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A Minoo se le hace raro estar sentada en su propia habitación con todas las Elegidas. Sobre todo verse a sí misma en la cama. Le incomoda pensar que Ida ha dormido allí las dos últimas noches. Y Minoo ni siquiera tuvo tiempo de esconder el diario. La única solución es confiar en que Ida haya tenido otras cosas que hacer que curiosear estos días.

Minoo acaba de hablarles del sueño y de la misión que Matilda les ha encomendado.

—Ahora al menos tenemos algo por lo que guiarnos. Sabemos que quien dirigía a Diana era un bendecido por los demonios y no solo un brujo corriente —dice Vanessa—. Y aunque no estemos seguras, Engelsfors Positivo parece ser un buen sitio por el que empezar a buscar.

—¡Minoo! ¿Puedes echarme una mano? —grita el padre desde la cocina.

Ida se pasa los dedos por el pelo, con tanta fuerza que Minoo empieza a temer que se lo vaya a arrancar.

—Te acompaño —dice Minoo, y salen juntas de la habitación.

El padre está junto a los fogones secándose la frente con la manga de la camisa. Se inclina para oler el vapor que sale de la olla de la salsa.

Minoo lo echa de menos. No solo los días que lleva viviendo la vida de Linnéa. Su nostalgia va mucho más atrás en el tiempo. Cuando las cosas eran normales en casa. Antes de las peleas. Antes de que su madre se mudara.

Le gustaría poder abrazarlo. Decirle cuánto lo quiere. Pero, claro, no puede. Pensaría que Linnéa está loca.

—Esto empieza a estar listo. Minoo, ¿puedes poner la mesa?

Minoo señala con discreción el armario donde guardan la vajilla que usan cuando tienen invitados. Ida lo abre y saca los platos.

—Te ayudo —dice Minoo.

Va a la estantería de los vasos y saca seis.

—Qué divertido que seamos tantos —dice el padre colando el agua de las patatas—. De verdad que tenía muchas ganas. Ya podéis avisar a las demás.

Ida las llama desde el pie de la escalera. Minoo coloca los cubiertos mientras las demás se sientan. El padre hace lo propio después de haber puesto en la mesa las patatas, la salsa, la ensalada y un asado humeante. Tiene una pinta tan buena que Minoo apenas puede contenerse, pero Linnéa le lanza una mirada de advertencia.

—Perdón —dice Minoo—. Se me ha olvidado decir que no como carne.

El padre la mira preocupado. Y luego a Ida.

—¿Por qué no me has dicho nada, Minoo?

—Lo siento, se me olvidó —dice Ida.

—No pasa nada —dice Minoo—. Puedo tomar patatas, salsa y ensalada.

—No, salsa tampoco —se apresura a decir Linnéa—. Porque estará hecha con el jugo de la carne.

—Ah, pues sí —dice Minoo, y mira a su padre—. Pero habrá pan y queso, ¿no?

El padre carraspea. Les indica con un gesto que se sirvan. Anna-Karin se pone una ración enorme e Ida la mira irritada.

—Bueno —dice el padre—. ¿Y cómo es que eres vegetariana?

—¿Es que quieres que nos dé una conferencia sobre la industria cárnica o una clase de moral en términos generales? —dice Linnéa.

Minoo hace una mueca involuntaria. El padre sonríe.

—Claro. Está bien que tengáis opiniones y toméis posturas. Es importante.

—De verdad —dice Ida con énfasis.

El padre la mira con extrañeza. Guardan silencio más tiempo de la cuenta. Linnéa escarba en la salsa para apartar un trozo de carne, trata de esconderlo todo lo que puede entre las patatas.

—Qué bueno estaba —dice Ida.

Las demás asienten entusiastas.

—Muchas gracias, ha sido divertido hacer algo desde cero —dice el padre—. Hacía mucho que no cocinaba.

—Estaba superbueno de verdad —dice Ida alegre—. ¿Estáis todas bien o queréis que os traiga algo?

Ida es demasiado pelota. Con suerte, el padre creerá que Minoo está nerviosa y que por eso se comporta como una anfitriona que se esfuerza de más.

—Anna-Karin, ¿quieres más agua? —pregunta Ida.

Vanessa sonríe formal y le ofrece el vaso para que se lo llene.

—¿Ha pasado algo en el trabajo fuera de lo común? —dice Ida mientras deja la jarra en la mesa.

—La verdad es que tengo una noticia triste —dice el padre—. Vuestro antiguo director, Ingmar Svensson… Seguro que lo habéis tenido todas en secundaria.

Minoo recuerda a un hombre gris que probablemente habría disfrutado más removiendo papeles que tratando con personas. Sobre todo con estudiantes de secundaria.

—Ha fallecido —dice el padre.

A Vanessa se le derrama el agua en el plato.

—Perdón —dice intentando secarlo con la servilleta, que se empapa de salsa—. ¿Cómo ha muerto?

—Pues parece ser que se electrocutó —dice el padre—. No saben exactamente cómo fue, pero creen que había algún fallo en los cables de su oficina. Es una tragedia. Han empezado a investigar si tiene algo que ver con los continuos problemas de electricidad y si aumentan de alguna manera el riesgo de accidentes. Porque no es el primero al que le ha pasado.

—¿A qué te refieres? —dice Minoo.

—Leila Barsotti. La antigua profesora de Minoo.

—¿También murió electrocutada? —pregunta Minoo.

—Sí, no salió en el periódico, pero así fue.

Vanessa mira a Ida.

—Oye Minoo, a ver si nos enseñas eso que decías que tienes en tu habitación.

Ida la mira sin comprender.

—Sí, eso —dice Minoo mirando a Ida a los ojos—. Podríamos subir cuando terminemos la cena. Antes del postre. Si no te importa… Erik.

Ha estado a punto de decirle papá, pero ha conseguido contenerse en el último instante.

El padre asiente y se echa más carne en el plato.

—Claro que sí. Os dejaré que maquinéis tranquilamente vuestros planes secretos.

El resto de la cena transcurre con normalidad y resulta incluso bastante agradable, pero lo único que quiere Minoo es terminar cuanto antes.

Vanessa sabe algo, y tiene que enterarse de qué es.

Los colores de la habitación de Minoo son más cálidos que los del resto de la casa y a Linnéa le gusta. Se sienta en la cama mullida e Ida y Anna-Karin se colocan a su lado. Vanessa permanece de pie junto al escritorio, muy guapa bajo esa luz suave. Linnéa está muy orgullosa de ella por cómo se ha comportado en el juicio. Era tan manifiestamente Vanessa que no concibe cómo se le habrá escapado a Alexander.

—Esto es muy desagradable —dice Vanessa—. Mona le leyó el futuro a Svensson el otro día y dijo que iba a morir. Y cuando el padre de Minoo ha empezado a hablar de electrocuciones, he pensado en otra cosa. El otoño pasado, Nicke comentó que una psicóloga había muerto electrocutada. No se explicaban cómo había pasado.

Linnéa se queda de piedra. Una psicóloga. Muerta.

—Svensson, la antigua profesora de Minoo y una psicóloga —prosigue Vanessa—. Tres muertos por electrocuciones misteriosas. Vale que la electricidad ha estado hecha una mierda, pero venga, esto es Engelsfors. No puede ser casualidad.

Minoo asiente con convicción.

—Matilda dijo que el bendecido por los demonios tenía varios crímenes sobre su conciencia y que pronto nos daríamos cuenta. Debe de ser el bendecido quien esté detrás de estas muertes. Y si los han matado con electricidad…

Mira a Ida.

—El amuleto de Diana tenía el signo del metal. La electricidad va aparejada a la magia del metal.

—Gracias por recordármelo, ya lo sé —dice Ida.

—Entonces, puede que el bendecido por los demonios sea un brujo de metal que haya estado manipulando a Diana y haya provocado la muerte de al menos tres personas en este último año. ¿Pero por qué esos tres?

A Linnéa le cuesta asimilar lo que está diciendo Minoo.

Una psicóloga.

Piensa en lo abatido que estuvo Jakob todo el otoño pasado. Y en aquel día que captó sus pensamientos…

…está muerta de verdad… está muerta

—El otoño pasado mi psicólogo estaba hecho polvo. Una colega suya había muerto…

Cree que sabe cuál es el denominador común entre los fallecidos. Pero no quiere decirlo hasta estar segura.

—Si es quien yo creo que es, se llamaba algo que empezaba con erre. Regina, me parece.

Minoo va a su ordenador y abre una página.

—Aquí se pueden buscar las necrológicas que se han publicado en los periódicos de todo el país.

—Así que en eso es en lo que hurgas cuando navegas por Internet, ¿no? —dice Ida.

—Regina es un nombre muy poco común —dice Minoo—. Vanessa, ¿te acuerdas de cuándo lo comentó Nicke?

—Sí, fue la noche que excavamos la tumba.

—O sea, en agosto —dice Minoo—. Aquí la tengo. El momento coincide. Y la necrológica se publicó en el Engelsforsbladet. Acababa de cumplir los treinta. ¿Puede ser ella?

Linnéa traga saliva. Es totalmente incomprensible. Y, aun así, totalmente lógico.

—Es ella. Y sé cuál es la conexión entre los muertos. Elias.

Mira a Ida.

—Empezasteis a acosarlo en primaria —dice Linnéa.

Ida se sorprende. Pero no protesta.

—Helena y Krister no querían reconocer que los hijos de sus amigos acosaban al suyo. Pero no pudieron cerrar los ojos ante el hecho de que Elias tenía problemas en el colegio. Así que culparon a la profesora. Leila. Incluso trataron de que la despidieran. Y los problemas de Elias se agravaron en secundaria. Entonces no podían hacer que despidieran a todos los profesores, así que la tomaron con Svensson. Elias me lo contó todo.

—Y entonces la psicóloga, ¿qué?

—Era la psicóloga de Elias. A él le gustaba. Le estaba ayudando… Pero Helena detestaba que fuera a su consulta. Ella odia a todos los psicólogos. Considera perjudicial «regodearse en los problemas». Además, creo que tenía miedo de que Regina volviera a Elias en su contra. A pesar de lo infalible y lo fantástica que decía que era como madre.

Las lágrimas de rabia le queman los ojos y guarda silencio. Si sigue se va a echar a llorar, y no quiere que las demás la vean.

—Así que el bendecido por los demonios tiene que ser Helena —dice Ida—. Todo encaja. Llevábamos razón desde el principio.

—Se está vengando de la gente que cree que le hizo daño a Elias —le dice Vanessa a Linnéa—. ¿Crees que su plan era que Erik y Robin te mataran a ti también? ¿Los estaría manipulando como manipulaba a Diana?

—¿Has visto si Erik lleva un collar? —le dice Minoo a Ida.

—No, no lo he visto y no creo que se lo pusiera nunca —dice Ida—. Piensa que es de maricas que los chicos lleven joyas.

Ida mira a Linnéa de reojo y Linnéa sabe que las dos están pensando en lo mismo. En todas las veces que Erik llamó marica a Elias, que le rompió los collares y las pulseras. En esa vez que le arrancó un pendiente.

E Ida siempre estaba en segundo plano riéndose, o solo mirando, sin hacer nada por impedirlo.

Pero Linnéa no es capaz de abrigar ningún odio hacia ella. Esa época es historia, aunque no piensa olvidarlo.

—No creo que tuvieran intención de matarme. Helena debió de enviarlos allí para conseguir que me echaran del apartamento. Entonces a Erik y a Robin se les fue la pinza. Pero obviamente, Helena no tuvo ningún problema a la hora de mentir y darles una coartada cuando llegó la Policía.

—A lo mejor no se atreve a atacarte directamente —dice Minoo—. Si está en contacto con los demonios, deben de haberle contado quiénes somos. Y lo mismo pasa con Adriana. Los demonios tienen que saber que ella también es bruja, y seguro que saben de la existencia del Consejo. Puede que no quieran que Helena atraiga la atención de otros brujos.

—Claro, ya tenía suficiente con arruinarnos la vida —dice Linnéa.

—¿Y si no es Helena? —pregunta Anna-Karin— ¿Y si es Krister?

—Da igual cuál de los dos sea, lo más probable es que trabajen juntos —dice Linnéa.

—Pero nunca los hemos visto usar la magia —dice Anna-Karin.

—Ya, pero eso no es de extrañar, los demonios les habrán dicho que tengan cuidado —dice Vanessa—. Ida percibió magia en el centro de EP.

Anna-Karin asiente despacio.

El padre de Minoo las llama desde el piso de abajo para avisarles de que el postre está servido.

—¡Ya vamos! —responde Ida.

—Podremos hablar más de esto cuando acabemos del todo con el juicio —dice Minoo—. Mientras tanto deberíamos mantenernos tan alejadas de Helena y Krister como sea posible, ahora que no tenemos poderes.

Todas se levantan y salen de la habitación. Todas menos Vanessa, que se queda atrás. Se ha vuelto hacia la ventana, contempla la oscuridad de la noche.

—¿Qué pasa? —pregunta Linnéa.

—Estaba pensando en Svensson. Mona dijo que era inevitable. Pero si hubiéramos llegado a esta conclusión antes…

—Ya, pero nunca habríamos llegado a esta conclusión si Svensson no hubiera muerto —dice Linnéa, y se da cuenta de la frialdad de sus palabras—. Bueno, no quería decir eso.

—Ya lo sé —dice Vanessa.

Mira a Linnéa con curiosidad.

—¿Qué pasa? —dice Linnéa.

—Nada, que es muy raro verse la propia cara, así de esta manera.

Pues más raro es ver la cara de Anna-Karin y estar así de enamorada, piensa Linnéa.

—Me pregunto qué se siente al tocarme —dice Vanessa.

Alarga la mano. Linnéa cierra los ojos y nota la mano de Vanessa acariciarle despacio la mejilla.

No se atreve a decir nada.

Vanessa retira la mano y Linnéa vuelve a abrir los ojos a su pesar.

—Es rarísimo —dice Vanessa.

Se miran.

Están tan cerca…

Pero entre ellas está Wille.

No puedo dejar de pensar en el beso. Quiero más.

—Deberíamos ir con las otras —dice Linnéa y sale de la habitación.

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