Vanessa vuelve a casa en bicicleta por las calles vacías de Engelsfors.
El eco de la cadena y de las ruedas sobre el asfalto resuena como un susurro al pasar por el viaducto. Cuando llega al otro lado, reina un silencio pasmoso. Se siente como la única superviviente de una película postapocalíptica.
En la cuesta que hay a la altura de las gasolineras abandonadas se pone de pie sobre los pedales. En realidad, no le quedan fuerzas, pero el deseo de llegar a casa es más fuerte que el cansancio.
No falta mucho para la calle Törnrosvägen. Toma un atajo por la arboleda, a través de un campo de fútbol cubierto de maleza y deja atrás el parquecillo donde lleva a Melvin a jugar a veces.
Frena tan bruscamente que la bicicleta está a punto de desmontarse por completo.
Allí, casi escondido entre los árboles, al otro lado del arenero y los columpios, hay un coche de Policía.
Vanessa se queda de piedra. ¿Estará Nicke en el coche o andará por allí cerca?
Sujeta con fuerza el manillar y se concentra hasta sentir en la piel el temblor de siempre. Gracias a las prácticas del verano, ha aprendido a hacer invisibles objetos cada vez mayores y, en este momento, lo agradece infinito.
Se dirige hacia el coche con la bicicleta y se detiene a unos diez metros. Tiene abiertas las ventanillas de los asientos delanteros. Al volante hay un policía uniformado con el pelo al cepillo, ahora lo ve. ¿Será Nicke? Aunque es invisible, se acerca al coche más silenciosamente si cabe, casi aguantando la respiración.
Es él.
¿Qué estará haciendo ahí?, piensa Vanessa deteniéndose.
Nicke tiene la cabeza hacia atrás. Está tan quieto que cree que podría estar muerto, y el cerebro comienza a funcionarle a toda prisa: llamar al 112, los colegas de Nicke se lo contarán a mamá, que se vendrá abajo, el funeral, intentar explicarle a Melvin qué es la muerte cuando pregunte al llevarlo a la cama. Pero en ese momento ve que le asoma una sonrisita en la comisura de los labios. Y que se agarra al volante con fuerza, con una sola mano.
Vanessa da un respingo cuando Nicke roza el claxon sin querer. El manillar se le resbala de la mano sudorosa y casi se le cae la bicicleta.
Nicke baja la vista hacia el regazo, y ríe en voz baja, pero se oye alto y claro en el aire inmóvil.
—Eres espectacular, ¿sabes? —dice mirándose las rodillas.
Y Vanessa intenta luchar contra la certeza. Pero es como espantar un camión con un matamoscas.
Una cabeza de melena oscura surge de debajo del salpicadero.
Es una mujer, que se incorpora en el asiento del copiloto y besa a Nicke en la boca. Él aparta la cabeza y se echa a reír. Y le devuelve el beso.
Vanessa retrocede unos pasos. No quiere seguir mirando ni un segundo más. Reprime las náuseas, da la vuelta a la bicicleta, se sube y se pone en marcha con una fuerza de la que hace un instante carecía.