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Vanessa sube con paso lento los escalones de la entrada del instituto.

La pesadez del cuerpo de Anna-Karin no tiene nada que ver con los kilos. Es como si la sangre no le corriera por las venas. Como si no se le levantaran los pies del suelo cuando camina.

Creía que sería difícil hacer el papel de Anna-Karin, imitar su modo de moverse, pero al tener su cuerpo le sale sin pensar. La espalda de Anna-Karin protesta cuando Vanessa trata de ponerse derecha. Los hombros no quieren dejar su posición encogida. Y al cuello le cuesta abandonar esa postura encorvada.

Así que Vanessa se mete las manos en los bolsillos de la trenca y se dirige a la taquilla de Anna-Karin con el pelo tapándole la cara.

No mira a nadie. Y nadie la mira a ella. Nunca ha estado tan cerca de la invisibilidad sin ser invisible.

Ida la espera junto a la taquilla con una hoja escrita.

—Minoo ha enviado por correo electrónico listas de todo —dice señalando el texto—. Aquí pone qué libros tenemos que llevar a la primera clase.

Ida tiene la cara de Minoo. Su voz. Pero no se parece en nada a ella.

—¡Nessa! —se oye por el pasillo.

Vanessa se da la vuelta automáticamente. Se ve a sí misma, y a Evelina rodeándola con el brazo. Ve el pánico de Linnéa en sus propios ojos.

—¿Pero qué te has hecho en el pelo? —chilla Evelina, y le da un beso en la mejilla.

Linnéa se pasa nerviosa los dedos por el pelo de Vanessa, que le cuelga lacio y sin vida.

—Es que tenía un poco de prisa esta mañana —dice Linnéa.

Y Vanessa se pregunta si la voz siempre le suena igual de chillona.

¿Cómo narices van a ser capaces de pasar así un día entero en el instituto? Por no hablar del juicio, bajo la mirada escrutadora del Consejo.

Evelina y Linnéa se pierden por el pasillo.

Vanessa se pregunta qué descubrimientos habrá hecho Linnéa acerca de su cuerpo. A ella le costó hasta ducharse esta mañana. Tuvo que cerrar los ojos mientras lo hacía, porque manejar el cuerpo de Anna-Karin de esa forma le parecía una intromisión en su intimidad.

Vanessa saca los libros y cierra la taquilla de Anna-Karin. Echa a andar con Ida por el pasillo y suben la escalera sin decirse una palabra.

Cuando llegan al aula, la mitad de la clase ya está allí. Vanessa e Ida contemplan los bancos medio vacíos y se miran de reojo.

—¿Ha puesto Minoo en la lista dónde se suelen sentar? —dice Vanessa en voz baja.

—Pues no —responde Ida—. Pero conociendo a Minoo, en algún sitio de la primera fila.

—Y junto a una pared para que Anna-Karin pueda apoyarse —añade Vanessa.

Solo hay dos sitios libres que se correspondan con esas suposiciones y nadie reacciona cuando se sientan en ellos.

Hanna A y Hanna Hache se van a su sitio en la fila de detrás. Hablan entre susurros, pero Vanessa alcanza a oír los nombres de Linnéa, Ida y Erik varias veces.

Y no hay duda de que Ida también lo ha oído. Está mirando fijamente hacia delante y se pasa los dedos por el cuello, como buscándose el corazón de plata.

—Qué descanso que Erik se haya librado de esa zorra —dice Kevin al entrar en la clase con su panda—. Además, era una frígida.

Los que van con él se echan a reír y Vanessa se da la vuelta y lo mira con repugnancia mientras va a sentarse a la última fila.

—¿Quieres decirme algo o qué? —grita Kevin.

—No tengo nada que decirte —responde Vanessa.

—Exacto. Lo que tienen que hacer las putas apestosas es cerrar el pico.

Vanessa vuelve la vista al frente. La clase se va llenando poco a poco y comete la equivocación de cruzar la mirada con Viktor cuando lo ve entrar. Vanessa no sabe si serán figuraciones suyas, pero le da la impresión de que él se ha quedado estupefacto. A Anna-Karin le empiezan a sudar las palmas de las manos en un nanosegundo.

Viktor la escudriña con el azul oscuro de sus ojos y Vanessa se pone tan nerviosa que baja la vista al pupitre. El pelo le tapa la cara. Se siente igualito que Anna-Karin.

—Haced el favor de sentaros en vuestros sitios —se oye en el típico tono de profesora.

Vanessa levanta la vista tímidamente. En la tarima, una mujer con gafas saca un taco de fotocopias de la cartera.

—Hoy vamos a hacer un examen sorpresa sobre la inducción —dice, y toda la clase protesta al unísono.

—¿Pero por qué? No puedes ponernos un examen cuando no hemos tenido tiempo de preparárnoslo —berrea Kevin.

—Por supuesto que puedo —dice la profesora, y Vanessa le vislumbra un destello de triunfo en los ojos—. Por eso se llama examen sorpresa.

Vanessa echa un vistazo a la primera página de las fotocopias, que ha aterrizado en el pupitre.

No entiende nada de lo que ve, absolutamente nada, y le pide perdón a Anna-Karin para sus adentros.

Ida se sienta en la mesa del comedor y se mira a sí misma por primera vez en todo el día.

Anna-Karin se las ha ingeniado para conjuntar su falda negra con la camiseta roja ancha que nunca se pone porque con ella parece una vaca. Pero Ida no tiene fuerzas para preocuparse por eso.

Es demasiado consciente de los cuchicheos que hablan de ella en el comedor.

Lanza una mirada hacia la sala lateral y ve a Robin, a Felicia, a Julia y a Kevin. Pero ni rastro de Erik.

Porfavorporfavorporfavor, que se haya quedado en casa hoy, se dice.

Ayer quiso entrar en su cuenta desde el ordenador de Minoo. Erik no solo ha puesto fin a su relación, sino que también la ha eliminado de sus amigos. Muchos han seguido su ejemplo. Pero no sin antes dejar comentarios insultantes. Está claro que estaban disfrutando, como si llevaran tiempo queriendo hacerlo pero no se hubieran atrevido hasta ahora.

Y entonces llamó Anna-Karin.

Ida se limitó a escuchar. No sabe si ella habría reaccionado de otra forma. La sola idea de ver a Erik le produce mucho más terror que la oscuridad.

Se vuelve otra vez hacia las Elegidas. Bebe un sorbo de agua. Se mira la mano que deja el vaso. Siente vértigo cada vez que ve las manos de Minoo, en lugar de las suyas.

—Me duele la cabeza de tanto intentar distinguir quién es quién —dice Vanessa.

No, se recuerda Ida rápidamente. Es Linnéa quien dice eso. Linnéa en el cuerpo de Vanessa.

—Pero es mi cabeza la que te duele —dice Anna-Karin con una risita.

Claro que es Vanessa la que lo dice. Vanessa en el cuerpo de Anna-Karin.

Minoo le clava a Ida la mirada de Linnéa.

—Es tan irreal. Parece como verse a uno mismo en el cine.

—Aunque en la película en 3D más avanzada del mundo, y eres actor y espectador al mismo tiempo —dice Anna-Karin, que en realidad es Vanessa.

Ida levanta el cubierto, pero vuelve a dejarlo en su sitio al ver las manos de Minoo. No va a poder hacerlo.

—Ida —dice la voz de Linnéa e Ida levanta la vista.

Una vez más, tiene que recordarse que es Minoo la que habla.

—Tienes que intentar vernos como quienes somos en realidad o te volverás loca.

Ida mira a las demás, una a una. Y es verdad que funciona. Si se esfuerza. Porque, aunque todas intentan representar sus papeles, sus gestos particulares revelan quiénes son.

—Tenemos que hablar de lo que ha pasado desde la última vez que nos vimos —dice Minoo—. ¿Alguien ha sospechado algo?

—Tu gato me soltó un bufido nada más llegar a casa ayer —le dice Vanessa a Anna-Karin—. Pero no creo que vaya a chivarse. Y apenas vi a tu madre. Estaba en casa pero se pasó casi todo el rato en su habitación.

Frasse y Melvin saben que hay algo raro —dice Linnéa.

—Pobre Melvin… —dice Vanessa, pero Anna-Karin la interrumpe.

—¡Erik! —susurra.

En la cara de Ida, al otro lado de la mesa, se pinta el terror con toda nitidez.

Anna-Karin ve que Erik se le acerca.

Tiene la cara encendida y las llamaradas de furia se le han extendido por todo el cuello, desde el borde del jersey hasta la nuez.

Ha tenido miedo de Erik muchas veces. Pero en esas ocasiones, la miraba con expresión fría y calculadora, o con un brillo perverso y burlón. Atormentarla era para él un pasatiempo. A veces incluso lo hacía como algo rutinario, casi aburrido.

Lo de hoy es algo diferente. Erik nunca la ha mirado con ese odio tan apasionado. La clase de odio que solo puede sentirse por alguien que te traiciona.

Las conversaciones de las mesas de alrededor se interrumpen.

—¿Se puede saber qué coño te pasa, Ida? —dice Erik poniéndose delante de Anna-Karin.

Todo el comedor enmudece. Algunos se ponen de pie para ver mejor.

—¿Cómo coño eres capaz de sentarte con esos engendros? —dice Erik—. ¿Con esta zorra de mierda que va diciendo cosas de mí?

Parece que Linnéa esté a punto de desmayarse. Vanessa alarga el brazo y le da la mano.

—¡Respóndeme! —dice Erik.

Es como si Anna-Karin se hubiera quedado bloqueada. El cerebro es incapaz de formular ni un solo pensamiento. Y mucho menos expresarlo en voz alta.

—Tienes una oportunidad —dice Erik—. Si no te marchas de aquí conmigo, se acabó. ¿Lo entiendes? No solo se habrá acabado entre nosotros. Tú también estarás acabada.

Anna-Karin mira a la verdadera Ida en el cuerpo de Minoo. Tiene los ojos muy abiertos y asustados. Pero le dirige a Anna-Karin un leve gesto de afirmación.

Le da su consentimiento.

Una vez, Anna-Karin consiguió que Erik se hiciera pis encima delante de todo el instituto. Ahora no tiene acceso a esa magia.

Pero tiene acceso a otra cosa. A ser Ida.

Ser Ida es poder decir lo que quiera.

—Lárgate de aquí, Erik, so meón.

—¿Qué coño me has llamado? —dice Erik con una voz tan cargada de rabia que lo único que se le ocurre a Anna-Karin instintivamente es salir corriendo.

Se reprime.

—Ya me has oído. ¿O se te ha olvidado que te measte encima delante de todo el instituto?

—A ti se te ha ido la olla —dice Erik, que se ha puesto varios tonos más rojo.

—No —dice Anna-Karin—. Estaba mal de la olla cuando estaba contigo. Eres un psicópata. Deberían encerrarte.

—Si crees que Julia y Felicia o algún otro se van a poner de tu lado, te equivocas que te cagas —dice Erik—. Nadie querrá cuentas contigo después de esto.

—¿Y tú crees que le importa? —dice Ida.

Erik se vuelve hacia ella.

—¿Quién coño eres tú y quién coño te ha pedido opinión?

—Si ni siquiera te quiere —dice Ida—. Nunca te ha querido.

—Eso es verdad —dice Anna-Karin, y Erik vuelve a mirarla—. Porque eres odioso. No tienes nada que pueda gustar. Y menos sabiendo quién eres.

Erik aprieta los puños y Anna-Karin tiene la certeza de que quiere pegarle.

—Adelante. Enséñales a todos quién eres en realidad.

Erik relaja las manos.

—Pues ya has elegido, Ida. Ahora tendrás que afrontar las consecuencias. Suerte.

En cuanto se da media vuelta se reanudan las conversaciones.

Anna-Karin mira a Ida.

—Yo misma no lo habría dicho mejor —murmura Ida.

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