlona antes de volver a apartar la vista rápidamente.
—Qué bien lo vamos a pasar en la fiesta de primera de EP —le dice el padre a Rasmus y a Lotta.
Los dos asienten entusiasmados.
—Me encanta el «equivoccio» de primavera —dice Lotta—. Es cuando los días empiezan a ser más largos que la noche.
—Exacto —dice el padre alborotándole el pelo—. Y no puede haber nada mejor que celebrar, ¿verdad?
—Perdonad que llegara a casa tan tarde ayer —dice Ida—. Pero tuve que…
—Ayer pasé por el centro y lo han puesto todo precioso —la interrumpe su madre sin mirarla.
—¿Me pasas la mantequilla? —dice Lotta.
—¿Me pasas la mantequilla, por favor? —la corrige su madre dándole el paquete.
—¿Qué estáis haciendo? —dice Ida—. ¿Por qué me ignoráis?
Nadie responde. Lotta unta una capa gruesa de mantequilla en la rebanada de pan. Luego pasa el dedo por lo que queda en el cuchillo y se lo mete en la boca.
—Por Dios, eres asquerosa.
—Deja eso —dice la madre con calma y le quita el cuchillo a Lotta.
El padre hace ruidos con la boca al comerse la tostada. Nadie pronuncia una palabra. Pero Rasmus parece a punto de estallar de risa.
—Te lo estás pasando bien, ¿no? —dice Ida.
Rasmus baja la vista y aplasta una miga de pan con el dedo índice.
—Por cierto, me encontré a Erik en el centro —dice la madre mirando al padre—. Estaba entusiasmado con la fiesta de esta tarde en el instituto. Tengo entendido que van a elegir al joven positivo del año. Creo que espera que lo elijan a él. Pero no lo dijo, por supuesto.
Ella y el padre intercambian una sonrisa llena de complicidad.
—¿Puede decirme alguien qué he hecho, o qué? —dice Ida.
No puede perderlos a ellos también. Sin ellos, no tendrá a nadie de su lado. A nadie en absoluto.
Ninguno responde. Lotta suspira mientras mastica despacio con la boca medio abierta.
—Es evidente que pensáis que he hecho algo —prosigue Ida y se le quiebra la voz, y tiene que tragar varias veces para poder continuar—. Sería genial si al menos tuvierais a bien informarme de por qué me castigáis.
—Yo creo que lo sabes.
Su madre no la mira.
—No —dice Ida tratando de mantener la voz firme—. La verdad es que no lo sé.
—Hemos oído que has empezado a relacionarte con delincuentes —dice la madre con voz contundente y serena—. Te niegas a hablar con tu padre y conmigo. Luego desapareces casi todo el fin de semana y te llevas el coche sin permiso. Vuelves a casa a medianoche. Es obvio que te traemos sin cuidado. Así que hemos decidido que tú nos traes sin cuidado a nosotros.
Ida siente que la están despedazando por dentro. Como si alguien le hubiera clavado un cuchillo y la estuviera destripando viva.
—¿Y qué queréis que haga? —dice sin poder reprimir las lágrimas que le afloran a los ojos y le caen en las rodillas—. ¿Queréis que pida perdón? Perdón. Lo digo de verdad. Perdón. Últimamente no me reconozco.
—Ya, nosotros tampoco —dice el padre.
—¿Pero qué queréis que haga? ¿Volver con Erik por vosotros? ¡Eso no tiene ni pies ni cabeza!
—Estás participando en una campaña sucia en contra del hijo de nuestros mejores amigos… —empieza a decir la madre.
—Pero es que es verdad —dice Ida—. Es todo verdad. ¡Lo hizo él!
No puede reprimirse. Todos la miran. La madre, el padre, Rasmus y Lotta.
—No queréis ver cómo es Erik —prosigue Ida—. ¡Es un cerdo! Lleva toda la vida acosando a la gente. ¿Sabéis lo que le hizo a Elias Malmgren en séptimo?
—Todos los niños se pelean a veces —dice la madre—. Es natural.
—Le arrancó el pendiente y lo dejó chorreando sangre, y luego les dijo a todos que tuvieran cuidado, no fuera a pegárseles el sida del marica…
—Ya vale —dice el padre con frialdad, señalando con la cabeza en la dirección de Lotta y Rasmus.
—…y yo estaba con ellos —continúa Ida sin detenerse—. Yo también me reía. He sido tan odiosa como Erik. Y vosotros sois igual de odiosos. Decís que los padres de Erik son vuestros mejores amigos, pero siempre echáis pestes de ellos…
—¡Ya está bien! —grita la madre.
Ida la mira llorando a lágrima viva. Rasmus y Lotta guardan silencio aterrados.
—Ida —dice el padre—. Estamos tremendamente preocupados por ti. Pero no formarás parte de esta familia hasta que no te comportes como es debido. Queremos que te disculpes de verdad. Y sobre todo, que cambies en serio tu conducta.
Ida se vuelve hacia su madre. Llora tanto que tiene dificultades para hablar.
—Mamá… Por favor, mamá… Por favor…
Un destello de tristeza aflora a la mirada de la madre, que niega con un gesto.
Ida se levanta de la mesa. Le tiembla todo el cuerpo, apenas lo puede controlar mientras se dirige al recibidor, se pone el abrigo y se cuelga la mochila.
Ojalá que su madre la llamara. Que le pidiera que volviese. Que su padre fuera corriendo al recibidor y le dijera que se han pasado.
Ida estaría dispuesta a olvidarlo todo. Se habría acabado. Solo sería un recuerdo desagradable que no tendrían que mencionar nunca más.
Pero nadie acude. Nadie la llama.
Ida baja el picaporte y espera un instante más.
Lo único que se oye es el ruido de los platos cuando alguien empieza a quitar la mesa.
Abre la puerta y se va.
Vanessa camina despacio por el patio del instituto. Hay dos carteles de color amarillo fluorescente en las puertas de la entrada.
En uno de ellos pone ¡EP! En el otro, ¡FIESTA DE PRIMAVERA!
Saca el móvil y mira la pantalla.
Lleva sin cobertura toda la mañana.
Se pregunta si Wille habrá intentado ponerse en contacto con ella.
Llamó a Elin mientras iban en el coche hacia Västerås ayer. Le dijo que su tío se había puesto enfermo, que tenía que ir a verlo a Estocolmo y que no sabía cuánto tiempo tendría que quedarse.
Y Vanessa no pudo evitar pensar en lo convincente que sonaba. En lo fácil que le resultaba mentir. En lo bien que se le daba.
—Gracias —le dijo más tarde, cuando estaban en el andén—. No entiendo bien qué ha pasado. Pero creo que me has salvado la vida.
Ahora está en un lugar seguro.
Pero Jonte está muerto. Lo han asesinado Helena y Krister.
Vanessa sube los escalones, abre la puerta y entra en el vestíbulo, que está decorado con guirnaldas amarillas y soles enormes de papel.
Hay un grupo de gente junto al tablón de anuncios. Vanessa oye voces alteradas. Oye el nombre de Linnéa varias veces. Se acerca.
En el tablón hay colgado uno de los carteles amarillos de la fiesta. Pero alguien ha pintado encima EP = ASESINOS con un rotulador negro de punta gruesa. Y han pegado una foto de Erik y Robin en el cartel. Les han pintado los ojos de negro y alguien les ha rajado las caras sonrientes con un objeto afilado.
—Debe de ser una psicópata —dice alguien, y Vanessa no se plantea ni un segundo a quién se refieren, de quién sospechan todos.
—He oído que piensan encerrarla —dice otra persona.
—Ahora, desde luego, seguro que la encierran.
Más murmullos de aprobación.
Vanessa se vuelve asqueada y ve a Michelle y a Mehmet, que se acercan desde la entrada. Michelle va hablando con Mehmet y se baja la cremallera de la chaqueta. Y Vanessa ve que algo le brilla en el escote.
Un signo del metal de plata.
—¡Michelle! —la llama y todo el vestíbulo guarda silencio.
Michelle aparta la vista de Mehmet. Se vuelve hacia ella con una mirada tan fría que le rompe el corazón.
Michelle le susurra algo a Mehmet al oído y él niega con la cabeza. Están hablando de ella. Vanessa está segura.
Alguien le empuja tan fuerte que casi la tira al suelo.
—¿Puedes mirar por dónde vas? —dice dándose la vuelta.
Se encuentra con las miradas de Robin y Felicia. Y detrás, el resto del grupo mira a Vanessa en silencio.
Está acostumbrada a las miradas de la gente. En realidad, no a todo el mundo le cae bien, y no pasa nada. Irritar a la gente es mejor que pasar inadvertida.
Pero nadie la ha mirado jamás con tanto odio. Y son multitud. El grupo es como un solo ser con muchas cabezas.
Oye murmullos de indignación a su espalda cuando echa a andar.
—Es una zorra de pacotilla —dice alguien.
—Me pregunto cuántos abortos se habrá hecho hoy.
Felicia y otras chicas sueltan unas risitas. Vanessa no quiere seguir oyéndolas. Les hace un corte de mangas y se apresura por la escalera.
Tommy Ekberg la está esperando con los brazos cruzados junto a su taquilla. La camisa verde guisante tiene más botones desabrochados que de costumbre y lleva el amuleto de plata enterrado entre una alfombra de vello. Le crece tan espeso que parece que el vello púbico se extendiera hasta las clavículas.
—Quiero hablar contigo en mi despacho. Ahora.
—¿Por qué?
—Tus amigas ya están allí.
—¿Mis amigas?
—¡Ven conmigo ahora mismo! —chilla Tommy.
Vanessa se lo queda mirando atónita. El único rasgo chillón de Tommy eran sus camisas. Jamás lo había oído levantar la voz.
—Vale. Pero tranquilízate.
Linnéa se sobresalta con el ruido de la puerta al abrirse. Tommy Ekberg empuja a Vanessa al interior de la habitación. Señala en silencio la silla plegable que hay en la esquina junto a Linnéa. Minoo, Anna-Karin e Ida se apretujan en el sofá.
—Cuando oí los rumores que habéis difundido en el instituto sobre dos alumnos no creí que fuera posible —dice Tommy mientras Vanessa se sienta—. Una calumnia tan vil. ¡Una maldad tan tremenda! Y entonces llego aquí y veo ese horrible cartel. ¡Ha sido la gota!
Tommy se pone en jarras y mira a Linnéa. Casi la asusta el menosprecio de su mirada, el odio que siente por ella.
¿Será suyo ese odio?, se pregunta mirando el amuleto. ¿O será más bien el de Helena y Krister?
Lo único que sabe Linnéa es que Tommy está seguro de que ella y las demás son culpables. No hay el menor indicio de duda en sus pensamientos.
—Que sepáis que me tomo esto como algo muy personal. Lo que hacéis contra mis alumnos en mi instituto lo hacéis también contra mí.
—Pero si no hemos hecho nada —dice Anna-Karin.
—Mintiendo solo lo vais a empeorar. Sé lo que estáis tramando. ¿Os creéis que no me he dado cuenta de que intentáis sabotear el buen ambiente que hay en el instituto?
—Deben de haber sido ellos mismos los que han hecho eso con los carteles —dice Minoo.
—¿Y por qué iba EP a poner verdes a sus propios miembros? —dice Tommy con desprecio.
—¡Pues para provocar esta situación!
—¿Pensáis que me he caído de un guindo? —pregunta furioso.
Minoo lo mira aterrorizada e Ida empieza a llorar en silencio.
—¿De verdad quieres que respondamos a esa pregunta? —dice Vanessa.
Tommy está tan iracundo que le falta el aliento.
—En realidad no hemos hecho nada —se apresura a decir Linnéa—. Y además esto es acoso, joder.
Tommy se dirige hacia ella y acerca tanto la cara rubicunda que Linnéa nota el aliento dulzón y ve restos de chocolate entre los dientes.
—Hay que arrancar las malas hierbas antes de que se lleven todos los nutrientes del jardín.
No se van a librar.
Sus pensamientos resuenan a tal volumen en la cabeza de Linnéa que le parece increíble que las demás no lo oigan. Tommy se pone derecho y sale dando zancadas del despacho.
—No os mováis de ahí —grita antes de cerrar la puerta.
—¿Qué piensa hacer? —dice Minoo mirando a Linnéa.
—No lo sé.
Intenta subir el volumen de su poder, captar más pensamientos.
Y entonces lo oye. El mismo pensamiento de antes. Y, al mismo tiempo, diferente.
No se van a librar.
—Espera un poco —dice Linnéa, y se levanta de la silla.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Vanessa, pero Linnéa no contesta.
Abre la puerta y sale al pasillo desierto. Se para y escucha. Lo único que se oye es el ruido amortiguado de las voces de las aulas, alguien que corre por la escalera.
Cierra los ojos e invoca más poder del que nunca se ha atrevido hasta el momento, o más del que nunca ha podido invocar.
Es como meter la cabeza en una colmena. Es como antes, al principio, antes de saber nada de sus poderes, cuando todavía pensaba que se estaba volviendo loca, que todos los años de ansiedad y de sustancias químicas habían acabado por destrozarle el cerebro.
Tantas personas, tantos pensamientos. Pero en medio del zumbido, el mismo pensamiento se repite una y otra vez.
No se van a librar.
Encima de ella, debajo.
No se van a librar.
Es un mantra repetido machaconamente, desde distintas direcciones, por todo el instituto.
No se van a librar.
No se van a librar.
No se van a librar.
El odio es tan atractivo. Sería tan agradable relajarse y dejarse llevar. Odiar irreflexivamente, sin ponerlo en duda. Linnéa está a punto de dejarse llevar y de bloquear el poder. Abre los ojos. Parece que pasa una eternidad hasta que se vuelve a hacer el silencio en su cabeza.
Las suelas de los zapatos le chirrían cuando se da la vuelta y mira a las demás desde la puerta.
—Todos están pensando lo mismo. Tenemos que largarnos.
Mira por encima del hombro y ve a Tommy y a Backman al fondo del pasillo. Se acercan con paso rápido.
—Vamos —grita Linnéa, y las demás se levantan de un salto y se ponen en marcha por fin.
Como una manada de animales asustados salen corriendo del despacho del director, escalera de caracol abajo, por el pasillo del sótano.
Al doblar una esquina, ven a Kevin esperándolas.
¡Están aquí!
De inmediato, el pensamiento sacude todo el instituto, como en un efecto dominó.
¡Están aquí! ¡Están aquí! ¡Están aquí! ¡Están aquí! ¡Están aquí!
Kevin agarra a Linnéa de la chaqueta, pero Vanessa le da un empujón y Linnéa consigue soltarse.
Llegan al vestíbulo. Oyen pasos a su espalda por el pasillo. Pasos que bajan la escalera principal.
No se van a librar.
Cruzan la puerta, siguen corriendo.
De verdad que odio este instituto, piensa Linnéa.