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Alexander guarda silencio un buen rato y se limita a mirar a Anna-Karin.

Una gota de sudor le cae por la espalda y continúa hasta la goma de la ropa interior. Se retrepa en el sillón de piel suave.

Viktor toma notas a su espalda con trazos rápidos y decididos y Anna-Karin se pregunta cuánto estará desvelando por el mero hecho de encontrarse allí.

Es lo que Linnéa dijo en el comedor. Algo hace. Siente la magia y no confía en que las fuerzas la acompañen para defenderse todo el tiempo. Seguramente por eso las interrogan durante varias horas.

No confía en sí misma, en resumidas cuentas. Siente la irresistible tentación de rendirse, de reconocerlo todo, solo para librarse de esto lo más rápido posible.

Justo cuando cree que no va a soportarlo ni un segundo más Alexander se inclina en el sillón y se sirve un poco de agua de una jarra muy bonita. Toma un sorbo y deja el vaso.

—Por razones de protocolo empezaré por preguntarte si eres Anna-Karin Nieminen.

—Sí.

—Esto es un interrogatorio. Pero también es algo así como una prueba de tu lealtad hacia el Consejo. ¿Entendido?

—Sí.

—Es crucial que digas la verdad. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

—Sí.

La mentira más grande.

—¿Cuándo descubriste tus habilidades?

—Justo antes de la noche de la luna de sangre —dice Anna-Karin.

—¿Qué pasó?

—Hice que mi madre perdiera la voz. Aunque fue sin querer.

—¿Cómo ocurrió?

—Deseé que se callara. O sea, que lo pensé simplemente, aunque con muchas ganas; deseé que cerrara el pico. Y entonces…, lo cerró.

—Entiendo —dice Alexander, y se oye el lápiz de Viktor—. ¿Y cuándo utilizaste tu poder a sabiendas por primera vez?

—Acabábamos de guardar un minuto de silencio por Elias en el instituto. Me enfadé con cierta persona y…, conseguí que hiciera una cosa.

—¿Qué hiciste?

Duda. Pero eso pasó antes de que Adriana les hablara de las leyes del Consejo. Ahí no tiene que mentir, es solo que no quiere hablar del tema.

—Hice que Erik Forslund se hiciera pis encima delante de todos. En realidad no fue… Yo no sabía que haría eso de verdad. O a lo mejor lo sabía. Pero es que era tan nuevo…

Alexander no se inmuta, pero Anna-Karin oye que Viktor ahoga una carcajada.

—Entiendo —dice Alexander, y le lanza a Viktor una mirada de advertencia.

—No, no lo entiendes —dice Anna-Karin antes de poder contenerse. No entiendes cómo era.

Alexander levanta una mano para que guarde silencio. Funciona. Cierra la boca y traga saliva con nerviosismo.

—Tienes razón. No lo entiendo todo. Por eso estamos celebrando este interrogatorio. Yo pregunto y tú respondes. No quiero que me interrumpas. Y nos atenemos a los hechos. ¿Comprendido?

Asiente.

Alexander sigue con el cuestionario. Quiere los nombres de todas las personas con las que usó la magia, pero es casi imposible. No solo porque son muchísimas, sino también porque no sabe cuáles eran los límites. No en todos influyó conscientemente. Muchos se dejaron llevar cuando se dieron cuenta de lo popular que era.

Cada respuesta que da conduce a nuevas preguntas. Es como si todo lo que dice estuviera mal y la hiciera parecer todavía más culpable.

Siente que el cansancio la acecha. En un momento dado, ve un relámpago, y observa el caserón desde fuera, comprende que el zorro está ahí y que se ofrece a aliviarle la carga, a dejar que se refugie en su conciencia, pero no se atreve.

—¿Seguiste ejerciendo la magia en el instituto después de que Adriana López os comunicara las leyes del Consejo? —dice Alexander.

Se encoge por dentro ante la gran mentira que está a punto de decir.

—No.

Alexander intercambia una mirada con Viktor y luego la observa con frialdad.

—¿Entonces no seguiste quebrantando las reglas del Consejo?

Niega con la cabeza.

—¿Sí o no?

—No.

—Según tengo entendido, las otras Elegidas intentaron hacer que pararas —dice Alexander.

Anna-Karin levanta la vista.

—Eso fue antes de que supiéramos cuáles eran las reglas.

Alexander sonríe por primera vez. Como si Anna-Karin acabara de descubrirse. No solo es culpable, sino también de una ingenuidad ridícula.

No duda de que Ida haya dicho lo que sea para tratar de protegerse a sí misma en su interrogatorio. Pero las demás nunca la traicionarían, ¿no?

—Sigamos —dice Alexander—. ¿Qué pasó la noche del incendio en la granja de tu familia?

Anna-Karin esconde las manos en las mangas del jersey. La magia se siente cada vez más fuerte en el aire.

—No lo sé. Me desperté y vi luz por la ventana, aunque era plena noche. Y entonces me di cuenta de que el cobertizo estaba ardiendo…

Trata de alejar todos los pensamientos sobre lo que ocurrió en realidad. La voz que le resonaba en la cabeza diciéndole que morir era lo más fácil. Le hizo caso, la creyó.

—¿Así que no notaste ninguna clase de actividad mágica?

—No.

—¿Nada de nada?

—No.

—Interesante. Porque nuestros análisis del lugar demostraron indicios claros de magia alrededor del cobertizo. Fue un incendio mágico.

¿Cuánto sabrá Alexander en realidad? Trata desesperadamente de no mostrar lo alterada que está.

—Vaya. Pues no lo sabía.

—¿Qué pasó entonces, cuando viste las llamas?

Anna-Karin recuerda el caos. El calor. El rugido del fuego y el pánico de las vacas.

—Eché a correr hacia el cobertizo, pero mi abuelo ya estaba allí sacando a los animales.

—Tu abuelo, sí. Estuvo a punto de morir, ¿no es cierto?

Anna-Karin asiente.

—¿Y no tienes ni idea de quién provocó el incendio? —dice Alexander.

—No. Si fue un incendio mágico, pues… Alguien trató de matarnos el año pasado, así que…

—¿Y por qué iba esa persona a prender fuego al cobertizo en vez de a la casa donde estabas durmiendo?

—No tengo ni idea.

Se siente como si caminara sobre las aguas de un mar de mentiras. Se está ahogando.

Alexander lo nota. Y ella se da perfecta cuenta de lo mucho que está disfrutando.

—¿Quién mató a Elias y a Rebecka?

La pregunta la pilla totalmente desprevenida.

—No lo sé.

—¿Pero crees que es la misma persona que estaba detrás del incendio?

—Quizá. No lo sé.

—¿Y no te interesa? ¿Es posible que te dé igual que hirieran a tu abuelo?

Anna-Karin se enfada por primera vez. Alexander no sabe nada de sus sentimientos. No parece que sepa mucho de sentimientos en general.

Pero ella no dice nada. Y no es solo el miedo lo que se lo impide. Siente que quiere que se enfade. Quiere obligarla a mostrar sus puntos débiles.

Anna-Karin conoce bien el método. Eso era lo que hacían Erik, Ida, Robin, Kevin y los demás cuando la acosaban.

—Entonces me gustaría hablar un poco más sobre la semana anterior a la noche de la luna de sangre —dice Alexander al cabo de varios minutos de silencio.

Y vuelve a empezar.

Unas horas más tarde Alexander se levanta del sillón y Anna-Karin se permite pensar que el interrogatorio ha concluido por fin.

Siente como si tuviera el cerebro recocido. Se pone de pie, pero se tambalea y casi vuelve a caer en el sillón.

—Bueno, creo que ya tenemos la información que necesitamos —dice Alexander—. El juicio tendrá lugar el sábado.

Anna-Karin no puede ni reaccionar. Lo único que quiere es salir de allí.

—Te hemos asignado una defensa —prosigue Alexander.

Y entonces Anna-Karin ve a Adriana en el umbral de la puerta. ¿Cuánto tiempo llevará ahí?

—Pasa —dice Alexander.

Va vestida con el mismo tipo de traje sobrio de siempre. Pero cuando entra y le da la luz, advierte lo cansada que está. Y cuánto ha adelgazado.

Sin embargo, a pesar del aspecto de derrota que tiene, Anna-Karin se siente un pelín aliviada. Ni siquiera se había atrevido a soñar con que tendría un defensor. Y sabe que puede confiar en Adriana.

—¿Te llevo a casa? —le dice Viktor a Anna-Karin.

—Prefiero ir andando —responde poniéndose la trenca.

Adriana la sigue por el largo pasillo hasta la salida, con Viktor y Alexander tan solo a unos pasos.

Al llegar a la puerta, Anna-Karin la abre de par en par y respira el aire fresco del exterior. Ha empezado a caer una lluvia apacible.

—No te preocupes —dice Adriana con una voz desprovista tanto de convicción como de calidez—. Esto va a salir bien.

Le ofrece la mano a Anna-Karin, un gesto excesivamente formal incluso para ella.

Anna-Karin se la estrecha y nota un papelito arrugado entre los dedos índice y corazón de Adriana.

La mira a los ojos y ve un destello de terror.

Anna-Karin retiene la mano de Adriana hasta que está segura de que se ha hecho con la nota. Luego se mete las manos en los bolsillos de la trenca con torpeza. Tiene la sensación de que Viktor y Alexander están viendo todo lo que hace, pero ni se atreve a mirarlos.

—Bueno, pues adiós —dice Anna-Karin.

Baja los escalones y respira tranquila cuando oye que la puerta se cierra a su espalda. Se abrocha la trenca y echa a andar por la explanada. Nota en la cara las gotas frías de lluvia.

La parte delantera de los pantalones se le moja enseguida y tiene que apretar el paso.

El zorro la está esperando en las esclusas. Camina a su lado dando saltitos en dirección a la ciudad. Cuando se aproximan al centro desaparece de su vista, pero lo siente cerca todo el tiempo. La sigue vadeando las sombras hasta llegar a casa.

No se atreve a mirar la nota hasta que no está en su habitación.

La caligrafía de Adriana López es tan pulcra como de costumbre.

DEBEMOS VERNOS EN EL PARQUE A MEDIANOCHE. ES LA ÚNICA OPORTUNIDAD QUE TENEMOS DE HABLAR ANTES DEL JUICIO. AVISA A LAS DEMÁS.

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