—Estrellita, ¿dónde estás? Me pregunto quién serás…
Vanessa va suavizando el tono de voz. Melvin se ha dormido por fin.
Se queda allí un rato oyendo los suspiros pausados del pequeño. Mira el pingüino de peluche que tiene en los brazos. Piensa en el invierno anterior, en que pasaron varios meses sin verse. Todavía le duele pensar en lo perdido que se quedó cuando ella se fue. Jamás volverá a hacerle daño. Si le cuenta a su madre lo de Nicke, le destrozará la vida a Melvin.
Siente la quemazón de las lágrimas en los párpados y se aleja de la cama con cuidado. No quiere arriesgarse a que su hermano se despierte y la vea llorando.
Va de puntillas a la cocina.
—¿Qué tal? —pregunta la madre, enfrascada en un sudoku.
—Se ha dormido.
—Bueno, ya veremos cuánto dura —sonríe la madre.
Lleva sucio el pelo rubio y parece cansada. Aun así, es guapa, piensa Vanessa. Podría conocer a alguien mejor que Nicke. Mucho mejor. Sería facilísimo.
—¿En qué estás pensando? —pregunta la madre.
—En lo guapa que eres —dice Vanessa.
Se arrepiente de inmediato, porque a la madre se le ilumina la cara y se pone tan contenta que Vanessa casi se echa a llorar otra vez. La salva el sonido de una llave en la cerradura.
Vanessa abre el lavavajillas y empieza a despejar la montaña de platos que se ha acumulado en la encimera.
—Vaya mierda de día —dice Nicke al entrar en la cocina.
La madre le da un beso de tornillo y a Vanessa se le revuelve el estómago. Si su madre supiera lo que esa boca ha hecho…
—Pobrecito mío, si es que llegas muy tarde a casa —dice la madre. Estás como si te hubieran colgado y luego te hubieran descolgado.
Otro beso de tornillo. Vanessa se concentra en el lavavajillas. Convierte el hecho de colocar tantos vasos como sea posible en la bandeja en algo así como una competición.
—A veces me pregunto qué está pasando en esta ciudad —dice Nicke mientras saca una cerveza del frigorífico.
Vanessa se queda helada. ¿Y si alguien las vio ayer y denunció la profanación de la tumba a la Policía?
—¿Qué ha pasado ahora? —dice la madre.
Vanessa sigue colocando los platos tan en silencio como puede, sin que se note que está atenta a la conversación.
—Hemos recibido la autopsia de la psicóloga esa. Se electrocutó. Nadie entiende cómo coño pasó. Es una suerte que no tenga familia que vaya haciendo preguntas —dice Nicke, y se oye el silbido de la lata de cerveza al abrirla.
—Que la gente esté sola no es ninguna suerte, digo yo —dice la madre.
—Venga ya, Jannike, ya sabes a qué me refiero. Estas cosas pueden alargarse hasta el infinito con un montón de familiares haciendo preguntas.
Vanessa siente tanto asco que no puede seguir callada. Tiene que dar salida a todo el odio que le inspira Nicke, a toda la rabia. Aunque eso signifique convertirse en la mala, la que destruye la tranquilidad familiar.
—Tiene que ser una ventaja ser tú —dice Vanessa volviéndose hacia él—. Como tener en cuenta los sentimientos de los demás es tan duro…
—Anda, pero si estás ahí —dice Nicke.
Ve que la desafía con la mirada. Pero él no sabe que ella lo sabe. Y siente que quiere que lo sepa.
—En realidad no parece que te preocupen mucho los sentimientos de nadie. Ni a quién le haces daño —sigue Vanessa.
—Por favor. No empecéis —dice la madre.
Vanessa se pone a secar la encimera con el trapo despacio y a conciencia, tratando de calmarse. Pero no parece que funcione.
—Apuesto a que ha sido un suicidio —dice Nicke, apura el resto de la cerveza de un trago y ahoga un eructo—. Todo el mundo sabe que los psicólogos tienen un montón de problemas. Por eso escogen esa profesión.
—Pero hombre, no, ¿cómo va a ser eso? —dice la madre sin energía.
Vanessa suelta el trapo en el fregadero.
—Para esto también debe de ser una ventaja ser tú. Para prejuzgar a todo el mundo de ese modo. A todo el mundo se lo puede clasificar en categorías establecidas, ¿a que sí?
Creía que Nicke empezaría a gritarle, o más bien lo esperaba. Que por fin podría enfrentarse a él en una guerra abierta. Pero Nicke se limita a sonreírle con superioridad.
—No prejuzgo a nadie, solo que he aprendido cómo funciona la gente. Por ejemplo, enseguida supe que lo tuyo con Wille no iba a durar.
Vanessa se queda muda. Mira a su madre.
—Yo no he dicho nada, Nessa, te lo prometo.
—¿Y cómo iba a saberlo, si no?
Nicke hace un gesto con la mano izquierda y se señala el dedo anular.
Vanessa se mira. La franja de piel clara que el sol no ha podido broncear durante el verano. Claro como el agua. Ahora entiende lo evidente que resulta.
Puede que Linnéa también se diera cuenta en el cementerio. Puede que no le leyera el pensamiento.
—La próxima vez a lo mejor nos haces más caso a mí y a Jannike —dice Nicke.
—Sí, por favor, dame un montón de consejos sobre relaciones —escupe Vanessa—. Eres un modelo cojonudo.
—Otra vez no, por favor. No lo aguanto —dice la madre.
—No, ya, ¿y quién coño lo aguanta? —dice Vanessa.
La madre deja caer las manos resignada y se va al salón. Unos segundos después, se oye el alboroto de un programa de la tele. Nicke le suelta a Vanessa una sonrisa arrogante y sale de la cocina.
Estalla de furia por dentro, pero esta vez no se atreve a darle rienda suelta. Tiene que pensar. Ordenar sus sentimientos. Decidir qué hacer con el secreto. Decidirse de una vez por todas.
Vanessa se va a su habitación y oye el pitido del móvil. Un mensaje de Evelina.
JOLINES CÓMO ESTÁS? LLÁMAME!!!
Vanessa se alegra de que ella y Michelle se preocupen. De verdad. Pero desde que les ha contado lo de Wille por la mañana en el instituto, se han convertido en dos lapas superconsideradas.
—Esperas que te llame, ¿verdad?
Vanessa se da la vuelta y ve a Nicke en el umbral.
—Lárgate, cerdo asqueroso.
Nicke da un paso adelante.
—Tú ándate con cuidado, ¿eh? —dice acercándose más.
Vanessa quisiera retroceder, pero no piensa darle ese gusto. Se cruza de brazos.
—Tú sí que tienes que andarte con cuidado —dice en voz baja—. Sé lo que has hecho.
Nicke resopla, y ella nota un tufo agrio de café en la cara.
—¿Qué es lo que crees que sabes?
El público aplaude entusiasmado en la sala de estar. Vanessa tiene a Nicke tan cerca que le tapa con los hombros todo el campo de visión. Tiene que alzar la vista para poder mirarlo a los ojos.
—Os he visto. En el coche de Policía. Tienes una colega estupenda. ¿Te lo hacía bien o qué?
—No tengo ni idea de qué estás hablando —responde.
Pero le esquiva la mirada.
—No era la primera vez, ¿no? —dice Vanessa—. Y seguramente, tampoco la última. ¿Por eso has llegado tan tarde hoy del trabajo?
Y ve que ha dado en el clavo. La cara se le ha puesto de un color rojo intenso y nota que la temperatura le ha subido unos grados.
—Eres un cerdo asqueroso —dice, y la voz le falla—. ¿Cómo puedes hacerle eso a mi madre?
Le cambia la mirada. Parece que titubea.
En la televisión empieza a tocar una orquesta. Una algarabía de trompetas y trombones. Y Nicke toma una decisión.
—No importa. No tienes pruebas. ¿Por qué iba a creerte Jannike? Sabe que estás dispuesta a hacer lo que sea para que rompamos.
—Eso ya lo veremos —dice Vanessa.
Le gustaría sonar más convincente. Más fuerte.
—Yo creo que deberías olvidar lo que has visto —dice Nicke—. Si no, lo único que conseguirás es ponerte las cosas más difíciles. En esta familia ya nadie confía en ti. ¿O es que no te has enterado, so putilla?
Se da la vuelta para marcharse, pero se detiene a medio camino.
En el umbral de la puerta está la madre. Pálida y en silencio. Tiene los ojos desorbitados y la mirada perdida, como si se le hubiera escapado toda la fuerza vital.
—Jannike… —dice Nicke.
—Dios mío —dice la madre—. Me siento como una idiota.
—Jannike, cálmate. Lo único que quiere es cargarse…
—¿Cómo no me había dado cuenta? —murmura la madre con la voz apagada mirando al suelo.
—No querrás decir que te lo crees, ¿verdad? —dice Nicke tan alto que le resuena la voz en la habitación.
La madre levanta la vista y vuelve a mirar a Nicke, ahora con firmeza.
—Fuera de aquí —le dice.
—¡No puedes ponerte de su lado, joder! —dice Nicke enfurecido.
En la habitación contigua, Melvin se despierta y empieza a llamar. Vanessa quiere ir a por él. Pero eso significaría que tiene que abrirse paso entre su madre y Nicke, y no se atreve a moverse del sitio, no se atreve a respirar siquiera.
—¿Pero cómo puedes volverte en mi contra de esa forma? —grita Nicke.
Melvin llora a voz en cuello en su habitación.
—Voy a ver a Melvin —dice la madre con calma—, y cuando vuelva, no quiero que sigas aquí.
—¿Conque no, eh? ¿Y dónde me voy a meter? —dice Nicke.
—Seguro que tienes algún sitio donde dormir —dice la madre—. ¿O es que Paula también le es infiel a alguien? Porque es Paula con quien te acuestas, ¿no?
Nicke se ha quedado sin palabras.
La madre sale por la puerta y Vanessa la oye entrar en el cuarto de Melvin, y lo calma consolándolo.
Nicke le lanza a Vanessa una mirada con los ojos brillantes de furia.
—Te vas a arrepentir de esto —dice antes de irse.
Vanessa se queda interiorizando la imagen de la espalda que se aleja, y se queda allí atenta hasta que se cierra la puerta.
Sabe que las cosas no se han resuelto, nada más lejos, que ahora toca compartir la custodia de Melvin, y otra clase de infierno.
Pero en esos momentos se siente de puta madre.