Anna-Karin sujeta con fuerza el móvil en la mano.
Está en el bosquecillo cercano a la playa del lago Dammsjön mirando cómo se extiende por el cielo la puesta de sol. Debería irse a casa antes de que oscurezca, pero es incapaz de moverse.
Es obvio que Minoo trató de contar cómo fue el interrogatorio como para que Anna-Karin no se muriera de miedo. Considerado por su parte, pero inútil.
Los interrogatorios han comenzado. Ya es una realidad.
Piensa en el dinero que ocultó Nicolaus en el colchón, que ahora está guardado en la bolsa rosa de su armario. Y en si se largara sin más. Seguro que las demás lo entenderían…
Pero el Consejo me encontraría, piensa. Están por todo el mundo. Nunca conseguiría esconderme.
Observa la superficie inmóvil del lago Dammsjön, sobre la cual se reflejan los árboles de la otra orilla.
Lleva años sin venir por aquí. Desde que a unos cuantos de la clase de séptimo los obligaron a venir de acampada nada más empezar secundaria. Un día de pesadilla con excursiones, barbacoas y natación, todo para que se «conocieran». Anna-Karin era la única que no tenía con quién compartir tienda, y se pasó la noche en vela, después de que Ida y Erik le dijeran que le prenderían fuego a su saco mientras dormía.
Le arde y le palpita la mano donde la mordió el zorro. Anna-Karin se frota la cicatriz y echa a andar por la orilla del agua para buscar hojas de llantén.
En el lago se oye un chapoteo ruidoso y levanta la vista.
Una serie de anillos pequeños se propagan por la superficie del agua un poco más allá. A lo mejor es un pez que ha saltado. Eso será, seguramente.
Se vuelve a oír el chapoteo.
Examina la superficie del agua. Otra vez se forman anillos, más cerca de la orilla donde se encuentra ella.
Anna-Karin ha empezado a retroceder hacia el bosquecillo cuando un borboteo resuena desde el otro lado del lago.
Serán los peces jugueteando, piensa. No tiene nada de raro.
Las aguas del centro del lago empiezan lentamente a formar un remolino.
Y entonces, el agua de la orilla se retira despacio, hacia el centro del lago. El fondo arenoso y húmedo se va revelando centímetro a centímetro.
No tiene nada de raro, piensa. Nada en absoluto.
Sigue retrocediendo hasta que tropieza y cae de espaldas en un matorral.
El agua del lago se retira unos centímetros más.
Se hace la calma.
En la superficie del agua solo quedan unas pequeñas ondulaciones que hacen temblar el reflejo de los árboles.
Y entonces se oye un burbujeo abisal.
Anna-Karin ni siquiera se atreve a mirar. Se da la vuelta y sale corriendo hasta que llega a la carretera, que en realidad no es más que dos carriles anchos con una tira de hierba amarilla en medio.
A su alrededor se espesa la oscuridad.
Acaba de ver la carretera principal a lo lejos cuando una sombra se desliza delante de ella.
Unos ojos ambarinos brillan en la negrura y se detiene abruptamente.
El zorro.
Ante ella se cruza un fulgor blanco y se ve a sí misma en medio de la carretera. El suelo forma un plano inclinado y ella parece un gigante.
Se produce un nuevo relampagueo y se le doblan las piernas. Cae de rodillas.
Cuando abre los ojos, ve al zorro delante.
Sus miradas se cruzan.
Y de repente, Anna-Karin lo comprende todo.
En virtud de un proceso complejo, las brujas pueden establecer un vínculo con un animal.
Las palabras de Adriana, la primera vez que habló con las Elegidas en su despacho.
Elegí un cuervo. O más bien, el cuervo me eligió a mí.
Mi familiaris puede funcionar como mis ojos o mis oídos cuando los míos no bastan.
El zorro es el familiaris de Anna-Karin.
Él la ha elegido.
Anna-Karin alarga la mano con prudencia. El zorro la contempla alerta. Entonces gruñe. Acerca el hocico y le lame la cicatriz con la lengüecilla áspera.
Anna-Karin baja la mano.
—Hola —le dice.
El zorro la mira fijamente.
—¿Y ahora qué? —pregunta Anna-Karin—. Quiero decir, que si tengo que hacer algo.
El zorro vuelve a gruñir. Anna-Karin siente un anhelo en su interior. El anhelo de salir corriendo por el bosque, de sentir las agujas de pino y el musgo bajo las patas…
—Esto es un poco raro —dice.
Percibe la sensación de que el zorro está de acuerdo. Le vuelve a lamer la mano una vez más y se pierde bosque adentro.
—Nos vemos —dice Anna-Karin maravillada.
Ida, Julia y Hanna Hache se apoyan en la barandilla de la terraza de la familia Holmström. Observan a toda la gente elegantemente vestida que hay en el jardín. La mayoría de los invitados están dentro y van por la segunda o la tercera copa, y el ambiente empieza a estar más relajado; las risas, a sonar más alegres. Los farolillos de colores suavizan los rasgos de la gente mientras la oscuridad se cierne a su alrededor.
Helena y Krister Malmgren ya se han ido a casa. Pero se diría que el espíritu de Helena sigue flotando por la fiesta. Engelsfors Positivo es el tema principal de conversación, como mercurio que fluyera por la charla.
…lo que siempre hemos dicho, que la gente solo tiene que espabilarse un poco…
…debe de ser una mujer muy fuerte para conseguir que no le hiciera mella…
…en realidad todo el mundo tiene elección…
…a nadie se lo dan todo hecho…
…demasiados paños calientes…
…y desde entonces no he tenido problemas…
…no dejar que las personas negativas te hundan…
Ida busca con la mirada hasta que encuentra a su madre. Cada vez que la ve está hablando con una persona diferente, riendo y preguntando con interés. A intervalos regulares mira de reojo la mesa de los aperitivos para ver si tiene que rellenar algún plato. Vigila que el padre no beba demasiado y al mismo tiempo que ninguno de los invitados se quede con el vaso vacío en la mano. De vez en cuando se escabulle al baño para comprobar que el maquillaje sigue en su sitio. La madre de Ida es la anfitriona perfecta.
El padre está en un rincón, junto a un cubo enorme lleno de hielo y botellas de cerveza. Mientras la madre revolotea entre los invitados, el padre hace los honores. Es un hombre muy apreciado en Engelsfors. Tanto, que se libra de cosas de las que muchos otros no podrían. Todo el mundo sabe que es un tío guay que a veces se toma unas copas de más.
Tiene a Lotta pegada a la pierna. Como siempre que hay muchos adultos reunidos, habla de un modo más infantil que de costumbre. Es como si estuviera haciendo el papel de niña pequeña. Pero funciona. Los amigos de sus padres siempre dicen que Lotta es la niña más encantadora que han conocido jamás. Un punto añadido en los méritos sociales de los Holmström.
—Oh, no —susurra Julia—. Aquí viene la arpía de los combinados.
La madre de Robin, Åsa Zetterqvist, los envuelve en una nube cargada de alcohol y perfume.
—¿Dónde te has dejado al novio, Ida? —dice Åsa.
Habla con una claridad excesiva, como si creyera que así puede ocultar que está achispada, pero el efecto es el contrario.
—Ha ido a buscarme algo de beber —responde Ida.
—Eso está bien. Para eso sirven los hombres —dice Åsa, y echa la cabeza hacia atrás para tomar un sorbo de espumoso de la copa empañada.
Julia y Hanna Hache se miran.
—¿Lo estás pasando bien? —dice Ida con una sonrisa.
Desprecia a Åsa, pero ella es, como mínimo, tan buena anfitriona como su madre.
—Lo estoy pasando divinamente bien, divinamente —responde Åsa con vehemencia—. Todo es perfecto, como siempre. Si hasta el césped está reverdeciendo. El nuestro parece una pradera africana.
Vuelve a resoplar e Ida se da cuenta de que su madre las está mirando con cara de pánico. Todo el mundo sabe que Åsa bebe demasiado, pero no tan al principio de la fiesta.
—Tus padres dominan el arte de invitar a las personas adecuadas —dice Åsa—. Cuando estás en esta compañía te sientes orgullosa de vivir en Engelsfors.
Apura la copa y se inclina hacia Ida.
—Si pudiéramos librarnos de las manzanas podridas, sería una ciudad estupenda —dice, e Ida nota en las mejillas el aliento cálido y húmedo—. Espero de verdad que Helena Malmgren consiga poner en orden todo esto. Por fin hay alguien que habla claro. La gente que no quiera contribuir no tiene nada que hacer aquí.
Ida se pregunta si Helena habrá dicho algo así verdaderamente. Pero quizá por eso todo el mundo acepte con tanto entusiasmo el mensaje que transmite. Porque cada uno lo puede utilizar como le convenga.
Åsa levanta la copa vacía y vuelve a echar la cabeza hacia atrás para dar un trago. Al ver que no cae más que una gota solitaria, la mira con disgusto, como si la copa tuviera la culpa de estar vacía.
Julia y Hanna Hache vuelven a reírse. Por suerte, Åsa parece no darse cuenta.
Erik llega por fin y le ofrece a Ida una copa con zumo de arándano rojo y gajos de lima; ella da un trago despacio para comprobar que no le haya puesto vodka. Robin y él se han escabullido varias veces a lo largo de la tarde a un rincón del jardín donde tienen escondida una botella que se han llevado sin permiso.
—Ida…
Entonces se da cuenta de la expresión de su cara.
Algo va mal.
—Hay un problemilla en la casita de juegos. Pero no es culpa mía.
—¿De qué estás hablando?
Erik mira discretamente a Åsa e Ida lo comprende.
Algo pasa con Robin.
¿Y dónde está Felicia? Ida llevará más de media hora sin verla.
—Esperad aquí —les dice a Julia y a Hanna Hache.
—Escapaos, tortolitos. Aprovechad mientras sois jóvenes —dice la borrachina.
Ida lo arrastra hasta el jardín.
—Tómatelo con calma —dice Erik.
Ve a Felicia y a Robin sentados en las escaleras de la casita de juegos.
Él le ha echado a ella el brazo por encima y hablan animadamente el uno con el otro. Ida no duda de cuál será el tema de conversación.
Casi no puede hablar con una tía si no está borracho.
Y ahora está borracho. Y es obvio que Felicia y él se lo han contado todo.
—Me prometiste que no dirías nada —le suelta a Erik furiosa.
Empieza a responder pero Ida levanta la mano.
—Deja que me encargue de esto.
Rasmus y sus amigos juegan a la guerra con unos robots de plástico en el césped, hacen ruidos que simulan explosiones y rayos láser. Cuando Ida pasa junto a ellos, su hermano pequeño levanta la vista.
—Están enfadados contigo, Ida —le informa.
Es obvio que disfruta al decírselo, y lo odia con toda el alma.
Casi ha llegado a la casita de juegos cuando ve que Felicia tiene la botella de vodka en la mano. Felicia, que no bebe nunca.
—Vete a la mieeeerda —dice al ver a Ida.
Robin se acerca más a Felicia, trata de parecer protector, aunque ya está bizco.
—¿Qué pasa ahora? —dice Ida—. ¿Qué he hecho?
—Lo sabías —dice Felicia sorbiéndose los mocos—. Tú sabías que me gustaba Robin y que a Robin le gustaba yo. Y no dijiste naaada. Vete a la mieeeerda.
—Erik me ha dicho que te había contado que me gustaba Felicia —farfulla Robin mirándola acusador.
Ida se retuerce el colgante de plata en forma de corazón hasta que el metal se le calienta entre los dedos. Debería haber previsto esta catástrofe y haberla impedido. Joder con Erik.
—Eres una falsa —dice Felicia—. No querías que saliera con Robin, ¡reconócelo!
—¿Por qué no iba a querer? —dice Ida.
—Porque no quieres que nadie más sea feliz —dice Felicia tratando de reprimir una arcada con la mano—. Solo porque tú estás con un tío al que no quieres.
Ida siente que toda la sangre se le agolpa en la cara.
—No sé de qué me estás hablando. Y tú casi que tampoco.
—¡Erik debe de ser el único en toda la ciudad que no se entera de que estás enamorada de Gustaf Åhlander!
Siente como si Felicia le hubiera desgarrado la ropa y la hubiera dejado desnuda en mitad de la fiesta.
—¿De dónde coño te has sacado eso? —dice Ida con voz estridente.
—Como si no fuera obvio —contesta Felicia y pone una voz amanerada y chillona—. ¡Por favor, Ge! ¡Ge! ¡Porfa, Ge, mírameeee! ¿Puedo lamerte los zapatos, Ge?
Ida respira hondo. No quiere mostrar sus sentimientos. No puede dejarse provocar. Sería reconocer que Felicia tiene razón.
—Estás borracha.
—Lárgate de aquí, Ida. ¡Piérdete! ¡Piérdete y punto!
—Estamos en mi casa, por si se te había olvidado.
Felicia la mira fijamente con los ojos enrojecidos.
—Venga, Robin —dice intentando levantarse y apoyarse en la casita de juegos—. Vamos a tu casa. —Trata de tenerse en pie y vuelve a mirar a Ida—. Espera a que Julia se entere.
—Lo has interpretado todo mal —dice Ida—. Tenemos que hablar cuando se te pase. No tengo ganas de explicártelo, estás tan borracha que mañana ni siquiera te acordarás.
Robin y Felicia se van haciendo eses por el jardín y casi se chocan con Erik, que taladra a Ida con la mirada.
—¿Qué coño era eso? —le grita al acercarse.
—A mí no me preguntes, está claro que está mal de la cabeza…
—Me refería a Gustaf Åhlander —la interrumpe Erik—. ¿Estás enamorada de él?
Ida abre la boca para asegurarle que lo quiere a él y a nadie más en todo el mundo.
Pero de repente se queda sin energía. No sabe qué decir ni por qué decirlo.
¿Merece la pena?
La idea le zumba en la cabeza, como una mosca atrapada que se estrellara una y otra vez contra el cristal de la ventana.
¿Merece la pena? ¿Merece la pena? ¿Merece la pena?
—¿Sí o no? —dice Erik—. ¿Estás enamorada de él?
En algún lugar del jardín se oye un gorgoteo. Todo el mundo se queda quieto y escucha.
Otro gorgoteo y luego un burbujeo.
Está lloviendo sangre.
Las gotas frescas caen sobre la cara ardiente de Ida, sobre Rasmus y sus amigos, y rocían de rojo la ropa elegante de los invitados.
El aspersor rebota por el césped y escupe haces largos y húmedos de líquido rojizo. La manguera salta y culebrea.
Los invitados gritan y tratan de ponerse a cubierto. Lotta está en medio con los ojos cerrados mientras aúlla como la sirena de un barco.
—¡Anders! ¡Ida! —grita la madre desde el interior de la casa.
Ida echa a correr. Va volando por el césped, pasa junto a los niños y sube las escaleras de la terraza.
—¡Perdón! —grita Ida abriéndose paso a empujones por entre la masa de gente que trata de entrar en la casa—. ¡Perdón!
La madre está inclinada sobre el fregadero de la cocina sujetando con esfuerzo el grifo que escupe y chisporrotea. Grandes chorros se le cuelan por entre los dedos, salpicando todo de manchurrones enormes. A la luz de las lámparas del techo, Ida ve que el líquido no es rojo sangre, sino más bien marrón.
—¿Qué hacemos? —grita una mujer, y la madre de Ida empieza a sollozar.
—¡Mierda! El váter se ha desbordado —grita el padre desde el interior de la casa.
Por debajo del lavaplatos asoma un charco que va extendiéndose. Algo resuena en las tuberías que discurren por las paredes.
Ida toma conciencia del caos.
La expresión de pánico de la madre. La ropa manchada. El agua marrón que salpica y chorrea por las paredes perfectas, el techo y las baldosas de la cocina. Las voces desesperadas de su padre desde el baño.
Ida se da la vuelta y ve a Åsa apoyada en una pared, un poco alejada de los demás. Tiene pintada en la cara una sonrisa ancha y feliz.
Y en ese preciso momento Ida comprende a la perfección cómo se siente.