Maryland, año de gracia de 1737
El frío había llegado antes de lo previsto y la nieve cubría toda la costa. El barco se encontraba fondeado a escasos metros de la playa, con la cubierta helada y el grupo de marineros exhaustos del largo viaje. El capitán ordenó que cargaran las dos barcas y los hombres comenzaron a llenarlas de toneles e inmensas cajas de madera. Tuvieron que hacer varios viajes hasta que toda la carga de la bodega fue depositada a orillas del mar. Aún quedaba el último transporte, el más delicado y valioso.
Uno de los marineros depositó la última caja en la barca, remaron contra la furia de las olas y en unos minutos comenzaron a vaciar la embarcación. Descargaron los últimos toneles y entre dos de los hombres bajaron con cuidado la caja. Caminaron por el agua gélida hasta pisar la arena helada. En el último momento uno de los hombres resbaló y el otro intentó sujetar la caja, alargó el brazo cuando la tapa se cayó y tocó el interior. Al instante, un fuerte haz de luz brilló en mitad de la playa y los dos hombres se miraron asustados. Un estruendo, como el sonido de un relámpago, quebró el silencio de la solitaria costa y el marinero comenzó a convulsionarse mientras se iluminaba como una tea ardiente. Su compañero logró recuperar el equilibrio y aferrar la caja, pero también comenzó a arder. En unos segundos los dos hombres resplandecían como dos antorchas, mientras que el resto de marineros los miraban paralizados por el terror. La caja cayó al suelo intacta en medio de la confusión.
Desde la cubierta, el capitán observó horrorizado la escena y se alegró de dejar toda la mercancía en la costa. Había secretos que era mejor enterrar en lo más profundo del abismo, tesoros capaces de exterminar a sus poseedores; suspiró aliviado cuando el grupo de hombres encargado de custodiar las cajas apareció con varios carros y comenzó a cargarlo todo. El cielo se oscureció de repente y una nieve densa se extendió por la costa de Nueva Inglaterra mientras los marineros rezaban en la cubierta del barco. Aquella era su última misión, el último refugio para el secreto más peligroso que se habían atrevido a guardar. Ahora solo Dios podía devolverles la paz que habían perdido trescientos años antes.