—Vanessa, no puedes estudiar al mismo tiempo que ves la película y mandas mensajes —dice su madre desde la puerta de la sala de estar.
—Pero si es lo que hago siempre —dice Vanessa.
Borra enseguida el mensaje de Anna-Karin y suelta el móvil en el sofá.
El juicio. Este sábado. Y tiene que ir al parque por la noche. Por suerte, la madre tiene turno en la residencia de ancianos y Melvin se queda en el piso de tres habitaciones que tiene Nicke cerca de la estación de tren. Nadie se dará cuenta si sale a escondidas.
Frasse está en la alfombra roncando a sus pies y ella lo mira con envidia. Dormir es lo último que puede permitirse.
En la pantalla del portátil se ve un chico colgado de un gancho de carnicero. Está convenciendo a su novia de que lo mate para dejar de sufrir. Ella grita más que él.
—Pero Nessa, ¿qué es lo que estás viendo? —dice la madre.
—Una comedia romántica —responde Vanessa.
La madre suspira resignada, pero por lo menos no le suelta un sermón.
—Puede que tuvieras mejores notas si probaras otro método de estudio alguna vez.
—Sabré yo lo que me funciona.
—Por lo menos deberías bajar el volumen —dice la madre, y después vuelve a la cocina.
Vanessa baja el volumen un poco. Luego lo vuelve a subir una pizca con la esperanza de que su madre no se dé cuenta.
Estudiar en lo que los demás llaman «calma y tranquilidad» la inquieta tanto que no puede concentrarse para nada. Necesita algo que le recuerde que hay vida más allá de los libros de texto.
Se recuesta aún más en el sofá y pone los pies en la mesita. Se apoya el libro abierto en el muslo.
—¿Qué estás estudiando? —dice la madre asomándose a la sala de estar otra vez.
—Gramática inglesa y no tiene ningún sentido y la odio —responde Vanessa con tono de aburrimiento.
—Seguro que no está de más.
—¿Por qué? ¿Me lo puedes explicar? Porque desde luego, hasta ahora nadie ha sabido aclarármelo.
Vanessa da golpes de impaciencia con el lápiz en el libro abierto. No tiene ningún problema a la hora de hablar inglés. Las letras de las canciones y las películas le han enseñado todo lo que necesita. Pero da la casualidad de que no se sabe todas las reglas, o por qué se utiliza una palabra en concreto y no otra.
—Me temo que le estás preguntando a la persona equivocada —dice la madre sonriendo.
Vanessa está a punto de responder pero le suena el móvil entre los cojines del sofá. La madre vuelve a adoptar una expresión severa.
—Nessa…
—Solo quiero ver quién es —dice sacando el teléfono.
Wille.
Ha borrado su número del móvil, pero no se lo ha podido borrar de la cabeza. Hace seis meses, la llamada a esta hora de la tarde formaba parte de su vida. Ahora, le ha dado un vuelco el corazón.
La madre la mira de hito en hito. El teléfono sigue sonando.
—¿No vas a responder?
Siente que sería un error contestar la llamada. ¿Pero es un error que pueda evitar?
—Tengo que responder —dice levantándose del sofá.
La madre suspira mientras Vanessa entra en su habitación. Pulsa el botón de respuesta al mismo tiempo que cierra la puerta.
—¿Diga?
—Hola, Nessa.
Oír su voz le produce vértigo.
—Me ha dicho mi madre que te ha visto.
—¿Sí? —dice tratando de aparentar indiferencia aunque no sabe si lo habrá conseguido.
—Estoy donde siempre —dice Wille—. ¿Puedes bajar?
Eso sería el segundo error. Todavía más grande.
—¿Por qué?
—Solo quiero hablar un poco. Ha pasado mucho tiempo.
Vanessa se mira en el espejo de cuerpo entero y se arregla el pelo. Y al hacerlo se da cuenta de que ya se ha decidido.
—Ahora voy.
Cuelga antes de que él tenga tiempo de responder, se mete el teléfono en el bolsillo de la sudadera con capucha y sale a la sala de estar. Mira por la ventana. El coche de Wille está aparcado junto a la parada del autobús.
Debería enviarle un mensaje y decirle que no puede ir.
—¿Estás estudiando? —grita la madre desde la cocina.
—Umm —dice Vanessa.
Wille está sentado en su coche esperándola, y esa situación le resulta tan familiar, tan habitual, que es como si los últimos seis meses no hubieran existido.
Y se sorprende a sí misma preguntándose si no estará lista para perdonarlo. Si se lo pidiera de verdad de la buena, a lo mejor. A lo mejor.
Por Dios, Linnéa pensaría que es patética.
Pero no debería importarle lo que piensen los demás, ¿no?
—Tengo que sacar a Frasse —le grita a la madre.
—Si acabas de estar fuera con él.
—Parece que está histérico —dice Vanessa tirando con cuidado del collar del perro.
Frasse levanta la cabeza a regañadientes y la mira somnoliento.
—Nessa, si esto es una excusa barata para no estudiar…
Vanessa lleva a Frasse a rastras a la entrada, se pone el abrigo y le pone la correa. Se ha espabilado y mueve la cola impaciente, loco de contento por volver a salir de paseo.
—Vuelvo enseguida —dice Vanessa.
El aire sopla frío y desapacible. Vanessa empieza a congelarse en cuanto sale por la puerta. Frasse va ansioso olisqueando el suelo todo el camino hasta el coche de Wille.
Casi han llegado cuando Wille sale del coche y Frasse empieza a tirar de la correa con tanta fuerza que por poco le arranca el brazo a Vanessa.
—Hola, Frasse —dice Wille—. Qué pasa, chico.
Frasse le planta en la barriga las patas delanteras, deja que le dé unas palmaditas y que le rasque detrás de las orejas. Vanessa espera en silencio. Wille apenas la mira, y se pregunta si estará igual de nervioso que ella.
Frasse se tranquiliza al fin y vuelve a apoyarse en las cuatro patas. Wille levanta la vista.
Y sí. Está igual de nervioso.
—Me alegro de que hayas venido.
Lleva sin verlo desde que lo asustó en el Götis, pero ha oído que se ha mudado con Elin a Riddarhyttan, justo a las afueras de Engelsfors. Y la metamorfosis no ha parado ahí.
Nunca lo había visto con el pelo tan corto. Y la chaqueta es nueva. Él, que siempre ha usado la misma ropa desgastada desde que lo conoce.
Está más guapo que nunca. Una parte de Vanessa quiere gruñir y mover la cola, como Frasse.
Esto es una equivocación, piensa mientras se miran el uno al otro durante un rato. Pero eso ya lo sabías, ¿no?
—Estás cambiado.
—Me he cortado el pelo y me he buscado un trabajo —dice sonriendo—. A lo mejor también me puedo agenciar un coche nuevo pronto —le da una patadita a la rueda delantera—. Esta vieja chatarra ya ha dado de sí todo lo que tenía que dar.
Tiene la sensación de que Wille podría estar diciendo eso mismo de ella. Es obvio que la ha cambiado por otra.
De pronto, se siente como una idiota por haberse planteado si estaba dispuesta a perdonarlo, cuando no tiene ni idea de qué es lo que quiere él.
—¿A qué has venido? —dice Vanessa.
Wille se mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y se apoya en el coche. Su aliento forma una nube al resplandor de las farolas. Vanessa tirita de frío.
—Quería verte. Y darte las gracias.
—¿Por qué?
—Pues porque siempre creíste en mí. Quiero decir, que sé que fui un pringado de mierda durante toda nuestra relación. Pero tú siempre tuviste fe en que podía cambiar. Es mérito tuyo que yo empezara a creerlo también. Ahora fumo solo un par de veces al mes. Trabajo de teleoperador y no está nada mal, la verdad. Y me he ido de casa.
Vanessa siente en la boca el sabor de la amargura.
Bien por ti, Wille, quiere gritarle. Qué bien que me tocara a mí la fantástica tarea de ponerte en funcionamiento. Estuvo genial pelear, darte la tabarra, mendigar y animarte. La pena es que sea otra persona la que recoja los frutos de mi trabajo, pero así son las cosas.
—¿Quieres decir que te has mudado a casa de Elin?
Wille asiente en silencio.
—Ya —dice Vanessa—. ¿Y qué quieres que te diga? ¿Que enhorabuena por la nueva vida tan feliz que tienes?
—Yo no he dicho que fuera feliz —responde Wille mirándola—. Nunca debería haberte hecho lo que te hice. Nunca me he arrepentido tanto de nada en toda mi vida. Te echo de menos.
—¿Y Elin, qué? ¿A ella qué le parece?
Wille aparta la mirada.
—Ya, claro, ella no sabe nada, por supuesto —dice Vanessa—. Cree que todo va estupendamente.
Empieza a tirar de la correa de Frasse. Pero el animal no se mueve.
—Vamos, Frasse —dice, y esta vez obedece por fin.
Echa a andar hacia el portal. Frasse la sigue arañando el asfalto con las patas. Y luego oye que Wille corre tras ella.
—¡Nessa!
La alcanza, le da la vuelta, la atrae hacia sí y la besa.
Ella quiere irse, pero no es capaz de hacerlo. Ni siquiera es capaz de impedir que sus labios se entreabran para recibir el beso y perderse en él.
Los besos de Wille siguen siendo los mismos, como los de ningún otro, y le gustaría dejar de pensar, dejar de estar amargada, pasar de todo, meterse con él en el coche y viajar hasta que se les acabara la gasolina.
—No hay nadie como tú —murmura Wille.
Ella se zafa de él. Todo su cuerpo la traiciona y protesta. Ya echa de menos tenerlo a su lado. Vuelve a estar enganchada, tan enganchada de Wille que podría mandar al cuerno su orgullo como si nada por sentir el subidón otra vez.
—Tengo que irme.
—Nessa…
Se da la vuelta y echa a andar hacia el portal, con Frasse pegado a los talones.
—¿No me echas de menos tú a mí? —grita Wille.
Guarda silencio. No se atreve a responder, teme decir la verdad.