El acuerdo

Marwán y su compañero As’ad llegaron con algo de retraso a la cita con Abuljaizarán, que los esperaba ya con Abu Kais en la acera de la avenida paralela al Chott. Los dos estaban sentados en un gran banco de cemento.

—Ya está reunida toda la banda, ¿no es así? —exclamó Abuljaizarán, mientras con una mano daba palmadas a Marwán en el hombro y tendía la otra para saludar a As’ad.

—Así que éste es tu amigo. ¿Cómo se llama?

Marwán contesta lacónico.

—As’ad.

—Déjenme ahora que les presente a mi viejo amigo Abu Kais. Ya está completo el grupo. No estaría de más que hubiera otro… pero, bueno, así basta, tampoco está mal.

—A lo que parece eres palestino —dijo As’ad—. ¿Eres tú el que nos va a pasar a Kuwait?

—Sí, yo.

—¿Cómo?

—Eso es asunto mío.

Rió As’ad con ironía y después, en un tono cortante, mientras arrastraba lentamente las palabras:

—No, señor, es asunto nuestro. Tienes que explicarnos todos los detalles. No queremos disgustos desde el principio.

Abuljaizarán contestó, tajante:

—Les explicaré todo después que lleguemos a un acuerdo, pero no antes…

As’ad replico:

—No es posible que nos pongamos de acuerdo hasta que no sepamos todo de cabo a rabo. ¿Qué piensan ustedes, amigos?

Ninguno de los dos respondió y As’ad insistió:

—¿Qué piensa el tío Abu Kais?

—Lo que piensen ustedes.

—¿Qué piensas tú, Marwán?

—Yo, lo que digan ustedes.

As’ad dijo entonces con tono resuelto:

—Bien, no perdamos tiempo. Me parece que el tío Abu Kais no es muy ducho en estas lides, y para Marwán, es su primera experiencia. Yo soy perro viejo en estas artes. ¿Están de acuerdo con que hable en nombre de todos?

Abu Kais hizo un gesto con la mano en señal de asentimiento y Marwán movió la cabeza con un gesto afirmativo. As’ad se volvió entonces hacia Abuljaizarán:

—¿Ves?… Lo dejan todo en mis manos. Quiero decirte algo: todos somos del mismo país. Nosotros queremos ganar algún dinero y tú también. Correcto. Pero las cosas tienen que ser como es debido, con todas las de la ley. Así que vas a explicarnos con todo detalle y a decirnos exactamente cuánto nos cobrarás. Y, por supuesto, el dinero te lo daremos cuando hayamos llegado, no antes.

Abu Kais:

—El amigo As’ad tiene razón. Tenemos que enterarnos de todo. Como dice el refrán: «lo que empieza con condición termina a satisfacción».

Abuljaizarán sacó las manos de los bolsillos y después de posarlas en las caderas, paseó con lentitud una mirada glacial por todos los rostros hasta detenerse en As’ad.

—En primer lugar, son diez dinares cada uno. ¿De acuerdo?

Abu Kais respondió:

—De acuerdo.

As’ad lo cortó en seco:

—Hazme el favor… me has encargado de este asunto, así que déjame hablar.

—Diez dinares es mucho. Un «pasador» profesional cobra quince y…

Abuljaizarán lo interrumpió:

—Veo que ya ni antes de empezar estamos de acuerdo. Eso era lo que yo temía. Diez dinares y ni un céntimo menos… Adiós.

Dio media vuelta como para irse, pero apenas había dado dos pasos lentamente cuando Abu Kais lo retuvo gritando:

—¿Por qué te enfadaste? No hacíamos más que discutir el asunto. El buen entendimiento hermano, necesita paciencia.

—Bueno, te daremos diez dinares. Pero ¿cómo vas a llevarnos?

—¡Ah!, por fin, vamos al grano. Veamos.

Abuljaizarán se sentó en el banco de cemento, mientras los otros tres permanecían de pie en torno suyo. Ayudado por sus largas manos, se extendió en explicaciones:

—Tengo un camión con el que puedo pasar legalmente la frontera. ¡Ah!, tengo que decirles que el camión no es mío. Soy un hombre pobre, más que ustedes. Todo lo que tengo que ver con ese camión, es que soy el chofer. El dueño es un hombre muy rico y famoso. Por eso, no lo detendrán mucho tiempo en la frontera ni lo registrarán. Como les decía, el dueño del camión es persona conocida y respetada, el camión es conocido y respetado, y el chofer, también, por supuesto.

Abuljaizarán era un conductor hábil. Antes de 1948 había servido durante más de cinco años en el ejército británico en Palestina, y cuando dejó el ejército para unirse a un grupo de combatientes, tenía fama de ser el mejor conductor de camiones que pudiera encontrarse. Por ello, se recurrió a él, en Taira, para conducir un viejo vehículo blindado del que se habían apoderado los hombres de la aldea después de un ataque de los judíos. Aunque no era experto en conducir blindados, no quería decepcionar a todos los que observaban desde ambos lados de la carretera. Por ello, se escabulló a través de la escotilla y el motor no tardó en empezar a zumbar. El blindado avanzó algo por la rampa de arena hasta parase en seco. Todos los intentos de Abuljaizarán para volver a ponerlo en marcha resultaron vanos. Grande fue la decepción de todos los hombres, y la suya aún mayor. Su experiencia en el mundo de la mecánica se había enriquecido, de todos modos, con una más, y hay que decir que ello le había servido de mucho, cuando entró a formar parte del equipo de choferes de Hay Rida en Kuwait.

Un día logró conducir un camión cisterna durante más de seis horas por un camino lleno de sal y de barro, sin atascarse como les sucedió a los demás de la caravana. El Hay Rida había salido con algunos de sus hombres a pasar varios días en el desierto, cazando. Pero la primavera era engañadora y, como al regreso el camino parecía blanco y firme, los choferes se lanzaron por él sin la menor aprensión. Y he aquí que todos los automóviles, tanto los grandes como los pequeños, se estancaron en el barro uno tras otro. Abuljaizarán, que conducía su camión detrás de los demás, prosiguió su camino con destreza, sin el menor tropiezo. Cuando llegó a donde estaba el automóvil de Hay Rida, uno gris que estaba hundido tres cuartas partes en el barro, se detuvo, salió del camión y se acercó al mismo.

—¿Qué le parece si montara en mi camión? Para sacar del barro a esos autos se necesitan más de cuatro horas y en ese tiempo podrá usted estar de vuelta en su casa.

—¡Buena idea! Prefiero tener que soportar el ruido del motor de tu camión antes que quedarme aquí esperando cuatro horas.

Durante seis horas condujo Abuljaizarán su camión por aquel terreno engañador que, por estar recubierto en una capa muy fina de sal, daba la impresión de ser blanco y firme. Durante todo el trayecto, Abuljaizarán daba al volante pequeños movimientos leves y rápidos, ora a la derecha ora a la izquierda, de forma que las dos ruedas delanteras abrían un camino un poco más ancho del necesario.

El Hay Rida, satisfecho de la habilidad de Abuljaizarán, habló de ello a todos sus amigos durante meses. Pero todavía fue mayor su satisfacción cuando supo que Abuljaizarán había rechazado las numerosas ofertas que había recibido para trabajar con otra gente, tan pronto como empezaron a correr las noticias sobre su destreza. Lo llamó a su presencia y, después de felicitarlo, le aumentó algo el sueldo. Pero lo más importante era que el Hay Rida imponía como condición que Abuljaizarán lo acompañara a todas las cacerías o a cualquier otro viaje que hiciera.

La semana anterior había salido con una caravana de automóviles a una cacería organizada especialmente para los invitados que recibía en su casa. Abuljaizarán tenía el encargo de conducir el camión cisterna y acompañar a la caravana durante toda la cacería para suministrar agua a los participantes en la expedición, la cual duraría más de dos días. Pero la caravana se había adentrado tanto en el desierto que, al regreso, el Hay Rida había preferido seguir otro camino que llevaba a Al-Zubair, desde donde podía tomar la carretera principal hasta Kuwait. Abuljaizarán podría haber estado en aquel momento en Kuwait con el resto de la caravana si no hubiera sido porque su camión había tenido una pequeña avería que lo obligó a permanecer dos días más en Basora para repararla. Después alcanzaría a los que habían precedido.

—¿Así que lo que quieres es aprovechar el viaje de regreso para llevarnos en la cisterna del camión?

—Exacto. Me dije a mí mismo: ¿por qué no aprovechas esta ocasión y te ganas un dinero ya que estás aquí y que el camión no lo registras?

Marwán miró a Abu Kais y después a As’ad, quienes le devolvieron la mirada con un gesto de interrogación.

—Escucha, Abuljaizarán, este juego no me gusta. ¿Cómo se te puede ocurrir semejante cosa? Con un calor como el que hace, ¿quién se va a sentar en una cisterna cerrada?

—No dramaticemos las cosas. No sería esta la primera vez… ¿Sabes lo que pasará?, pues que bajarán a la cisterna cincuenta metros antes del puesto fronterizo en Safwan. Allí me detendré menos de cinco minutos, y cincuenta metros después volverán a salir arriba. Luego, precisamente antes de la frontera, repetiremos la función otros cinco minutos, y ¡completo!, se encontrarán en Kuwait.

As’ad bajó la cabeza y fijó la mirada en el suelo por breves instantes mientras se mordía el labio inferior. Marwán se puso a jugar con una frágil caña, y Abu Kais miraba con insistencia a Abuljaizarán. Marwán rompió el silencio:

—¿Y habrá agua en la cisterna?

Estalló Abuljaizarán en una carcajada y As’ad no pudo menos que sonreír ante la pregunta.

—Por supuesto que no. ¿Qué es lo que te crees? Soy «pasador», no profesor de natación.

Y como si la idea le hubiera gustado, rió con estridencia, mientras se daba golpes en las nalgas y giraba sobre sus talones.

—¿Conque crees que soy profesor de natación, eh? No, muchacho, la cisterna hace seis meses que no ve el agua.

As’ad contestó con calma:

—Creía que habías transportado agua hace sólo una semana para esa cacería…

—¡Uf!, ya sabes lo que quería decir…

—No, no lo sé.

—Quería decir hace diez meses. La gente exagera a veces… Y ahora, ¿qué?, ¿llegamos a un acuerdo? Terminemos de una vez esta reunión que si nos oyen puede ser peligroso.

Abu Kais se preparaba para decir la última palabra, pero antes de abrir la boca su mirada recorrió los rostros de los demás, y se detuvo en As’ad como esperando ayuda de él. Después se acercó a Abuljaizarán:

—Escucha, Abuljaizarán, soy un pobre diablo que no entiende nada de todos estos líos… pero esa historia de la cacería no me gusta. Nos dijiste que habías llevado agua para el Hay Rida y ahora nos vienes con que la cisterna del camión no ha olido el agua desde hace seis meses. Te diré con franqueza, y espero que no te ofendas, que hasta dudo que tengas un camión.

Abu Kais se volvió hacia los demás y prosiguió con voz afligida:

—Prefiero pagar quince dinares y atravesar el desierto con un «pasador». No quiero más problemas.

Abuljaizarán volvió a reír, elevó el tono de voz, y dijo:

—Anda, ve y haz la prueba. ¿Crees que no conozco a esos «pasadores»? Los dejarán abandonados a mitad del camino. Se esfumarán como un terrón de sal en el agua y después serán ustedes los que se derretirán bajo la canícula de agosto sin que nadie piense en su suerte. Ve, ve y haz la prueba. Otros muchos lo intentaron antes que tú. ¿Por qué crees que se hacen pagar antes?

—Pues conozco a muchos que llegaron gracias a esos «pasadores».

—Un diez por ciento como mucho. Puedes ir y preguntarles. Todos te dirán que al final del camino llegaron sin «pasador» y sin guía y que, si se salvaron, fue gracias a su buena estrella.

Al escuchar aquellas palabras, Abu Kais quedó inmóvil, como petrificado, parecía por un momento que fuera casi a desplomarse. Al verlo en aquel estado, Marwán se dio cuenta, de pronto, que Abu Kais tenía un parecido asombroso a su padre. Lo contemplaba absorto, incapaz de atender a ninguna otra cosa. Al fin apartó la mirada de él… Abuljaizarán había empezado a chillar:

—Tienen que decidirse rápido. No tengo tiempo que perder. Se los juro por mi honor.

As’ad contestó con voz glacial:

—Deja el honor a un lado, que las cosas van mejor cuando no se jura por el honor.

Abuljaizarán se volvió hacia él:

—Ahora, señor As’ad, usted que es hombre inteligente y con experiencia, ¿qué opina?

—¿Qué opino sobre qué?

—Sobre el asunto.

Sonrió As’ad, pero al ver que Abu Kais y Marwán esperaban oír su decisión, empezó a hablar en tono pausado y sarcástico:

—En primer lugar, permítenos que no creamos ni una sola palabra de toda esa historia de la cacería. Me parece que el Hay Rida y tú trabajan juntos en eso del contrabando. Permíteme un momento, déjame terminar. El Hay Rida piensa que pasar a la gente clandestinamente en el viaje de vuelta es coser y cantar. Por eso, lo deja a cargo tuyo. Tú le dejas a él, a cambio, el contrabando de las cosas importantes… y una parte razonable de los beneficios. O si no, puede que el Hay Rida no esté enterado de que te dedicas a pasar gente en el viaje de vuelta.

Sonrió Abuljaizarán y mostró de nuevo sus blancos dientes como si no quisiera responder a As’Ad. Marwán intervino de pronto:

—¿Y la historia de la cacería?

—¡Uf!, esa historia es para los del puesto fronterizo, pero Abuljaizarán no pensó que había ningún mal en contárselas.

Su sonrisa se hizo aún más amplia mientras pasaba la mirada de uno a otro sin pronunciar palabra. Por un momento pareció que fuera un tonto.

—Pero el Hay Rida, ¿qué es lo que pasa de contrabando? —preguntó Abu Kais—. Antes dijiste que era rico.

Todas las miradas se posaron en Abuljaizarán, quien, de pronto, dejó de sonreír y su rostro adoptó, de nuevo, un gesto de indiferencia y de autoridad. Después, dijo tajante:

—Bueno, basta ya de dimes y diretes. Señor As’ad, no debe usted creerse tan listo como pretende. ¿Qué han decidido ustedes?

—A mí lo único que me importa es llegar a Kuwait. Lo demás tanto me da. Por eso, me iré con Abuljaizarán.

Marwán exclamó con entusiasmo:

—Yo también, iré con ustedes dos.

Y Abu Kais agregó con timidez:

—Yo estoy ya viejo, pero ¿creen ustedes que podré acompañarlos?

Rió Abuljaizarán con estrépito y después pasó su brazo por el de Abu Kais:

—Vamos, vamos, Abu Kais, ¿quién te metió eso en la cabeza? ¿Fue Um Kais? Nada de eso, tú vienes con nosotros.

Caminaron juntos unos pasos, mientras Marwán y As’ad permanecían de pie cerca del banco de cemento. Abuljaizarán volvió la cabeza y les gritó por encima del hombro:

—Abu Kais dormirá en el camión conmigo. Mañana bien temprano pasaré a recogerlos, tocaré la bocina delante del hotel.