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A Linnéa no se le alivia el dolor hasta que no deja atrás el camino de grava y cruza la carretera. No debería haberse dejado provocar por Alexander. Naturalmente, él se esperaba que tratara de leerle el pensamiento. Le ha respondido con el mismo poder. A Linnéa todavía le resuena en la cabeza el sonido cortante de las interferencias.

Después de la reunión se han dispersado. Tenían mucho de lo que hablar, pero no se han atrevido a hacerlo abiertamente. Ahora no tienen que cuidarse solo de los enviados de los demonios. También de los enviados del Consejo.

Suena el móvil de Linnéa. Un mensaje de Minoo diciéndole que tienen que verse en el apartamento de Nicolaus mañana por la tarde. Para decidir qué van a decir exactamente en los interrogatorios. Linnéa responde que irá. Pero lo que más le gustaría en el mundo es librarse de todo.

—¡Linnéa!

Se da la vuelta cuando oye esa voz tan conocida.

Vanessa viene corriendo hacia ella.

Linnéa sabe que la esperanza es peligrosa, pero no puede evitarlo.

Vanessa quiere hablar con ella.

—¿Puedo acompañarte un poco? —dice Vanessa.

—Claro —dice Linnéa con toda la indiferencia de la que es capaz.

Caminan en silencio por la carretera un largo trecho. Linnéa no se atreve a decir nada, por miedo a echar a perder el momento, a terminar metiendo la pata otra vez, ahora que parece que Vanessa soporta acercarse a ella.

Joder, pero qué guapa es, piensa Linnéa.

Al amparo de las gafas de sol, observa las piernas y los brazos bronceados de Vanessa. Toda esa piel que nunca podrá tocar. El cuello, el contorno de su cuerpo bajo la camiseta ajustada que se le ha subido un poco y que revela una pizca de la curva de la espalda. El pelo recién teñido de rubio que brilla en contraste con el verde oscuro de los árboles que ribetean el camino.

Por supuesto, Vanessa es consciente de lo guapa que es. Para ella está claro como el agua. Pero Linnéa no cree que Vanessa sepa lo preciosa que es como persona.

Al principio fue muy fácil subestimar a Vanessa. Esa rubia de faldas increíblemente cortas y capas de brillo de labios excesivas. La novia nueva de Wille. Pero Linnéa, que tanto ha sufrido los prejuicios ajenos, se ha visto obligada a asumir que ella también los tenía.

Vanessa es valiente. Lista. Sincera. Hay en ella una bondad instintiva. Es una auténtica heroína. Lo único que la hace débil es Wille. Es su kriptonita.

Ese cerdo asqueroso. No se la merecía. Linnéa no quiere ni pensar en que él y Vanessa se han acostado, pero no es fácil borrar esas imágenes mentales tan detalladas, porque ella también ha estado con él.

Linnéa sufre imaginando cómo sería rodearla con el brazo. Besar esos labios que parecen tan suaves. Piensa en la fiesta de Jonte, cuando Vanessa salió del cuarto de baño y le tocó el brazo. En Vanessa sentada en el sofá de su casa, cuando se rozaron las piernas y, por una vez, sintió que el mundo entero alcanzaba el equilibrio.

Quizá debería haberla besado entonces.

Pero nunca ha captado ni un solo pensamiento de Vanessa acerca de que sienta el más mínimo interés por ella. Y los pensamientos de Vanessa son increíblemente nítidos. Alguna vez le ha pasado por la cabeza que Linnéa es guapa, aunque eso no significa nada. Linnéa ha pensado que muchísimas personas son guapas sin estar enamorada de ellas.

Enamorada.

Esa palabra no es suficiente.

—A veces me gustaría ser yo quien pudiera leerte los pensamientos a ti —dice Vanessa.

Linnéa vuelve de golpe a la realidad. Vanessa le sonríe.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Linnéa.

—Es que pareces tan misteriosa…

—No hay misterio que valga. Lo que pasa es que me duele la cabeza.

Vanessa se detiene. Linnéa hace lo mismo.

—Perdona —dice Vanessa—. Me pasé con la reacción que tuve en el cementerio. Después me di cuenta de que habías visto que no llevaba el anillo y…

—Yo tampoco debería haber dicho aquello —dice Linnéa, tomando impulso—. Perdona.

Vanessa le da una patada a una lata vacía de cerveza. Rebota sobre el asfalto con estrépito.

—¿Te parece bien si nos saltamos la fase de confesiones solemnes? —dice Vanessa—. ¿Y simplemente volvemos a ser amigas?

Linnéa siente tanto alivio que podría levitar.

—Por supuesto.

—Te echaba de menos —dice Vanessa.

Y yo a ti, le gustaría decir a Linnéa. No sabes cuánto.

Pero es terriblemente difícil decir esas palabras, y yo a ti, sin que parezcan falsas y artificiales.

Se queda callada un segundo de más y Vanessa aparta la vista, incómoda. El móvil de Linnéa vuelve a sonar. Lo saca. Olivia le ha mandado un mensaje.

ME VAS A LLAMAR OQ??

Linnéa hace como que lee el mensaje atentamente mientras siguen caminando hacia el centro.

—Mira —dice Vanessa al cabo de un rato señalando al cielo.

Unos nubarrones compactos y de contornos azul oscuro casi negro lo cubren.

—Por fin —dice Linnéa.

—¿A que sí? Parecía que no iban a llegar nunca —dice Vanessa mientras sigue mirando al cielo.

Ahí están, hablando del tiempo.

A Linnéa le gustaría proponerle que subiera a su apartamento. Apagar las luces, sentarse junto a la ventana, observar la tormenta. Pero ¿y si así la espanta?

No tiene ni idea de cómo se actúa cuando se está enamorada de alguien. No le ha pasado nunca. Las personas con las que salía no llegaban ni a gustarle del todo. Simplemente, aparecían en su vida y ella dejaba que se quedaran como pasatiempo, como algo que atenuara el desasosiego un rato, que llenara un poco el vacío.

Cuando llegan al centro de Engelsfors, los ojos de Linnéa buscan automáticamente en los bancos de los borrachos por los que pasan. Está tan concentrada en esa tarea que casi no se da cuenta de que se encuentra un poco más allá, en la acera.

Björn Wallin lleva una camiseta de color amarillo claro en la que se lee ¡EP! El punto del signo de admiración es un sol sonriente. Lleva el pelo bien peinado. Tiene la mirada despierta y sobria. Y unas paletas nuevas, blancas y regulares cubren la enorme mella por donde antes se le hundía parte de la cara.

Linnéa evoca un recuerdo.

Vacaciones de verano. Elias y ella habían ido al bosque. Habían estado jugando a algo, ya no recuerda a qué, solo conserva la sensación de que era un juego para el que en realidad eran demasiado mayores. Y eran felices. Todavía faltaba mucho para que empezaran las clases. Fue un día estupendo.

Volvió a casa y el apartamento estaba sumido en la oscuridad. Olía muy mal, siempre olía muy mal, y a todas horas tenía miedo de llevarse puesto el olor a la calle. De que la siguiera y la descubriera, donde quiera que fuese. El olor de la hija de un alcohólico.

Se puso a llamar a su padre. Lo oyó gruñir desde el cuarto de baño.

Recuerda exactamente el vuelco que le dio el corazón cuando abrió la puerta. Recuerda exactamente el aspecto del padre tirado en el suelo, con la boca pegajosa de vómito, respirando con dificultad, los ojos sin vida.

—Ayúdame —le rogó quejumbroso.

Por primera vez, Linnéa cerró la puerta sin más. Aquello ya lo había visto muchas veces.

Y allí está, con un fajo de papeles de colores chillones en las manos. Ya la ha visto.

No va a poder librarse.

—¿Linnéa? —dice acercándose.

Tiene la voz rota, la voz de una persona que ha llevado una vida difícil, pero no balbucea.

Pone los brazos sobre Linnéa y nota el olor a loción para después del afeitado. Pero no a alcohol, ni a humo de tabaco concentrado. Ni a ropa llena de mugre. Ella recibe el abrazo inmóvil, con los brazos caídos a los lados.

—Cariño —le murmura al oído y ella se aparta.

—¿Quieres que…? —dice Vanessa con un gesto vago, como queriendo preguntar si se queda o se va.

—Luego hablamos —dice Linnéa.

Vanessa asiente y se va. Su mirada expresa comprensión y compasión. Siempre la misma compasión de mierda. Linnéa traga saliva y se vuelve hacia su padre.

—Parece que estás bien —dice con frialdad.

¿Pero cuánto tiempo durará esta vez?, le gustaría añadir. ¿Cuánto vas a tardar en venir a casa a pedirme dinero?

—Linnéa —dice tratando de acariciarle las manos.

Las retira.

—No solo estoy bien. Me he convertido en una persona nueva. Y ya sé que te he dicho lo mismo muchas veces. Pero ahora he cambiado de raíz.

Le alarga uno de los folletos y ve que no tiene las uñas sucias.

—Helena Malmgren y Engelsfors Positivo me han cambiado la vida.

Linnéa mira el folleto. Dos parejas de mediana edad sentadas en una pradera contemplan una puesta de sol que confiere a sus rostros un brillo dorado. Una de las mujeres reposa la cabeza en el pecho de su pareja y cierra los ojos con expresión soñadora. Sonríe irradiando una paz absoluta.

Debajo de la foto dice que todo el mundo es bienvenido en Engelsfors Positivo. HOMBRES Y MUJERES, JÓVENES Y MAYORES. ENGELSFORS POSITIVO: ¡POR UN FUTURO POSITIVO!

—Me han dado trabajo —dice el padre—. Abrimos hoy.

Señala con la cabeza y entonces Linnéa se da cuenta de que hay un montón de gente un poco más abajo. Unos niños corretean con globos de helio amarillos en la mano.

De pronto, en el folleto se estampa pesadamente una gota, que resbala sobre la superficie brillante. Linnéa mira al cielo. Los nubarrones forman sobre ellos una cubierta compacta.

—También tengo piso. Tienes que venir a visitarme —dice el padre.

—No tengo ninguna obligación.

El padre asiente con un gesto.

—Comprendo que te sientas así. Pero me gustaría tener la oportunidad de demostrarte que ahora puedes confiar en mí.

—Conmigo ya no tienes más oportunidades.

Una parte de ella se arrepiente de inmediato. ¿Y si ahora va en serio? ¿Y si al no creerlo lo empuja otra vez a la bebida?

Pero ya lo ha creído antes y no ha conseguido nada.

—No, Linnéa, no tienes ninguna obligación para conmigo. Pero tienes que atreverte a creer en que la gente pueda cambiar de verdad, te lo debes a ti misma. No voy a necesitar el alcohol nunca más. Por primera vez en mi vida que es así. Ayudar a los demás te da un subidón mucho mejor que todas las drogas del mundo.

Linnéa no dice nada, simplemente le devuelve el folleto.

Unas cuantas gotas le caen encima y el asfalto polvoriento empieza a llenarse de puntitos.

—Cuando estés lista, ya sabes dónde estoy —dice señalando el centro con la cabeza.

—Adiós —responde Linnéa y echa a andar.

Cuando pasa por delante del centro de Engelsfors Positivo, tiene que abrirse camino entre un grupo de mujeres que ríen con las palmas de las manos vueltas al cielo.

—Y pensar que nos alegremos tanto de que llueva —dice una de ellas, radiante, cuando Linnéa pasa a su lado.

Las demás vuelven a reír, como si fuera lo más divertido que han oído nunca. Linnéa sigue andando mientras la ansiedad se le reaviva por dentro y le retumba en la cabeza.

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