Ida se para en el umbral de la puerta de la cocina.
Tiene el mismo aspecto que antes de la inundación, seis meses atrás. La casa entera ha recuperado el blanco resplandeciente de toda la vida.
Ida siempre ha estado muy orgullosa de su casa. Pero últimamente es como si le cambiara la perspectiva. A veces tiene la impresión de que alguien hubiera sumergido toda la casa en leche. Y, con la niebla que inunda el aire al otro lado de las ventanas, le parece que esa leche se hubiera extendido al mundo entero.
La niebla. Lleva todo el otoño y todo el invierno cubriendo Engelsfors prácticamente todas las mañanas. Por Año Nuevo, la nieve cuajó un par de días pero el resto del tiempo se derretía tan pronto como tocaba el suelo.
Ida observa a su familia reunida en torno a la mesa. Sus padres están comiendo. Lotta ha flexionado las piernas encima del asiento y casi no se le ve la cara detrás de las rodillas. Está cuchicheando con Rasmus, que suelta una risita.
A cierta distancia, es fácil quererlos. Su madre. Su padre. Su hermana. Su hermano. Al verlos así, es capaz de sentir amor. Un amor que flota leve y puro en su fuero interno. Desearía poder encapsular la sensación, conservarla.
Se aprieta con fuerza el libro de francés contra el pecho y entra en la cocina.
—Buenos días —dice, y sus padres le responden con un murmullo.
Ida mete una rebanada de pan en el tostador y al rozar la placa de metal le da un calambre. Suelta un taco para sus adentros. Es uno de esos días. Empezó con el cargador del móvil. Siguió con el secador. Ese elemento de mierda, el metal, se desmadra en mañanas de niebla como esta.
Saca el pan con cuidado cuando salta del tostador. Le extiende una capa fina, finísima, de mantequilla y se lleva la taza de té a la mesa.
—¿Has dormido bien? —le pregunta la madre acercándole la tetera.
—No me acuerdo, así que supongo que sí.
Pretendía sonar graciosa pero su madre parece tomárselo a mal. Ida se arrepiente en el acto. Ya se ha estropeado la mañana.
—¿Vas a trabajar hoy o puedo llevarme el coche al instituto? —la sondea.
—No, tengo que ir a la tienda.
Ida asiente, abre el libro y comienza a repasar las conjugaciones verbales.
—No me gusta que leas en la mesa —dice la madre—. Ya lo sabes.
—Es que tengo un examen —dice Ida—. ¿Prefieres que suspenda?
—Mamá, Ida está siendo negativa otra vez —dice Rasmus.
El padre suelta la tostada y la mira.
—Oye, ¿qué clase de actitud es esa?
—Tienes que imaginarte que te devuelven el examen y que lo tienes todo bien —dice Lotta.
—O estudiar, como una persona normal —dice Ida.
Toma un sorbo de té y trata de parecer indiferente. Pero puede sentir las miradas de los demás.
No digáis nada de Engelsfors Positivo, piensa. Me muero si vuelvo a oír esas palabras.
¿Ya ni siquiera es «normal» por estudiarse un examen? Tiene la impresión de que la mitad de los habitantes de la ciudad, como mínimo, razonan igual que Lotta.
Sus padres se adhirieron a Engelsfors Positivo tan solo unas semanas después de la fiesta de otoño. Y no porque crean demasiado en todo eso, en el fondo. Sino porque la filosofía de EP es útil para todo. Puede usarse para no tener que oír las quejas de los empleados o para justificar que Lotta acosara a un compañero porque irradiaba energía negativa.
Además, es un imperativo social. Toda la élite de Engelsfors ha cerrado filas en torno a Helena y Krister Malmgren. Y quien no está en el movimiento, deja de existir. Eso ha empezado a ocurrirle a Ida.
EP es el único tema de conversación de Erik y Kevin. Robin y Felicia no le dirigen la palabra, pero están igual de metidos en el movimiento. Julia es la única a la que ha conseguido convencer de que no participe, pero Ida sabe que es cuestión de tiempo que lo haga.
Entonces, se quedará sola.
Le ha preguntado al Libro muchas veces por qué no puede meterse ella también. Pero no recibe respuesta. Los protectores no parecen querer hablar con ella siquiera.
A veces, Ida siente que ha llegado el momento de mandar a la mierda todos los pactos con el Libro. No está en su naturaleza ir contracorriente. Quiere ser la que encabece la marcha.
Llaman a la puerta y Lotta salta de la silla y se precipita a la entrada.
Ida toma un gran sorbo de té. Finge estar absorta en los verbos franceses.
—¡Es Erik! —chilla Lotta y entra en la cocina bailoteando delante de él.
—Hola —dice, y todos menos Ida responden con entusiasmo.
—Bueno, Erik, ¿has recargado energías para la fiesta de primavera? —le pregunta el padre.
—Vaya que sí. Nos esperan días más luminosos, en muchos sentidos.
Tiene las mejillas enrojecidas de frío y le cuelga una vela de la nariz.
—Parece que el centro va a estar muy concurrido —dice la madre.
—Y el instituto también —dice Erik—. Toda la gente que conozco va a participar. Bueno, todos menos Ida. Como es solo para miembros de EP…
Todas las miradas se centran en Ida.
Cierra el libro.
—Es que todavía me lo estoy pensando —dice, y se levanta antes de que la charla degenere en discusión—. Voy a lavarme los dientes y nos vamos.
Sube corriendo las escaleras hasta su habitación. Oye a Erik y a sus padres hablar de la fiesta de primavera de EP. En el centro habrá un festín de gambas y música en directo. Y el grupo del instituto tendrá su propia fiesta en el gimnasio. Erik lo está organizando. Por supuesto. Ha sido uno de los favoritos de Helena desde que empezó a ser orientadora del equipo de hockey el otoño pasado.
Ida se cepilla los dientes con premura y se mira en el espejo.
Apenas reconoce a la persona que le devuelve la mirada. Es como si le hubieran absorbido todo el color durante el invierno.
¿Cómo ha llegado mi vida a esto?, piensa.
Ya es marzo. Tú odiabas esta estación tanto como yo. Es la peor época, cuando te has pasado medio año de frío y oscuridad y eres incapaz de creer que volverá a haber luz y calor.
Hace casi un año que le robé la pistola a J. No sé en qué estaría pensando, supongo que no pensaba en nada, solo quería matar a los que te apartaron de mí. Y luego allí estaba él, en el comedor, haciéndose pasar por ti. Con tu aspecto, hablando como tú, con tus recuerdos. Y aunque era tu asesino, casi me da igual que no fueras tú de verdad. Hasta ese punto te echaba de menos.
Todavía te echo de menos.
En estos momentos es como si estuvieras aquí, escuchándome. Qué más da que sea mi imaginación. Necesito que alguien me escuche antes de que explote.
Sé lo que debería hacer en realidad: mantenerme alejada de V tanto como pueda. A veces creo que se me ha pasado, que el fuego que siento se ha convertido en ascuas, pero entonces la veo por los pasillos o nos rozamos cuando estoy desprevenida y es como si derramaran sobre las ascuas un bidón de gasolina entero y empiezo a arder otra vez.
Si no hubiera ido a la fiesta de J, a lo mejor no habría pasado esto. Me acuerdo exactamente del momento en que ocurrió. V salió del baño y parecía tan feliz. No puedo explicarlo, era como si estuviera rodeada de energía luminosa. Y sentí que querría estar a su lado para siempre. Luego, cuando me tocó el brazo, supe que estaba perdida.
Imagínate lo raro que fue comprenderlo en aquel momento y en aquel lugar. ¿Enamorada de la novia de W? ¿En la fiesta de J? Bien por ti, como siempre, Linnéa. ¿Para qué ponértelo fácil?
Debo dejarte pronto, el timbre sonará dentro de unos minutos. Hay clase con Backman, comprenderás las ganas. Tantas que casi echo de menos a Olivia a veces, por lo menos podíamos reírnos de él juntas. Creo que la vi en el centro hace unas semanas, aunque no estoy segura, porque tenía una gorra puesta. No he tenido noticias de ella. Sospecho que se arrepiente de haber dejado el instituto en Navidad. Seguro que en ese momento pensó que era una decisión guay y rebelde.
En cierto modo, me alegro de que no tengas que ver lo que está pasando aquí. El nuevo Engelsfors «positivo». Ahora hay incluso menos sitio para los que son como nosotros. Y me alegro de que no tengas que ver a tus padres. Si creías que esta ciudad estaba loca antes…
Tengo que irme, tengo que ser una niña buena y portarme bien en el instituto, portarme bien con Jakob, portarme bien ante Diana. Ya vuelve a ser casi la misma de siempre, pero no confío en ella.
Te quiero E. Dondequiera que estés, espero que seas feliz.
Linnéa cierra el diario.
Saca la bolsa del maquillaje, se mira en el espejo de la caja de los polvos y se repasa el lápiz de ojos negro. Luego se baja del alféizar de la ventana de un salto y sale de los baños. Lista para enfrentarse al día.
Todo lo lista que se puede estar.
Vanessa cierra la taquilla de un golpe y echa el candado.
Las pegatinas de Engelsfors Positivo refulgen desde todas y cada una de las taquillas que va dejando atrás. En el tablón de anuncios hay colgada una lámina enorme de color amarillo neón que anuncia por todo lo alto la fiesta de primavera de la semana próxima.
Vanessa se acerca a los sofás donde ve a Michelle sentada en una mesa con las piernas colgando, flanqueada por Mehmet y Rickard.
Michelle la saluda con un gesto y Vanessa le responde asintiendo al pasar.
Desde que Michelle entró en EP, ella y Mehmet están juntos de forma permanente. No parece que a Michelle le importe mucho el movimiento —y en la vida se pondría un polo amarillo—, pero sí le importa Mehmet.
Y puesto que ni Vanessa ni Evelina soportan a la secta, se reparten con Mehmet la custodia de Michelle.
Vanessa no ha hecho más que sacar el móvil para mandarle un mensaje a Evelina cuando se da cuenta de que hay alguien a su lado.
—Hola —dice Viktor.
Vanessa se detiene y lo mira. Lleva el abrigo negro cubierto de gotitas brillantes y el pelo mojado.
—¿Qué quieres? —dice Vanessa.
—¿Puedo hablar contigo un momento? A solas.
Señala con la cabeza la puerta de un aula. Vanessa suspira y lo sigue.
Fuera arrecia la lluvia, y repiquetea con fuerza contra los cristales de las ventanas. Viktor cierra la puerta y echa el pestillo. Luego se queda inmóvil un instante. Las pequeñas gotas de agua se evaporan del abrigo y parece que se acabara de secar el pelo.
Qué práctico, piensa Vanessa.
Viktor se quita el abrigo y se lo dobla sobre el brazo. Al verlo más de cerca advierte dos cosas que no le había notado antes. Cansancio. Y una pizca de inseguridad.
—Bueno —dice Vanessa impaciente—. ¿De qué querías hablar?
—Avisa a Anna-Karin de que su interrogatorio es hoy —dice Viktor. La llevaré en coche después del instituto.
—¿Por qué no se lo dices tú? Estáis en la misma clase.
—Ya lo sé.
Vanessa espera que le dé una explicación, que nunca se produce. Viktor mueve los pies, nervioso.
—Vale, se lo diré —dice Vanessa.
—He pensado que le resultaría más fácil si se lo decías tú.
—Qué bonito por tu parte ser tan considerado.
Viktor parece dolido, pero Vanessa no cae en la trampa.
¿No entiende que hablan de él, que contrastan lo que les ha dicho? Lo calaron hace tiempo. Representa un papel distinto con cada una de ellas. Con Vanessa es de lo más tranquilo y formal. Supone que cree que la pone nerviosa.
—No soy… —empieza a decir, pero se calla—. Esta investigación tampoco está siendo muy guay para mí, aunque no te lo creas.
—Pues menos mal que llevamos ya medio año con ella.
—Tenemos que ser minuciosos. Eso no significa que me guste.
—Qué pena me das, Viktor.
Él aparta la mirada. De repente parece superinteresado en el cartel de la tabla periódica que hay colgado en la pared.
—Ya veo. No importa lo que diga. Estamos en bandos diferentes.
—¿Ahora te das cuenta?
—De verdad que me gustaría que las circunstancias hubieran sido diferentes —dice Viktor, y suena casi triste—. Muy diferentes.
—A mí también. Me gustaría que ni tú ni tu padre hubierais venido nunca. Por vuestro bien.
Viktor la mira extrañado.
—Vais a quedar en ridículo en el juicio. Vais a perder de una forma tan estrepitosa que no os recuperaréis jamás. ¿Sabes por qué?
Viktor dice que no con la cabeza.
—Porque somos las Elegidas —dice Vanessa con una sonrisa—. Y tú, ¿quién puñetas eres?
Viktor no parece tener respuesta a esa pregunta.
A Vanessa le tiembla un poco la mano al abrir la puerta. No tiene ni idea de cómo van a ganar el juicio. Ni siquiera sabe si es posible.
Pero sabe que hará todo lo que esté en su mano por conseguirlo.