62

Anna-Karin pedalea entre la fría bruma dominical de Engelsfors. Pero hay algo nuevo en el aire. Un presagio de primavera.

Derrapa en la explanada de grava, deja la bici de Ida y se apresura a adentrarse por la penumbra del caserón.

Se abre paso entre toda la gente que hay en el vestíbulo y sigue hacia la biblioteca. Las demás Elegidas están con Adriana junto a los ventanales. No hay nadie más en la habitación.

—Hola Ida —dice cuando ve a Anna-Karin—. Los jueces están deliberando. Nos llamarán cuando estén listos.

—¿Y cuánto van a tardar?

—Es imposible saberlo —dice Adriana—. Puede durar desde un par de minutos hasta varias horas.

Anna-Karin no sabe cómo podrá aguantar la espera. Mira de reojo los sillones, pero no quiere sentarse. Le recuerdan demasiado al interrogatorio. Y probablemente las demás sientan lo mismo, puesto que todos los asientos están vacíos.

Apenas ha dormido en toda la noche. No se atreve a confiar en que hayan salido airosas. Aún no tienen la sentencia. Y luego está lo de Helena y Krister Malmgren, y los asesinatos…

—¿Pero qué estarán haciendo ahí dentro? —dice Ida.

—No te preocupes —responde Adriana con amabilidad—. Es el procedimiento normal.

Ida deja escapar un suspiro de impaciencia. Anna-Karin la mira.

Justo cuando Anna-Karin consiguió dormirse a altas horas de la madrugada, sonó el teléfono de Ida. Era Julia. Estaba borracha. Farfullaba. Pero parecía contenta. Le pedía a Ida que adivinara con quién acababa de enrollarse. Luego Julia le dio el teléfono a Erik.

—Solo quería que supieras que nos lo estamos pasando de puta madre sin ti. De puta madre.

De fondo se oían las risitas de Julia y Anna-Karin colgó. Apagó el móvil.

—Intentan ponernos nerviosas —dice Linnéa señalando con la cabeza las puertas cerradas de la sala.

—Pues la verdad es que funciona —dice Ida.

Pasa una hora. Pasan dos. A Minoo le empieza a cosquillear todo el cuerpo.

Cada minuto que se escapa es valiosísimo. Tienen que detener a Helena y a Krister. Impedirles que maten a nadie más. Impedirles que causen el Apocalipsis.

Pero mientras estén aquí sentadas, nada pueden hacer. Ni siquiera hablar abiertamente entre sí.

Y los jueces siguen sin dar señales de vida.

Minoo se acerca a la chimenea y tamborilea con los dedos sobre la repisa.

Piensa en el amuleto que llevaba puesto Diana. Adriana también tenía un amuleto. Se lo compró a Mona Månstråle. ¿Habrá sido ella la que le vendió el amuleto del signo del metal a Helena y a Krister?

Minoo mira a Vanessa, que está sentada junto a Linnéa en el alféizar de la ventana. Tienen que ir a ver a Mona todas juntas. Tratar de convencerla de que les cuente lo que sabe. Según Vanessa, Mona se niega a revelar nada de sus clientes. Pero ¿se habrá dado cuenta de que está tratando con el bendecido de los demonios?

En el peor de los casos, Anna-Karin tendrá que obligarla a que hable, piensa Minoo. No le gusta la idea, pero hay vidas en juego.

Necesita un cigarro.

—¿Puedo salir un minuto? —le pregunta a Adriana—. Tengo que… tomar aire.

Adriana frunce el ceño.

—Los jueces pueden terminar en cualquier momento.

—Me daré prisa —dice Minoo.

—Te acompaño —dice Linnéa levantándose rápidamente.

En cuanto salen al patio, Minoo saca el paquete de tabaco de la bota de Linnéa y se enciende un cigarro.

—He estado pensando en una cosa —dice Linnéa en voz baja—. En lo que estuvimos hablando ayer.

—Aquí no —dice Minoo mirando de reojo a su alrededor mientras da una calada.

Aspira el humo con tanta ansia que le dan ganas de vomitar.

—Ya lo sé —dice Linnéa—. Pero tengo que decirte solamente esto. Creo que sé de dos personas a las que deberíamos poner sobre aviso.

Minoo asiente y no le da tiempo a decir nada, las puertas de la entrada se abren a su espalda. Cuando se dan la vuelta, Adriana les hace señas con impaciencia para que entren.

—Van a leer la sentencia.

Cuando los cinco jueces entran en la sala y avanzan con paso majestuoso hasta sus sitios todo el mundo se pone de pie. La juez principal lleva puesto un traje negro y una blusa negra. A Anna-Karin le recuerda a los muertos.

—La fiscalía nos ha comunicado que desea efectuar un último interrogatorio —dice la juez y hace señas a los presentes para que se sienten. Y hemos decidido permitírselo.

Anna-Karin mira hacia la mesa del fiscal. Alexander está solo. No hay rastro de Viktor.

—Señorías —dice Adriana levantándose—. A la defensa no le han informado…

Pero la anciana consigue que se calle solo con mirarla.

—El asunto es de tal gravedad que no podemos emitir un juicio hasta que se haya investigado todo a fondo —dice, y se dirige a Alexander—. Adelante.

Alexander se levanta.

—Gracias, señorías. Volvemos a llamar a Adriana López como testigo.

Las Elegidas se miran las unas a las otras. Pero Adriana no muestra ningún signo de preocupación mientras se dirige a la silla y se sienta.

—Adriana López —comienza Alexander sin mirarla.

En cambio, sí mira al público. Y Anna-Karin empieza a asustarse de verdad. Alexander ha recuperado la confianza en sí mismo.

—Ayer afirmaste que eras leal al Consejo. ¿Lo sigues manteniendo?

—Naturalmente —dice Adriana.

—También juraste que dirías la verdad. ¿Pero fue eso lo que hiciste?

—Sí.

A un gesto de Alexander, los guardias que están junto a la puerta la abren.

Viktor entra en la sala. Lleva una jaula. Unas alas negras baten con fuerza contra los barrotes y Anna-Karin siente cada aleteo en ese espacio tan estrecho. Ella también quiere escapar.

Adriana mira como hipnotizada a Viktor y al pájaro.

—Has almacenado los recuerdos incriminatorios en tu familiaris —dice Alexander—. Por eso pudiste mentir ayer en el juicio, ¿no es verdad?

—No pienso responder a eso.

—No es necesario —dice Alexander.

Le hace a Viktor un gesto y este deja la jaula en la mesa y abre la portezuela.

El cuervo le grazna furioso a Viktor, que manotea en el interior de la jaula hasta que consigue atraparlo. Le cierra el pico con la otra mano y tira con fuerza del pájaro. Tiene que apartar la cara cuando el cuervo despliega las alas y empieza a batirlas como un loco en el aire.

Alexander le quita a Viktor el cuervo de las manos y le agarra con fuerza la cabeza.

—Por favor, no hagas eso —dice Adriana con la voz ahogada,y Anna-Karin baja la vista.

Porque sabe lo que piensa hacer Alexander.

Y lo hace.

Un fuerte crujido. Como de algo húmedo al romperse. Tarda un tiempo en dejar de aletear. Luego la habitación queda en silencio. Anna-Karin reprime las náuseas, traga varias veces.

Levanta la mirada y ve que Alexander le da el cuervo muerto a Viktor. Este deja el cadáver del pájaro en la jaula con todo su aplomo.

—Vamos a intentarlo otra vez —dice Alexander—. Adriana López. ¿Le has sido leal al Consejo en todas tus acciones desde que llegaste a Engelsfors?

Anna-Karin mira el rostro de Adriana. Ve los temblores casi imperceptibles de uno de sus párpados.

—Sí.

La cabeza se le va hacia atrás. Deja escapar un débil gemido que le surge de lo más profundo de la garganta. Aprieta los dientes. Empieza a hiperventilar.

Es insoportable y aun así, Anna-Karin no puede apartar la mirada de Adriana. Siente como si se lo debiera. Es culpa suya que Adriana pase por ese suplicio.

—¡No! —grita Adriana al fin—. ¡No!

Y se viene abajo.

—¿Serías tan amable de aclarar tu respuesta? —dice Alexander.

Adriana lo mira. De uno de los agujeros de la nariz le cae una gota de sangre, que resbala lentamente hacia el labio superior.

—No, no le he sido leal al Consejo.

Los jueces se yerguen con renovada atención.

—¿Has permitido que las Elegidas practiquen la magia por su cuenta? —dice Alexander.

—No.

Una vez más, se le va hacia atrás la cabeza. La espalda se le arquea entre espasmos y lanza un grito de dolor. Su propio elemento, el fuego, se vuelve en su contra, debe de sentirse como si estuviera ardiendo.

Anna-Karin no lo soporta. Tiene que asumir su responsabilidad. Tiene que confesar.

Trata de ponerse de pie, pero Linnéa la sienta de un tirón.

—Te necesitamos —susurra Linnéa, que ha comprendido lo que piensa hacer Anna-Karin—. El mundo te necesita. Adriana también lo sabe, ¿crees que se habría expuesto a estos riesgos si no?

Anna-Karin empieza a llorar, intenta ahogar los sollozos, por temor a irritar más aún a los jueces y empeorar las cosas para Adriana.

Alexander hace un gesto y el cuerpo de Adriana se relaja.

—Podemos seguir así eternamente. Di la verdad de una vez. Por tu bien.

Parece casi apenado y eso asusta a Anna-Karin todavía más. Porque, ¿cómo puede hacer todo esto y tener sentimientos?

—Jamás pondré en peligro a las chicas —dice Adriana respirando con dificultad—. Jamás.

—¿De modo que eliges ponerte de su parte antes que de parte del Consejo? —dice Alexander.

—No sabía que se trataba de partes diferentes. Creía que el Consejo ayudaría a las Elegidas. Evidentemente, me equivocaba.

Por toda la sala se oyen susurros de indignación.

—No pienso responder a más preguntas —dice Adriana.

La anciana del centro se dirige impasible hacia ella.

—No es necesario. Estamos listos para dictar sentencia —dice la juez—. Anna-Karin Nieminen, ponte de pie.

Vanessa se levanta. Anna-Karin se obliga a mirar. Debe ser fuerte, aunque le corren las lágrimas por las mejillas. Valiente. Como Adriana.

La juez junta las manos sobre la mesa y se inclina hacia delante en la silla.

—El mundo se enfrenta a una nueva era mágica. Pero la magia lleva aparejada el poder, y del poder siempre es posible abusar. Por ello, los ideales del Consejo son en estos momentos más importantes que nunca. Control. Sinceridad. Humildad. Generosidad. La acusada no ha mostrado ninguna de esas virtudes. Al contrario. Ha menospreciado todo aquello que el Consejo tiene por sagrado y sublime.

Y Anna-Karin sabe que todo ha terminado.

—Anna-Karin Nieminen —dice la juez—, el Consejo dictamina absolverte de todos tus cargos.

Anna-Karin apenas entiende las palabras. Tiene que repetírselas una y otra vez para ver si de verdad significan lo que ella cree.

—Es cierto que Anna-Karin Nieminen ha errado en su juicio —dice la juez—. No obstante, no la consideramos responsable de sus delitos y su rebeldía, ya que no ha recibido suficiente orientación. Solo hay una persona culpable en este juicio desafortunado. Y es Adriana López.

La juez señala a Adriana con un dedo huesudo.

—Tus intrigas y tus engaños por fin han salido a la luz. Has falsificado pruebas sistemáticamente para engañar a tus superiores, para que crean en tus absurdas teorías sobre brujas elegidas, demonios y apocalipsis.

Si Anna-Karin tuviera sus poderes en este momento, si pudiera usarlos en esta sala, habría detenido el juicio, habría salvado a Adriana sin pensar en las consecuencias. Pero lo único que puede hacer es seguir allí sentada. Indefensa, inútil, mientras todo se derrumba.

—El asunto de las susodichas Elegidas de Engelsfors es un fraude de principio a fin. Se trata de un grupo de poderosas brujas de nacimiento, engañadas por una estafadora sin escrúpulos. Les ha hecho creer que las persigue un enemigo, al que han «bendecido los demonios». Ha tratado de reforzar esta afirmación haciendo pasar trágicos suicidios por asesinatos. Sospechamos incluso que la magia del fuego con la que cuenta esté detrás del incendio que se desató en la granja de Anna-Karin Nieminen.

Anna-Karin mira a las demás Elegidas. Todas están igual de calladas. Igual de impotentes.

—Adriana López mostró su verdadera personalidad ya en su juventud, cuando rompió el juramento que había prestado al Consejo. Consiguió manipular a los jueces y aprovecharse de su compasión. Y después esperó fríamente que llegara el momento del siguiente sabotaje.

—¡Eso no es verdad! —exclama Linnéa poniéndose de pie—. Adriana tiene razón. Somos las Elegidas. Y el Apocalipsis se acerca, creáis lo que creáis.

Viktor la mira aterrorizado. Pero la juez sonríe con superioridad.

—Vanessa Dahl es una prueba más de la influencia nefasta de Adriana López en estas mentes jóvenes. Aunque no es que necesitáramos más pruebas de que nuestra decisión es la correcta.

Mira fijamente a Adriana y le indica que se ponga de pie con un gesto.

Adriana lo intenta pero pierde el equilibrio. Alexander se acerca y le ofrece el brazo, pero ella lo rechaza y se apoya en la silla.

—Adriana López —dice la juez—. Ha llegado el momento de que pagues por tus delitos. Te condenamos a la pena más dura del Consejo.

Adriana no se inmuta. Pero Alexander palidece.

—La ejecución tendrá lugar dentro de una semana a contar desde el día de hoy.

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