La casa de Jonte se vislumbra entre los árboles desnudos. Hay luz en algunas de las ventanas de la planta baja. Linnéa trata de ver si hay movimiento. Ha llamado varias veces, pero Jonte no contesta.
¿Cuántas noches habrá venido a esta casa? ¿Y cuántas veces se habrá odiado a sí misma al irse a la mañana siguiente? Aquí ha cometido algunas de las mayores equivocaciones de su vida.
Linnéa se detiene entre las sombras que hay justo antes del césped. Presta atención, pero solo oye los pasos de Anna-Karin acercándose.
Linnéa cierra los ojos, contenta por volver a tener acceso a la magia. Y Vanessa tenía razón. Ahora es más fácil usarla. Es más fácil invocar el poder, es más fácil controlarlo.
Al principio solo percibe los pensamientos de Anna-Karin. El recuerdo de cuando vio la casa por primera vez y el jardín estaba cubierto de nieve, cuando Jari la besó delante de todo el mundo, cuando Linnéa y Vanessa la acorralaron en una esquina. Luego a Anna-Karin se le pasa por la mente la imagen de cuando estuvo en la cama de Jari y se avergüenza tanto que Linnéa tiene que hacer un esfuerzo para cambiar de foco de atención. Pero lo consigue. Casi capta algo de la casa.
—Intenta no pensar en nada —le susurra a Anna-Karin y, naturalmente, esta empieza a desesperarse pensando que no puede pensar en nada.
Linnéa se concentra. Bloquea el acceso a la mente de Anna-Karin y dirige todo su poder a la casa. Consigue captar los pensamientos. Le llegan sin rumbo, inconexos, solapándose unos con otros, impregnados de terror.
…cómo voy qué hago qué habrá y si alguien cree que fui yo quien qué hago a quién llamo quiero llamar a la abuela tengo que irme de aquí podré irme qué voy a…
No consigue captar quién es o si hay más gente en la casa.
—Dentro hay alguien —le susurra a Anna-Karin—. Aquí ha pasado algo. ¿Lista para usar la magia si hace falta?
Anna-Karin asiente.
Linnéa cruza el jardín. Va chapoteando con las botas por el lodazal del césped empapado.
Al subir los escaloncitos de la entrada, Linnéa ve la puerta de la calle entreabierta. Pone los dedos sobre el metal helado del picaporte y la abre del todo.
Entra con cuidado en el recibidor seguida de cerca por Anna-Karin. Le llegan los pensamientos como un parloteo histérico, como una marea de palabras.
…prometo mejorar prometo que nunca más que no voy a drogarme nunca más nunca más voy a mentir no voy a beber nunca más si esto acaba solo si esto acaba de una vez lo prometo prometo que empezaré desde el principio y nunca más haré nada malo haré lo que quieras Dios mío si pudieras librarme si deshicieras lo que está hecho…
Es imposible determinar de qué lugar de la casa proceden los pensamientos. Linnéa deja de ejercer su poder. Se hace un silencio compacto.
Entran en la cocina. La encimera está llena de platos sucios. En la mesa de pino, plagada de quemaduras y desperfectos, hay un plato con restos de comida.
Linnéa mira la puerta cerrada del lavadero, los paños largos de las cortinas raídas, tantos lugares en los que cualquiera podría esconderse y de los que podría aparecer en cualquier momento.
Van sigilosamente hacia el salón y Linnéa mira por la puerta entreabierta.
La habitación está prácticamente igual que siempre. Lo único nuevo es un televisor enorme. Cuando Linnéa ve la alfombra de nudos de color naranja y marrón se acuerda de una de las muchas tardes que pasó allí. Estaba en séptimo y había una fiesta, como siempre. Elias y ella habían compartido un brebaje hecho de restos de bebidas alcohólicas y esa alfombra les parecía la alfombra más suave del mundo. Rodaron por ella, riéndose como locos, intentaron enrollarse y les dio más risa todavía. Olivia los miraba desde el sofá apurando un cigarro hasta el filtro. Y cuando terminó de fumar, se volvió hacia Lucky y se enrolló con él, como si fuera algún tipo de competición que quisiera ganar. Y Elias y Linnéa se rieron todavía más.
Linnéa y Anna-Karin se estremecen al oír un estruendo procedente del piso de arriba.
Linnéa percibe el miedo de Anna-Karin, que le infunde más valor, porque no le queda más remedio. Tira de ella hacia la escalera, se queda quieta un instante, mira fijamente hacia la negrura, más allá del último peldaño, escucha.
Los pensamientos vienen de allí arriba. Hay alguien ahí, en la oscuridad.
Linnéa pone el pie en el primer peldaño. Cruje bajo su peso.
…han vuelto para llevarme han vuelto para llevarme tengo que esconderme tengo que irme de aquí tengo que esconderme…
El terror de la otra persona inunda a Linnéa y de repente puede sentir la certeza de que no es peligrosa. Pero no tiene la misma certeza de que no haya nadie más. Alguien que conozca su poder y que pueda defenderse.
Linnéa mira a Anna-Karin fugazmente y sube la escalera.
El pasillo está sumido en la oscuridad, interrumpida tan solo por una fina estría de luz que procede de la habitación de Jonte. Linnéa se acerca, empuja la puerta con la mano y deja que se abra despacio.
Hay restos de magia en la habitación. Como un olor que permanece en el aire, los ecos de un sonido.
La lámpara de la mesita de noche de Jonte está encendida. Al lado tiene el móvil y un libro abierto. La cama es un batiburrillo de almohadas, sábanas revueltas y mantas. Y debajo, algo más.
Linnéa se acerca despacio. Vislumbra un brazo desnudo entre las sábanas.
Trata de captar algún pensamiento. Fragmentos de un sueño. Pero no está durmiendo. Ya lo sabe. Es un cuerpo sin vida. Aun así, debe verlo con sus propios ojos.
Linnéa retira la manta con cuidado, descubre la cabeza y el torso desnudo de Jonte. Tiene los ojos entreabiertos como si acabara de despertarse, y el puño cerrado encima del pecho.
A Linnéa le tiembla la mano al alargarla para ponerle los dedos en el cuello. No hay pulso. Pero tiene la piel tibia todavía. Le cierra los ojos con cuidado. Antes no comprendía por qué se hacía eso, ahora ya sí.
Lo mira. Hacía tiempo que no lo veía con la cabeza descubierta. Tiene mucho menos pelo que antes. Ella le decía que si le daba vergüenza quedarse pelón, sería mejor que se afeitara en lugar de ir por ahí con la gorra puesta a todas horas, durante todo el año.
—¡Linnéa! —susurra Anna-Karin.
Linnéa se da la vuelta. Anna-Karin está justo en la puerta señalando el pasillo muerta de miedo.
Linnéa se le acerca, escucha en la oscuridad hasta que lo oye. Un sollozo ahogado en la habitación de enfrente.
Cruza el pasillo y abre la puerta. La habitación está oscura como boca de lobo. Alguien está aguantando la respiración, casi puede oírlo. Linnéa palpa la pared hasta que da con el interruptor.
Ve a Lucky acurrucado en un colchón viejo, como si tratara de encogerse todo lo posible.
…no me matéis no me matéis no me matéis no me matéis no me matéis no me matéis…
Linnéa tiene que bloquear sus pensamientos. Lucky está a punto de perder la razón y va a arrastrarla a ella también a la locura.
—¿Lucky?
No hay reacción.
—¿Lukas? Soy Linnéa —dice acercándose con cautela.
Lucky suelta un gemido y se cubre la cabeza con las manos, como para protegerse de un golpe.
—Tranquilo, Lucky. Soy yo. No pasa nada. Ya ha pasado el peligro.
Le acerca la mano para tocarlo, pero se contiene. Está aterrorizado, no sabe cómo va a reaccionar.
Linnéa mira a Anna-Karin, que se tapa la boca con las manos.
—¿Puedes hacer que hable?
Anna-Karin baja las manos y asiente.
Anna-Karin se pone en cuclillas junto a Lucky y trata de calmarse.
El cadáver de Jonte le causa un miedo indecible, pero casi es peor ver a alguien tan destrozado por dentro como Lucky.
Él tiene más miedo que yo, se dice.
—Lucky, soy yo, Anna-Karin. ¿Te acuerdas de mí?
Lucky se encoge todavía más.
Salvo en las prácticas con las demás Elegidas, Anna-Karin lleva mucho tiempo sin usar la magia. Le da miedo volver a dejar actuar su poder. Fue muy sencillo abusar de él. Pero nunca la ha conducido a nada bueno.
Sin embargo, ya no soy la misma, piensa.
Respira hondo. Conjura la magia, solo unas gotas y fluye con facilidad. Le recorre todo el cuerpo.
—Lucky, mírame.
No le da una orden. Solo lo convence, con tanta suavidad como puede.
Lucky levanta la cabeza despacio y la mira a los ojos.
—No hay nadie aquí que pueda hacerte daño. Ya no tienes nada que temer.
Asiente agradecido, se incorpora un poco. Ahora puede ver lo que tiene estampado en la camiseta. EL ORGULLO DE ENGELSFORS.
—¿Puedes contarme lo que ha pasado?
Lucky abre la boca, la cierra, luego empieza a hablar.
—Estaba… en el sótano. Estaba en el sótano. Y oí que subían la escalera.
—¿Sabes quiénes eran?
—No. Subí… Oí gritar a Jonte en el piso de arriba. Al principio estaba enfadado. Parecía que estuviera discutiendo con alguien. No se enfada muy a menudo, pero cuando se cabrea, se cabrea de verdad… Y entonces oí otras voces. Me entró la paranoia de que fuera la poli. Pero luego empezó a pedir perdón. O sea, a suplicar. Repetía perdón una y otra vez. Y luego oí…
Lycky se calla. Anna-Karin empieza a perder el control de su voluntad, Lucky solo quiere volver a caer en el olvido, volver a un lugar donde no haga falta pensar en lo que ha pasado. Anna-Karin refuerza la potencia de su magia.
—No pasa nada. Ya no hay peligro. Cuéntanos lo que oíste.
—Un chisporroteo. Como cuando echas un filete a la sartén —susurra Lucky—. Y las bombillas se pusieron a relampaguear. Jonte empezó a gritar. Aunque de dolor. Gritaba cada vez más fuerte, para-para-para… Y yo… subí corriendo para ayudarle, pero no me atreví. Yo… me escondí. Jonte ha muerto. Y yo no he hecho nada. Nada.
—No habrías podido hacer nada —dice Anna-Karin poniéndole la mano en el hombro—. ¿Puedes contarme algo más de las voces? ¿Cuántas eran? ¿Las reconociste?
—No lo sé —dice Lucky—. No.
—Tienes que convencerlo de que llame al 112 —dice Linnéa.
—¡No! —dice Lucky.
—¿Tienes aquí el móvil? —pregunta Anna-Karin con suavidad, y él le dice que sí—. En cuanto nos vayamos de aquí llamas a la Policía, ¿vale?
—Pero los cultivos… Jonte nunca… No puedo llamar a la poli…
—Vas a llamar a la Policía —dice Anna-Karin y aumenta su poder un poco más—. Y después, olvidarás que hemos estado aquí. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dice Lucky sacando el móvil del bolsillo.
—No puedo seguir aquí —dice Linnéa de repente, y sale corriendo de la habitación.
Anna-Karin le echa a Lucky una última ojeada, ve cómo se lleva el móvil a la oreja. Luego corre tras Linnéa.
Cuando sale a la calle, Linnéa está vomitando encima de unos arbustos.
—¿Cómo estás? —dice Anna-Karin.
Linnéa escupe y se incorpora. Se seca la boca con la manga.
—Tenemos que avisar a Vanessa.