Linnéa consigue colarse en la clase justo antes de que Peter Backman llegue dando zapatazos y cierre la puerta. Siente que la está observando y le gustaría poder sacudirse esa mirada pegajosa.
Al poco de descubrir su poder le costaba mucho ir a clase de dibujo. Backman siempre había tenido fama de echarles el brazo a las alumnas por los hombros, de pegarse a ellas como un asqueroso, pero la verdad es que Linnéa nunca lo ha visto hacer nada. Es demasiado inteligente para correr ningún riesgo. Sin embargo, cuando se sienta en la tarima o pasea por la clase de dibujo, deja correr su imaginación libremente y con todo lujo de detalles.
Olivia está sentada al fondo, garabateando en el cuaderno de bocetos. Linnéa se sienta a su lado. Mejor terminar cuanto antes.
—¿Dónde coño estabas ayer? —le susurra Olivia—. ¿Por qué no me contestaste al mensaje?
Con ese pelo de color azul, parece un algodón de azúcar radiactivo. A pesar del exceso de maquillaje tiene la cara más pálida que nunca. Se le ha corrido con el sudor.
—Se me olvidó —dice Linnéa.
—Me parece fatal que ni siquiera me contestaras —dice Olivia.
—Si no has dado señales en todo el verano…
—No es culpa mía que mis padres me obligaran a pasar las putas vacaciones en el campo.
Mira a Linnéa con esos enormes ojos castaños, que encajarían bien en la cara de un personaje manga. Linnéa no tiene ganas de decirle que sabe que está mintiendo, que la ha visto en el centro muchas veces. No hay tantas chicas con el pelo azul en Engelsfors.
—Fuiste a ver a Elias ayer, ¿verdad? —dice Olivia.
—Sí.
Olivia sigue emborronando el cuaderno de bocetos. El tema de costumbre. Una chica de ojos grandes que llora lágrimas negras.
—Podrías haberme llamado —dice en voz baja—. Que yo también era amiga suya. He tenido una ansiedad bestial por volver al instituto. O sea, porque fue aquí donde pasó.
Resulta irónico que Linnéa tenga que evitar a Olivia para estar a solas con Elias incluso ahora que está muerto.
Se conocieron los tres al mismo tiempo. Eran de la misma pandilla, iban a las mismas fiestas. Linnéa y Elias se sintieron mutuamente atraídos en el acto, como si estuvieran predestinados a ser amigos. Pero Olivia se enganchó, se colgó de ellos. Como una enana fastidiosa que imita a sus hermanos mayores. Tan concentrada en hacerlo bien en todo momento, que siempre mete un poco la pata, siempre resulta un poco ridícula.
Si Elias hablaba de un grupo que acababa de descubrir, Olivia era capaz de venir a clase al día siguiente con el nombre del grupo dibujado en el brazo con rotulador y decir que los oía desde hacía la tira de tiempo.
Olivia era tan fácil de calar que Linnéa ni siquiera se molestaba en hacerlo a conciencia. Pero lo que la sigue sacando de quicio es esa manera que tiene de coquetear con su «angustia» y sus «problemas». Habla de ellos como si fueran lo más en estilismo. A pesar de que procede de una familia al más puro estilo del Bullerbyn de Astrid Lindgren. La madre, el padre y dos hermanos mayores que siempre la han tratado como una cría, su preferida, su princesita.
A veces, Linnéa tiene la sensación de que Olivia utiliza a Elias y su supuesto suicidio para elevar su estatus. Como si estar relacionada con él la hiciera más auténtica.
Pero en ocasiones como esta, Linnéa se siente culpable por pensar así. Olivia es la única de la antigua pandilla que todavía la llama de vez en cuando, aunque ya no sale de fiesta nunca. Y de hecho, se divierten juntas, incluso a pesar de que Linnéa no se acuerde de cuándo fue la última vez.
Las cadenas del top de Olivia hacen ruido cuando se inclina hacia Linnéa.
—No quiero que nos peleemos.
—No nos hemos peleado.
—Mejor —dice Olivia—, porque tengo que contarte una cosa. El sábado me encontré a tu padre en Västerås.
Linnéa se pone tensa.
—¿Sabes lo que me dijo? —prosigue Olivia.
—No quiero saberlo.
—No, en serio. Son buenas noticias.
—Lo que tenga que ver con mi padre nunca son buenas noticias.
—Ha dejado de beber.
Linnéa clava la mirada en el pupitre, donde alguien ha escrito «EIK MOLA».
—Lo dijo él, y yo me lo creo —continúa Olivia—. No olía a alcohol ni nada. Y como que tenía muy buena pinta.
No puedo pasar por esto una vez más, piensa Linnéa. Otra vez no.
—¿Pero qué pasa contigo? —susurra Olivia, que vuelve a parecer irritada—. Pensaba que te alegrarías.
El otoño anterior, Minoo le guardaba el sitio a una persona en concreto. Esa persona era Rebecka.
Ahora, el sitio que hay a su lado está vacío.
En realidad, fueron amigas muy poco tiempo, pero tenía la sensación de que no fue así. ¿Se sentía tan unida a Rebecka por el vínculo existente entre las Elegidas? ¿O porque Rebecka fue su primera amiga de verdad?
—¿Minoo Falk Karimi? —dice Ylva, la nueva tutora de la clase, y Minoo levanta la mano.
Ylva pone una marca en la lista. Ronda los treinta años, tiene el pelo fino y rubio, gafas de montura redonda y el carisma de un bocadillo.
Minoo se sorprende echando de menos a Max. Solo por un momento. No al Max asesino, sino al Max profesor.
Ahora está sin moverse en el hospital, a tan solo unos kilómetros de allí y, aun así, inalcanzable. Nadie sabe si despertará de ese coma que no tiene explicación.
Ylva termina de pasar lista y empieza a aterrorizarlos metódicamente con todo el trabajo que van a tener que hacer durante el curso.
Minoo vuelve a perderse en sus recuerdos. En el recuerdo de Max. Esta vez no se resiste. Trata de encontrar alguna pista que se le haya escapado, pero enseguida se le va de las manos. Los recuerdos tienen vida propia. Y de repente, ahí está. Ve a Alice, la primera novia de Max, en su habitación. Alice, que tanto se le parece.
—Por favor, Max, vete de aquí —dice—. ¿No oyes lo que te estoy diciendo? No quiero volver a verte nunca más.
Minoo siente la oleada de cólera que invade a Max. Quiere que muera Alice. Lo desea con todo su corazón. Y es entonces cuando despiertan sus poderes. La obliga a subirse al alféizar de la ventana. La obliga a saltar. La sensación embriagadora de poder que siente Max la colma, aunque lo único que ella quiere es gritar.
Minoo se agarra al borde del pupitre. Se diría que el suelo tiembla bajo sus pies. Cierra los ojos, toma aire con fuerza varias veces y el mundo se detiene otra vez.
Cuando levanta la vista lo tiene delante, en la tarima. El chico del caserón que estaba abandonado.
—Perdone que llegue tarde —dice sonriéndole a Ylva.
—Lo dejaremos pasar por esta vez, teniendo en cuenta que eres nuevo en el instituto.
Intenta parecer severa, pero se le escapa una sonrisita. Y se ruboriza.
—Este es Viktor Ehrenskiöld. Se acaba de mudar y espero que lo hagáis sentirse como en casa —dice y se vuelve hacia él—. Siéntate en algún sitio libre.
Viktor mira a Minoo. A pesar del calor lleva pantalones largos, camisa y una chaqueta de punto de color celeste. Realza el color de sus ojos, les confiere un brillo azul, casi onírico. Azul aciano. Viktor se sienta al lado de Minoo.
—Aprovecho para deciros que los sitios que habéis elegido serán los que tengáis hasta el final del semestre en mis clases —dice Ylva.
Kevin empieza a protestar desde el fondo de la clase.
—¡Joder! ¿Estamos en primaria o qué? Yo no quiero sentarme aquí todo el semestre.
Levan, que está al lado de Kevin, se ajusta las gafas pero no dice nada.
—Sí, todos cargamos con nuestra cruz —dice Ylva ojeando los papeles que tiene delante—. ¿Cómo si no iba a aprenderme todos los nombres…? Kevin, ¿no?
Viktor abre la bandolera de piel marrón y alinea en la mesa un cuaderno, un portaminas y una goma de borrar. Mueve la goma unos milímetros. Minoo lo observa fascinada con el rabillo del ojo.
Incluso visto de cerca parece sacado de un anuncio. A pesar de la ropa que lleva, no muestra ningún indicio de sudor. Ni siquiera huele a nada. Ni a sudor, ni a perfume, nada. Como si debajo de la ropa no hubiera un ser humano. De pronto, Minoo toma conciencia de que tiene todo el cuerpo húmedo y pegajoso.
Cuando ya parece que Viktor está satisfecho con la composición de la mesa, le dice:
—Me temo que tendremos que aguantarnos el uno al otro durante un tiempo.
Minoo le ve un atisbo de sonrisa en la comisura de los labios, pero desaparece tan rápido que se pregunta si no se lo habrá imaginado. Después, Viktor dirige la vista a Ylva como si estuviera escuchando atentamente.
Suena el timbre. Anna-Karin ve que Minoo se levanta y corre para alcanzarla.
—¿Tienes tiempo de hablar? —dice Anna-Karin en voz baja.
Minoo asiente y señala la escalera que lleva al piso de arriba.
Echan a andar sin mirarse, como si no fueran al mismo sitio. Es difícil deshacerse del miedo que tuvieron el año anterior, el miedo de desvelarles a los demonios su relación.
Anna-Karin mira a Minoo de reojo. Se pregunta si serán amigas después de todo lo que han vivido juntas, de todo lo que se han visto obligadas a revelarse la una a la otra. ¿O se trata de una relación que ha forzado el destino? ¿Son una especie de… compañeras en la lucha contra el Apocalipsis?
La puerta del baño está pintarrajeada con nuevos mensajes. Los alumnos siguen peregrinando hasta allí para dejarles unas palabras a Elias y a Rebecka, o simplemente para dejar un testimonio, sin más. Pero rara vez entra alguien. Dicen que hay fantasmas.
Cuando Anna-Karin abre la puerta, se fija en unas palabras escritas con letras redondas y grandes.
DON’T WORRY! BE HAPPY!.
Anna-Karin entra y comprueba que los servicios están vacíos.
—No hay nadie —dice—. Bueno, salvo nosotras.
Su voz resuena en los azulejos de la pared. Minoo no responde. Mira hacia la ventana en silencio. Luego a los lavabos. A la pared donde antes estaban los espejos. Los azulejos todavía tienen los agujeros de los tornillos.
—¿Qué te pasa? —dice Anna-Karin.
—Nada. Es solo que me resulta un poco raro estar aquí. ¿Qué querías? —dice mirando fijamente a Anna-Karin.
Esa mirada láser que parece poder atravesar piedra y acero. Anna-Karin carraspea.
—El bosque se está muriendo —consigue articular.
Minoo la observa extrañada.
—O sea, no por la sequía —prosigue Anna-Karin—. Es otra cosa. Algo va mal.
—¿A qué te refieres?
Anna-Karin se siente frustrada. Quiere que Minoo la entienda. ¿Pero cómo, si ella misma apenas comprende nada? Vuelve a empezar.
—Algo va mal en el bosque y quizá sea por la sequía, pero ¿y si es al contrario? Es decir, ¿que eso que ocurre en el bosque sea la causa de que haya tal sequía?
Anna-Karin trata de interpretar la mirada de Minoo. ¿Es compasiva? ¿Reflexiva? ¿Irritada?
—Me parece que, bueno, es algo en lo que deberíamos pensar —continúa Anna-Karin—. Ya sabes que todo el mundo está hablando de este calor antinatural, pero ¿y si verdaderamente es antinatural? O sobrenatural.
Se encoge de hombros y mira para otro lado. Ahora lamenta haber sacado el tema.
—Déjalo.
—No, espera —dice Minoo—. No sabemos cuáles son los planes de los demonios. Debemos estar atentas a cualquier cosa.
Anna-Karin se pregunta si lo dice solo para que la situación sea menos incómoda.
—¿Has hablado con Nicolaus?
Minoo asiente.
—Tendremos que ir sin él. A pesar de que no es lo correcto.
A Anna-Karin empieza a hacérsele un nudo frío en el estómago.
—Al final entenderá que no nos quedaba otro remedio —dice—. Que además es por su bien.
—Eso espero. Por otra parte, puede que ni siquiera encontremos nada. En ese caso no tiene por qué enterarse. Lo mejor que podemos hacer es tomarnos las cosas según vengan, sin hacer planes a largo plazo.
Suena como si tratara de convencerse a sí misma, y Anna-Karin comprende que Minoo se preocupa tanto como ella por Nicolaus. Por lo menos tienen eso en común. Y le gusta.