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Minoo sube la escalera principal del instituto con paso cansino. Le parece que estuviera escalando una montaña. Está tan agotada que sería capaz de tumbarse y quedarse dormida en el acto. Lleva tres días sin apenas pegar ojo.

¡NOS ESPERAN DÍAS MÁS LUMINOSOS!, dice uno de los carteles de color amarillo neón que anuncia la fiesta de primavera.

Un rebaño de miembros de Engelsfors Positivo sube la escalera al galope, y Minoo se pega a la barandilla para evitar que se la lleven por delante. Kevin va el primero, como si fuera el macho alfa de la manada; Minoo se pregunta cuántos polos amarillos tendrá en realidad. Espera que más de uno, puesto que, al igual que muchos otros miembros de EP, ha empezado a llevarlo todos los días, como si fuera un uniforme escolar.

Se detiene al llegar a la planta siguiente.

La nueva conserje está subida a una escalera en el pasillo, despegando bolitas de tabaco que la gente ha lanzado al techo. Es tan joven que podrían tomarla por una alumna.

Minoo no puede apartar la mirada de ella mientras recobra el aliento. Es una tarea tan lamentable que le produce cierto efecto hipnótico.

El ruido de un xilófono empieza a sonarle en el bolsillo a tal volumen que todo el que está a su alrededor se da la vuelta. Saca el móvil nuevo y lo silencia.

Se lo dieron ayer, de regalo de cumpleaños, y no puede evitar limpiar la pantalla en cuanto la toca, para no dejar ni la menor huella. Pronto se convertirá en un objeto cotidiano, pero ahora es como si fuera un sacrilegio usarlo siquiera. Abre el mensaje.

ESPERO QUE LE SAQUES PROVECHO AL REGALO DE CUMPLEAÑOS, CARIÑO.

¡HABLAMOS PRONTO!

Es la primera vez en la vida que la madre de Minoo le manda un mensaje. Siempre ha sido de la opinión de que cuando uno quiere decir algo, lo que tiene que hacer es llamar. Una más de las pequeñas y a la vez enormes transformaciones que ha sufrido su madre desde que se mudó a Estocolmo. Se ha cortado el pelo. Ha cambiado de perfume. Detalles triviales en apariencia pero que, juntos, significan que se ha forjado allí otra vida, una vida que trascurre sin Minoo.

Hablan a menudo, pero su madre solo viene de visita una vez al mes desde que se trasladó en otoño. Y su padre trabaja más que nunca. A veces parece que Minoo ve al uno tan poco como al otro.

Está encantada con el móvil. Por supuesto. Pero la montaña de regalos que sus padres le soltaron ayer en la cama atufaba a remordimientos.

Sigue subiendo las escaleras. Creía que se sentiría distinta al cumplir los dieciocho. Ser mayor de edad. Adulta a los ojos del entorno. Pero poder comprar cerveza de 2,8 grados no puede parecerle gran cosa a quien lleva un año y medio soportando sobre los hombros el peso del destino del mundo.

Cuando entra en la clase, Kevin ya está en su sitio, entre los pupitres del fondo. Minoo se sienta junto a Anna-Karin.

—¿Has pasado bien tu cumpleaños? —le pregunta Anna-Karin levantando la vista del libro de física.

—Pues más o menos —dice Minoo—. ¿Qué tal el fin de semana?

Anna-Karin señala el libro y mira a Minoo con cara de infelicidad.

—Yo esto no lo voy a entender en la vida.

Minoo reconoce esa sensación. Se ha pasado la mayor parte del fin de semana con los aspectos más complejos de los campos magnéticos. Ese es uno de los motivos por los que casi no ha dormido.

—Podemos repasar hoy después de clase —dice Minoo—. A lo mejor juntas lo entendemos.

Anna-Karin no parece animarse en absoluto.

—Si ni siquiera tú lo entiendes, para mí será imposible.

—Que sí, que lo vamos a sacar.

Antes, la única experiencia de Minoo en relación con los trabajos de grupo consistía en que ella lo hacía todo mientras los demás chismorreaban sobre fiestas a las que no estaba invitada.

Pero con Anna-Karin es diferente. Ella y Minoo empezaron a estudiar juntas para los exámenes de final del primer semestre. Y en cierto modo, Anna-Karin es incluso mejor que Minoo a la hora de estudiar. No se rinde si no ha entendido hasta el último detalle.

—Mi padre dice que si quieres venir a casa el sábado por la tarde —dice Minoo.

Anna-Karin la mira sorprendida y suena el timbre.

—¿Y eso por qué?

Porque tiene remordimientos por estar siempre trabajando, piensa Minoo. Porque quiere ser superpapi cuando no está ocupado, aunque sea por una vez. Porque le vino muy bien sacar a relucir esa idea cuando mamá estaba en casa, para demostrarle que de verdad se implica en mis cosas y en mi vida.

—¿Y por qué no?

—Vale —dice Anna-Karin después de dudar un momento.

Está a punto de añadir algo cuando Viktor entra en la clase. Minoo ve que Anna-Karin se encoge cuando se acerca al pupitre. Pero Viktor ni siquiera la mira.

—¿Recibiste mi regalo? —le dice a Minoo.

—No, no he recibido ningún regalo tuyo. Y de haberlo hecho, lo habría tirado.

Se encontró el regalo de Viktor en el buzón. Una primera edición inglesa de La historia secreta en un bonito envoltorio. Minoo no piensa contarle que ya va por la mitad. Y que está de acuerdo. Leer el original es otra cosa.

—No creo que lo hicieras —dice Viktor sonriendo con su autosuficiencia habitual.

—¡Sentaos! —dice Ylva, que se presenta con un taco enorme de fotocopias en los brazos.

Viktor se dirige al sitio vacío que hay al lado de Levan y empieza a colocar sus cosas en el pupitre con la misma meticulosidad de siempre.

Ylva deja las fotocopias en la mesa de un golpe.

—Perdón, pero llegas tarde —dice Kevin, y se oyen unas risitas dispersas por la clase.

A Ylva se le tensan las mandíbulas. Se diría que la crisis definitiva estuviera siempre al acecho bajo la superficie, y Minoo no se explica cómo ha conseguido aguantar tanto tiempo.

—¿O es que tú puedes llegar tarde, pero nosotros no? —continúa Kevin.

—Sí, Kevin. Yo puedo llegar un par de minutos tarde si tengo problemas con la fotocopiadora —dice Ylva poniendo la espalda derecha.

Pero Minoo se da cuenta de que le tiembla la mano al escribir INDUCCIÓN en la pizarra.

—Hoy vamos a repasar. ¿Alguien sabe explicar este concepto?

Como a una señal, Minoo y Anna-Karin levantan la mano.

Ylva mira decepcionada al resto de la clase.

—¿Nadie más?

—Bueno, es que en realidad pensamos que deberíamos hablar del mal ambiente que hay en clase —dice Hanna A-. Creo que deberíamos hacer prácticas para superarlo.

Minoo baja la mano y recuerda con terror los ejercicios que hicieron en inglés al principio del segundo semestre. Todos tenían que «exponer abiertamente» sus opiniones sobre los demás. Lo que no tardó en degenerar en unas prácticas de acoso velado, solo que en inglés. Con el beneplácito del profesor, Patrick, que ni siquiera parecía darse cuenta de lo que estaba pasando.

—Estáis aquí para aprender… —empieza a decir Ylva.

—O sea que para ti es más importante hablar de la inducción que de cómo se sienten tus alumnos —dice Hanna A.

—Los demás profesores sí pillan lo que es importante —dice Hanna Hache.

—No me interesa lo que «pillen» los demás profesores. Esta es mi clase.

—Tranquila —se ríe Kevin—. Solo intentamos ayudarte a que nos ayudes.

—Gracias por ser tan considerados —dice Ylva con decisión—. Minoo, ¿puedes contestar a la pregunta?

Donde más se aprecian los cambios que ha traído consigo Engelsfors Positivo es en el comedor. Siguen siendo los guays los que se sientan en la pequeña sala adyacente. La diferencia es que la mayoría viste de amarillo. Ellos y sus numerosos acólitos han conseguido que el espíritu de EP impregne todo el instituto.

Cuando Minoo se pone junto al bufé de las ensaladas ve a Gustaf en la misma mesa que Rickard. Al menos Gustaf no lleva la camiseta amarilla.

O por lo menos, todavía no.

¿Cómo ha llegado a eso? El Gustaf que era amigo suyo, el Gustaf con el que salía Rebecka nunca habría dividido el mundo en negativo y positivo, en negro y blanco, tal y como hace EP.

Minoo se echa zanahoria y col rallada en el plato. Puede que Gustaf no fuera quien ella creía. Porque, ¿qué sabe ella de cómo es la gente en el fondo? Tardó casi medio año en entender que la persona de la que estaba enamorada era un asesino.

Yo quería a Max, piensa. Y creía que él me quería a mí y le pedí que esperara a que cumpliera dieciocho años y ya los he cumplido y aquí fue donde intentó matarnos a todas. ¿Y si Max es la única persona que llega a quererme en la vida? ¿Y si soy el tipo ideal de los asesinos sobrenaturales con trastornos graves de personalidad?

Los pensamientos le zumban en la cabeza mientras acompaña a Anna-Karin hasta el lugar donde ya esperan Vanessa y Linnéa.

Están sentadas muy cerca la una de la otra y hablan de algo en voz baja. Minoo pone la bandeja en la mesa y, antes de sentarse, comprueba que no haya ningún chicle pegado a la silla.

Vanessa se acerca a Anna-Karin.

—¿Te ha dicho algo Viktor? —le susurra.

Anna-Karin niega con la cabeza.

—¿Me ha llegado el turno? —pregunta en voz baja.

—Sí —dice Vanessa—. Me lo ha dicho esta mañana. Tienes que ir con él al caserón después de clase.

—¿Pero por qué te lo ha dicho a ti? —dice Minoo mirando a Vanessa.

—Me dijo que sería más fácil para Anna-Karin si se lo decía yo.

—Entonces me lo podría haber dicho a mí. Ya que estamos en la misma clase.

—¿Estás celosa? —se burla Linnéa.

—Qué graciosa —dice Minoo—. Pero estaréis de acuerdo en que es raro.

—¿Y qué no es raro en ese tío? —dice Vanessa—. Alégrate de no haber tenido que hablar con él.

—No es que yo me haya librado, precisamente —dice Minoo.

Mira de reojo a Anna-Karin, que está callada con la vista fija en la mesa.

A Minoo le gustaría poder decirle algo para tranquilizarla. Su propio interrogatorio fue una pesadilla, y no puede ni imaginarse cómo será para Anna-Karin.

—Después te sentirás como si te hubieras equivocado en todo lo que has dicho —dice Minoo—. Eso nos ha pasado a todas.

—Y Alexander hará todo lo posible por ponerte de los nervios. A mí me estuvo preguntando por Minoo y las limaduras de hierro así como un cuarto de hora —dice Vanessa—. Tú solo di lo que hemos acordado y todo irá bien.

—Trata de defenderte contra la magia —dice Linnéa—. No creo que Viktor pueda leer los pensamientos, pero algo hace.

—Lo sé —dice Anna-Karin—. Gracias, entiendo que solo estáis intentando ayudarme…

Vanessa la interrumpe.

—Hola, ¿qué estás haciendo aquí? —dice de pronto, dirigiéndose a alguien que está detrás de Minoo.

Minoo se da la vuelta y allí está Evelina con su bandeja. Es como un recordatorio ambulante de todos sus complejos. La tez oscura perfecta, el porte seguro de sí mismo con esa ropa ajustada y, aunque tiene unas piernas de una longitud imposible, no puede calzar más de un 37.

—Hola —dice sentándose al lado de Vanessa.

Minoo no se atreve ni siquiera a mirar a las demás. ¿Habrá oído algo Evelina?

—Anda que vaya fiesta que tenéis aquí —dice Evelina, y da un sorbo de agua.

—Creía que hoy ibas a comer con Michelle —dice Vanessa.

—Quería ir a comer a la hamburguesería y yo no tengo pasta. Qué, ¿estoy interrumpiendo algo importante?

Minoo intercambia una mirada con Vanessa. Si Evelina supiera cuánta razón tiene…

—No, es solo que estamos muertas de cansancio todas —dice Vanessa—. Somos las más aburridas del mundo en estos momentos.

—Pues yo sé de uno que no piensa que seas tan aburrida —dice Evelina en tono burlón, y mira a las demás—. Me encontré a Samir el fin de semana y está como obsesionado con Vanessa.

Minoo no tiene ni idea de quién es Samir, pero Vanessa suelta una risita.

—Él y todos los demás tíos de Suecia —añade Evelina y le da un bocado al filete—. No nos va a dejar ninguno a las demás.

Mierda.

Minoo da un salto en la silla y casi derrama el vaso de agua al oír la voz que le resuena en la cabeza.

El corazón se le desboca al ritmo de los pensamientos. Tiene que ser Max. Ha estado esperando al día de su cumpleaños y ha vuelto para reunirse con ella.

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda

Pero lo que ahora oye es una voz totalmente distinta. La reconoce, aunque nunca la había oído de este modo.

Minoo mira a Linnéa, que remueve las verduras del plato vegetariano. Parece ensimismada y no se da cuenta de que la está mirando. Y mucho menos de que Minoo le oiga los pensamientos.

Mierda, mierda, no lo soporto, mierda, mierda

Minoo mira a su alrededor. ¿Es la única que lo oye? Anna-Karin parece perdida en su mundo y Vanessa tiene toda la atención puesta en Evelina, que sigue hablando de Samir.

No soporto oírla más, no lo soporto, por qué nadie le cierra el pico

Minoo abre la boca, pero ¿qué va a decirle a Linnéa ahí, delante de Evelina?

Vanessa se ríe y hace un comentario sobre los calzoncillos tan feos que llevaba Samir.

—Le quedarían mejor cuando los dejó en el suelo de su cuarto, me figuro —dice Evelina.

Linnéa empieza a rasgar la servilleta en pedacitos diminutos como copos de nieve.

¿POR QUÉ NO PUEDO DEJAR DE QUERERLA?

Ese pensamiento le retumba a Minoo en la cabeza. Luego el mundo queda en silencio. Solo un débil pitido en sus oídos. Ve moverse las bocas de las demás, pero no puede entender lo que dicen.

No solo ha oído los pensamientos de Linnéa, sino también sus sentimientos. Unos sentimientos tan fuertes como si la hubiera atropellado un tren de mercancías a la velocidad del rayo.

Linnéa quiere a Vanessa. Quiere a Vanessa de verdad.

Y Minoo no tiene ni idea de qué hacer con esa información.

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