Capítulo 112

Nueva Escocia, 15 de febrero de 1916

Los hombres acercaron a la víctima al altar de bronce. Debía estar viva antes de realizar el sacrificio. La sujetaron y Jean se acercó para degollarla.

Hércules y sus amigos miraban impotentes el sacrificio. Sin duda, aquel ceremonial no habría tenido sentido para algunos de ellos, pero el escenario era tan espectacular que todos reaccionaron cuando el cordero fue degollado y su sangre rociada por todo el altar.

Jean quemó el sacrificio y llevó parte de la sangre en un recipiente de oro. Al acercarse al sanctasanctórum un fuerte viento estuvo a punto de tirarlo. Se quedó dudando unos instantes y después hizo acercarse a los prisioneros.

—Será mejor que pase uno de vosotros por si acaso —dijo Jean empujando a Lincoln.

Lincoln se quedó mudo delante de la puerta, después hizo un gesto para que lo desataran.

—Veremos si tu Dios tiene misericordia de ti.

En cuanto Lincoln pisó el umbral una intensa nube cubrió el edificio. Su claridad cegaba los ojos de todos, pero Lincoln experimentó un repentino alivio. Caminó unos pasos, pero antes de desaparecer de la vista, Jean le detuvo.

—¡Déjame a mí!

En cuanto atravesó la línea, la nube se volvió negra y se escuchó un fuerte trueno. Todos se echaron para atrás, menos los templarios, que parecían maravillados ante el temible espectáculo.

Un gran resplandor los cegó por unos momentos y Jean comenzó a arder. Cuando sus compañeros se acercaron para socorrerle, también fueron consumidos por las llamas.

El fuego se extendió por toda la sala y las paredes comenzaron a derrumbarse. Hércules y sus amigos corrieron hacia la jaula, pero el cable del mecanismo no funcionaba. Escaparon hacia las puertas de bronce. Intentaron moverlas, pero no lo lograron. Una fuerte explosión hizo temblar el suelo y de repente, las puertas se abrieron dejando pasar el agua del océano.