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Vanessa ha visto a la madre de Elias alguna que otra vez, en los fines de curso y en el bautizo de Melvin. Es una de esas personas de las que no te olvidas, se te queda grabada la cara.

Pero ahora, cuando sale al escenario con una túnica amarilla y vaqueros, es como si su carisma se hubiera acentuado. Es casi imposible dejar de mirarla.

Los de las camisetas amarillas empiezan a aplaudir entre gritos de júbilo. Helena se detiene en medio del escenario. Sonríe. Como si fuera una señal convenida, sus discípulos se callan.

En las últimas filas se oye una conversación entre susurros. Rickard se levanta y echa una mirada hacia el lugar de donde proviene el ruido. La conversación cesa de forma abrupta y Rickard vuelve a sentarse.

—Hola —dice Helena observando el salón de actos, que está en silencio como en un funeral.

Sonríe más ampliamente aún.

—¿Me habéis oído? ¡Eh, que he dicho hola!

Unos «holas» dispersos se oyen aquí y allá.

—Venga, podéis hacerlo mejor —dice Helena—. ¡Hola!

Extiende los brazos hacia el público y se oye una respuesta unívoca y vigorosa.

—¡HOLA!

Vanessa se da cuenta de que ella también ha participado en el grito.

—Mucho mejor —dice Helena—. Pero ahora vamos a crear energía de verdad en esta habitación. Poneos de pie.

Vanessa intercambia una mirada de cansancio con Evelina y Michelle, que tiene a su izquierda, pero se levantan, igual que todos los demás. Se oye el golpeteo de los asientos plegables.

—¡Otra vez! —grita Helena—. ¡Hola!

—¡HOLA! —responde el salón de actos.

—¡Hola!

—¡HOLA!

En el escenario, Helena empieza a dar palmadas rítmicas. Las filas de amarillo responden y, pronto, todo el instituto de Engelsfors aplaude al unísono. También Vanessa, aunque no con mucho entusiasmo.

Pero hacer lo mismo que los demás es toda una sensación. Casi es imposible resistirse.

Siente crecer la energía de la sala. No tiene nada que ver con la magia y por eso le resulta aún más espeluznante.

El ritmo se acelera, más rápido, más rápido y más rápido, hasta que se transforma en un repiqueteo histérico. De las filas de delante de Vanessa sale un clamor de volumen ascendente y todas las manos se alzan en el aire.

—¡Eso es! —grita Helena.

Vanessa baja las manos. Se las mira incrédula.

Cuando todos vuelven a sentarse, le cuesta cruzar la mirada con Evelina y Michelle.

—Muchos de vosotros sabréis quién soy —dice Helena—. Antes ejercía de pastora aquí en Engelsfors. Puede que también sepáis que era la madre de Elias.

Hace una pausa. En el salón de actos vuelve a reinar un silencio sepulcral. Vanessa recuerda la reunión que se celebró tras la muerte de Elias. Los llantos y el ambiente denso antes de que todo degenerara. Está segura de que las personas que acudieron entonces están pensando en lo mismo.

—Casi hace un año que murió —prosigue Helena—. Creía que me engulliría una oscuridad enorme. Creía que no tendría fuerzas para seguir adelante. Pero entonces vi la luz.

Vanessa oye un sollozo procedente de algún lugar del salón de actos.

—Cuando me di cuenta de que ni la amargura ni la tristeza podrían devolverme a mi hijo, encontré la fuerza en mi interior —dice Helena—. Solo yo tengo el poder de gobernar mi vida. Comprendí que yo y solo yo tenía la obligación de asumir el control y ser lo que quería ser. Cambiar mi forma de pensar y pensar correctamente. Por eso estoy aquí hoy contándoos que esto funciona de verdad. Está demostrado científicamente que todo lo que hay en nuestra vida lo hemos atraído nosotros mismos. Si creéis que solo hay miserias y tristezas, tendréis miserias y tristezas. Pero si, en cambio, os imagináis que ya sois felices, y que tenéis buenas notas, y que los chicos o las chicas de los que estáis enamorados os quieren, eso se hará realidad. Garantizado.

—Bien por esos chicos y esas chicas —susurra Evelina, y Vanessa está de acuerdo.

—Decidí que la muerte de Elias no carecería de sentido —prosigue Helena—. Por eso estoy hoy aquí, para contaros que podéis conseguir lo que queráis, solo tenéis que decidirlo y cambiar vuestra manera de pensar.

Vanessa trata de verle algún sentido a lo que está diciendo Helena. ¿A qué se refiere? ¿A que antes de cambiar de actitud ella pensaba que su hijo iba a morir? ¿O a que era el propio Elias el que pensaba en morirse?

Helena se aproxima al borde del escenario. Parece como si estuviera mirándolos a todos a los ojos al mismo tiempo. Como si cada palabra y cada gesto estuviera cargado de un significado enorme.

—A vuestra edad, estáis muy ocupados encasillándoos los unos a los otros. Quién es guapo, quién lleva ropa hortera, quién es popular y quién no lo es. Pero todo eso es insustancial. Superficial. Lo único que debemos tener en cuenta es que hay dos tipos de personas.

—¿Las que se tragan esta bazofia y las que no? —dice Linnéa en voz alta.

Vanessa suelta una risita, está orgullosa de Linnéa. Literalmente, nota que todo el salón de actos aguanta la respiración. Pero Helena se echa a reír.

—Las que tienen una actitud positiva. Y las que tienen una actitud negativa —dice señalando a Linnéa.

Del público se eleva una carcajada de alivio.

Vanessa se da la vuelta. Linnéa está impertérrita. Sin embargo, Minoo se ha puesto como un tomate.

—Entiendo que os resulte difícil creerlo —prosigue Helena con una sonrisa—. Puede que a algunos les cueste incluso arriesgarse a creerlo. Pero no juzguéis a nadie. Mejor, concentraos en vosotros mismos. Quiero que recordéis estas cuatro letras: NMNV. Nosotros Moldeamos Nuestras Vidas. Para bien o para mal. Depende de cada uno. Pero Engelsfors Positivo quiere ayudaros a ver las posibilidades, no las dificultades. Podemos ser exactamente lo que soñemos que queremos ser, si nos esforzamos y nos centramos en nuestro objetivo. Yo soy un buen ejemplo. Si me hubiera aferrado a lo que he perdido, me habría hundido. Pero elegí otra cosa. Es decir, el futuro.

Helena sigue con su discurso y Vanessa comprende perfectamente por qué su madre se ha dejado convencer.

Lo que dice suena tan obvio. Tan sencillo. Una parte de Vanessa quiere creérselo. Siente una desazón débil pero pertinaz ante las posibilidades de que su actitud sea la equivocada. Puede que vaya a perderse todas las cosas buenas de la vida, lo que según Helena puede ofrecerle. Helena, cuyo contorno se presenta más definido que el de ninguna otra persona del salón de actos.

—Espero tener la oportunidad de volver a veros a todos. El centro de Engelsfors Positivo está abierto de nueve de la mañana a nueve de la noche. Siempre seréis bienvenidos. Y recordad, sonreídle al mundo y el mundo os sonreirá.

Las primeras filas estallan en aplausos que se extienden por el salón de actos como una oleada, se magnifican hasta convertirse en un clamor poderoso. Vanessa tiene la sensación de que el suelo empieza a temblar y enseguida se da cuenta de que es verdad. Es el golpeteo de cientos de pies. Y ella también mueve los suyos al ritmo de los demás.

Ida le da un codazo a Erik para que avance. Ni siquiera han conseguido salir de la fila de bancos.

—Para ya, si hay un montón de gente delante —dice él.

—Pero por lo menos podrías intentar salir.

Ida suspira irritada al ver que no le contesta. Pasea la vista por la panda de camisas amarillas que se ha reunido junto al escenario.

—¿Tú sabías que Kevin estaba metido en esto?

Erik se encoge de hombros.

—Pero si está todo el equipo de fútbol, no es tan raro.

Menos Ge, piensa Ida.

—¿A ti qué te parece esto? —pregunta Erik.

—Pues que está bien que la gente deje de sentir tanta pena de sí misma todo el rato.

—Exacto —dice Erik con énfasis—. Deberíamos invitar a Helena al hockey, para que pueda animar al equipo. Todas las estrellas del deporte tienen orientadores que les enseñan a establecer objetivos y pensar como ganadores.

Por fin se disuelve el tapón que tienen delante. Ida sale al pasillo y está a punto de abrirse camino hacia la puerta, cuando siente una mano en el hombro.

Se da la vuelta y allí está Helena.

—Ida Holmström —le dice—. Ha pasado mucho tiempo.

Ida esboza una sonrisa forzada. Siempre la ha incomodado encontrarse a Helena, aunque ella nunca había demostrado tener idea de cómo lo pasaba Elias en el instituto. Hay quienes dicen que fue culpa de Ida y de Erik que Elias se sintiera mal, pero Ida cree firmemente que Elias se buscó él solito que lo acosaran. No se esforzaba para nada por ser un poco normal.

—¡Vaya, hola! —dice Ida, con ese tono estridente que tanto odia.

—Y Erik Forslund. Tan guapo como siempre.

—Gracias —dice él riendo.

Evidentemente, no parece tener la menor preocupación de que Helena sepa cómo se comportaron con Elias. Eso la tranquiliza.

—Cuánto me alegro de veros —dice Helena volviéndose otra vez a mirar a Ida—. A Carina no la veo desde hace una eternidad, pero ahora que nos ha invitado a Krister y a mí a la fiesta de otoño, me encantará verla. Por lo general nuestros maridos sí se ven.

—Sí, es lo lógico —dice Ida sonriendo.

—La gente como tus padres sostiene Engelsfors sobre sus hombros —dice Helena—. Espero que se impliquen en EP, y me gustaría que tú hicieras lo mismo. Seríais unos modelos muy importantes. Vuestra generación es el futuro de esta ciudad.

Helena saca dos pegatinas redondas y amarillas. En ellas se lee ¡SOY POSITIVO!, y en el centro brilla un sol sonriente.

—Gracias —dice Erik—. Tus palabras han sido una gran fuente de inspiración.

—Significa mucho para mí que pienses así, Erik. Espero veros pronto y que podamos hablar más. ¡Traed a vuestros amigos!

Helena les dirige una última mirada cálida antes de darse la vuelta y desaparecer entre la marea amarilla que tiene detrás.

Linnéa oye que Minoo y Vanessa la llaman, pero no piensa pararse.

Una vocecilla interior que se parece sospechosamente a la de Jakob le dice que aquella es una de esas situaciones que debe evitar, que tiene que pensar antes en lo que vendrá después, no ser tan impulsiva y peleona, que debe comportarse en el instituto, especialmente ahora que tiene a los servicios sociales detrás.

Se niega a escuchar. Hay una voz que resuena mucho más fuerte.

La voz de Elias.

Elias, que lloró mientras le contaba que ni Helena ni Krister querían saber nada del acoso. Que ya sabía desde pequeño que se avergonzaban de él cuando estaban con sus amigos.

Se avergonzaban de que nunca fuera lo bastante alegre ni deportista, ni de que tuviera unas notas lo bastante buenas, ni muchos amigos. Luego se avergonzaron de la ropa, el maquillaje y el pelo teñido de negro. La persona que él era no encajaba en su imagen de familia feliz de Engelsfors.

Se negaban a ver lo mal que lo pasaba, incluso cerraban los ojos ante las cicatrices que tenía en los brazos. Solo cuando Linnéa los llamó después del intento de suicidio, tomaron conciencia a su pesar y buscaron ayuda.

Y entonces fue cuando empezaron a responsabilizarla a ella en serio de todos sus problemas.

Uno del grupo de los polos amarillos agarra a Linnéa del brazo, pero ella sigue caminando, ya casi ha llegado a la salida cuando Helena se vuelve de pronto.

—Hola, Linnéa —le dice sonriendo abiertamente.

A Linnéa le encantaría leerle el pensamiento, pero no se atreve, por si Viktor está cerca.

—¿Hay alguna otra cosa que te inquiete? —pregunta Helena, y algunos de los de las camisetas amarillas se echan a reír.

—¿Sabes esos a los que les estabas haciendo la pelota hace un momento? —dice Linnéa—. Ida y Erik eran los que peor trataban a Elias. Fueron ellos los que le destrozaron la vida, no una energía negativa.

La sonrisa de Helena todavía brilla con diez mil vatios de intensidad, pero ladea la cabeza y suspira como ante un niño díscolo.

—Qué pena me das, Linnéa. Dejas que los sentimientos destructivos gobiernen tu vida. Y, por desgracia, también se lo contagiaste a mi hijo. Si no hubiera tenido amigos que lo hundieran, a lo mejor hoy seguiría vivo.

Es un golpe demasiado fuerte. Linnéa no puede pronunciar palabra, no puede respirar. Claro que venía sospechando que eso era lo que pensaba Helena, pero oírselo decir es otra cosa.

Helena hace un gesto con los brazos para reunir a su rebaño. Se dirigen todos juntos a la salida. Linnéa se queda allí plantada. Trata de que vuelva a latirle el corazón, de que los pulmones recuerden cómo respirar.

—Linnéa…

La voz de Vanessa la saca de su parálisis. Linnéa se da la vuelta y la ve allí con Minoo. Ninguna de ellas dice nada. No es necesario.

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