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La sala de espera de psiquiatría infantil y juvenil dice a gritos que se trata de una institución pública. ¡Te estamos observando! ¡Vigilamos cada paso que das!

A veces, Linnéa se pregunta si llegará a librarse un día de esta sala de espera. No soporta que la gente se queje de los padres que se comportan como guardianes de una prisión. Al menos no tienen que darle la vuelta a su vida como a un calcetín todas las semanas para demostrar que no se drogan ni están al borde de una crisis. Y si se saltan las reglas, ¿qué pasa? ¿Que papá y mamá les echan la bronca? Si Linnéa se descuida, se queda sin apartamento y sin la poca libertad de la que goza.

En realidad, hoy debería haber venido a casa Diana, la trabajadora social, a lo que ella llama una «visita». Como si hubieran quedado para tomar café y no se tratara de un control. Pero ha pillado una intoxicación y lo ha cancelado en el último minuto.

A Linnéa no le importaría que también Jakob cancelara la cita de hoy.

La necesidad de hablar de Vanessa es tan fuerte que no sabe si podrá contenerse. Y no quiere hablar de Vanessa con Jakob, igual que no quiere hablar demasiado con él sobre Elias. Prefiere seguir dándole mil vueltas a lo de su padre, su infancia y su madre muerta.

Vanessa y Elias son sus tesoros, lo único bueno que tiene, incluso aunque a veces también sean heridas que escuecen y duelen.

La puerta de una sala de consulta se abre y aparece Jakob.

—Hola, Linnéa.

Se dan la mano. El dolor que la invade es totalmente nuevo, parece como si la hubieran arrojado otra vez al momento justo en que murió Elias. Pero el dolor no es suyo. Es de Jakob.

no aguantaré esta hora, debería haber cancelado la cita

Linnéa retira la mano, pero todavía le resuenan los sentimientos y los pensamientos de Jakob.

Lo sigue a la consulta y se sienta en la silla. Trata de ocultar lo alterada que está.

—¿Cómo ha ido la primera semana de clase? —pregunta Jakob.

—Fantástica.

Jakob no parece captar la ironía. Asiente sin más.

—¿Has tenido alguno de tus ataques de ansiedad?

—No, hace tiempo que no.

Jakob no responde y Linnéa le examina el pensamiento para averiguar si cree que le está mintiendo.

…no puedo con esto… ¿Cómo coño voy a ayudar a estos chicos? Tendría que haberme dado de baja

Linnéa lo observa. Tiene la cara pálida a pesar del bronceado. Advierte los cercos enrojecidos de los ojos. Ve que se tira de un hilo suelto del dobladillo de los pantalones cortos.

…¿por qué no pude entender cuánto me iba a afectar? Soy psicólogo, coño… está muerta de verdad… está muerta

—Y tú ¿cómo estás? ¿Estás bien? —dice Linnéa.

—Bien, un poco cansado, nada más.

A Jakob le da la impresión de que le ha leído el pensamiento y Linnéa no tiene que sondearlo más, le llega directamente.

…mierda, mierda, mierda. Me ve por dentro, es como en todas esas pesadillas en las que saben con puntos y comas lo que estoy pensando

—¿Por qué quieres saber cómo estoy? —dice, y en la voz se adivina un tono agresivo del que probablemente no es consciente.

—¿Es que no está bien que te pregunte cómo te encuentras o qué?

Jakob carraspea. Es evidente que está tratando de recuperar el dominio de su función de psicólogo.

—Sí, claro —dice con la mirada errática—. Me refiero a que… Parece que tienes algo en mente. ¿Algún tema del que quieras hablar?

Linnéa ya no se oye a sí misma pensar.

Los pensamientos de Jakob la ocupan por entero.

La que ha muerto es colega suya, la misma con la que le fue infiel a su mujer hace un año, y ahora se arrepiente de todo lo que no le dijo, de todo lo que nunca hizo, recuerda todos los momentos que pasaron juntos. Momentos que Linnéa no quiere ver en absoluto.

En la vida de la gente pasan tantas cosas que no se ven… Linnéa no era consciente de cuántas hasta que no adquirió la capacidad de leer el pensamiento. Se siente bastante menos rara desde que puede ver los secretos oscuros y dolorosos de los demás. Pero en este momento, de verdad que desearía ahorrárselos.

Le dice que tiene ansiedad por el futuro en términos generales y le habla con el piloto automático. Jakob no la está escuchando. Pero, en cualquier caso, consigue mantenerse fuera de su cabeza durante el resto de la consulta.

Es la última clase del viernes y hace tanto calor en el aula que a Minoo le cuesta concentrarse. No es la única. Los demás alumnos están echados sobre los pupitres con las caras sudorosas, cuchicheando e ignorando los intentos de Ylva de que presten atención a las delicias de la geometría. El aire está cargado de olores desagradables. Sudor, ropa húmeda y el olor de Hanna A, que se sienta delante de Minoo, y que despide vaharadas calientes de perfume intenso.

Hanna A se retrepa en la silla y Minoo hace lo propio, aguantando la respiración.

Piensa en el grito de Hanna en la clase de química. Viktor no se ha asomado por el instituto desde el incidente del miércoles pasado. No puede olvidarse de la sonrisa que esbozó cuando a Kevin le cayó el ácido encima. ¿Quién sonríe ante algo así?

Ylva dibuja un triángulo en la pizarra y se vuelve hacia los alumnos.

—Escuchadme. Silencio, por favor.

Tiene empañada la parte inferior de las gafas.

—¿No podemos dar la clase fuera? —dice Kevin, y por toda el aula se oyen murmullos de aprobación—. Venga, profe. Y te invito a un helado. A un cucurucho enooorme.

Se oyen unas carcajadas dispersas y a Ylva se le encienden las mejillas todavía más. Se pone en jarras y clava la vista en Kevin. Minoo tiene la sensación de que ha estado practicando delante del espejo para ver si conseguía infundir más respeto. Pero le ha servido de poco.

—Venga, hace tanto calor que no podemos ni pensar —prosigue Kevin.

Ylva cambia el peso del cuerpo de un pie a otro.

—Y casi es fin de semana… —dice Kevin.

—¡Basta ya! —grita Ylva—. ¡Fuera de aquí!

Señala la puerta. Y en la axila se le ve una gran mancha de sudor con la forma de Groenlandia.

—Pero si no ha hecho nada —dice Hanna A.

—Si yo lo único que quería era invitar a helado —dice Kevin burlón.

—¡Fuera!

Suena como si le hubiera salido del alma. Y Groenlandia va creciendo en la axila, eso le parece a Minoo.

Kevin se levanta y se va. A la altura de la puerta, se vuelve y saluda con la mando vendada. Ylva va hasta él y poco menos que lo saca a empujones. Después cierra la puerta.

—Dios, está totalmente histérica —susurra alguien, aunque se oye en toda el aula.

Ylva pasea la mirada por la clase con enfado, pero no consigue identificar al culpable.

—Podéis hacer el cálculo vosotros mismos lo que queda de hora —dice sentándose en la tarima.

Minoo clava la vista en el bloc cuadriculado. El arrebato de Ylva hace que se sienta terriblemente incómoda. No quiere ni pensar en cómo será el resto del curso. Un profesor débil no es capaz de mantener el orden en la clase, pero un profesor débil y fácil de provocar causa un caos muy sui géneris.

Tiene la sensación de que pasa una eternidad hasta que suena el timbre.

Minoo es de las últimas en salir del aula. Ylva sigue en la tarima y saluda sin entusiasmo deseando un buen fin de semana a los alumnos que miran casualmente al pasar. A Minoo le da lástima y le sonríe con toda la amabilidad de la que es capaz. Sufre al ver la gratitud de Ylva.

Sigue la marea de alumnos escaleras abajo, se para delante de su taquilla y saca los libros que le van a hacer falta el fin de semana. Son una pila. Como todo el mundo dice, parece que segundo es mucho más duro que primero. Dentro de poco tendrá que llevarse una carretilla al instituto.

En el vestíbulo ve a Gustaf delante del tablón de anuncios. Lleva un papel de colores chillones en la mano.

—¡Hola! Precisamente estaba pensando en llamarte —dice—. ¿Nos inventamos algo para el fin de semana?

Minoo está a punto de responder que sí cuando recuerda la cita de mañana en el parque. La directora mencionó algo sobre unos cambios para el otoño. Eso bien puede significar que las tendrá todo el fin de semana haciendo prácticas de magia. Puede que el segundo año también sea más duro en lo que respecta a las clases con Adriana. Además, tiene que buscar tiempo para pensar en todo lo que ha pasado con Nicolaus.

—No puedo —dice.

—¿Qué vas a hacer?

Minoo nunca se habría atrevido a hacer una pregunta así, por si acaso esa persona estuviera mintiendo, o sencillamente no quisiera quedar con ella. Pero no hay rastro de suspicacia en la mirada de Gustaf. Es asombroso lo… confiado que puede llegar a ser.

—Le he prometido a mi madre que haría cosas con ella el fin de semana.

—Vaya, qué pena. Pensaba pedirte que vinieras conmigo a esto.

Le enseña el papel. Es el mismo folleto que vio Minoo en la alfombrilla de Nicolaus. EL CENTRO DE ENGELSFORS POSITIVO ABRE MAÑANA, reza

Un texto sobre la foto de unas personas con expresión serena bajo una puesta de sol. Minoo reconoce la dirección. Es la de la biblioteca clausurada del centro de la ciudad. Por lo visto habrá comida y música. Y los consabidos globos de regalo para todos los niños.

—¿De dónde has sacado eso? —pregunta Minoo.

—Me lo ha dado mi amigo Rickard. Casi no lo he visto en todo el verano —dice Gustaf—. No pensaba que pudiera interesarle algo que no fuera el fútbol.

—Pero ¿qué es en realidad? Parece un poco… tipo secta.

—No lo creo —responde Gustaf—. Rickard dice que está superbién.

—¿Superbién en qué sentido? ¿Qué hacen?

—Eso pensaba averiguar. ¿No vas a venir?

—Será mejor que me mantenga al margen. Así podré secuestrarte y desprogramarte después.

Cree que Gustaf va a echarse a reír, pero no.

—¿No decíamos que esta ciudad necesitaba algún cambio? Pues hay gente que trata de hacer cosas buenas. ¿Por qué tenemos que andar siempre criticando y pensando mal?

A Minoo le sorprende lo rápido que se ha irritado con él. Es la primera vez que la forma de ser de Gustaf le molesta. Es como si todo lo que le gusta de él, de pronto, le pareciera excesivo.

—No, por supuesto que no —dice—. Está claro que hay que pensar lo mejor de todo y de todos. Es lo suyo, dado que el mundo es un lugar tan bonito y maravilloso.

Gustaf se queda mirándola y Minoo toma conciencia de lo que acaba de decir. Si hay alguien que sepa que el mundo no es tan bonito y maravilloso, ese es Gustaf. Que vio a su novia caer desde el tejado y estrellarse contra el asfalto del patio del instituto. Que sigue pensando que se suicidó.

—Que te lo pases bien con tu madre —dice, y se va.

Lo ve marcharse por el patio y se pregunta qué es lo que ha pasado en realidad. Cómo ha podido cargarse tantas cosas en tan corto espacio de tiempo.

Que ella se dedique a buscar demonios por ahí no significa que Gustaf tenga que hacer lo mismo. ¿Quién es ella para juzgar sus deseos de ver la luz antes que las sombras?

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