9

Ida mira el reloj de la fachada del instituto.

Casi espera que Erik no aparezca, así podrá ir directamente al establo. Echa de menos a Troja. Oírlo relinchar cuando entra en la cuadra. Cabalgar por el bosque y dejarse llevar por el ritmo acompasado del trote.

—Erik tiene exactamente tres minutos. Después me largo.

—Está bien que te hagas la dura —dice Felicia.

—¿Cómo va a aprender si no?

Felicia suelta una risita de aprobación. Como si lo supiera todo sobre cómo educar a un novio aunque nunca haya tenido ninguno. Ida se quita las gafas de sol, que se le están resbalando todo el rato por el sudor de la nariz. Mira otra vez el móvil. No hay señales de vida de Erik. Y el río de alumnos que salen del instituto es cada vez menor.

—No tienes por qué esperarlo conmigo —dice Ida.

—No pasa nada —dice Felicia, subiéndose el tirante del sujetador.

Claro que no pasa nada, piensa Ida. Felicia esperaría lo que fuera necesario solo por tener la oportunidad de respirar el mismo aire que Robin unos segundos.

—Oye, tienes que olvidarte de Robin. O hacer algo, por lo menos. Como yo hice con Erik.

Eso no es del todo verdad. Fue Erik quien la besó en una fiesta en casa de Hanna Hache la primavera anterior e Ida simplemente dejó que pasara. Igual que dejó que le diera la mano en el instituto al día siguiente, o que dijera que estaban juntos una semana después. Simplemente porque no tenía fuerzas para seguir esperando. Simplemente porque confiaba en que, gracias a Erik, dejaría de pensar en la persona con la que realmente quería estar.

—Pero es que a lo mejor yo no soy tan valiente como tú —dice Felicia.

La puerta del instituto se abre. E Ida nota esa punzada tan familiar al verlo a Él a la luz del sol.

Ge.

Una oleada de cansancio la inunda de pronto. ¿Por qué no se le pasa? ¿Por qué su cuerpo no deja de reaccionar así cuando ve a Gustaf?

Unos pasos por detrás viene Minoo. Sale a la escalinata con el pelo negro y rizado bailándole por la cara.

—¿Tú crees que es verdad lo que dice Julia? ¿Que los vieron liándose en las esclusas? —cuchichea Felicia.

—Qué va —resopla Ida—. ¿Por qué iba Ge a liarse con alguien como Minoo?

Ojalá estuviera tan segura como quiere aparentar.

Ida trata de interpretar el lenguaje corporal de Minoo y Gustaf. ¿No están más cerca de lo normal el uno del otro?

Dudó de que fuera a sobrevivir cuando Gustaf y Rebecka empezaron a salir el verano anterior. ¿Y ahora esto? ¿En serio?

El único consuelo es que nunca le ha dicho a nadie lo que siente por Gustaf desde que estaban en cuarto, solo a Troja. Ni a Julia ni a Felicia. Ni siquiera a su madre. Nunca reconozcas que quieres algo hasta que estés seguro al cien por cien de que lo puedes conseguir.

—Me largo.

—¿No esperas un poco más?

Ida responde con un bufido y se inclina para recoger la mochila. Las gafas de sol se le resbalan de la nariz y aterrizan sobre el asfalto con un chasquido. Le entran ganas de pisotearlas hasta hacerlas pedazos.

—Ahí viene Erik —dice Felicia.

Es evidente que está decepcionada. Erik viene solo. Ida no se da la vuelta. Recoge las gafas de sol del suelo y se las pone. Finge que busca algo en la mochila. Aparta la cabeza cuando Erik se adelanta y trata de besarla en la mejilla.

—Llegas tarde.

—Lo siento.

—No lo sientas y deja de llegar tarde de una vez.

—Kevin ha hecho una cosa alucinante, hemos…

—No me interesa —lo corta.

Ida se vuelve hacia Felicia, que le esquiva la mirada.

—Hablamos luego —dice Ida.

Felicia se queda parada un segundo de más, vacilando.

—No tiene sentido que esperes, Robin no va a venir —dice Ida.

Felicia fuerza una sonrisa de extrañeza, como si quisiera negar que estuviera pensando en Robin ni por un momento. Pero no se atreve a desafiar a Ida, sino que se bate en retirada con una risita y un abrazo fugaz. Después, se va casi corriendo por el patio del instituto.

—¿De qué iba eso? —dice Erik.

—¿De qué iba qué?

—Lo de Robin.

Ida lo mira por fin.

—¿Es que no te has dado cuenta de que está obsesionada con Robin? Por Dios, si es patética.

—¿Está enamorada de él?

—¿Podemos hablar de otra cosa? Me apetece un helado antes de ir a montar.

—Pero bueno… —se queja Erik—. ¿No puedes pasar de montar por una vez? Ya eres muy mayor para juguetear con caballos.

Ida ya ni se molesta en explicarle a Erik que no se trata solo de juguetear. Que también es una actividad difícil, pesada y agotadora. Incluso peligrosa. Al menos tan peligrosa como el hockey sobre hielo que él practica. Y a ella le encanta.

—Ni siquiera es tuyo el caballo —dice Erik.

—Pero lo monto. Es mi responsabilidad.

—Pensaba que iríamos a mi casa un rato. Tenemos una hora antes de que vuelvan mis padres.

Detesta ese tono quejica de su voz. Ge nunca hablaría así. Está segura.

—Ya, pero lo que tú pensaras no es problema mío, tú y yo no habíamos quedado en nada.

Erik protesta. Ida se coloca la mochila a la espalda y los dos se dirigen en silencio hacia el aparcamiento de las bicicletas. Ella no piensa ser la primera en hablar.

Sueltan la cadena de las bicis. Ida ve con el rabillo del ojo que Erik la está mirando. Está a punto de soltarlo.

—A Robin también le gusta Felicia.

Es su forma de ofrecerle la pipa de la paz, su modo de proponerle que olviden la pelea que estaban a punto de tener.

Ida juguetea con el corazón de plata que siempre lleva colgado al cuello y empieza a darle vueltas entre los dedos.

—Anda ya. Si apenas la mira. La última vez que estuvimos en Dammsjön parecía que más bien le interesaba Vanessa Dahl. Como a otros.

No está segura de si Erik ha captado la indirecta o solo lo parece.

—Ya sabes cómo es Robin. Casi no puede hablar con una tía si no está borracho… Joder, tengo que contárselo.

Empieza a buscar el móvil, pero Ida le pone la mano en el brazo. Tiene que ganar tiempo. Pensar en las consecuencias.

—No se lo digas —dice—. Prométemelo. Es mejor que yo hable primero con Felicia.

Después de cabalgar por el bosque, Ida está empapada en sudor. Le cepilla a Troja las crines y le limpia los cascos. Lo lleva a la cuadra. Le acerca la mejilla al hocico y le acaricia el cuello.

—¿A que eres el caballo más bonito del mundo? —le susurra—. ¿A que tú también me quieres?

Le sopla despacio en los ollares y el animal le responde también con un soplo de aire caliente en la cara.

A veces siente que lo quiere tanto que le entran ganas de llorar. Ella y Troja tienen la misma edad. Se le hace raro pensar que aunque ella todavía es joven, él ha pasado con creces la mitad de la vida.

—No puedes morirte nunca —susurra.

El caballo resopla frotándole el hocico contra la barriga.

Mientras se cambia de ropa, vuelve a tomar conciencia del mundo que hay fuera del establo. Puede que no tenga que ver morir a Troja después de todo. Esta noche va a ir al cementerio a profanar una tumba. Y después tienen que impedir un apocalipsis. Troja tiene más posibilidades de llegar a los veinticinco que ella.

Se marcha del establo. Una de las niñitas insoportables que siempre están alrededor de Troja se la queda mirando. Ida le devuelve una mirada gélida al pasar a su lado.

Saca el móvil y busca el número de Felicia.

Felicia siempre ha sido una experta en ser desgraciada en el amor. Hasta donde Ida sabe, esta es la primera vez que sus sentimientos son correspondidos.

Felicia y Julia son sus mejores amigas de toda la vida. A veces se pregunta si habría sido así de no haber crecido juntas en el mismo barrio y si sus madres no hubieran sido amigas también. A veces, ni siquiera está segura de que Julia y Felicia le caigan bien. Pero una cosa sí que sabe: no quiere volver a sentirse tan sola como el otoño pasado, cuando Anna-Karin se las robó.

Si Felicia empieza a salir con Robin, se alterará el equilibrio de su mundo. Lleva mucho tiempo luchando para que sea perfecto. No piensa arriesgarlo.

Ida vuelve a meter el móvil en la mochila.

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