54

Ida se despierta cuando su madre irrumpe en el dormitorio abriendo la puerta de golpe.

—¡Ida! Voy a llevar a los niños ya. Date prisa, si no vas a llegar tarde —grita mientras se aleja.

Ida alcanza el móvil y lo enciende. Empieza a sonar sin parar. No tiene ganas de abrir los mensajes, y mucho menos de oír el contestador.

Sale tambaleándose de la cama. En el cuarto de baño se encuentra en el espejo con una cara inflamada por el sueño. Aparta la mirada con disgusto.

Porque tú eres tú.

Ida casi se encoge al recordar las palabras de Gustaf. Le duelen hoy tanto como ayer.

Después de ducharse, se pone crema, se maquilla y se arregla el pelo. Luego vuelve a su cuarto. Se pone la ropa que preparó anoche y se va sin desayunar.

Un cielo claro se eleva sobre Engelsfors. Casi había olvidado que existían mañanas como esa. Pero no puede disfrutarla. No puede apartar el recuerdo de lo que pasó ayer. La magia que se precipitó sobre ella en el centro. La mirada de Erik. Y Ge.

Porque tú eres tú.

Cuando llega al patio del instituto reconoce el ambiente de murmullos acalorados. El que siempre surge cuando todo el mundo habla de lo mismo.

En condiciones normales, le habría picado la curiosidad. Incluso la habría animado. Pero lo que siente ahora es exactamente lo contrario.

Ve que Julia viene corriendo hacia ella.

—Mierda, Ida —dice al alcanzarla.

—¿Qué es? ¿Es que ha pasado algo?

Los ojos grandes de Julia parecen más grandes si cabe.

—Te lo habrá contado Erik.

Ida se arrepiente de no haber abierto los mensajes. ¿Qué es lo que se habrá perdido mientras dormía?

—¿De qué estás hablando?

—Pero, mujer, por Dios. ¿No lo has oído?

Julia ladea la cabeza. Pero Ida la tiene calada por completo. A Julia le encanta ser ella la que cuente la noticia. Le gusta tanto que está que echa humo.

—Linnéa Wallin va diciendo por ahí que Erik y Robin la tiraron al canal —continúa Julia—. ¡Algo así como un intento de asesinato! O sea, ¿cómo puede estar tan mal de la cabeza?

—No entiendo nada —dice Ida.

Algo le produce un profundo desasosiego. Un sentimiento de que se aproxima una catástrofe irrevocable.

—Ya —dice Julia.

Arrastra a Ida hacia el vestíbulo y cruza las puertas. Nada más entrar, ve a Erik y a Robin entre un gran grupo de alumnos, la mayoría de los cuales son seguidores de EP. Kevin y Rickard también están. Y Felicia, que se agarra con los dos brazos a la cintura de Robin, como si tuviera miedo de que fuera a esfumarse si lo soltara.

—Todo el mundo sabe que Linnéa odia EP —le dice Rickard a los demás—. Os acordaréis de lo que pasó en el salón de actos el otoño pasado, ¿no?

—Además de que es amiga de Minoo Falk Karimi. Su padre está siempre difundiendo mentiras sobre EP —dice Hanna A.

—Esto no es solo un ataque contra Erik y Robin, sino contra todo el movimiento —dice Rickard, al mismo tiempo que Ida se abre paso hasta Erik.

En cuanto la ve, la atrae hacia sí tirándole de la chaqueta.

—¿Dónde has estado? —protesta—. Llevo llamándote toda la mañana.

—Tenía el teléfono apagado. ¿Qué es lo que pasa?

—No tiene ni pies ni cabeza —dice Robin, e Ida se gira y lo ve acariciarle el pelo a Felicia—. Estábamos en el centro y viene un policía diciendo que alguien había llamado al 112 para denunciar que nosotros habíamos tirado a Linnéa Wallin al canal.

—Está claro que fue ella misma la que llamó —dice Erik.

—Sí, está como una puta cabra —dice Kevin.

Ida lo mira. Después a Robin. Y por último a Erik.

Los conoce muy bien, los conoce de toda la vida.

Los conoce muy bien, y sabe que están mintiendo.

—¿Pero por qué iba Linnéa a inventarse una cosa así?

—¿Es que no nos crees o qué?

—Claro que sí. Solo digo que… Debería haberse inventado una mentira mejor. Es surrealista. Si la hubierais tirado al canal, habría muerto.

—¿Quién sabe qué coño piensa, con lo perturbada que está? —dice Robin, y se pone a retorcer un mechón del pelo rubio de Felicia entre los dedos, enredándolo cada vez más.

—¡Mira! —dice Felicia.

Todo el grupo se da la vuelta cuando entra Linnéa. El silencio se va extendiendo por el vestíbulo. Las conversaciones cesan. Todos le lanzan miradas esquivas. Una chica de primero empieza a soltar risitas nerviosas.

—¿Cómo coño se atreve a aparecer por aquí? —dice Julia.

—Te la vas a cargar por ir diciendo mentiras sobre mi novio, puta chiflada de mierda —grita Felicia.

Ida nota que Erik la está mirando, muchos de los demás también la miran de reojo, y comprende que esperan que diga algo.

Pero de sus labios no sale ni una palabra.

Linnéa se va escalera abajo sin mostrar el menor signo de haber oído a Felicia o de haberse dado cuenta de que todo el mundo la mira.

¡Ida!

Ida se sobresalta cuando oye a Linnéa llamándola. Pero nadie más reacciona.

—Verás lo que se va a llevar por esto —dice Robin.

Nos vemos en los servicios que hay al lado del comedor. Es importante.

E Ida comprende que la voz de Linnéa solo se oye en su cabeza.

Erik sigue mirándola. Se aparta de él con cuidado.

—Enseguida vengo —dice, y se obliga a darle un beso en la mejilla.

—¿Adónde vas?

—Al baño.

Trata de sonreír antes de irse de allí.

Linnéa la está esperando dentro de los servicios. Lleva más maquillaje que nunca. Como si se hubiera pintado una máscara de guerra.

Las puertas de los distintos cubículos están abiertas de par en par. Están solas.

—¿Qué ha pasado? —dice Ida—. ¿De qué habla todo el mundo?

A Linnéa le tiemblan los labios y, por un momento, Ida cree que va a echarse a llorar.

—No puedo…

Se apoya en la pared, cierra los ojos.

Creí que iba a desmayarme cuando los he visto.

—¿A quiénes?

—A Erik y a Robin…

—¿Qué pasa con ellos? ¿Qué coño has dicho de ellos, si puede saberse?

Linnéa abre los ojos y mira a Ida.

—Intentaron matarme.

Ida menea la cabeza.

—¡Por supuesto que no! No pienso escucharte.

Va hacia la puerta, pero Linnéa la agarra de la muñeca, la retiene con fuerza.

—¡Déjame, monstruo de mierda! —grita Ida tratando de zafarse.

—Escúchame.

—¡Déjame en paz!

Intenta soltarse otra vez, pero se le escapa toda la fuerza. Se le nubla la vista.

Ida ve a Erik bajarse el pasamontañas sobre la cara y correr hacia ella.

Y corre, corre por salvar la vida.

Están arriba, en el puente y ve en los ojos de Erik que puede matarla. Que quiere matarla.

—Sé un hombre, coño. Tú odias a esta puta tanto como yo.

El bate de béisbol que lleva en la mano parece pesado.

—Que te he dicho que saltes —dice Erik—. Los que estáis mal de la cabeza siempre queréis suicidaros, ¿no? ¡Pues esta es tu oportunidad!

El agua corre veloz bajo el puente, negra y brillante como el petróleo.

—Alguien debería follarte antes como castigo, pero no queremos pillar el sida.

Y cae, cae, cae, con la certeza de que va a morir.

Ida trata de respirar cuando toca el agua.

Abre los ojos. Está tumbada en el suelo frío del cuarto de baño. Entrevé sobre ella la cara de Linnéa.

—Lo has visto —dice Linnéa, con las lágrimas cayéndole por las mejillas—. Lo has visto, ¿no?

Ida todavía siente el frío helador del agua. Le tiembla todo el cuerpo, no puede dejar de temblar.

—No —se oye decir a sí misma—. Él nunca… Él nunca…

Pero sí lo haría. Ahora lo sabe.

Ida se levanta, cruza la puerta a toda prisa, sube corriendo las escaleras. Tiene que apartarse de Linnéa, de Erik, de todo el instituto.

Pero Erik sigue en el vestíbulo esperándola. Ha sonado el timbre. Está solo, nadie más los ve. Va hacia ella y, cuando Ida lo mira a los ojos, se ve a sí misma en el puente y lo ve a él con la intención de matarla.

—¿Qué pasa contigo? —dice Erik.

Extiende una mano hacia ella.

—¡No me toques!

Ida oye resonar su propio grito en el vestíbulo cuando Erik la agarra de la manga.

—Tranquilízate.

Lo mira a los ojos y piensa que ya no sabe quién es.

Pero no es verdad. Siempre ha sabido quién es Erik. Solo que nunca lo ha visto así, desde el otro lado. Como lo ven sus víctimas.

Todas sus víctimas a lo largo de los años. Las de él y las de ella. «Los críos tendrán que tener algún aguante», decía el padre de Ida las escasas ocasiones en las que algún padre llamaba para quejarse. «Supongo que habrá sido culpa de los dos.» E Ida sabía que siempre se libraría. Siempre que estuviera entre los triunfadores. Uno de los que cuentan.

—¡Suéltame!

Erik la agarra más fuerte del brazo, tan fuerte que se le saltan las lágrimas. Siente que la magia se despierta en su interior. Le crepita por dentro, como si estuviera cargada de electricidad estática, y se le eriza el vello de la nuca.

—Te estás comportando como una loca de mierda.

La descarga es tan intensa que Erik sale despedido. Se choca con la pared y se desploma en el suelo. Mira a su alrededor con expresión confusa.

Alguien le da la mano. Linnéa.

Ven, no podemos quedarnos.

Linnéa tira de ella y salen a la calle. Juntas cruzan corriendo el patio del instituto, dejan atrás los árboles muertos y siguen hasta la verja.

Y no hay vuelta atrás.

Ida nunca más será una de las que cuentan.

Ahora está en el otro lado.

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